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BONIFACIO, LAS CICATRICES DE LA PINTURA

Carlos Prieto
Fotografía Eva Sala

Bonifacio Alfonso Gómez Fernández nació en San Sebastián el 19 de junio de 1934. Dos años después, al poco de estallar la Guerra Civil, su padre fue fusilado por defender la República. Su madre inicia entonces una peregrinación con sus dos hijos para escapar de la Guerra: Vizcaya, Cantabria, Asturias, Francia… En 1937, la familia vuelve a San Sebastián, donde continuarán pasando hambre unos años más. El bebé Bonifacio se ha convertido ya en un niño travieso al que no le gusta demasiado el colegio: mientras los profesores explican la lección, el pequeño Bonifacio pintarrajea sus cuadernos. Cumplidos los trece años, el adolescente Bonifacio inicia su interminable carrera laboral: botones, pinche de cocina, ebanista, lavandero, camarero, pescador y, por último, aunque no por ello menos importante, torero. Tras veinticinco novilladas, el torero Bonifacio sufre una cornada en Bilbao que lo incapacita para la lidia, pero no para empezar a tocar la batería en un grupo de jazz. Entre tanto, monta un «estudio» improvisado en la cocina de la casa familiar. Un buen día, Bonifacio pinta un Cristo de trazos cubistas ante la desconfiada mirada de su abuelo, que pasará del recelo («¿Esto es un Cristo? Anda, trabaja y déjate de leches») al estupor cuando su nieto gana el Primer Premio de Pintura de San Sebastián (1954) por la obra Cristo cubista («Tú siempre te buscas los oficios más raros»). ¿Que por qué al joven Bonifacio le dio por la pintura abstracta? «Ya estaba hasta el gorro de pintar arbolitos», afirma tajante en una clásica respuesta bonifaciana ante cualquier intento de teorización de su trabajo («yo que sé» o «pero, ¿este cuadro lo he pintado yo?» son otros de sus latiguillos neutralizadores favoritos). Como la cosa de la pintura parece que se empieza a poner seria, el pintor en ciernes Bonifacio se matricula en la Escuela de Artes y Oficios de San Sebastián, donde no se puede decir que haga mucho caso a los consejos de los profesores; no aguantará mucho… En esa época compagina trabajos de pintor de brocha gorda, rotulista o publicista con su dedicación a la pintura.

En 1968, tras realizar varias exposiciones individuales, conoce al pintor y mecenas Fernando Zóbel, que le compra algunos cuadros y lo anima a irse a vivir a Cuenca para dedicarse a la pintura a tiempo completo. En Cuenca, a Bonifacio le espera el mundo artístico e intelectual que componen los artistas allí afincados: Gustavo Torner, Gerardo Rueda, Eusebio Sempere, Antonio Saura o Manolo Millares. Un ambiente ideal para que el pintor Bonifacio se deje influenciar y comience a elaborar sofisticadas teorías sobre su trabajo… O no: «Con los otros pintores no hablaba de pintura. Hablábamos de mujeres». En Cuenca, el golferas Bonifacio se pegará alguna que otra farra gloriosa, una de sus aficiones favoritas durante los veintisiete años que durará su estancia allí. Tiempo suficiente para entrar a formar parte de la prestigiosa galería Juana Mordó («la mejor galerista que he conocido en mi vida»), realizar las vidrieras de la catedral de Cuenca, coleccionar y pintar insectos que acabarán convertidos en una famosa serie de grabados («todos somos un poco bichos») y profundizar en su amistad con Antonio Saura («me quedé muy jodido cuando murió»). También tuvo tiempo para convertirse, casi sin querer, en uno de los pintores más importantes de su generación. A finales de los años ochenta, el pintor consagrado Bonifacio se asienta en Madrid, donde empieza a recoger algunos frutos de su dedicación al arte. Expone en ARCO, vende bastante, recibe el Premio Nacional de Grabado (1993) y la Medalla de las Artes de la Comunidad de Madrid (2004). ¿Las claves de su pintura? Ahí va una: «Tengo miedo a los espacios vacíos. Cuando veo un espacio vacío tengo que pintar algo encima». Otra: «Cuando acierto es cuando borro todo. Disfruto la pintura borrando. Soy un pintor de arrepentimientos». Ahora bien, poco más se puede añadir que sea de primera mano, porque cada vez que coge carrerilla él mismo se encarga de zanjar la discusión con un: «Si supiera explicar mi pintura no pintaría». ¿Trata con esto de decirnos que el misterio es el motor de su trabajo? Sí, y lo dice sinceramente. ¿Se trata de una pequeña provocación como castigo a los que intentan buscar tres pies al gato? También. Al igual que es más fácil verlo leyendo el Marca que un libro de estética, Bonifacio disfruta más en el restaurante de Lavapiés donde se zampa a diario el menú de ocho euros junto a la fauna del barrio que en cualquier reunión artística o evento cultural. Como la gente normal, vamos.

EXPOSICIÓN
BONIFACIO. EN LOS CAMPOS DE BATALLA


23.01.07 > 28.01.07

COMISARIO JUAN MANUEL BONET • PILAR BORRÁS
ORGANIZA CBA
COLABORA COMUNIDAD DE MADRID