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EL FUTURO DEL RASCACIELOS

Asaltar los cielos

Ábalos • Sentkiewicz • Zaera

El pasado otoño, los arquitectos Iñaki Ábalos (del estudio Ábalos & Herreros) y Alejandro Zaera (de Foreign Office Architects), dos de los españoles mejor situados en el panorama arquitectónico actual, y la arquitecta de origen polaco Renata Sentkiewicz (Sentkiewicz arquitectos), joven promesa aunque con un interesante trabajo ya a sus espaldas, mantuvieron un animado debate en torno a la edificación en altura, el compromiso del arquitecto y los límites de su trabajo en la actualidad.

RASCACIELOS: EL RETORNO

ALEJANDRO ZAERA

Hace años, cuando trabajé en vuestro estudio [Ábalos & Herreros], estabais desarrollando una investigación sobre la edificación en altura en una época en la que a nadie parecían interesarle los rascacielos. De hecho, después de aquello, no tuve ocasión de volver sobre la edificación en altura hasta 2001, cuando la galería Max Protech invitó a nuestro estudio, Foreign Office Architects (FOA), a hacer una proposición más artística que arquitectónica para la posible reconstrucción de la Zona Cero. A partir de aquel momento comenzamos a recibir nuevas propuestas relacionadas con la edificación en altura, y no creo que sea casual. Probablemente concurren diversas razones, pero 2001 marca el fin del paréntesis de unos treinta años –que coincide casi exactamente con la vida de las Torres Gemelas– en el que los rascacielos no parecían interesar a nadie porque se suponía que eran caros, antiecológicos, y difíciles de vender –las Torres Gemelas y la Torre Sears tardaron veinte años en alquilar todo su espacio de oficinas–. El ataque del 11-S, lejos de condenar para siempre la edificación en altura, ha tenido el efecto secundario de convencer a todo el mundo de que los rascacielos son importantes, puesto que son el objetivo de los terroristas. De repente, los rascacielos están viviendo una nueva etapa dorada y cautivan por igual a promotores, políticos y ciudadanos. Pero no se trata sólo de glamour o de interés político: se está generalizando la idea de que la edificación en altura es, o puede ser, más sostenible como estrategia de crecimiento urbano. De hecho, las ciudades densas como Tokio, Seul, Hong Kong o Singapur son más sostenibles que las ciudades dispersas que siguen el modelo del suburbio norteamericano, que dependen del vehículo privado y consumen más energía.

IÑAKI ÁBALOS

No estoy de acuerdo con la hipótesis del 11-S como desencadenante; más bien pienso que es un hecho demográfico y cultural, además de económico –no olvidemos la fase de auge de la economía global en los últimos años–. También la academia ha ido generando ciertas expectativas y fomentando esa nueva actitud frente a la edificación en altura. Nosotros, que además de arquitectos so-mos profesores, nos hemos visto arrastrados hacia el rascacielos, y eso es lo que transmitimos en nuestras aulas. Pero tampoco se puede desdeñar lo que expresaba de forma muy gráfica José Miguel Iribas quien, partiendo de la metáfora de la ciudad como or-ganismo vivo, decía que las ciudades, como otros organismos, pueden tener erecciones: es algo que sucede cuando una ciudad y sus administradores se sienten fuertes, con energía. De hecho, la construcción de rascacielos casi siempre coincide con los momentos álgidos en la economía de una población: El Ejido, por ejemplo, no sólo organiza un concierto de los Rolling Stones, sino que además quiere tener el rascacielos más alto de España. En cierto modo, es un comportamiento lógico también a escala global.

RENATA SENTKIEWICZ

Un factor muy importante en el renovado interés por los rascacielos es tan simple como el crecimiento imparable de la población en las metrópolis y la escasez de suelo disponible. El proyecto de Porte de la Chapelle, en París, que hemos hecho juntos el estudio de Iñaki y el mío, es un encargo del Ayuntamiento que se encontraba con la necesidad urgente de construir un gran número de viviendas y la falta de espacio para ello. La respuesta inmediata en estos casos es aumentar la densidad, lo que nos lleva indefectiblemente a las construcciones en altura. En este caso, la dificultad provenía del rechazo que despiertan las torres entre los parisinos, que las asocian con las construcciones de baja calidad de los años sesenta y setenta de la periferia, sin apenas continuidad con el tejido urbano. El ayuntamiento acudió a los arquitectos para ver si con sus proyectos lograban mostrar la cara atractiva de los rascacielos y despertar en la gente la fantasía de vivir en las alturas. También en Tromso, Noruega, mi estudio se topó con el mismo rechazo a las torres cuando presentamos un proyecto para el concurso Europan 7. El proyecto era un paisaje compuesto de veintiún «torres» de siete plantas –en París un rascacielos es una torre de sesenta plantas, mientras que en un suburbio de viviendas unifamiliares, un edificio de siete plantas ya es una construcción en altura–, y aunque ganamos el primer premio, lo primero que se nos pidió fue que redujéramos la altura del conjunto, por temor a la reacción de la gente…

ALEJANDRO ZAERA

En realidad, nuestra inmersión en el problema de la edificación en altura no es decisión nuestra, sino un efecto del mercado. Yo soy muy kuhniano y creo que las revoluciones del conocimiento se originan fundamentalmente desde el exterior de las disciplinas. Es la demanda externa la que nos lleva a experimentar con determinados medios. Lejos de considerar negativa esta situación, me interesa mucho hablar del mercado como el medio específico de nuestra experimentación. Quizá soy más sensible a esta situación por vivir en Londres; en España aún pervive la idea mítica del arquitecto como una especie de «maestro» capaz de crear el mundo, mientras que para los anglosajones el arquitecto es un profesional que opera dentro de un entorno tecnológico, económico y cultural que preexiste a su actuación. Lo curioso es que el fenómeno de la privatización está empezando a producir una serie de mercados híbridos que no son puramente comerciales: en estos momentos tenemos clientes privados que empiezan a asumir papeles que antaño desempeñaban instituciones públicas. El entorno cultural y de planeamiento urbano en Europa empieza a generar sistemas de control público –como las comisiones de calidad– que, de repente, piden calidad arquitectónica y urbanística a los promotores. Creo que este sistema es mucho más eficaz para una buena gestión urbana que la antigua separación del dominio público y el privado. La iniciativa privada se ha dado cuenta de que la arquitectura de calidad es un valor añadido que les permite obtener beneficios, mientras el mercado, por su parte, pone ciertos límites a los proyectos públicos, que a veces eran demasiado idealistas.

IÑAKI ÁBALOS

En ese sentido, el caso de Nueva York es paradigmático: hace años Manhattan estaba paralizado, mientras que ahora la inflación de arquitectura es impresionante, por todas partes puede apreciarse la importancia que ha cobrado ese valor añadido, o supuesto valor añadido, porque también está el problema de tener o no tener la capacidad de añadir valor dentro de las leyes del mercado.

Y TÚ, ¿PARA QUIÉN TRABAJAS? MERCADO Y PODERES PÚBLICOS

ALEJANDRO ZAERA

En el caso de los edificios en altura, lo interesante es que tienen simultáneamente la mayor presión del mercado y el nivel más alto de exposición pública. Si reduces un tanto la superficie del núcleo de ascensores en un rascacielos de oficinas, teniendo en cuenta el precio de alquiler del metro cuadrado, estás contribuyendo a un beneficio anual millonario. Al mismo tiempo, los políticos se toman un gran interés por los edificios en altura: Ken Livingstone en Londres, Sarkozy en París… Lo que a mí más me interesa de esta tipología es precisamente la tensión entre las restricciones técnicas y las ambiciones icónicas. En FOA funcionamos con una suerte de ethos que nos lleva a negar la figura del autor como lugar del que emanan los proyectos. Es una moral victoriana, basada en lo que llamamos la «teoría de la excusa»: te pueden gustar ciertas cosas, te puede apetecer torcer esto o lo otro, pero a no ser que tengas una excusa, no lo puedes hacer. La excusa introduce una distancia crítica frente a tus deseos de autor. Me parece importante salir de esa tautología de «soy el autor, me interesa hacerlo así y, por tanto, lo hago». Y el rascacielos es la tipología en la que –además del exceso de la erección de Iribas– más bondage se aplica, ya que está gobernada por una serie de parámetros férreos y las posibilidades de movimiento son mínimas.

IÑAKI ÁBALOS

Y, ¿no es tan perverso el sistema que si enuncias una posición como esa pierdes valor? Yo diría que sí, que lo que uno opina también cuenta. Frente a una posición como la de Alejandro, siempre ganará la de la libertad creativa, la del gesto del artista que puede representar, por ejemplo, Zaha Hadid.

ALEJANDRO ZAERA

Puede ser, pero, aunque se venda bien, esa forma de artisticidad no tiene mucho interés; Pollock se sigue vendiendo a buen precio, pero a mí me interesan más Matthew Barney o Damien Hirst, que trabajan con el mercado como materia prima, en lugar de limitarse a aposentarse en él. Efectivamente, hay algo de perverso en trabajar para el mercado. A mí me educaron para trabajar para el bien público, para un gobierno democrático, pero dado que he de trabajar para el mercado, creo obligado no sólo asumirlo sino también pensarlo, problematizarlo.

RENATA SENTKIEWICZ

Trabajar para el mercado es una decisión que, por fuerza, tiene mucho de pragmática. Ahora bien, también está la cuestión de si el mercado te puede a ti o tú puedes al mercado. Al menos al principio, siempre piensas que vas a ser tú quien pueda al mercado…

ALEJANDRO ZAERA

En cualquier caso, es algo que hay que teorizar. Braudel dice que hay mercados y burocracias, además de todas las figuras intermedias. Las recetas para trabajar para el bien público están muy claras. Pero, ¿y si estás trabajando para el mercado o para una estructura intermedia que combina también el beneficio privado? Creo que los arquitectos no hemos pensado suficiente sobre este tema.

IÑAKI ÁBALOS

No es una cuestión sencilla, en parte porque es común ver cómo los poderes públicos se apropian de ciertas estrategias del mercado para desempeñar su papel. Es lo que sucede cuando una administración pública pone en marcha una operación de regeneración de una zona degradada a través de la construcción de alguna infraestructura singular, con la intención de atraer inversiones y agentes comerciales. De todos modos, no veo la necesidad de separar lo público y el mercado, ni la de asignar valores diferentes al trabajo que hacemos en cada uno de estos dos territorios. La arquitectura debe darse en ambos y el arquitecto debe saber leer el territorio en el que se mueve sin dejarse abducir por las lógicas que se le imponen.

RENATA SENTKIEWICZ

Un buen ejemplo de cómo los poderes públicos se sirven de las estrategias del mercado o aprenden de ellas es el proyecto de rascacielos que presentó FOA a concurso en Sevilla y del que Alejandro nos ha hablado en su charla. Se trataba de un encargo fuertemente influenciado por los poderes públicos –partía de las cajas de ahorro sevillanas– y es evidente que la idea surgió como una forma de reacción a lo que está sucediendo en Asia guiado por el mercado y la iniciativa privada: los numerosísimos rascacielos que se están construyendo en estos momentos en Asia son fruto, en su mayoría, de un proceso puramente especulativo, pero generan una imagen icónica tan reconocible que llevan a una ciudad española a querer tener un rascacielos. Estos efectos de reacción no se pueden controlar ni apenas comprender: es una cuestión de pura imagen… Ahora bien, el carácter icónico del rascacielos también puede utilizarse de un modo positivo, como en el proyecto de Porte de la Chapelle, donde la torre se convierte en un activador del lugar, y su singularidad y su fuerza contribuyen a regenerar un territorio degradado.

MARGEN DE MANIOBRA

RENATA SENTKIEWICZ

La arquitectura tiene cierto poder, aunque sea fundamentalmente icónico; un valor añadido como decíais. Y esa imagen de poder que la arquitectura posee y genera, y que es especialmente marcada en el caso de los rascacielos, influye en las administraciones públicas que tienen capacidad de decisión. En un primer momento se buscan proyectos más o menos espectaculares o icónicos, según el modelo del Guggenheim de Bilbao, pero al final llegará un punto –o quizá ya esté llegando–, en que los clientes querrán rascacielos, que es la tipología que mejor condensa ese aspecto icónico de poder.

IÑAKI ÁBALOS

Es cierto que existe ese poder asociado a la arquitectura, pero también hay un discurso mítico peliculero que presenta al arquitecto como máximo controlador, y que no se corresponde con la realidad; este mito es el responsable de que al arquitecto se le pretendan exigir responsabilidades sociales o morales, cuando lo cierto es que se mueve en unos límites estrechísimos, en los que treinta centímetros cuadrados más o menos de ascensor suponen una gran diferencia. Tanto hoy como en el pasado el arquitecto sólo sale adelante si es un buen estratega y un buen táctico. En mi caso, cada obra acabada y cada concurso ganado son producto de muchas más horas dedicadas a entender lo posible y sus límites que a diseñar.

RENATA SENTKIEWICZ

No podemos olvidar que es el propio arquitecto quien sigue la corriente a ese discurso mítico del que habla Iñaki y contribuye a difundir esa visión del arquitecto poderoso, que tiene que esforzarse por ocultar los límites en los que se desenvuelve su trabajo y por mantener el discurso de la dignidad de la profesión…

ALEJANDRO ZAERA

La imagen de poder del arquitecto no se corresponde con la realidad: a veces nos encontramos con encargos concebidos con un total desprecio por los requerimientos de sostenibilidad, y por más que intentemos convencer al promotor de que sería fácil y no muy caro hacerlo más respetuoso con el medioambiente, a menudo no conseguimos nada. De modo que ante un encargo así, no puedes por menos de plantearte si es ético o no lo que estás haciendo, y en mi opinión es necesario que sigamos planteándonoslo, aunque descubramos que somos completamente impotentes y que la única opción que se nos presenta es no aceptar el encargo, en cuyo caso vendrá otro con menos escrúpulos que lo aceptará y ni siquiera intentará convencer al cliente de que las cosas se pueden hacer de otro modo… Al margen del poder en la toma de decisiones, no podemos olvidar la responsabilidad que tenemos cuando construimos algo que puede tener efectos negativos sociales o ecológicos. Por lo demás, sin duda existe esa dicotomía, esa especie de esquizofrenia que a mí me resulta extremadamente interesante, y que consiste en que a los arquitectos se nos pide que hagamos cosas cada vez mas extravagantes al tiempo que nos encontramos sometidos a un control nunca visto en la historia de la arquitectura.

IÑAKI ÁBALOS

Pero hay maneras de encontrar libertad para trabajar; aun siendo cierto lo de los límites y el control, cada uno de nosotros, por ejemplo, hemos encontrado un nicho en el que nos movemos con cierta autonomía. La necesidad de diferenciación que imponen tanto la competencia mercantil como la pugna entre políticos y administraciones públicas por lograr que su ciudad tenga un perfil reconocible o proyecte determinada imagen, posibilita un margen de maniobra. Alejandro habla del grado de control nunca visto al que está sometido el arquitecto, pero también se puede decir que nunca ha habido tanta libertad para la profesión: jamás ha habido presupuestos tan elevados para un museo como el del Guggenheim, y nunca ha habido tanta disponibilidad y tanta facilidad para experimentar con nuevas formas y nueva geometrías. Y estoy hablando de una libertad que no se limita a lo cosmético. Además, el arquitecto también tiene poder en términos de influencia y puede cambiar con sus ideas la forma de una ciudad: así ha sucedido muchas veces en el pasado y sigue sucediendo hoy. Hay un Londres de Richard Rogers, nos guste o no, y un Curitiba de Jaime Lerner…

ALEJANDRO ZAERA

Cierto, una de las cosas que podemos hacer es ejercer influencia, pero cada vez se nos escucha menos en comparación con otras profesiones. Los quantity surveyors, developers, project managers, etc. forman grupos de presión que tienen muchísima influencia política y cada día tienen mayor responsabilidad en la dirección de los proyectos y en la toma de decisiones importantes relativas a aprovechamientos de parcelas, ratios de fachadas y demás. En definitiva, no estoy de acuerdo en que los arquitectos tengan hoy más libertad que nunca. Es posible que mi visión esté sesgada por trabajar desde Inglaterra, porque en cierto sentido España sigue siendo un paraíso para el arquitecto, pero, desde luego, donde hay en estos momentos mercados importantes –Oriente Medio, Rusia, Asia– quienes mandan y tienen capacidad de decisión no son los arquitectos.

RENATA SENTKIEWICZ

Los arquitectos siempre hemos tenido que dialogar con muchos interlocutores de diferentes profesiones y no creo que sea algo malo; al revés, lo veo necesario y enriquecedor, y también pienso que hay muchos temas sobre los que no tenemos ni idea… y ni falta que nos hace. La cuestión es encontrar un lenguaje común para todos, crear un espacio donde este diálogo entre profesiones pueda ser positivo y productivo.

IÑAKI ÁBALOS

El aprovechamiento del metro cuadrado es fundamental y lo ha sido siempre, pero luego está la arquitectura: y ahí es donde, insisto, los arquitectos nunca han tenido tanto poder y tanta libertad como hoy. De hecho, lo que al arquitecto se le pide es que sea libre, en Europa, en Estados Unidos o en Asia.

ALEJANDRO ZAERA

Esa no es mi experiencia. Hay un grupo pequeño de arquitectos-estrella a los que se les pide que hagan arquitectura «diferente»; los demás estamos controlados por una serie de expertos que hablan de ratios, de precio por metro cuadrado, y que saben exactamente el producto que quieren.

IÑAKI ÁBALOS

No, no saben exactamente lo que quieren; si lo supieran, habríamos desaparecido. Saben casi todo lo que tienen que saber de ese metro cuadrado, pero no saben cómo hacerlo diferente ni cómo meterlo en el mercado con más atractivo y singularidad.

ALEJANDRO ZAERA

Pero los que quieren hacerlo diferente constituyen una parte ínfima del mercado.

IÑAKI ÁBALOS

Exactamente igual que siempre. La ciudad del siglo xix era así: todo era metro cuadrado y precios, excepto la iglesia y el ayuntamiento. Y así sigue siendo hoy.

ALEJANDRO ZAERA

Pero yo no me conformo con hacer la iglesia. Ser un arquitecto de firma que se dedica a hacer los edificios monumentales no es algo que me parezca demasiado interesante hoy en día: así no se puede hacer la ciudad.

IÑAKI ÁBALOS

En mi opinión, tu postura, Alejandro, está lastrada por un puritanismo que considera que la autoría, el gesto creador, la expresión individual es un resto egoísta del arquitecto tradicional. Ese es el pensamiento que hay detrás de ese ethos del que hablabas que exige tener una «excusa» para cada decisión. Mi postura queda reflejada en el proyecto para el Orange County Museum of Art, en el que tuve que lidiar con un solar cedido para un museo enorme por un donante que, sin embargo, no renunciaba a sus derechos de construir una gran torre de apartamentos –que, por cierto, se revalorizaban con la cercanía del museo–. En vez de dejar el museo ahí abajo, aplastado como por un pisapapeles, propuse que el museo se hiciese también vertical, apropiándose de la imagen de los apartamentos y haciendo del error virtud: no se trata del capital ni de la iglesia, no hay división porque se impone otra lógica, que es la de nuestro oficio.

ALEJANDRO ZAERA

Sí, ya he reconocido que tengo una visión un tanto victoriana de la tarea del arquitecto, pero, al margen de mi postura ética, lo cierto es que necesitamos desarrollar una estética o un estilo y producir edificios icónicos y diferentes, al tiempo que los mecanismos de rendir cuentas son cada vez más sofisticados y nos exigen que a lo largo del desarrollo del proyecto seamos capaces de informar al cliente de qué, por qué, y cómo lo estamos haciendo. Las profesiones que dirigen, cada vez más, los proyectos han ido surgiendo al hilo de la incompetencia de los arquitectos para dar respuesta a por qué hacen las cosas que hacen. En este momento los arquitectos estamos constantemente conectados con lo que está sucediendo. No te inventas el proyecto, ni eres un visionario: estás dentro de un mercado. Creo que es muy distinto de como trabajaban los arquitectos en los años cuarenta, cuando aún no habían perdido su conocimiento especializado a manos de estas nuevas profesiones.

LA TAREA DEL ARQUITECTO

IÑAKI ÁBALOS

Desde mi punto de vista, lo que hacemos nosotros, los arquitectos a los que nos gustan las cosas bien hechas, no es sino un enorme esfuerzo por introducir belleza en la ciudad, en el entorno de la gente. Y aunque pueda parecer frívolo, creo que es lo único que da sentido a la arquitectura. No merece la pena perder tiempo en intentar justificar las decisiones estéticas: me parece un empeño puritano. Además, ¿por qué algo así se le exige sólo al arquitecto y no a un director de cine o a un músico? Se ha generalizado la necesidad de analizarlas las cosas a partir de la relación causa-efecto, un modelo pernicioso en arquitectura que sólo ha servido para ensalzar la mediocridad y los discursos seudocientíficos. Y la proliferación de discursos rigoristas ha desgajado el mundo académico de la realidad: al prestigiar el aspecto analítico se ha elevado el nivel teórico de las universidades, pero ha aumentado la distancia del arquitecto respecto de la realidad técnica. Por fin se está consiguiendo impugnar este modelo, debido en parte a la vuelta al pragmatismo, que triunfa hoy en Estados Unidos, y que ha permitido volver a hablar del hacerse de las cosas como sustrato del pensamiento, sin que por ello le acusen a uno de carecer de un discurso bien articulado.

RENATA SENTKIEWICZ

La postura de Iñaki, que tilda de puritanismo el discurso que se niega a reconocer que la tarea del arquitecto es la búsqueda y la construcción de la belleza, puede parecer exagerada, porque hoy conocemos bien un extremo de esa búsqueda de belleza, que es el que puede representar Zaha Hadid: una estrella con perfil de artista que se puede permitir cualquier cosa. El otro extremo es el que sigue vigente en la academia y lastra a quienes empiezan en el mundo de la arquitectura, que son incapaces de soltarse porque necesitan recurrir a un discurso extremadamente complejo en el que invaria- blemente se pierden, cuando lo que quieren es, simplemente, intentar hace algo hermoso. Los arquitectos recurren a la antropología, a la economía y a mil lecturas mal asimiladas porque creen que, de no hacerlo así, están cayendo en la frivolidad.

ALEJANDRO ZAERA

Puede ser, pero yo disiento de lo que ha dicho Iñaki en un punto fundamental: no se puede comparar la tarea del arquitecto con la de otros creadores, sean cineastas, músicos o escritores, porque las películas, los discos y las novelas, los ves, oyes o lees porque quieres, mientras que la arquitectura y la ciudad forman parte del hardware de una cultura, que se impone a la gente. En cuanto al discurso de la búsqueda de la belleza, creo que es precisamente el que ha conducido a la situación actual en la que mandan los quantity surveyors y compañía: me atrevería a decir que, hoy día, el 60% de los honorarios y el poder que correspondía a los arquitectos hace treinta años ha pasado a manos de otras profesiones. Y ha sido así porque, mientras nosotros nos dedicábamos al hedonismo, el arte, la poesía y la belleza, otros profesionales han aprovechado para tomar las riendas.

IÑAKI ÁBALOS

Pero, ¿a dónde conduce esa postura? ¿No crees que estás siendo abducido? Eres tú el que les estás dando importancia. Yo creo que el arquitecto tiene un papel parecido al del director de cine: maneja enormes presupuestos, tiene que coordinar a un gran equipo de profesiones, y no tiene poder ni control sobre todos los aspectos del proceso. Ahora bien, al director de cine le reconocemos encantados su libertad y su gesto creador, y todos convenimos en lo genial que es Pasolini, mientras que parece que a un arquitecto no estamos dispuestos a reconocerle esa misma libertad creadora –cosa que sí hace el resto de la sociedad que, además, lo agradece, como en Bilbao–. Insisto en que lo más importante que hace un arquitecto es introducir la belleza en el entorno, y es eso lo que hace diferente una ciudad como Madrid de una ciudad de reciente construcción, como puede ser Omaha.

RENATA SENTKIEWICZ

Parte de este desencuentro proviene de la manera en que entendemos los conceptos: cuando Iñaki habla de introducir belleza, tal como yo lo entiendo, habla de ser pragmático, de introducir orden, de hacer las cosas bien, y no de decorar o de realizar operaciones cosméticas. En este sentido, yo sí estaría de acuerdo con él.

IÑAKI ÁBALOS

Sí, quizá no se me esté entendiendo bien: introducir belleza no es lo único que hace el arquitecto, pero sí es su tarea más importante. Y que sea lo más importante tampoco significa que si se prescinde de todo lo demás la tarea siga teniendo sentido, aparte de que, como ha señalado Renata, el término belleza incluye funcionalidad, precisión, eficacia, elegancia… Yo creo que ahí sí estamos de acuerdo. Además, cuando hablo de introducir belleza no hablo de algo que pueda hacer un hipotético artista aislado: la arquitectura es un proceso social, económico, cultural, del que nosotros constituimos una pieza, y lo que como pieza aportamos es belleza, y no la optimización de las superficies de servidumbre.

EL FUTURO DEL RASCACIELOS: EL RASCACIELOS ES EL FUTURO

IÑAKI ÁBALOS

El único problema –y es un problema fundamental– para insertar rascacielos en la ciudad consolidada, es el de la sombra. No se me ocurre otra dificultad. Ningún político va a dar licencia a un edificio que arroje sombra sobre las casas de los vecinos.

RENATA SENTKIEWICZ

Pero hay que tener en cuenta lo que comentaba Alejandro sobre Londres en su conferencia: tras años sin tocar la ciudad histórica, en la que casi cualquier intervención estaba prohibida, el éxito de los desarrollos de oficinas fuera de la ciudad –Canary Wharf, en este caso– ha terminado revirtiendo en la planificación del centro, donde ahora están demoliendo y construyendo a buen ritmo edificios que triplican o cuadruplican la edificabilidad de los que existían antes. Por supuesto, esta actividad de reforma en profundidad de los centros urbanos entraña ciertos peligros, pero tampoco se puede desdeñar el riesgo de dejar que los centros históricos de las grandes ciudades se conviertan en espacios intocable, como Venecia; no se puede permitir que acaben muriendo de inacción porque la actividad se ve obligada a desplazarse a las afueras en busca de espacios adecuados. Y para este problema en concreto, me parece que la solución tal vez vendría de incorporar nuevos desarrollos con edificios en altura en el tejido urbano. En cualquier caso, lo queramos o no, en las grandes ciudades el rascacielos irá invadiendo el espacio cada vez más debido al problema de la falta de suelo. Y creo que los arquitectos debemos buscar la mejor solución para las dificultades que esta proliferación pueda presentar. Debemos pensar cómo los rascacielos pueden formar parte de nuestras ciudades y contribuir también a eliminar los temores o recelos que a menudo despiertan.

IÑAKI ÁBALOS

Yo también pienso que todas las ciudades de una cierta dimensión están condenadas a tener una alta densidad y a crecer, pues, hacia arriba. Por lo demás, tal como a mí me gusta plantearlo, la verticalidad, a pesar de haber surgido vinculada a las oficinas en Chicago, no tiene por qué asociarse únicamente a viviendas u oficinas. Creo que si hay una condición contemporánea de la arquitectura es justamente la verticalización de las tipologías tradicionales: se pueden hacer bibliotecas verticales, colegios verticales, museos verticales, laboratorios verticales… y ése es en gran medida el ethos de mi trabajo, explorar las potencias de la verticalidad que no exploró la modernidad y que en el contexto de una metrópoli hiperdensa global tienen una gran importancia, ya que suponen redefinir la noción de espacio público y de monumento. Recuerdo un libro de Thomas Van Leuven que hablaba de «rascacielismo», y diría que por ahí van los tiros.

ALEJANDRO ZAERA

Uno de los problemas con los que se encuentran los edificios en altura en Europa es que se los considera una construcción singular: no se los ha aceptado como una tipología normal, sino que siguen siendo, digamos, catedrales, propiedad de grandes empresas con voluntad de exhibir cierta imagen. En Estados Unidos, en cambio, el downtown ha crecido a base de rascacielos y su presencia se considera natural. En Asia, la edificación en altura suele tener un carácter fundamentalmente pragmático, aunque hay excepciones. Lejos de consideraciones simbólicas o paisajísticas, los rascacielos surgen donde tienen que surgir, donde las condiciones locales así lo favorecen: junto a una estación de tren o un nodo de infraestructura de transporte, por ejemplo. Por lo demás, aplican a rajatabla la teoría urbanística de Hilberseimer: si el edificio va a proyectar sombra sobre la ciudad, no se hace. Así que acaban construyéndose en las orillas de los ríos o en los bordes de las autopistas. En definitiva, mientras en Estados Unidos los rascacielos son «centrales» y «naturales», y en Asia son simplemente una herramienta económica, simbólicamente neutra, en Europa lo normal es que se programe su localización en determinadas encrucijadas y con una cierta voluntad pintoresca.

RENATA SENTKIEWICZ

El rascacielos en los últimos tiempos se ha liberado de casi todas sus obligaciones y cargas, y tiene la vía libre para reinventarse. No sé hasta qué punto se hará realidad esta posibilidad, porque técnicamente no deja de ser un edificio bastante complejo, pero, desde luego, son muchas las posibilidades abiertas que una estructura tan poderosa puede emplear para representar, manifestar o comunicar. Creo que la presencia icónica del rascacielos irá aumentando y que, a diferencia de los rascacielos modernos, que aparecían completamente mudos e insensibles al programa, hoy los rascacielos quieren hablar, comunicar un mensaje. Por lo demás, el rascacielos como icono no es una cuestión puramente semiótica, también tiene o puede tener un papel social importante, en la medida en que puede contribuir a revitalizar o regenerar un lugar degradado, como el caso que ya he mencionado de la torre de Porte de la Chapelle, en París, que se implanta en un típico suburbio degradado de gran metrópoli, con abundante industria, atravesado por un anillo de autopistas a diferentes niveles, vías de tren, etc. La construcción de un rascacielos en este lugar permitirá transformar un territorio de gran complejidad –en el que se cruzan trazados históricos e infraestructuras modernas de gran escala– en un paisaje urbano contemporáneo y atractivo. A partir de cierta altura, los problemas de ruido y polución se desvanecen, y el desorden urbano de la cota del suelo visto desde arriba se transforma en un paisaje casi sublime. Además, la construcción en altura acorta la distancia al centro de la ciudad gracias a las relaciones visuales: por un lado, desde la ciudad hacia la torre, que por su tamaño pasa a formar parte de skyline de París, y por otro lado desde la torre hacia París, ya que la posición elevada ofrece vistas panorámicas sobre toda la ciudad. Así, el rascacielos pertenece más al centro urbano que al suburbio, una cualidad que transmite de inmediato a su entorno. De algún modo, la torre acerca el territorio del suburbio a la ciudad.

CURSO SOBRE ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA
EL FUTURO DEL RASCACIELOS


08.10.07 > 26.11.07

DIRECTOR IÑAKI ÁBALOS
PARTICIPANTES ENRIQUE ÁLVAREZ-SALA • WINY MAAS • JESSE REISER • PATRIK SCHUMACHER • RENATA SENTKIEWICZ • FEDERICO SORIANO • BENEDETTA TAGLIABUE • ALEJANDRO ZAERA
ORGANIZA CBA
PATROCINA FUNDACIÓN BANCO SANTANDER