volantes y playeras

Aunque Elsa Rovayo -más conocida como La Shica– es de Ceuta, aterrizó a los 15 años en Madrid, más en concreto, en ese símbolo para la danza que es Amor de Dios. Por aquel entonces los volantes eran su instrumento de trabajo. Pero su camino estricto por tablaos y compañías de danza le condujo a un paraje donde, al parecer, comenzó a andar con más libertad. Allí se encontró con su voz: flamenco y copla, rock y música negra. La ceutí articula un lenguaje singular e incorpora su particular visión del baile para ofrecer espectáculos que destilan creatividad y pasión.

 

Coincidiendo con la celebración de la Semana de la Cooperación que organiza la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID), La Shica actuó en el Círculo de Bellas Artes y respondió amablemente al siguiente cuestionario:

Háblanos de la noche que cambió tu vida; de esa en la que le dijiste a tu guitarrista: “también voy a cantar”. ¿Cómo fue?

Absolutamente mágica… Fue el día en que comprendí para qué carajo había venido yo a este mundo.

¿Respiras más profundo sobre un escenario que sobre un tablao? ¿En cuáles de tus etapas artísticas –la de la danza o la actual- te has sentido más cómoda?

Un tablao es un escenario muy pequeño en algunos casos, pero no deja de ser escenario.

Y las dos etapas molan… Quizá soy más feliz ahora. La danza no ha terminado y además puedo cantar, y hacer las cosas a mi manera.   

¿Qué sensaciones rememoras si piensas en tus inicios en Amor de Dios?

Ayer justo hablé de esto con alguien. Recuerdo que la primera vez que pisé ese sitio se me puso la carne de gallina. Había mucho arte en ese lugar. ¡Qué miedo y qué ilusión tenía! Quince añitos, con mi moño de clásica española… ¡Me da ternura!

¿Cómo describirías la vida en un tablao? ¿Qué se escucha cuando las palmas y los tacones se callan?

Un tablao es un sitio maravilloso. Para mí ha sido como una especie de universidad donde no solo he aprendido de baile. Cuando se cierra el tablao, algunas veces sigue la música y las palmas. Esos momentos son lo máximo.

¿Es verdad que cuando decidiste aparcar la danza te rapaste el pelo para no tener tentaciones de volver?

Sí. No quería faltarle al respeto. Siempre bailé por amor.

¿Es para ti el purismo en la música sinónimo de pasividad o estancamiento?

No. Es simplemente una elección, un camino. El camino de conservar las cosas importantes. Alguien tiene que hacerlo, ¿no? Si todo el mundo hiciese como yo, ¡estaríamos apañaos!

¿De quién te consideras más fan: de Lola Flores, de Concha Piquer o de La Mala Rodríguez?

¡De las tres! ¡Muchísimo! ¡Las amo! ¡Son unas diosas!

En alguna entrevista, has aludido a la enorme cantidad de similitudes que, en tu opinión, existen entre el flamenco y el hip hop. ¿Podrías explicárnoslas?

Son músicas de la calle en las que lo más importante es el ritmo, o el compás en el caso del flamenco. Si no hay compás no hay na que hacer. Se recita o rapea en ambos géneros y las letras hablan de muchas cosas a la vez.

¿Con qué etiqueta te sientes más identificada: con la de “flamenca”, con la de “chica de barrio” o con ambas?

No me gustan las etiquetas… Pero flamenca de barrio está bien.

Si tuvieras que elegir una banda sonora para el momento de tu vida en el que te encuentras, ¿cuál sería?

Ahora mismo es Calle 13, El Porrina de Badajoz y Morente.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Nuevo show y nuevo disco, que se están cocinando despacito.