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Psicopatología de la expresión

Dos casos clínicos

A lo largo de la década de los setenta J. Neugebauer dirigió una colección iconográfica que recogía obra plástica creada por enfermos mentales ingresados en distintos centros psiquiátricos europeos. La colección, titulada genéricamente «Psicopatología de la Expresión» y editada en España por los laboratorios Sandoz, consistía en una serie de carpetas con reproducciones de la obra de distintos pacientes y comentarios de los psiquiatras que les habían tratado. A continuación, reproducimos algunos fragmentos y obras correspondientes a dos de los casos clínicos publicados.

La condesa de los arrabales
Evolución pictórica en una esquizofrénica de tipo maníaco

Alfred Bader Clínica Universitaria de Lausana, 1972

Hija única de un albañil italiano, Elisabeth nació en 1908. Ella misma se atribuyó el título de «Condesa de los arrabales». Carecemos de datos precisos sobre su juventud excepto que a los diecisiete años se prometió con un hortelano del Cantón de Vaud, con el que se casa y del que tiene un solo hijo en 1933. Su esposo comienza a beber, hundiéndose más y más en el alcoholismo. En 1955, tuvieron que vender su pequeño patrimonio rural. El traslado a la ciudad (donde el esposo había encontrado un empleo de peón) provocará en ella una marcada desadaptación, con la aparición de un estado depresivo grave y duradero.

A principios de marzo de 1956, Elisabeth entra en un estado de excitación progresivo y, después, bruscamente, se obsesiona con la idea de ser envenenada. Se encierra en ideas megalomaníacas y es hospitalizada en una clínica psiquiátrica. Su comportamiento se caracterizaba por el delirio de temática erótica, mística y de poder y la logorrea eufórica, con fases de regresión muy marcadas; orinaba en su habitación, hablando de «desagüe de amor», o pintaba enormes frescos en las paredes con sus materias fecales.

Las ideas de grandeza, las preocupaciones místicas y la liberación erótica se conjugan en el delirio megalomaníaco de Elisabeth, haciéndola sentirse poderosa. Está en comunicación directa con Dios, sufre iluminaciones, considerándose médium. Se cree la amante de Aristóteles Onassis. Descendiente de los Grimaldi, posee una inmensa fortuna de la que, generosamente, permite a sus allegados que se beneficien.

A pesar de los tratamientos, la psicosis de Elisabeth se convirtió en crónica. Su actividad creadora le procuró grandes satisfacciones en el taller de dibujo, permitiéndole no sólo expresar su mundo delirante sino participar de la admiración de los demás por su pintura.

«Los ángeles en lucha contra el dragón» (septiembre de 1967)
Esta pintura fue realizada a continuación de una serie de eletrochoques que frenaron la desinhibición de Elisabeth, disminuyeron el delirio erótico y megalomaníaco y mejoraron su comportamiento general durante algún tiempo. Los impulsos instintivos, representados por el dragón, persisten, a juzgar por las cabezas y patas múltiples. Los ángeles, representados con poca intensidad gráfica, parecen, por el contrario, bastante incapaces de enfrentarse al monstruo. Es de señalar la peculiar doble boca del ángel de la izquierda.
«Ofrenda al bebé de la reina» (junio de 1969)
Esta natividad, sorprendente por su composición, da tanta importancia a la cabeza de la Virgen, que puede verse en ello un mecanismo de identificación, tanto más cuanto la forma del bebé es, en este caso, sensiblemente fálica. Mientras los regalos de uno de los Reyes Magos –después de contornear la boca de la Virgen– van directamente a la boca del bebé, los de otro Rey adquieren, más bien, la forma de una serpiente que amenaza al Niño.
«Mercedes y Edmundo Dantés» (agosto de 1970)
Esta escena está inspirada en la lectura de El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas y disponemos de un comentario de la propia Elisabeth: «Este cuadro, es toda una historia, representa a Mercedes y su amigo Edmundo Dantés. Ambos están marcados por la fatalidad del destino. El desgraciado fue enviado cinco años a galeras por un mendrugo de pan. Se le envió a presidio por un pequeño mendrugo de pan, porque tenía hambre y quería comer. Mercedes lo esperó desesperadamente sin saber dónde estaba. Y en esta prisión, él comenzó a perforar, perforar, perforarse la cabeza, perforar la tierra. Finalmente, llega al extremo, a tocar una mano del vecino que hacía lo que él: llegaron a darse las manos y pasar por el agujero. Y aquí están, en la mitad superior, las montañas y el perfil del castillo de la Isla de Elba. En la parte inferior se representa el velero en que llegaron. A la izquierda y la derecha las montañas negras de Francia barridas por las olas. Entonces, he aquí que los dos enamorados pueden huir, pero son traicionados al llegar a la Isla de Elba. Son desgraciados por esta traición. Y es el descendiente de Napoleón –Napoleón no vivía ya– quien los manda encarcelar de nuevo. Después, le dejaron diez años en la cárcel. Fijaos, ha padecido veinte años de infortunio, el desgraciado. Tan sólo recibió cuidados de sus guardianes, que lo apreciaban mucho».
«Las tres lechuzas» (agosto de 1970)
En este dibujo, Elisabeth parece disfrutar con los trazos gruesos. Emplea prácticamente toda la hoja de papel, utilizando su particular grafismo y obteniendo un efecto bastante sorprendente. Es interesante el vacío que separa las dos alas de la lechuza central. De hecho, el cuerpo de esta última está representado sin plumas, la forma de las patas lo indica perfectamente. Estos vacíos en los dibujos que, por otra parte, alcanza los márgenes del papel, son bastante frecuentes en los esquizofrénicos. A menudo, con ello sufre la unidad del conjunto, cosa que no sucede aquí.
«Los decapitados» (principio de julio de 1971)
En esta imagen puede apreciarse un cambio en la actitud y en el comportamiento de Elisabeth: la aparición lenta y progresiva de una sintomatología depresiva. El estilo continúa siendo el de Elisabeth, aunque el contenido se empobrece particularmente. Quince días después de la ejecución de este dibujo, el informe de enfermeras señala las dificultades que experimenta la enferma para alimentarse.

Erika O.
Funciones creativas fundamentales y constantes de formas alucinatorias

Peter Baukus y Fritz Reimer Psychiatrisches Landeskrankenhaus Weinsberg (FRA), 1978

Erika O. nació en 1955. Comenzó a pintar a la edad de dieciséis años. En esta misma época, presentó un cuadro de anorexia mental. En el curso de los años siguientes, se observó en ella manifestaciones psicóticas místicas, sensaciones corporales anormales y alucinaciones auditivas. Lo más destacable de su observación son sobre todo las variaciones extremas de su afectividad, oscilando de un tono exaltado hasta el éxtasis y la depresión suicida. Permaneció cerca de un año y medio en nuestro hospital psiquiátrico. Durante este período, se consagró a la pintura con una pasión verdaderamente extraordinaria. Cuando podía pintar, Erika era feliz. Pero si llegaba a pararse o le faltaba la concentración y dudaba de poder realizar lo que había proyectado, entonces se hundía en la desesperación. Quería pintar y consagrar todos los instantes de su vida a desarrollar el talento artístico que estaba convencida de poseer. Sabía que su talento corría el riesgo de ser alterado por su enfermedad, pero esperaba al mismo tiempo curarse gracias al arte. Los siguientes comentarios proceden de la propia Erika.

«Quien se encuentra en una fase intermedia entre ser y no ser»
Abajo, observamos los seres vivos. Sus cabezas son de papel de periódico: esto debe significar que sus cabezas no contienen más que lo que contienen los periódicos. En la parte superior de la lámina se encuentran los muertos, pueden reír a sus anchas. Entre los vivos y los muertos, vemos tres hombres que, en parte, ya están descompuestos. Sus cabezas cuelgan de una cuerda sujetas con pinzas de tender la ropa. Estos hombres están en esta etapa intermedia, sobre cuyo carácter enigmático he insistido mediante un enrejado de recortes de crucigrama no resueltos. En esta etapa la muerte está asimismo presente. Los círculos pintados a la aguada y que cubren a los muertos, se infiltran desde arriba entre los hombres, en acción de disolverse. Estoy, como estos hombres, en una etapa intermedia. Entre los hombres normales no puedo hacer nada. La solución está sólo en el mundo de los muertos.
«No puedo pensar más»
En el curso de una estancia en una clínica psiquiátrica en B. conocí a una joven que constantemente gritaba: «No puedo pensar más». Traté en vano de consolarla. He pintado este cuadro en recuerdo de esa chica. Está sentada sobre una cama, la almohada caída en el suelo, el cubrecama vuela por los aires. La «tapa de los sesos» ha sido arrebatada de la cabeza de la joven, su cerebro yace en el suelo. Su boca está totalmente abierta para gritar. Está gritando «no puedo pensar más».
«El soldado sale de la tumba pues para él el aire era muy molesto»
Aquí, lo que se representa es un soldado arrodillado sobre su tumba. La parte superior de su cuerpo está ya en libertad, su cabeza y sus brazos están sumergidos en un cielo rojo-sangre, el dedo índice de una de sus manos está levantado como signo de advertencia. Está rodeado por ambos lados de cementerios. He representado el aire que este soldado expira con el color blanco, el color de la muerte.