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Carta abierta a la industria cinematográfica y a todos aquellos interesados en el desarrollo del buen cine

László Moholy-Nagy
Traducción Teresa Rendueles

¿Debemos quedarnos cruzados de brazos mientras la estupidez y el torpe amateurismo destruyen ante nuestros ojos una herramienta tan maravillosa como el cine? El observador imparcial no puede dejar de notar con gran preocupación que, año tras año y en todo el mundo, la producción cinematográfica se vuelve cada vez más trivial. El cine actual no proporciona ningún placer al ojo y a la mente educados. Esta crítica no se restringe a la dimensión artística del cine. Toda la industria cinematográfica se encuentra amenazada, así lo demuestra su creciente incapacidad de generar beneficios financieros. Se dedican sumas gigantescas a experimentos desesperados, a extravagancias y cuestiones superficiales ajenas al cine: decorados monstruosos, acumulación de estrellas, salarios inmensos para hacerse con artistas que finalmente resultan inapropiados para el cine. Nunca se podrá cubrir estos gastos, por eso el cine está volviendo a caer en manos de aventureros, de los que había sido rescatado tras un periodo inicial en el que fue un negocio puramente especulativo.

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¿Debemos quedarnos cruzados de brazos mientras la estupidez y el torpe amateurismo destruyen ante nuestros ojos una herramienta tan maravillosa como el cine?

El observador imparcial no puede dejar de notar con gran preocupación que, año tras año y en todo el mundo, la producción cinematográfica se vuelve cada vez más trivial. El cine actual no proporciona ningún placer al ojo y a la mente educados.

Esta crítica no se restringe a la dimensión artística del cine. Toda la industria cinematográfica se encuentra amenazada, así lo demuestra su creciente incapacidad de generar beneficios financieros. Se dedican sumas gigantescas a experimentos desesperados, a extravagancias y cuestiones superficiales ajenas al cine: decorados monstruosos, acumulación de estrellas, salarios inmensos para hacerse con artistas que finalmente resultan inapropiados para el cine. Nunca se podrá cubrir estos gastos, por eso el cine está volviendo a caer en manos de aventureros, de los que había sido rescatado tras un periodo inicial en el que fue un negocio puramente especulativo.

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La raíz de todos los males es la exclusión del creador de cine experimental, el productor independiente y libre.

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Hasta hace poco, existían todavía multitud de pioneros en todos los países. Hoy todo es un páramo yermo. Pero el arte no puede desarrollarse sin el artista, que necesita disponer de completa soberanía sobre los medios de trabajo. La obra de arte sólo puede alcanzar su objetivo a través de la actividad responsable del artista, a cuya meta impulsa su visión de conjunto. Esto vale para la arquitectura, la pintura, el teatro, pero también para el cine. No puede ser de otro modo.

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La dificultad de la experimentación, que es el vivero del buen cine, forma parte de su naturaleza; pues el cine conlleva toda una maquinaria de producción y distribución cuya organización abarca desde el escenario a la interpretación pasando por la fotografía, la grabación sonora, la dirección, la edición, la promoción, el alquiler de películas y las salas de proyección. Sólo de esta manera lo que en tiempos fue una atracción de feria ha llegado a convertirse en un negocio internacional. Una de las consecuencias económicas de este gigantesco entramado es que las cuestiones artísticas reciben un tratamiento tan circunstancial, tan subordinado al criterio mercantil, que el creador artístico de la película acaba por perder cualquier relevancia. Podría casi decirse que el director se ve obligado a prescindir del arte cinematográfico. Al integrarse en el sistema de producción dominante, incluso los más avanzados pioneros han caído al nivel del director medio, para desgracia de los aficionados al cine. Los creadores independientes suponían un estorbo para la industria, pues realizaron una crítica destructiva de la producción oficial. La vitalidad de las pequeñas obras, su fe en el arte cinematográfico, no movía montañas, pero daba dolorosos zarpazos a la industria. Esta última contraatacó sin tomar en consideración la importancia de estos movimientos innovadores y su esfuerzo por desarrollar las dimensiones artísticas del cine. Se erradicó cuidadosamente todo elemento que pudiera siquiera sugerir un propósito experimentador. Su triunfo definitivo llegó con la necesidad de disponer de edificios especialmente diseñados para producir y proyectar cine sonoro y la consiguiente monopolización comercial del «arte cinematográfico».

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El camino había quedado expedito para el negocio mecanizado. La victoria de la industria era total.

Todo estaba de su parte: la legislación sobre cuotas y las restricciones a la importación, la censura, la distribución, los propietarios de salas y la cortedad de miras de los críticos. Pero la victoria de la industria ha tenido su precio. La destrucción del arte en beneficio del negocio ha vuelto como un bumerán golpeando al cine comercial. La gente no va a ver películas aburridas, a pesar de los cálculos de beneficios de los magnates del cine basados en la teoría de que todo adulto debe ir al cine dos veces por semana por un precio medio de tantos centavos, peniques, céntimos o sous por entrada.

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¿Ayudará ahora el artista a la industria, a pesar de todos los golpes recibidos, y hará recapacitar al lado comercial? ¿Exigirá con argumentos económicos la devolución de las armas del espíritu que arrebataron de sus manos?

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Bien, lo haremos.

Ahora somos nosotros los que empezamos a calcular los beneficios.

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La cultura del cine creció con el espectador. A lo largo de la historia, no se ha producido ningún proceso de participación pasiva generalizada en un arte aplicado y en su desarrollo similar al del cine. La asistencia masiva a las salas de proyección ha permitido que incluso el miembro más primitivo del público se encuentre en posición de ejercer la crítica de la película y percibir cualquier disminución del interés creativo. Esto implica la necesidad de afilar al máximo todos los aspectos de la obra creativa. Pero, ¿de dónde va a surgir esa obra si se excluye al artista del proceso de creación?

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La existencia de grupos de artistas innovadores no sólo constituye una necesidad artística, sino también económica.

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Es preciso eliminar todos los obstáculos a la experimentación. El artista cinematográfico independiente debe recibir respaldo privado, industrial y oficial.

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Esto significa que reclamamos para él:

  1. Al Estado.
    1. Eliminación de las restricciones de la censura.
    2. Ausencia de impuestos sobre sus creaciones.
    3. Financiación.
  2. A la industria, de acuerdo con los resultados.
    1. Estudios.
    2. Sonido.
    3. Material.
    4. Proyecciones obligatorias por parte de los distribuidores y las salas de proyección.
  3. La educación cinematográfica artística debe comenzar mucho antes de que se aborden los aspectos prácticos. Los anticuados programas de estudios de las escuelas de arte, deben ser sustituidos por:
    1. Estudios sobre iluminación (luz artificial).
    2. Estudios de fotografía y cine (técnica de cámara).
    3. Clases de arte dramático.
    4. Departamentos teóricos, físicos y experimentales.

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En la actualidad, es perentorio plantear estas exigencias y luchar por ellas, pues nuestra generación está comenzando a explotar el extraordinario legado técnico del siglo anterior sin iniciativa ni talento. Queda la esperanza de que estas opiniones sirvan al menos para recordar los problemas intelectuales que la conciencia del hombre reflexivo le obliga a resolver.

Titulo original «An open letter to the film industry and to all who are interested in the evolution of the good film», publicado en Sight and Sound, Londres, 1934, vol. 3, nº 10.