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Noticias desde el mundo árabe

Entrevista con Samir Aita

Carlos Prieto Fernández
Fotografía Minerva

Samir Aita (Damasco, 1955), economista e ingeniero sirio, conoce a fondo la intrincada realidad de los países árabes y la dificultad de difundir una visión sensata de lo que allí sucede, un problema que trata de sortear desde la edición árabe de Le Monde Diplomatique que dirige. También preside la consultora A Concept Mafhoum, revista de prensa y bases de datos sobre los medios de comunicación y la economía en el mundo árabe.

¿Cómo y cuándo surgió la idea de crear una edición árabe de Le Monde Diplomatique?

Las ediciones internacionales de Le Monde Diplomatique se remontan a mediados de los años setenta, tras la caída de las dictaduras en Portugal y Grecia, momento en el que salieron las primeras ediciones en diversos idiomas. En la actualidad, el «Diplo» difunde sus análisis y sus sueños de otro mundo en sesenta ediciones por todo el mundo. La primera edición árabe nació a finales de los ochenta en Túnez y consistía en una colección de extractos de la edición francesa que se publicaba cada semestre. En los noventa, el periodista Samir Kassir –asesinado en junio de 2005–, que escribía en Le Monde Diplomatique cuando estudiaba en Francia, cogió el relevo en el Líbano. Y durante muchos años, el Diplo se publicó como suplemento mensual del diario libanés An Vahar, con el diario Al Raii en Jordania, en los Emiratos Árabe Unidos con Akhbar Al Arab y en Marruecos con Al Sahifa, pero estas ediciones se toparon con numerosas dificultades técnicas y políticas. Coincidiendo con el final del siglo xx y durante cinco años, el Diplo se estuvo publicando en Internet, www.mafhoum.com, y fue todo un éxito. En 2005 se creó una nueva sociedad cuyo objetivo era establecer acuerdos con los grandes periódicos árabes para desarrollar ediciones impresas. La edición egipcia se lanzó en abril de 2005 con el diario Akhbar El Yom, la edición saudí en enero de 2006 con Al Riyadh, y apareció también una edición internacional en árabe impresa en París. Siguieron los demás países de la península Arábiga: Qatar en marzo de 2006, Kuwait y Bahrein en enero de este año, y los Emiratos Árabes Unidos el pasado marzo. Acabamos de firmar un acuerdo con el gran diario El Khabar, y la edición argelina aparecerá en septiembre, con lo que la difusión en árabe alcanzará más de un millón de ejemplares. Es algo bastante excepcional: nos hemos convertido en el primer mensual árabe en términos de difusión, aunque nuestros esfuerzos continúan en los demás países. Recientemente hemos lanzado un llamamiento para conseguir donaciones para una edición palestina del Diplo, que pronto aparecerá.

¿Qué acogida ha tenido en los países árabes?

El Diplo es un mensual comprometido que busca siempre la relación entre lo social, lo económico y lo político, distintos niveles que se encuentran en un mismo campo: el de las luchas del hombre y las sociedades por las libertades y el desarrollo, frente a las fuerzas dominantes, ya sean económicas o políticas. Siempre ha despertado cierta simpatía e interés en el mundo árabe, entre sus intelectuales y también entre la población en general, ya que en todo momento defendió las luchas por la independencia, desde Argelia hasta Palestina, y señaló y censuró las ambiciones hegemónicas de las potencias extranjeras y los abusos del liberalismo económico en tanto que única perspectiva ofrecida a los países árabes, como, por ejemplo, en los acuerdos de cooperación euromediterránea. Esto ha permitido que incluso en medios conservadores el Diplo haya sido bien acogido, a pesar de su intransigencia con las prácticas autoritarias de los regímenes árabes, y a pesar de su libertad en el tratamiento de temas religiosos.

¿En qué países árabes está más desarrollada en estos momentos la libertad de expresión o dónde existe una prensa más independiente? ¿Qué países están peor en este sentido?

La situación de la prensa escrita en los países árabes ha cambiado muchísimo en los últimos años debido a la aparición de cadenas de televisión por satélite e Internet, y a las distintas evoluciones políticas y sociales de cada país. Los grupos privados de medios de comunicación son cada vez más poderosos frente a la prensa estatal, que ha perdido credibilidad y difusión, a pesar de las ayudas de los gobiernos. La evolución no ha sido fácil, y por cada centímetro de libertad ganado, los periodistas árabes han pagado un precio muy alto: persecución, asesinatos, torturas… Las luchas no sólo se han dirigido contra los regímenes autoritarios y la censura, sino también contra los extremistas religiosos o contra las potencias ocupantes, como en el caso de Irak. Diría que los avances de la libertad de prensa son espectaculares en Bahrein, Argelia y Egipto. Entre los países donde la situación es más criticable mencionaría Túnez, Siria y Omán, sin que, por tanto, haya una vinculación directa entre la libertad de prensa en un país y su relación con Occidente. En este sentido, hay muchas opiniones inexactas circulando. De hecho, en algunos de estos últimos países existe cierta libertad de prensa para informar sobre economía u otros temas no relacionados directamente con el ejercicio del poder local, mientras que en otros países considerados más libres, hay importantes restricciones. El ejemplo más flagrante es el del Líbano, donde la ley de 1953 prohíbe la creación de una nueva publicación política, por lo que la única manera de sortear la prohibición es comprar una licencia antigua, que son extraordinariamente caras. Lo cual nos lleva a la cuestión de las problemáticas relaciones entre el dinero y la prensa, las mismas que se plantean en Europa o Estados Unidos.

Algunos comentaristas señalan que gracias al desarrollo de la televisión árabe por satélite, la opinión pública ha logrado cierto grado de emancipación y los dirigentes de Oriente Próximo han perdido parte de su control sobre los medios de comunicación. ¿Comparte esta visión de las cosas? ¿Ha sido Al Jazeera el motor de estos cambios?

Está claro que el desarrollo de las cadenas por satélite ha transformado en profundidad el paisaje, y que ya no es posible controlar la opinión pública a través del monopolio de los medios gubernamentales. Al Jazeera desempeñó en este sentido un papel pionero. Financiada por las autoridades de Qatar, Al Jazeera, gracias a sus avances en libertad de expresión, ha situado al país en el escenario internacional. El trabajo de los periodistas de la cadena ha sido duro en la mayoría de los países árabes (cierre de sus oficinas, censura, etc.), y tampoco las potencias occidentales se lo han puesto fácil. Recordemos el bombardeo estadounidense de sus oficinas o el encarcelamiento de sus periodistas en España y en Guantánamo.

Ahora bien, los efectos de la aparición de nuevas cadenas y medios son muy complejos y algunas de sus consecuencias en el ámbito social y político todavía están por llegar. Por ejemplo, las cadenas por satélite árabes han acentuado la integración de las opiniones públicas árabes, no solamente en el ámbito de la información, sino también en el de las series de televisión, la música, la oración, etc. Esa homogeneización cultural es cada vez más profunda, mientras el nacionalismo árabe pierde terreno. Los distintos actores se han dado cuenta enseguida de lo que está en juego, de la importancia de estos cambios. EE UU intervino rápidamente para subvencionar algunas cadenas por satélite árabes a través del programa US AID, en un sector muy necesitado de inversiones y con unos ingresos por publicidad aún muy bajos. También creó su propia cadena en lengua árabe, y después hicieron lo mismo los franceses, los alemanes, los rusos… El resto de cadenas reciben financiación de los gobiernos árabes o de grandes grupos privados de la zona. Es una gran batalla la que se está librando. Del otro lado de la pantalla, la opinión pública ha perdido parte de su sentido crítico ante una información transmitida y manejada por los grandes medios. Ese sentido crítico, que existe muy débilmente en EE UU y en Europa, es herencia de la época en la que todo estaba bajo el control de las autoridades locales. En estos momentos, lo que está aplazando los efectos de la uniformización en los veintidós estados árabes, es la multiplicidad de actores con distintos objetivos.

En Occidente se habla mucho sobre la supuesta visión proárabe o proislámica de Al Jazeera, pero se olvida mencionar los problemas que tiene la cadena para hacer su labor en algunos países árabes. ¿Ha mejorado la situación en los últimos años?

Al Jazeera tuvo éxito justamente porque hizo hincapié en el mundo árabe –especialmente en Palestina–, y en los abusos de las autoridades árabes, y porque cubrió las dos caras del conflicto: islamistas extremistas y neoconservadores americanos. Pero las opiniones públicas de los distintos países árabes, aunque les guste lo que Al Jazeera ha aportado al paisaje mediático, no se dejan engañar por sus complacencias con las autoridades de Qatar o con los movimientos y predicadores islámicos. También son conscientes de los efectos que tiene sobre la selección de noticias de Al Jazeera la competencia existente entre Qatar y Arabia Saudí. Por lo demás, le están saliendo competidores cada vez más serios, lo que es muy positivo.

Otro de los efectos de la aparición de cadenas como Al Jazeera parece haber sido el aumento del interés de EE UU e Israel por los medios de comunicación árabes y sus contenidos. ¿Es así? ¿Están fomentando o financiando en los últimos años estos países la aparición de medios árabes que defiendan puntos de vista prooccidentales? ¿Nos puede dar algún ejemplo?

Hace tiempo que hay una batalla en marcha que se libra a través de los medios de comunicación para influir en las opiniones públicas árabes; comenzó con la prensa escrita y pasó después a las radios. Las campañas propagandísticas de Voice of America y Radio Israel contra las radios árabes, como por ejemplo La voz de los árabes en la época de Nasser, han sido el pan de cada día. Con la aparición de las cadenas por satélite árabes, especialmente de Al Jazeera, las armas de la batalla cambiaron y EE UU comenzó a subvencionar diferentes cadenas árabes a través del programa US AID. Todo el mundo lo sabe: las subvenciones se anuncian en los sitios web de los medios, aunque no figuren las sumas y los detalles del acuerdo. Con la invasión de Irak, la credibilidad de EE UU se deterioró tanto que decidieron crear su propia cadena de información, Al Hurra, a pesar del fracaso de su radio, lanzada poco tiempo antes.

La actitud de las autoridades israelíes es distinta. Su radio tenía una gran audiencia, sobre todo durante acontecimientos importantes, como las guerras de 1967 y de 1973: la población árabe, escéptica frente a sus medios, buscaba un punto de vista diferente. En cambio, como reacción a la aparición de las cadenas por satélite árabes, los israelíes no han querido crear su propia cadena en árabe, lo cual es extraño. Se han limitado a buscar un hueco para expresarse en esas cadenas (es muy común ver a los portavoces del gobierno y del ejército israelíes, así como a analistas «independientes»). En mi opinión, Israel ha perdido la batalla de las ondas debido al cambio de mentalidad del país, que lo lleva a cerrarse sobre sí mismo.

Al margen de la televisión por satélite, ¿qué papel juegan los periódicos árabes en este clima de apertura? ¿Hasta qué punto tienen influencia sobre la opinión pública? Y, ¿qué me dice de Internet?

Los tres tipos de medios difieren en la inversión que necesitan, en sus contenidos y en su público. Cuando se trata de información local sobre un país o una región, los periódicos tienen tanta importancia como la televisión por satélite. En Arabia Saudí o en Argelia es la prensa escrita la que puede presumir de pluralidad. Las cadenas por satélite sólo sirven para los grandes acontecimientos. Incluso en los países con menor libertad de información, en la prensa escrita local puede hallarse una insospechada libertad de crítica hacia las políticas gubernamentales o la hegemonía estadounidense. Diría que esta evolución positiva de la prensa escrita ha venido propiciada en parte por la presión que ejerce Internet, un espacio de libertad cada vez mayor, de fácil acceso y difícil control. En Siria, por ejemplo, fueron los newsletter y las páginas web los que obligaron a las autoridades a aflojar el control sobre la prensa escrita y a intentar desarrollarla con el apoyo de empresas privadas asociadas con el gobierno local. La creciente pluralidad informativa debida a la proliferación de nuevos medios de comunicación, conjugada con el escepticismo histórico de las opiniones públicas árabes ante los medios, genera una situación muy interesante en el mundo árabe, y muy poco conocida en EE UU y Europa.

¿Qué opina de la cobertura que ofrecen sobre Oriente Medio los periódicos (The New York Times, The Washington Post, The Times, etc.) y las televisiones (BBC, CNN, etc.) occidentales de referencia?

La información varía según el medio del que se trate. La BBC tiene, desde hace mucho tiempo, equipos de periodistas especializados en el mundo árabe. La CNN se diferenció del resto de medios norteamericanos por su cobertura valiente y menos lastrada por la ideología de las guerras de EE UU en el mundo árabe. Desde un punto de vista general, todos los medios occidentales han incrementado la cantidad de información que difunden sobre esa región, debido en buena parte a la guerra en Irak, el 11-S y el Why they hate us? El problema, sin embargo, es la calidad de la información, más allá de las imágenes espectaculares o de horror. Pocos son los periodistas o los supuestos especialistas que van al fondo de las cosas, que pretenden alcanzar una comprensión real de las sociedades y de los mecanismos políticos y económicos de la zona. Muy pocos se alejan de las visiones reduccionistas y las manipulaciones ideológicas.

¿Tiene alguna opinión formada sobre el caso de Taysir Allouni, el periodista de Al Jazeera condenado en España por su supuesta pertenencia a Al Qaeda?

El caso Allouni plantea una pregunta de fondo sobre la labor del periodista. El trabajo de Allouni permitió conocer mejor a los talibanes de Afganistán y la red Al Qaeda. Pero, el hecho de que un periodista se «introduzca» en estos movimientos para informar, ¿significa también que es miembro o cómplice de sus acciones? Los gobiernos y los servicios de seguridad comprometidos en la «guerra global contra el terrorismo» tienen cierta tendencia a utilizar a los periodistas como cabezas de turco. Pero también los movimientos extremistas manipulan los medios de comunicación para influir sobre la opinión pública. La interpretación de la legislación en este tipo de asuntos es compleja. El caso Allouni y el de otro periodista de Al Jazeera, Sami Al Haj, encarcelado en Guantánamo sin juicio, parecen mostrar que se tiende a recortar la incidencia de la información en uno de los lados, al tiempo que permiten a algunos regímenes autoritarios justificar el encarcelamiento de periodistas «prooccidentales».

¿Cuál es su opinión en torno a conceptos periodísticos como objetividad o neutralidad?

Para ser objetivo o neutro, hay que empezar por entender, analizar. Y, desde luego, esa no es la tendencia de la prensa actual, que prefiere lo sensacional, el espectáculo. Por lo demás, para que haya algo así como objetividad, la prensa debería ser independiente, pero hace ya mucho tiempo que se ha convertido en el objeto de batallas entre multinacionales, grandes concentraciones empresariales, choques entre el sector político y el financiero. Sólo la multiplicidad de los medios y sus distintos soportes (papel, radio, televisión, Internet) permite asegurar la diversidad informativa. Y sólo el sentido crítico de la opinión pública ante las informaciones difundidas por los medios permite asegurar el desarrollo de la objetividad y la neutralidad. El problema es que ese sentido crítico se está perdiendo, sobre todo en las democracias occidentales.

A raíz del asesinato de Hariri, los medios occidentales mantuvieron en primera plana durante semanas el tema de Siria (la supuesta implicación de sus servicios secretos; la posible represalia estadounidense…). Después, el tema parece haberse diluido. ¿Qué ha sucedido desde entonces?

Siria lleva ya mucho tiempo, bastante antes del asesinato de Hariri, siendo un foco de interés para los medios de comunicación. Fue acusada por EE UU de colaborar con el antiguo régimen iraquí y, tras la invasión de Irak, de facilitar la entrada de combatientes en el país. El interés de los medios por Siria continuó un año más tarde con la renovación del mandato del presidente libanés, Emile Lahoud, con el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri y con los demás asesinatos políticos en el Líbano, y alcanzó su cenit a finales de 2005 con las acusaciones del informe del ex jefe de la comisión de investigación internacional Detlev Mehlis, y después con la guerra israelí en el Líbano en el verano de 2006. En cuanto a las acusaciones en torno al asesinato de Hariri, lo único que ha cambiado es que el nuevo jefe de la comisión investigadora internacional, Serge Bremetz, emplea otro método y otro tono. Los informes trimestrales no hacen acusaciones ni suposiciones, son sólo parte del procedimiento. Pero ahora que se ha aprobado la formación de un Tribunal Internacional para el caso, habrá que esperar al acta de acusación para ver cuáles son los verdaderos resultados de la investigación. Más allá de este asunto concreto, las presiones sobre Siria y sobre toda la región van a continuar; la invasión americana de Irak ha supuesto una desestabilización importante de la región y muchas de sus consecuencias aún están por llegar.

En su conferencia sobre Siria lanzaba la hipótesis de un debilitamiento de la posición regional de Israel, que habría quedado patente en la guerra del verano de 2006 en el Líbano. A la luz de esta hipótesis, ¿cómo interpreta la reciente escalada de violencia en el conflicto con Palestina?

Por lo que concierne a Israel, nos encontramos en un escenario muy distinto al del siglo xx. Israel no condujo la guerra del verano de 2006 por cuenta propia, sino que lo hizo para la Administración Bush, y está claro que no lo hizo con mucha convicción. El coste fue muy importante: por primera vez en la historia, un tercio de la población israelí se vio obligado a desplazarse para refugiarse en zonas más seguras. El muro que ha erigido Israel como «solución» al problema palestino no es tal. Se pasan todo el tiempo gestionando sus «cárceles», cuando el alcaide vive tan prisionero como los reclusos. ¿Qué puede hacer Israel en el plano regional? Una nueva invasión del Líbano sería ahora muy difícil. ¿Invadir Siria?, ¿para qué?, ¿ocupar Damasco con sus cinco millones de habitantes? ¿Atacar Irán para impedir que consiga la bomba atómica? El riesgo es demasiado grande. Desde que EE UU está directamente comprometido en la región con la presencia de centenares de miles de soldados y bases militares en toda la zona, Israel ha dejado de ser su punta de lanza y ha pasado a ser un actor como cualquier otro en ese rompecabezas regional.