ciudad

«El actual habitante de los grandes centros ciudadanos», escribe [Valery] agudamente, «recae en un estado de salvajismo, es decir, en uno de aislamiento».

Sobre algunos motivos en Baudelaire

Paul Valéry. Cahier B 1910, París, 1926, p. 88 ss. Cit. en Obras I, 2, p. 233

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En Les fleurs du mal no hay el más leve esbozo de descripción de la ciudad de París. Sólo eso bastaría para distinguirlas decisivamente de la lírica posterior ‘de la metrópoli’. Baudelaire habla en medio del rugido de la gran ciudad como uno que hablara entre el oleaje, y su discurso es claro en la medida en que es perceptible. Mas a él se mezcla algo que lo daña, y prosigue mezclado a ese rugir que lo lleva más lejos y le otorga su oscura significación.

Parque Central

Obras I, 2, p. 283

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La metrópoli como laberinto. De él en consecuencia forma parte la imagen del minotauro albergada en su centro. El hecho de que éste vaya a traer la muerte al individuo no es lo decisivo. Lo decisivo es la imagen de las fuerzas portadoras de la muerte a las que él mismo encarna. Pero esto también es algo nuevo para los habitantes de las grandes ciudades.

Parque Central

Obras I, 2, pp. 297-298

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«Una ciudad poblada de personas frívolas o injustas puede sobrevivir a lo largo del tiempo», mientras «tres justos no pueden vivir sin pelearse bajo el mismo techo».

Gottfried Keller

Obras II, 1, p. 293

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No resulta casual en absoluto que se haya comparado las fotografías de Atget con las de la policía en el lugar de un crimen. Pero, ¿no es cada rincón de nuestras ciudades, precisamente, el lugar de un crimen? ¿No es cada uno de sus transeúntes bien precisamente un criminal? Y, ¿no tiene el fotógrafo –el sucesor de arúspices y augures– que descubrir la culpa en sus imágenes, señalando al culpable?

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La lengua nos indica […] que la memoria no es un instrumento para conocer el pasado, sino sólo su medio. La memoria es el medio de lo vivido, como la tierra viene a ser el medio de las viejas ciudades sepultadas, y quien quiera acercarse a lo que es su pasado tiene que comportarse como un hombre que excava. Y, sobre todo, no ha de tener reparo en volver una y otra vez al mismo asunto, en irlo revolviendo y esparciendo como se revuelve y se esparce la tierra. Los ‘contenidos’ no son sino esas capas que tan sólo tras una investigación cuidadosa entregan todo aquello por lo que nos vale la pena excavar: imágenes que, separadas de su […] contexto, son joyas en los sobrios aposentos del conocimiento posterior, como quebrados torsos en la galería del coleccionista.

Imágenes que piensan

Obras, IV, I, p. 350.

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Levantar por cien veces, topográficamente, la ciudad desde sus pasajes y sus puertas, cementerios, burdeles, estaciones..., tal como antes se hizo desde sus iglesias y mercados. Las ocultas [...] figuras de la ciudad hechas de asesinatos, rebeliones, sangrientos nudos en la red de calles, y los nidos de amor, y los incendios...

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, C 1, 8

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¿No puede hacerse un film apasionante a partir del plano de París, del desarrollo en orden temporal de sus distintas configuraciones, del condensar el movimiento de sus calles, sus bulevares, sus pasajes y sus plazas a lo largo de un siglo en el espacio de una media hora? Y ¿no es ese el trabajo del flâneur?

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, C 1, 9

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Se señalaban, en la antigua Grecia, sitios que bajaban al submundo. También nuestro existir de la vigilia viene a ser una tierra donde, por huecos casi imperceptibles, se puede descender a ese submundo, donde se abren espacios por los cuales desembocan los sueños. Pasamos ante ellos diariamente sin sospechar siquiera su existencia mas, al llegar el sueño, en seguida tratamos de atraparlos dando apresurados manotazos, hasta que finalmente nos perdemos entre sus oscuros corredores. El laberinto de casas que conforma la red de las ciudades equivaldría a la conciencia diurna; los pasajes (que son las galerías que llevan a su existencia en el pasado) desembocan de día, inadvertidamente, en esas calles. Pero después, al llegar la noche, bajo las ciegas masas de las casas de nuevo surge la espesa oscuridad.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, C 1 a, 2

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Tan sólo en apariencia nos resulta uniforme la ciudad, y hasta su nombre adopta un resonar distinto en distintos sectores. En ningún sitio como en las ciudades es aún posible el experimentar de manera más originaria lo que es el fenómeno del límite, si no es en los sueños. [...] En tanto umbral, el límite se mueve a través de las calles; un nuevo sector tiene comienzo como tras dar un paso en el vacío, como emplazados en un nivel más hondo que no habíamos visto tan siquiera.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, C 3, 3

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El viejo París no existe. La forma de una ciudad / cambia más rápidamente que el corazón de un mortal.

Obra de los pasajes

Baudelaire. Les fleurs du mal, París, 18 . Cit. en Obra de los pasajes, C 7 a, 1

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Tras los altos muros de las casas, hacia Montmartre, Ménilmontant y Montparnasse, mientras cae la noche él imagina los cementerios urbanos, esas tres ciudades en la grande, más pequeñas, sólo en apariencia, que la ciudad habitada por los vivos, dado que ésta parece contenerlas, pero, en realidad, cuánto más vastas, cuánto más populosas, con sus apretadas divisiones, escalonadas en profundidad; y, en los mismos lugares donde la masa circula actualmente, [...] evoca viejos osarios nivelados, o incluso desaparecidos, que se han ido tragando las olas del tiempo junto con todos los muertos que llevaban, barcos hundidos con sus tripulaciones.

Obra de los pasajes

François Porché. «La vie douloureuse de Charles Baudelaire», en Le roman des grandes existences, París, 1926, pp. 186-187. Cit. en Obra de los pasajes, C 9, 2

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En un momento dado oí en mí de pronto una llamada, una extraña advertencia, y vi esas tres magníficas ciudades [...] como amenazadas de hundimiento, de destrucción por el agua y por el fuego, carnicería y desgaste repentino, como si fueran bosques fulminados en bloque. Luego las veía devoradas como por una grave enfermedad, por algún mal oscuro y subterráneo que hacía de repente derrumbarse monumentos o barrios, o completos muros de mansiones. [...] Desde estos alzados promontorios lo que mejor se nota es la amenaza. Lo aglomerado es amenazante, y el trabajo gigante lo es también; el hombre necesita trabajar, mas también tiene otras necesidades [...]. Necesita aislarse y agruparse, sublevarse y gritar, y apaciguarse y someterse. [...] Finalmente también se encuentra en él la necesidad de suicidarse, y eso en la misma sociedad que forma; necesidad que aún es más intensa que el propio instinto de conservación.

Obra de los pasajes

Léon Daudet. Paris vecu, París, 1930, pp. 220-221. Cit. en Obra de los pasajes, C 9 a, 1

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La razón estratégica de aligeramiento perspectivo de la ciudad. [...] Que las grandes calles «no se prestan a la táctica habitual que se practica en las insurrecciones locales».

Obra de los pasajes

Marcel Poëte. Une vie de cité, París, 1925, p. 469. Cit. en Obra de los pasajes, E 1, 4

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Hoy en [la ciudad de] París rehuyen [...] los pasajes, que por mucho tiempo estuvieron de moda, como si les olieran a cerrado. [...] El pasaje, que fue para el parisino una especie de salón y de paseo en donde se hablaba y se fumaba, hora ya no es más que una especie de asilo del que uno se acuerda cuando llueve. Ciertos pasajes guardan un pequeño atractivo por la fama de algunos almacenes que se encuentran aún en su interior. Pero es el nombre propio del inquilino lo que prolonga la moda o, más bien, la agonía del lugar.

Obra de los pasajes

Jules Claretie. La vie à Paris 1895, París, 1896, p. 47 ss. Cit. en Obra de los pasajes, E 1, 5

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La reconstrucción de la ciudad... obligando al obrero a realojarse en distritos excéntricos, rompió la relación de vecindad que lo unía antes al burgués.

Obra de los pasajes

E. Levasseur. Histoires des classes ouvrières et de lindustrie en France, II, París, 1904, p. 775. Cit. en Obra de los pasajes, E 2, 1

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[La ciudad de] París es para sus habitantes un enorme mercado de consumo, [...] hay multitud de nómadas auténticos en el seno de su sociedad.

Obra de los pasajes

De un discurso de Haussmann (28-11-1864), según se ha recogido en Georges Laronze. Le baron Haussmann, París, 1932, pp. 172-173. Cit. en Obra de los pasajes, E 3 a, 1

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Nuevas arterias [...] comunicarían el corazón de París con las estaciones, con el objeto de descongestionarlas. Otras serían parte en el combate con la revolución y la miseria; serían así vías estratégicas perforando los focos de epidemia como los núcleos de la sublevación, [...] dando acceso al ejército; comunicando [...] el gobierno y los cuarteles [...] y los cuarteles con los arrabales.

Obra de los pasajes

Georges Laronze. Le baron Haussmann, París, 1932, pp. 137-138. Cit. en Obra de los pasajes, E 3 a, 3

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Cuando el dinero, la industria y la fortuna se desarrollaron [en las ciudades], se hicieron fachadas, y las casas tomaron ciertas formas que servirían para señalar diferencias de clase. Así, en Londres muy en especial, las distancias han sido despiadadamente señaladas... Un arrebatar de voladizos, de bow-windows, cornisas y columnas [...] porque la columna es la nobleza.

Obra de los pasajes

Fernand Léger. «Londres», Lu, V, 23 (209), 7 de junio de 1935, p. 18. Cit. en Obra de los pasajes, E 7, 3

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Al aplastar la insurrección parisina de junio tuvo por vez primera aplicación la artillería en la lucha callejera.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, E 9 a, 7

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Con el dominio de la burguesía, muebles y ciudades aún conservan el carácter propio de lo fortificado: «La ciudad amurallada fue hasta ahora el cerco que paralizaba el urbanismo».

Obra de los pasajes

Le Corbusier. Urbanisme, París, 1925, p. 249. Cit. en Obra de los pasajes, I 1 a, 8

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Llevó como un trofeo doloroso [...] lo que quizá podríamos llamar espesor de recuerdos, hasta tal punto que parece estar viviendo una paramnesia continuada [...]. El poeta lleva una viva duración que los olores despiertan [...] y con la cual se confunden [...]. Esta ciudad [...] es una duración, forma inveterada de la vida; es una memoria.

Obra de los pasajes

Albert Thibaudet. Interieurs, París, pp. 24-27. Cit en Obra de los pasajes, J 14, 2

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El campo me es odioso, –dice Baudelaire– [...] el sol me agobia, [...] hábleme de esos cielos parisinos que son siempre cambiantes [...] sin que sus alternancias de calor y humedad aprovechen a estúpidos cereales [...] Tal vez moleste a su convicción de paisajista, pero he de decirle que el agua corriente me es insoportable; la quiero prisionera, encadenada, entre los muros geométricos de un muelle.

Obra de los pasajes

Schaunard. Souvenirs, París, 1887. Cit. en Obra de los pasajes, J 31, 2

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«El placer de encontrarse sumergido entre las multitudes es expresión secreta y misteriosa del goce que la multiplicación del número produce [...]. El número está en todo [...]. La embriaguez es un número... Embriaguez religiosa de las grandes ciudades». ¡Depotenciación del ser humano!

Obra de los pasajes

Baudelaire. Œuvres, ed. Le Dantec, vol. II, pp. 626-27. Cit. en Obra de los pasajes, J 34 a, 3

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La masa le permite a la prostitución dispersarse en amplias zonas ciudadanas. Antes vivía, en cambio, o bien acuartelada en ciertas casas o bien en ciertas calles. Pero ahora la masa le permite en conjunto al objeto sexual reflejarse en cien brillos del deseo, y uno que produce al mismo tiempo. Hasta la misma capacidad de compra se convierte en reclamo sexual; un reclamo que aumenta donde la rica oferta de mujeres aún subraya su ser de mercancía.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, J 61 a, 1

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Para el flâneur su ciudad ya no es su patria, sino que representa su escenario.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, J 66 a, 6

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La ciudad es realización de un viejo sueño humano: el laberinto. Realidad que persigue al flâneur sin saberlo.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, M 6 a, 4

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La masa, en Baudelaire, aparece como velo ante el flâneur: es la droga más reciente de las que dispone el solitario. Borra, además, toda huella de lo individual: es el asilo más reciente de que puede disponer el marginado. Es también, finalmente, en el laberinto ciudadano, el más reciente e inescrutable laberinto. Y con ella se imprimen, en la imagen como tal de la ciudad, arquitectónicos caracteres que eran desconocidos hasta entonces.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, M 16, 3

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Hoy se están intentando dominar las nuevas experiencias ciudadanas recurriendo a incluirlas el marco de lo que son las viejas y heredadas experiencias de la naturaleza, aplicando para ello los esquemas de los mares y el bosque primitivo.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, M 16 a, 3

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La ciudad hizo que todas las palabras [...] o buena parte de ellas por lo menos, se vieran en sí mismas elevadas a la nobleza del nombre, revolución del lenguaje producida por lo común a todos, por la calle. La ciudad es un cosmos de lenguaje conformado en los nombres de sus calles.

Obra de los pasajes

Obra de los Pasajes, P 3, 5

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El concreto interés del panorama consiste en ver la auténtica ciudad, la ciudad en la casa. Lo que hay en la casa sin ventana, eso mismo será lo verdadero. En lo que hace al pasaje, también es una casa sin ventanas. Las que se abren a él son como palcos desde los que es posible mirar hacia dentro, pero no lo es en cambio mirar hacia afuera. –Lo verdadero carece de ventanas y, por ello, no tiene ningún sitio donde mirar afuera, al universo–.

Obra de los pasajes

Obra de los Pasajes, Q 2 a, 7

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