Obra de los pasajes

Traducción española de Juan Barja

La impresión de un estar ya pasado de moda puede solamente aparecer cuando entra en contacto en cierta forma con aquello que es más actual.

Obra de los pasajes, B 3, 6

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En el fetichismo, el sexo echa abajo las barreras entre los mundos orgánico e inorgánico. Vestidos y adornos establecen con él sus alianzas.

Obra de los pasajes, B 3, 8

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La moda se hace práctica y desde entonces no desprecia nada; todo lo ennoblece. Hace con las materias lo que los románticos con las palabras.

Guillaume Apollinaire. Le poète assassiné París, 1927, pp. 75-77. Cit. en Obra de los pasajes, B 3 a, 1

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«La moda consiste tan solo en extremos. Como los busca por naturaleza, siempre que renuncia a alguna forma tiene que entregarse a la contraria». [70 Jahre deutsche Mode, 1925, p. 51]. Así, la muerte y la frivolidad y la muerte son sus extremos límite.

Obra de los pasajes, B 3 a, 4

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La moda [...] es un testigo, mas de la historia del gran mundo solamente, porque en todos los pueblos [...] los pobres no tienen más moda que historia, y sus ideas, sus gustos y su vida apenas si cambian.

Obra de los pasajes, B 4, 6

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El detallar, tan propio de la poesía barroca, diversos atractivos femeninos, subrayando y distinguiendo cada uno a través de la comparación, de manera secreta va siguiendo la imagen del cadáver. Tal desmembrar la belleza femenina en sus fragmentos más dignos de encomio se parece a una autopsia, y las comparaciones predilectas de las partes del cuerpo con el alabastro y con la nieve, con las piedras preciosas y aún con otras configuraciones, casi todas ellas inorgánicas, lo hacen bien visible de ese modo.

Obra de los pasajes, B 9, 3

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Más breve es una época, tanto más se halla ajustada a la moda.

Obra de los pasajes, B 9 a, 1

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El surrealismo nació en un pasaje. ¡Bajo el protectorado de qué musas!

Obra de los pasajes, C 1, 2

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El padre del surrealismo fue Dadá, y un pasaje su madre.

Obra de los pasajes, C 1, 3

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El 200 d. C., cuando los lugares de culto y otros muchos de sus monumentos ya se empezaban a caer, escribió Pausanias su topografía de Grecia.

Obra de los pasajes, C 1, 5

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Al modo en que las faldas del Vesubio se volvieron huertos paradisíacos por las capas de lava que las cubrían, en la lava florecen las revoluciones.

Obra de los pasajes, C 1, 6

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Levantar por cien veces, topográficamente, la ciudad desde sus pasajes y sus puertas, cementerios, burdeles, estaciones..., tal como antes se hizo desde sus iglesias y mercados. Las ocultas [...] figuras de la ciudad hechas de asesinatos, rebeliones, sangrientos nudos en la red de calles, y los nidos de amor, y los incendios...

Obra de los pasajes, C 1, 8

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¿No puede hacerse un film apasionante a partir del plano de París, del desarrollo en orden temporal de sus distintas configuraciones, del condensar el movimiento de sus calles, sus bulevares, sus pasajes y sus plazas a lo largo de un siglo en el espacio de una media hora? Y ¿no es ese el trabajo del flâneur?

Obra de los pasajes, C 1, 9

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Se señalaban, en la antigua Grecia, sitios que bajaban al submundo. También nuestro existir de la vigilia viene a ser una tierra donde, por huecos casi imperceptibles, se puede descender a ese submundo, donde se abren espacios por los cuales desembocan los sueños. Pasamos ante ellos diariamente sin sospechar siquiera su existencia mas, al llegar el sueño, en seguida tratamos de atraparlos dando apresurados manotazos, hasta que finalmente nos perdemos entre sus oscuros corredores. El laberinto de casas que conforma la red de las ciudades equivaldría a la conciencia diurna; los pasajes (que son las galerías que llevan a su existencia en el pasado) desembocan de día, inadvertidamente, en esas calles. Pero después, al llegar la noche, bajo las ciegas masas de las casas de nuevo surge la espesa oscuridad.

Obra de los pasajes, C 1 a, 2

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París se alza sobre una serie de cavernas desde el cual retumban los ruidos del metro y de los trenes, sobre el cual cada ómnibus o cada camión de los que pasan despierta un eco largo y duradero. El gran sistema técnico que ahí conforman calles y tuberías se viene entrecruzando con viejos abovedados subterráneos, fallas calcáreas, grutas, catacumbas que han ido creciendo desde tempranos tiempos medievales. Hoy mismo, por dos francos, es posible pagarse aún la entrada para viajar a este París nocturno, más barato y menos peligroso que el espacio del mundo superior. La Edad Media lo veía de otro modo...

Obra de los pasajes, C 2, 1

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Emblemas arquitectónicos del comercio: el escalón que sube a la farmacia, o el estanco que se adueña de la esquina. El comercio aprovecha los umbrales.

Obra de los pasajes, C 2, 4

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Topografía mitológica de París: ese carácter que le dan sus puertas. Lo que ahí importa es su carácter doble: las fronterizas y las triunfales. El secreto que guarda ese mojón que queda al interior de la ciudad, uno que antes marcaba el lugar en el que terminaba. Pero también el Arco de Triunfo, que se ha vuelto isla salvadora. Y aquella puerta, que transforma al que pasa debajo de su bóveda, se desarrolla a partir del círculo que ofrece la experiencia del umbral.

Obra de los pasajes, C 2 a, 3

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Las ruinas de la iglesia y la nobleza, las del feudalismo y la Edad Media, son ruinas sublimes que llenan aún hoy de admiración a los asombrados vencedores; pero las ruinas de la burguesía serán sólo un innoble detritus conformado en cartón piedra, con escayolas y con colorines.

Balzac. Le diable à Paris, París, 1845 II, p. 18. Cit. en Obra de los pasajes, C 2 a, 8

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Tan sólo en apariencia nos resulta uniforme la ciudad, y hasta su nombre adopta un resonar distinto en distintos sectores. En ningún sitio como en las ciudades es aún posible el experimentar de manera más originaria lo que es el fenómeno del límite, si no es en los sueños. [...] En tanto umbral, el límite se mueve a través de las calles; un nuevo sector tiene comienzo como tras dar un paso en el vacío, como emplazados en un nivel más hondo que no habíamos visto tan siquiera.

Obra de los pasajes, C 3, 3

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El terror despótico del timbre, con su dominio sobre la vivienda, toma su fuerza de la magia del umbral. Algo, chirriando, se dispone a atravesarlo. Extraña la nostalgia de ese timbre que, con su sonido de campana, parece anunciar una despedida, de la misma manera que se escucha en el Panorama Imperial, cuando empieza a temblar muy suavemente la imagen que se va desvaneciendo, anunciando con ello la siguiente.

Obra de los pasajes, C 3, 5

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Las puertas que dan acceso a los pasajes constituyen umbrales. Ningún escalón de piedra nos los marca. Pero lo hace la actitud de espera de unas pocas personas. Sus pasos, tan escasos y medidos, reflejan, sin tener noticia de ello, que se encuentran ante una decisión.

Obra de los pasajes, C 3, 6

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Los poetas podrán decir que Haussmann se vio en realidad más inspirado por las divinidades del subsuelo que por las divinidades superiores.

Dubech-D’Espezel. Histoire de Paris, París, 1926, p. 418. Cit. en Obra de los pasajes, C 3, 8

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Insurrección de junio. «Llevaron la mayor parte de los presos a las canteras y pasadizos subterráneos que quedan bajo los fuertes de París, unos que son tan amplios que la mitad de la población cabría en ellos. El frío es tan intenso en estas galerías subterráneas, que muchos sólo podían mantener la temperatura corporal corriendo todo el tiempo o con el movimiento de los brazos, y nadie se atrevía a recostarse en las losas heladas. [...] Los presos dieron a aquellos corredores nombres de las calles de París, e incluso se daban mutuamente sus direcciones cuando se encontraban».

Engländer, Geschichte der französischen Arbeiter-Associationen, Hamburgo, 1864, II, pp. 314-315. Cit. en Obra de los pasajes, C 3 a, 1

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La leyenda según la cual desde los sótanos de las catacumbas de París las estrellas se podían ver de día surgió de un viejo pozo, el cual, arriba, se cerró por medio de una piedra en la que habían hecho un agujero de unas seis pulgadas. A su través brilla el día, en la tiniebla, como una estrella pálida.

J. F. Benzenberg. Briefe geschrieben auf einer Reise nach Paris, Dortmund, 1805, I, pp. 207-208. Cit. en Obra de los pasajes, C 3 a, 2

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Metían en la cueva a los hombres condenados a galeras hasta el día en que salían para ir a Toulon. Los empujaban bajo aquella viga a la que estaban sujetas sus argollas oscilando en mitad de las tinieblas [...]. Para comer, hacían subir con los talones a lo largo de la tibia hasta la mano el pan que les echaban en el barro [...] ¿Qué podían hacer en aquel sepulcro del infierno? Agonizar, lo propio del sepulcro, cantar, como se canta en el infierno [...]. En esa cueva es donde nacieron casi todas las canciones del argot.

Victor Hugo. Les Misérables, en Oeuvres complètes, París, 1881, pp. 297-298. Cit. en Obra de los pasajes, C 5 a, 1

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