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Marsé en boca de todos, en boca de otros

Julián Rodríguez

Con un estilo desenfadado y muy personal, el novelista extremeño Julián Rodríguez aborda en este artículo su devoción por la obra y la figura de Juan Marsé. Julián Rodríguez es autor, entre otros títulos, de la novela Lo improbable, de la colección de novelas cortas La sombra y la penumbra y de Ninguna necesidad, Premio Ojo Crítico de Narrativa 2006, todas ellas publicadas por Random House.

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Juan Marsé. Durante mucho tiempo, El Único Escritor Español Que Merece La Pena. Y también: Nuestro Héroe. El héroe de la clase baja. Nuestro Modelo. Aunque inimitable. Ese tono Marsé, esa rara poesía del pueblo. (Aunque esta última palabra les parezca ahora a algunos un anacronismo.)

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Encerrados con un solo juguete. Su primera novela. En la nota a la segunda edición, dice su autor: «La escribí a intervalos entre 1954 y 1958, en un época ‘difícil’ en que estaba al margen, no sólo del ‘mundo literario’, sino de la misma literatura».

«Su rostro, ladeado sobre la almohada, se volvió bruscamente hacia el techo. Los labios ya no estaban prietos y sin color como un momento antes, sujetos a la costumbre muscular de un largo mal sueño. Una mano rígida y semicerrada, como dispuesta a cazar una mosca, asomó entre las sábanas cargada de sueño y de torpeza». Así comienza.

«Encerrados con un solo juguete es la novela angustiosa de una generación que podría llamarse nonata, agobiada por un ambiente sin perspectivas, intemporal en cuanto que el tiempo no es un factor de cambio, una juventud sin apetencias ni ideales». Así la describía Santos Fontenla en Ínsula (marzo de 1961).

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Esta cara de la luna. Mi ejemplar, comprado en 198yalgo en Cáceres, pero publicado más de diez años antes por Seix Barral: Barcelona, 1970. Aunque la novela es, creo, de 1962. (No quiero consultar el dato. Durante mucho tiempo me sabía las fechas de publicación de las novelas de Marsé como la alineación del último Barça ahora.)

Siempre he recordado este fragmento: «Se encontraron de pronto recorriendo viejas tabernas del barrio marítimo. Al principio, Palmita no estaba tranquila, porque vivía por allí cerca y temía encontrarse con alguno de sus hermanos. En un mostrador de mármol rojizo como carne cruda, que olía a arenques y a vino derramado, Miguel entabló conversación con dos individuos vestidos de tranviarios que bebían vino tinto y cerveza. Los dos opinaban que, a su modo de ver, lo que le ocurría al país era que todos los trabajadores eran unos ignorantes de siete suelas y unos palurdos y unos pobres hombres, y que lo que había que hacer eran escuelas».

4

Nadie ha leído jamás un poema de Juan Marsé. O nunca se lo he oído contar a nadie. Yo he podido leer éste, escrito en 1975 como si fuera el prólogo a la séptima edición de Últimas tardes con Teresa. Yo mismo he «cortado» aquellas frases, pero el poema estaba ahí, entre unas pocas palabras preliminares:

Solía escoger, con deleitosa reincidencia,
imágenes como la de Teresa
en su jardín de San Gervasio,
avanzando hacia Manolo con el pañuelo rojo.
Como la del Cardenal sentado en su sillón
de mimbres color naranja, espiando la vida
efímera de un músculo
dorsal del murciano. Y a Manolo-
niño pasmado en el bosque ante
la hija de los Moreau.
Maruja remontando el Carmelo
con su abriguito a cuadros.

¿O será éste otro el verdadero poema? (El arranque de la novela lo he leído en voz alta a mis quince, a mis dieciséis años. En Las Hurdes.) «Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado».

Siempre he pensado en ese paréntesis: el confeti del adiós, el vals de las velas.

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Es ya un tópico (¿o no?) decir que Marsé ha puesto a sus libros algunos de los mejores títulos de la literatura española. La oscura historia de la prima Montse.

«Había visitado a otros presos anteriormente, pero nunca fue una labor rutinaria. Quizá todavía hoy, no pocas señoritas parroquiales cruzan alegres y braceando el patio de entrada de la cárcel Modelo como ella lo hizo ese día: con la secreta esperanza de ser recreada, renovada.» Ese capítulo, el 4, se titula «El cuchillo entre los dientes». A los diecisiete yo mismo escribí un relato llamado así, años después lo encontré entre muchos papeles y notas acerca de otros textos de Marsé.

José María Carandell creía que esta novela «es como un intento de volver sobre Teresa, por el recuerdo», que «equivale a un desdoblamiento de la de Teresa, pues si allí Teresa y el Pijoaparte nos fueron entregados por Marsé directamente, ahora Montse y Manuel son presentados y recuperados por otros dos personajes paralelos, Nuria y Paco».

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Siempre supe que las novelas de Marsé eran muy buenas porque sus personajes (salvo cuando resultaba «esencial» para el texto) nunca llevaban apellidos. No como esas novelas que nos colonizaron después de 1980.

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¿Es Si te dicen que caí mi novela preferida de entre las de Marsé? Al menos es la que más veces he leído: siete.

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Ocho veces. Ayer comencé a leerla de nuevo, en el hospital.

No sé cuándo se publicará este texto, pero ahora hace calor aunque sea de noche. A pesar de esa brisa que aquí tiene tantos nombres. Como en una novela de Marsé, hoy comienzan las fiestas de este barrio. Es San Juan, y hay muchas hogueras en la ciudad.

9

Le dije a Audrey: Lee ese libro. Ella no tenía ganas, pero la convencí al decirle que había sido prohibida por la censura de Franco. ¿El General Franco?, dijo ella. Parecía un personaje de Ken Loach.

Le dije: «Lee en voz alta el prólogo». Me recosté, ella leía mientras fumaba.
«Escribí esta novela convencido de que no se iba a publicar jamás. Corrían los años 1968-1970, el régimen franquista parecía que iba a ser eterno y una idea obsesiva y fatalista se había apoderado de mí: la de que la censura, que aún gozaba de muy buena salud, nos iba a sobrevivir a todos.»

Audrey siguió leyendo hasta el final, toda esa noche.

Rafael Chirbes recuerda que le sucedió lo mismo que a mi amiga en uno de los mejores textos sobre Marsé que conozco (aunque yo no comparta todo lo que allí se dice): «Me había pasado una tarde y una noche enteras leyendo y, de buena mañana, me estaba duchando para ir a trabajar y, en aquel estado insomne, ya pensaba que, cuando volviera del trabajo, tenía que empezar a leerme de nuevo ese libro que me había agarrado por las orejas, me había zarandeado, me había roto por dentro».

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Copio directamente de la Wikipedia:
La muchacha de las bragas de oro (Planeta, 1978). Premio Planeta. En principio podría presentarse como una sátira corrosiva a un libro de Pedro Laín Entralgo (Descargo de conciencia) o mejor aún, como una burla de ciertos personajes muy comprometidos con el franquismo y que, una vez liquidado éste, pretendían lavar su imagen y su conciencia declarándose liberales. Ahí está ese Luys Forest, viejo escritor falangista que dice estar escribiendo sus memorias cuando en realidad está retocando una y otra vez el pasado para acomodarlo a los gustos del presente. Su sobrina Mariana, la muchacha de las bragas de oro, es la voz discordante que desmonta una y otra vez las fantasías del viejo mentiroso. Sin embargo, por debajo de esta simple trama surge un proyecto literario mucho más ambicioso, pues plantea la esencia misma del oficio de novelar, en lo que éste tiene de operación tendente a sustituir una «realidad» por una «ficción» que, en el fondo, llega a ser más real que la realidad misma.

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¿Cuántas veces Jan Julivert Mon?, ese personaje. Presidiario.

Los presidarios de las novelas de Marsé.

Página 341 de la última edición (Lumen, 2009) de Un día volveré (en casa de mis padres guardo otras tres o cuatro ediciones): «Cuando Jan Julivert empujó la verja y se adentró por el jardín, las bandadas de gorriones se acomodaban ruidosamente en las acacias. Cada día le recibía el mismo gozoso alboroto oculto entre el follaje, el mismo aleteo desesperado preludiando la súbita calma, la ficción engañosa que puntualmente envolvía a la torre y a sus habitantes. En la borrosa ringlera de adelfas y en el tilo, inmóviles bajo el aire cálido y pesado del atardecer, se enredaban los primeros jirones de la noche como en un zarzal». A continuación se habla de un coche…

Yo plagié ese capítulo en un novela corta que nunca me atreví a publicar. Que escribí y volví a escribir y luego... Me acordaba de las acacias, de los gorriones, de las adelfas, del tilo, incluso de los zarzales… Y cuando (yo fui niño de pueblo) me encontraba con alguno de éstos, me solía decir: «como en Un día volveré».

Las acacias de las calles de Cáceres, los gorriones en ese alerón de Gijón o de Ribadesella (no recuerdo, pero era verano), el tilo de mi patio en esta casa vieja y algo destartalada, los zarzales del pasado verano, las adelfas que (quién iba a reparar en el homenaje) describí en una novelita mía (ésta sí publicada: Ninguna necesidad).

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Ronda del Guinardó apareció en 1984. La abre una cita de Lewis Carroll: «Érase una coincidencia que había salido de paseo en compañía de un pequeño accidente; mientras paseaban, encontraron una explicación tan vieja, tan vieja, que estaba toda encorvada y arrugada y parecía más bien una adivinanza».

Mentí antes: éste es el libro de Marsé que más veces he leído. Pero no sé cuántas.

En ocasiones «imparto» talleres literarios, o seminarios de lectura, o no sé qué otras cosas más. Pero hay que proponer lecturas en todos ellos. Lecturas más o menos breves. Siempre repito algunos libros: siempre en la lista (que antes escribía en la pizarra, y ya siempre envío por email) esta novela corta, Ronda del Guinardó.

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Oigo un ruido en el patio: entre las hojas secas. Precisamente un gorrión.

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Es Álex Susanna quien saludó así la Ronda: «Todo cumple una función muy precisa: desde la cita inicial de Lewis Carroll hasta los tres elementos con que termina (la pelusilla de plumón, los calcetines bailando en sus tobillos y la Moreneta en la cadera), pasando por el día en que transcurre la acción (sabemos sólo que se trata de un martes 8 de mayo y que el día ‘transpira una flojera laboral impropia’, pero por una referencia a ‘lo de los boches’, intuimos que se trata del 8 de mayo de 1945, día en que la prensa informa acerca de la capitulación de Alemania), todo, cualquier mínimo detalle, contribuye a crear una urdimbre interna de una gran cohesión».

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En esos talleres o seminarios siempre hablamos de esos tres elementos del final, y de cómo la acción transcurre en un solo día.

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Leí al mismo tiempo el relato infantil La fuga del río Lobo y los otros tres de Teniente Bravo. Creo que ya había leído alguno de ellos en otra parte, antes de que fueran reunidos en ese libro. Pero no estoy seguro. Luego alguien me prestó El amante bilingüe, que no quise comprar porque «yo era puro» y detestaba el Premio Planeta y el Premio Ateneo de Sevilla y… No quería que, quizá por necesidad de dinero, Marsé dejara de ser Marsé.

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La Secta Pro Marsé creyó ver en El embrujo de Shanghai y Rabos de lagartija dos vueltas de tuerca al Tema Marsé Por Excelencia. Dos buenas vueltas de tuerca. Otros dudaron, dudan aún. Aquellos dos libros no estaban a la altura de sus excelentes libros del pasado. Si acaso podían ser dos «buenos» libros. Quizá tenga razón Marsé en el final del segundo: «Y es que todavía me cuesta mucho hacerme entender».

Ayer me emocioné leyendo Rabos de lagartija. Y pensé en llamar a mi hermano (aunque al final no lo hice).

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Julián Rodríguez: — ¿Es Marsé el mejor novelista español vivo?
Julián Rodríguez: — Creo que sí.