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Pasolini reseña a Pasolini

PPP

Esta obra de Pier Paolo Pasolini, que corre el riesgo de recabar menos atención de la que merecería ya que nadie puede «instrumentalizarla» (como horriblemente se dice), está constituida, en realidad, al menos por tres libros. El primero es un diario privado en el que Pasolini habla de sus días, en su mayoría negros, mezclando sus angustias –¡y también sus placeres, naturalmente!– con los problemas «metalingüísticos» y sociales de hacer poesía: Pequeños Poemas Políticos y Personales (P. P. P. P.) es el título de una subsección del Apéndice; todas estas poesías, por ejemplo, pertenecen idealmente a ese primer libro del que hablaba: de entre ellas, las más hermosas son las que tratan sobre Ninetto y, en especial, «Uno entre muchos epílogos»

Esta obra de Pier Paolo Pasolini, que corre el riesgo de recabar menos atención de la que merecería ya que nadie puede «instrumentalizarla» (como horriblemente se dice), está constituida, en realidad, al menos por tres libros. El primero es un diario privado en el que Pasolini habla de sus días, en su mayoría negros, mezclando sus angustias –¡y también sus placeres, naturalmente!– con los problemas «metalingüísticos» y sociales de hacer poesía: Pequeños Poemas Políticos y Personales (P. P. P. P.) es el título de una subsección del Apéndice; todas estas poesías, por ejemplo, pertenecen idealmente a ese primer libro del que hablaba: de entre ellas, las más hermosas son las que tratan sobre Ninetto y, en especial, «Uno entre muchos epílogos». En conjunto, la mezcolanza de situaciones cotidianas particulares y problemas generales resulta misteriosamente lograda, precisamente por el descarado recurso a la habilidad literaria. No es cuestión de sinceridad o falta de ella. Pongamos: él dice haber llorado en Recife ante los carteles con fotografías de los «bandidos» condenados a muerte en rebeldía y buscados por la policía fascista. ¿Son sinceras sus lágrimas? ¿Se deben realmente a las razones que él manifiesta? En realidad, el llanto tiene sus tiempos y sus límites casi matemáticos debidos a acumulaciones que ningún psicólogo podría calcular jamás. Pero Pasolini no ignora su situación «esquizoide» y es él mismo quien, con amarga ironía (nada difícil, por lo demás), llama a su llanto lloriqueo («El lloriqueo del que hablaba Marx»).

Pero he aquí que yo mismo estoy cometiendo ese fatal error de la crítica encallecida que sólo «habla» de los puntos donde la poesía no sale bien, o de problemas metalingüísticos o sociales tomados hábilmente como pretextos: es la torpe deformación profesional del crítico, que se guarda bien de mandar al diablo todos los «lloriqueos», para ocuparse, en cambio, de la sonrisa de Ninetto, por ejemplo.

El segundo libro que compone Transhumanar y organizar es un cancionero para una mujer, que (lo sabemos por dos vocativos) resulta llamarse «María» y ser muy famosa: tanto que su fama constituye un trauma para ella misma y se convierte objetivamente en un problema para quien, como nosotros, mantenga una relación con ella. También aquí se alcanzan cotas de auténtica poesía o, al menos, de conmoción: de aquí huye el crítico como el diablo del agua bendita. Esta poesía nace de un fatigoso triunfo de un tipo muy especial y, sin duda, de insólito «altruismo », sobre el narcisismo característico del autor. Esta «María» se convierte, aunque penosamente y sólo a ratos, en un personaje objetivo, cuyos problemas son suyos y no del poeta que, en consecuencia, los vive, si podemos decirlo así, generosamente, de manera que no suenen ni a ironía ni a cumplido. La piedad y la agudeza crítica se combinan, quizá de una forma un tanto absurda, para crear el espacio objetivo del libro, donde pueda vivir con luz propia esta «María», «cuyos sentimientos son siempre verdaderos y grandes sentimientos», cuyo paso es imparable, cuyo ímpetu la lleva hacia la autodestrucción y el dolor como a un marinero hacia el mar, que es niña y madre a la antigua de sí misma, que existe con poderío regio, de «gran muchacha », y que siempre teme dejar de existir: porque su ser es un esse est percipi desesperado, coronado cada vez por gloriosas victorias de un día, etcétera.
En el interior de esta sección objetiva (por decirlo así) serpentea la tentación constante del retorno a sí mismo por parte del autor, que se ha lanzado fuera de sí quizá con gran desgarro. Así, en el libro de «María» aparecen algunas cosas interesantes sobre la figura de Pasolini, no sólo del presente, sino también del pasado. Me refiero, sobre todo, a la sección La Ciudad Santa, donde Pasolini habla de un «vacío en el cosmos», que es un vacío para él, no para los demás: precisamente en ese vacío surge la Ciudad, fundada por el Padre, de modo que el vacío del cosmos significa para Pasolini su absoluta falta de experiencia del Padre. Toda su cultura procede, pues, de Ella, la Reprimida, la Madre a quien se mantiene en el campo o en las afueras de la Ciudad. Ciertamente, todo esto es fragmentario, pero está ahí. Carlo Bo tiene razón cuando habla, a propósito de este libro, de numerosas renuncias. Sin embargo, como es bien sabido, la cuestión es ser o no ser, y no ser poco o ser mucho. Los fragmentos están ahí: los temas también están. Y son decenas y decenas, aunque se trate de una obra sustancialmente cerrada como, por lo demás, debe estarlo una obra. El tercer libro de Transhumanar y organizar es un libro enteramente político. Probablemente es el que tiene mayor peso, al menos cuantitativamente. Es también el que puede despertar más fascinación (y también más odio). Pero la ingenuidad con la que Pasolini afronta los dramas políticos más vulgarizados por su difusión en el dominio público es, sin duda, lo más conmovedor y original de su libro (véase, por ejemplo, el oratorio sobre la matanza de Milán). Los temas que aborda este libro político son fundamentalmente dos: el Partido Comunista de Italia (PCI) y la nueva generación «revolucionaria». Todos pensarán en «¡El PCI para los jóvenes! » (lo sé, este título no le dice nada a nadie porque todos han leído esta poesía con el título que le dieron los redactores del Espresso, es decir, «Os odio, queridos estudiantes» o algo parecido). Pues sí, es lícito pensar en esa poesía (que, por lo demás, no está recogida en este libro, probablemente porque el autor, como ha dicho en numerosas ocasiones, la encuentra fea; aunque lo cierto es que, con su combinación expresionista de prosa periodística y tópicos arrastrados por un ímpetu histérico, no resulta nada fea). De hecho, los poemas dedicados a los jóvenes (trágicamente desilusionados) desarrollan ciertos motivos «heréticos» precisamente a partir de esta poesía, sólo que en este caso la razón y la piedad sustituyen totalmente a la histeria. Por lo demás, no le falta razón a Pasolini cuando señala «La poesía de la tradición» como la que es preciso leer (cuando sólo se tiene tiempo de leer una de ellas; aunque quizá no sea la más bella). La nostalgia por una manera de ser que pertenece al pasado (y que a veces da a Pasolini un tímido y desgarbado furor reaccionario) y que ya no se restablecerá más debido a la definitiva victoria del mal, se transforma en una especie de piedad cósmica por esos jóvenes hermanos destinados desde ahora a vivir existencialmente los nuevos valores que a Pasolini le resultan intolerables. Y parece desear que, de la tragedia del fracaso del Movimiento Estudiantil, nazca una nueva figura de «hijo» que recupere milagrosamente las antiguas características de la humildad, la obediencia, la rebeldía no agresiva, el ansia de saber, la gracia ligada a la juventud –quizá también como pecado de resignación, de sensualidad o de inconsciencia–, la fuerza revolucionaria no triunfalista, etcétera. Pero éste no es más que uno de los mil temas que el lector podrá encontrar, aunque sólo sea esbozado o de forma fragmentaria, en el curso de la lectura de Transhumanar y organizar. Pero aún desearía apuntar uno más: la idea que recorre todo el libro de que el hombre –sobre todo el joven– no pueda, y por tanto no quiera, vivir la libertad y, en consecuencia, se invente mil pretextos y obligaciones para no vivirla, posponiéndola eternamente para mañana. Éste es, por tanto, un libro claramente desesperanzado. Es más, «esperanza» es una palabra borrada definitivamente del léxico y de la cabeza de Pasolini (por eso decía al principio que nadie podrá jamás instrumentalizar este libro, cuyos destinatarios no pueden ser más que «desgraciados y fuertes, hermanos de los perros», al igual que el autor).

En un año que es sin duda el año de la poesía, con el sublime libro de Penna; el de Bertolucci, estupendo; el de Montale, ciertamente hermoso; el de Bellezza, impresionante (y los de Luzi, Ottieri, etc.), resulta natural preguntarse: ¿cuál es la relación entre esta obra de Pasolini y la literatura? ¿Cuál es su actualidad? (¡preguntas, como se puede apreciar, de viejo crítico respetable!, ¡cuestiones de cuya necesidad nadie osaría dudar!). Pasolini hace aquí literatura más que en otros lugares. En una poesía dice querer adoptar, con fines prácticos, esquemas literarios corrientes; en otra dice introducir a propósito en sus poesías un poco de oscuridad, y viceversa. En definitiva, todo el libro está obsesivamente impregnado de la idea metalingüística de sí. Pero precisamente en el momento en que Pasolini se hace más voluntariamente literario, es cuando puede permitirse un «desprecio» por la literatura que hasta ahora nunca había mostrado. A ello se debe la regeneración lexicológica, que es prácticamente total respecto a los volúmenes anteriores, y, a partir de ahí, la regeneración métrica y sintáctica. La continuidad, en cambio, se debe a la persistencia del oxímoron, es decir, a la definición de las cosas por oposición. Esto es importante porque si deducimos, aunque sea esquemáticamente, la vida del estilo, podemos afirmar que Pasolini vive históricamente por acumulación y que su conocer, no dialéctico, se debe a la eterna coexistencia de los opuestos. Y esto también rige, precisamente, para la idea metalingüística de Transhumanar y organizar: aceptación total de la literatura / rechazo total de la literatura. Aquí reside la actualidad del libro (si se la quiere llamar así, porque después la historia aplasta las perspectivas y adiós actualidad): debido a su naturaleza «opositora» y, por tanto, desprovista de esperanza, subsiste únicamente en una explosión (más o menos generosa, más o menos afortunada) de vitalidad. Completamente desnudo, anguloso, cargado de emociones y delicadezas siempre demasiado explícitas, este libro no se asemeja a ningún otro (mientras que, de algún modo, los libros que he enumerado más arriba se parecen todos entre sí). Pero más allá de la actualidad que este libro representa como objeto –y más allá también de la actualidad que no teme afrontar ni arriesgar–, ¿qué se puede decir de él, por último, entre lectores no abyectamente vinculados por complicidades de «tiempos» históricos? Transhumanar y organizar vive en un nivel de la realidad en el que la realidad misma está a punto de perderse y disolverse pero todavía no se ha perdido ni se ha disuelto: todas sus exigencias, sus pretextos, sus pasiones, están ahí, físicamente presentes; un paso más y, como un cadáver en descomposición, resultarán irreconocibles. Quizá en el libro haya alguna falsedad, alguna insinceridad, alguna necedad (puede que más que alguna). Sin embargo, nunca es irreal ni, por tanto, culturalmente arbitrario. Hablando genéricamente (y dando confianza al lector), se podría decir que Pasolini ama la realidad pero, hablando de nuevo genéricamente, quizá se podría decir también que Pasolini no ama –con un amor igualmente completo y profundo– la verdad ya que, como él dice, «el amor por la verdad acaba destruyéndolo todo, porque no hay nada verdadero». ¿Podríamos, pues, concluir afirmando que este rechazo a conocer, a buscar, a querer la verdad, una verdad cualquiera (no una relativa; por verdades parciales, Pasolini se bate continuamente cual Quijote), este terror edípico a admitir, a llegar a saber, es lo que determina la extraña e infeliz fortuna de este libro y, probablemente, de toda la obra de Pasolini?