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Júbilo popular tras la proclamación de la II República

Benítez Casaus (1931)

El domingo 12 de abril de 1931, las elecciones municipales –las primeras después de la Dictadura de Primo de Rivera– dieron el triunfo a los republicanos en la mayoría de las capitales de provincia, victoria que fue celebrada con entusiastas manifestaciones pacíficas en las calles de Madrid y otros lugares.

El domingo 12 de abril de 1931, las elecciones municipales –las primeras después de la Dictadura de Primo de Rivera– dieron el triunfo a los republicanos en la mayoría de las capitales de provincia, victoria que fue celebrada con entusiastas manifestaciones pacíficas en las calles de Madrid y otros lugares. Ni el gobierno de la desacreditada Monarquía ni los mandos militares intentaron oponerse a la voluntad expresada en las urnas.

El martes 14 de abril, a primera hora de la tarde, de una magnífica tarde clara y primaveral, se iza la bandera republicana, roja, gualda y morada, en el mástil del Palacio de Comunicaciones de Cibeles. Es la señal. La gente se lanza a las calles del centro de Madrid en un ambiente de júbilo y euforia y, a partir de ese momento, según Josep Plá, testigo privilegiado, «la cosa está consumada». La Monarquía se desploma de forma pacífica ante el alborozo del pueblo y con la casi absoluta indiferencia de la aristocracia y del ejército. Las parejas de la Guardia Civil a caballo, que vigilan el desbordamiento humano, permanecen inmóviles. Los comerciantes se apresuran a destruir u ocultar los símbolos monárquicos de sus establecimientos. Hay un aire de verbena triunfante, de alborozo franco y desenfrenado. La gente confraterniza, se abraza, grita, suda, canta. Pasan sobre la multitud ráfagas de entusiasmo cívico, «¡un día es un día!», se oye decir, «mañana, Dios dirá». Ese mismo día 14, el rey partió hacia el exilio. La fiesta popular continuó al día siguiente, que fue declarado festivo.

Esa euforia excesiva era la expresión de unas enormes expectativas que difícilmente podían cumplirse. La sociedad española estaba dividida por grandes tensiones ideológicas que dificultaban la aceptación de valores comunes. A los obstáculos políticos pronto se sumaron los económicos y, juntos, dieron lugar a una espiral de violencia. Madrid, donde tan entusiasta fue el recibimiento de la República, fue también una de las ciudades más afectadas por esas luchas que impidieron la consolidación de la primera democracia española.

SUSANA SUEIRO SEOANE PROFESORA DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA UNED