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Cartas (1918-1939)

Walter Benjamin
Selección Ana Useros   /   Traducción Guadalupe González   /   © Suhrkamp Verlag, 1989

Benjamin fue uno de los primeros autores en percibir el creciente agotamiento de la formula clásica del tratado filosófico. La búsqueda de innovaciones formales que vigorizaran la expresión del pensamiento y lo alejaran de su presentación forense es un rasgo esencial de su escritura. Sus textos revelan los cimientos simbólicos de nuestra época, pero lo hacen de un modo muy oblicuo, con abundancia de motivos anecdóticos, curiosidades, preferencias personales... Benjamin utiliza argumentos de apariencia nimia como grietas a través de las que librar una guerra de guerrillas contra el formidable bastión de la ideología dominante, inexpugnable a un asalto teórico frontal. Por eso su correspondencia personal no es un añadido erudito a sus escritos principales, sino una fuente esencial de utilidades conceptuales. Reproducimos a continuación, por primera vez en castellano, una sucinta selección de las cartas que Benjamin envió a destacadas personalidades de la cultura europea de su tiempo, como Hugo von Hofmannsthal o Bertolt Brecht.

A Ernst Schoen

[Muri bei Bern, 31 de julio de 1918]

Querido Sr. Schoen:

Le agradezco mucho su felicitación. Mi cumpleaños me ofrece una buena excusa para volver a hablarle de libros, pues mi esposa me ha regalado una pequeña biblioteca; no quiero decir con ello que los libros estuviesen colocados en una pequeña estantería, pero fácilmente habrían llenado una. Lo primero que ha de saber es que, como auténtico coleccionista de libros, he buscado un ámbito de especialización, teniendo en cuenta al hacerlo, en primer lugar, los libros que ya poseía, y los que me podía permitir. Se trata de un ámbito que, a día de hoy, no es de interés general para los coleccionistas y en el que todavía son posibles, por suerte, hallazgos afortunados (como los que efectivamente he realizado hace poco, para mi gozo indescriptible). Se trata de libros para niños, cuentos de hadas y leyendas antiguas. El grueso de la colección procede de una gran incursión que hice, justo a tiempo, en la biblioteca de mi madre, que había sido mi antigua biblioteca cuando era niño. Así pues, me han regalado en esta ocasión algunos cuentos: los de Andersen, en una edición relativamente buena que publicó Kiepenheuer, y los de Hauff, en una edición de sus obras completas que probablemente haré encuadernar por separado. Pero, ante todo, he sido obsequiado con las obras de Brentano, en la rara edición de 1846. El resto de las obras de Brentano lo he recibido en la edición de sus obras completas en siete volúmenes que hiciera su hermano Christian, la única que existe, aparte de la que está siendo ahora publicada por Georg Müller, junto a tantas otras. Aparte de los cuentos de hadas y de Godwi, contiene todo lo esencial. También he recibido los tres volúmenes de las Bambocciaden del literato y lingüista Bernhardi, uno de los libros del romanticismo más raros, si no también de los más buscados, y tras el cual llevaba bastante tiempo. Todavía no lo he leído. Ahora que me han regalado Tres cuentos y La tentación [de San Antonio], tengo todas las novelas de Flaubert menos Salambó, Cuaderno de un loco (¿no se llama así?) y Noviembre. Una buena edición de Eckermann, la edición de Insel del Decamerón, y la obra erótica del Aretino en una traducción francesa. También, un pequeño libro de recuerdos de Baudelaire que incluye anécdotas de su vida y muchas fotografías suyas y de sus conocidos. En unos años sabré lo que algunos de estos libros significan para mí; en algunos casos, esto requerirá un largo tiempo. Pero al principio irán directamente a la bodega: serán enterrados en la biblioteca, sin que yo los toque siquiera. Entre otras razones, porque estoy acostumbrado a vivir como exiliado en un lugar en el que necesariamente dependo de mi biblioteca. Si se diera este caso, tendría ocasión de leer a fondo estos libros. Por ahora sólo estoy leyendo el Andersen, ávido de profundizar en la esencia del sentimentalismo. En él, las cosas buenas realmente escasean, en comparación con la cantidad de elementos de lo más perverso, pero lo bueno y lo malo parecen estar en él extrañamente unidos.

Cuando me es posible, leo los libros de la biblioteca de Berna, que en cualquier caso deja bastante que desear, al menos en mis áreas de interés. Ahora mismo vuelvo a estar ocupado preparando mi tesis doctoral, y por ello estoy estudiando la teoría del arte de Goethe. Encuentro en ella cosas de lo más interesantes, pero no puedo dar cuenta aquí brevemente de qué se trata, ya que es algo demasiado extenso. Naturalmente, es terra incognita. Por casualidad me he topado hoy, leyendo para mi tesis, con el libro de una tal señora Luise Zurlinden, Gedanken Platons in der deutschen Romantik [El pensamiento de Platón en el romanticismo alemán]. El horror que le embarga a uno cuando las mujeres pretenden tener algo que decir en estos asuntos es indescriptible. El libro es totalmente infame. Por lo demás, su valoración de los románticos, en particular de los hermanos Schlegel, y en especial, Wilhelm (quien, cierto es, no fue tan relevante como Friedrich), es un ejemplo paradigmático de la desvergüenza que caracteriza a los estudios literarios. Épocas estériles para la ciencia, incluso aún más que la nuestra, ciertamente ha habido varias; no obstante, la desvergüenza en la ciencia es moderna. Así, hoy día los expertos consideran por principio que la traducción constituye un tipo inferior de creación (por supuesto, porque no están satisfechos hasta haber rubricado todo con las etiquetas más burdas) y, en consecuencia, se atreven a tachar los logros de Wilhelm Schlegel en su labor de traducción de «adopción de sentimientos ajenos». Este tono se ha convertido en moneda corriente.

Respecto a su pregunta sobre cómo me ha ido, y mi relación con las personas que usted menciona (a excepción de Barbizon), por carta sólo puedo contestar de manera breve y categórica. Lo que podría decir sobre ellos (aunque preferiría no hacerlo) ni siquiera puede indicarse por carta: para mí ni siquiera existen, e incluso si cada uno de ellos ha sacado el tema a colación a su propia manera, es precisamente esta falta absoluta de relación la que hace de esto un asunto que me es totalmente indiferente. Con Barbizon mantengo un trato superficial.

Con muy pocas excepciones, las relaciones que mantenía con mis contemporáneos han llegado a su fin. Mi amistad con Alfred Cohn acabó del modo siguiente. A invitación nuestra, su esposa nos visitó antes de viajar a Alemania, donde iba a tomar unas vacaciones junto a Alfred. Albergábamos la esperanza, aunque fuera débil, de poder hacer algo por él. En esta visita, se confirmaron todas las sospechas que ya teníamos sobre Dorothea; ante todo, el carácter tan profundamente insoportable de su ser (tomando esta palabra en su sentido pleno), la imposibilidad de hallar ninguna razón o fundamento para seguir tratando con ella, de modo que tuve que informar brevemente a Alfred del hecho de que mi esposa y yo no podíamos seguir manteniendo ninguna relación con su esposa. Alfred, que estaba de vacaciones y que no hubiera podido hablar con nosotros aunque hubiera querido hacerlo, hubiera debido dar alguna explicación más prolija. Alfred contestó a mi carta en un tono en apariencia algo comedido, pero en el fondo insultante, diciendo que yo había malentendido cada disputa, incluso una discusión personal que tuve con él en presencia de su esposa. Por lo que he podido ver, en su esposa y a través de sus cartas, me ha convencido de que su vida está tomando una dirección que le aleja diametralmente de las ideas y las metas que, no voy a decir que compartía conmigo, pero en las que sí tomaba parte a través de mí. Parece creer que en esto consiste la libertad.

Le agradezco de corazón los poemas que me ha enviado. Puede que transcurra un largo tiempo antes de que yo pueda enviarle alguna cosa mía de nuevo, porque por el momento sólo planeo proyectos extensos para el futuro próximo. Por favor, envíeme noticias pronto. Espero que esté usted bien. Mi esposa también le envía recuerdos.

Suyo,
Walter Benjamin

A Florens Christian Rang

Berlín, 9 de diciembre de 1923

Querido Christian:

Te agradezco de todo corazón la confianza con la que me has pedido que reconsidere mi postura respecto a mi «Respuesta»Se trata de la «Respuesta» que Benjamin escribió al libro de Rang Deutsche Bauhütte. Ein Wort an uns Deutsche über mögliche Gerechtigkeit gegen Belgien und Frankreich und zur Philosophie der Politik (Leipzig, 1924), alegato pacifista en el que se argumenta la necesidad moral que tenía Alemania de pagar reparaciones de guerra a belgas y franceses. [N. T.]. He seguido tu consejo y me he puesto directamente en contacto con Frankfurt. Habrás podido inferir de mi silencio hasta ahora que he recibido confirmación por su parte. Naturalmente, no tengo confirmación de ninguna instancia «oficial», y he de contentarme con tener la de [Gottfried] Salomon, que conoce bien el asunto. En los últimos tiempos no he recibido más galeradas, ¿es porque ya te había enviado la «Respuesta» a ti, o porque está a punto de publicarse? Espero que sea esto último, no sólo porque estoy impaciente por ver el libro entero, sino también porque he hecho todo lo posible por despertar aquí la más intensa expectación hacia él. No recuerdo si ya te comenté en mi carta anterior la grata y profunda impresión que me causó el apoyo de Hofmannsthal a tu llamamiento. Tan sólo deseo que mantenga con firmeza lo que sus palabras dejan entrever, algo que tendría gran peso en mi consideración y estima hacia él. Esta mañana temprano he comenzado a leer, para mi tratado sobre el Trauerspiel, la Venecia salvada, que él [Hofmannsthal] adaptó hace años a partir de la obra de Thomas Otway. ¿La conoces? Por supuesto, de momento le he contestado afirmativamente y le he enviado el Baudelaire que ya está publicado. Es el dudoso privilegio de mis amigos más cercanos –y tuyo, especialmente– el quedar relegados a la hora de recibir este obsequio, que les es debido. Realmente, va ganando terreno la impresión de que [Richard] Weissbach, mediante una trapacería legal de primer orden (que ni se puede poner por escrito) pretende despojarme de casi todas las copias de autor y de los honorarios completos. Dentro de poco se verá con más claridad en qué queda el asunto. Mi escrito a Hofmannsthal me ha despertado la duda, después de haberlo enviado, de si no le parecerá demasiado formal, con toda la gratitud reverente que expresa. En concreto, en mi primera carta todavía tenía reparos en mencionar las cosas de HeinleBenjamin había enviado a Hofmannsthal, junto con sus propios escritos, algunos poemas de su amigo Fritz Heinle, que se había suicidado en 1914. [N. T.], a las que él no se había referido, para no parecer demasiado insistente. Creo que te puedo pedir que le preguntes por ello, si tienes ocasión de hacerlo, en caso de que él no nos diga nada ni a ti ni a mí en los próximos días. Y también, respecto a otro asunto, te pido por favor que retomes por un instante tu labor de intermediario y me hagas llegar con tu próxima carta: 1) el ejemplar de Die ArgonautenSe refiere al número de la revista Die Argonauten en el que había sido publicado el ensayo de Benjamin «Destino y carácter». [N. T.] y, muy especialmente, 2) el trabajo sobre Las afinidades electivas, que necesito antes de que vaya a la imprenta. Es decir, no lo tengo aquí ni en forma manuscrita, ni en ninguna otra copia, y necesito urgentemente consultar algunas partes para mi trabajo actual. Es curioso que, desde hace unos días, en el curso de este trabajo me asaltan con intensidad las mismas preguntas que según tu última carta se te plantean también a ti al confrontar estas ideas. Para mí, que me resiento de cierta soledad por mis condiciones de vida y por el objeto de mi trabajo, sería infinitamente valioso poder hablar de esto contigo cara a cara ahora mismo. A saber, estoy reflexionando sobre cuál es la relación de la obra de arte con la vida histórica. A este respecto, me parece probado que no existe la historia del arte. Mientras que para la vida humana, por ejemplo, la concatenación de acontecimientos temporales no sólo implica que ésta tiene una esencia causal, sino que, sin esa concatenación en el desarrollo, la madurez, la muerte y otras categorías de la vida humana no existirían en absoluto, el caso de la obra de arte es totalmente distinto. Según su esencia, la obra de arte es ahistórica. El intento de introducir la obra de arte en la vida histórica no abre perspectivas que estuvieran en su seno, como sí hace el intento similar de los pueblos, que abre la perspectiva de las generaciones, y otros estratos esenciales. La investigación de la historia del arte contemporánea se reduce a una historia de la materia o a una historia de la forma, para las que las obras de arte sólo son ejemplos, o, como si dijéramos, modelos. Ni siquiera se plantea la cuestión de que haya una historia de la obra de arte propiamente dicha. Las obras de arte no tienen nada que las vincule entre sí de manera a la vez extensiva y esencial, con un vínculo semejante al de la relación genealógica entre las generaciones en la historia de los pueblos. El vínculo esencial entre las obras de arte es sólo intensivo. A este respecto, las obras de arte se asemejan a los sistemas filosóficos, en los que la así llamada «historia» de la filosofía viene a ser o bien una historia de los dogmas carente de interés, o bien una historia de los filósofos, o bien una historia de los problemas filosóficos, y como tal siempre pierde contacto con la extensión temporal y amenaza con tornarse en interpretación atemporal, intensiva. De igual modo, la historicidad específica de la obra de arte es tal que no puede ser investigada por la «historia del arte», sino sólo por la interpretación. A saber, en la interpretación se establecen relaciones entre las obras de arte que son atemporales, pero que no por ello carecen de relevancia histórica. Las mismas fuerzas que son explosivas y extensivas en el mundo de la revelación (que es la historia) aparecen de manera intensiva en el mundo de la clausura (que es el mundo de la naturaleza y la obra de arte). Por favor, disculpa estos pensamientos tentativos y provisionales. Sólo han de servir para guiarme allá donde espero reunirme contigo: las ideas son las estrellas, por oposición al sol de la revelación. No brillan en el día de la historia, sino que actúan en él de forma invisible, y sólo brillan en la noche de la naturaleza. Las obras de arte se definen como modelos de una naturaleza que no es ni el escenario de la historia, ni el lugar donde habita el hombre. La noche salvada. La crítica, en el contexto de esta reflexión (en la cual se identifica con la interpretación, y se opone a todos los métodos actuales de apreciación del arte), es la representación de una idea. Su infinitud intensiva caracteriza a las ideas de mónadas. Lo definiré: la crítica es la mortificación de la obra. No la intensificación de la conciencia en ella (¡demasiado romántico!), sino el anidar del saber en ella. La filosofía ha de dar nombre a las ideas, igual que Adán dio nombre a la naturaleza, para dominarlas, a ellas que son la naturaleza que regresa. Toda la concepción de Leibniz, cuyo concepto de mónada he tomado prestado para la determinación de la idea, y que tú también invocas al equiparar ideas y números –pues para la monadología de Leibniz, la discontinuidad de los números enteros era un fenómeno decisivo–, me parece contener toda una teoría de las ideas. La tarea de interpretación de la obra de arte consiste en juntar la vida de criatura en la idea. Examinar. Perdona si todo esto es ininteligible, pero tu concepto fundamental ha calado hondo en mí. En último término, me parece entender que todo saber humano, para poder justificarse, ha de tener la forma de la interpretación, y ninguna otra, y que las ideas son los instrumentos de la interpretación probada. Lo que queda por hacer es una doctrina de los diferentes tipos de textos. Platón definió el ámbito de su teoría de las ideas en El banquete y Timeo como delimitado por el arte y la naturaleza; la interpretación de los textos históricos o sagrados quizá no haya sido prevista en ninguna teoría de las ideas que haya existido anteriormente. Me alegraría mucho si estas reflexiones, a pesar de su carácter tentativo, te dieran ocasión de hacer algún comentario. En cualquier caso, habremos de volver a encontrarnos en este terreno a menudo. El fracaso de [Eugen] Rosenstock presenta una justificación tardía de lo que antaño dije de élEugen Rosenstock-Huessy, sociólogo y filósofo converso al cristianismo, que intercambió cartas con Rosenzweig sobre el diálogo entre judaísmo y cristianismo durante la Primera Guerra Mundial. Benjamin podría referirse aquí a sus objeciones, expresadas en una carta a Gershom Scholem del 30 de diciembre de 1922, a que Rosenstock, y otros judíos conversos al cristianismo, formasen parte del comité editorial de Patmos Verlag. [N. T.]. Nunca me agradó ver su nombre al comienzo del texto. Ahora él mismo lo ha tachado, moralmente hablando. Mis recuerdos para vosotros y para Helmuth, de mi familia a la tuya.

Tu Walter

A Hugo von Hofmannsthal

Pardigon, 5 de junio de 1927

Estimado señor von Hofmannsthal:

Ha pasado casi un año, según creo, desde que le escribí por última vez. Entre tanto, he estado en Rusia, y si no he dado noticias durante los dos meses que he pasado en Moscú, ello se debe a que no era capaz de escribir, al estar bajo la primera impresión de una forma de vida intensa y extraña. Después pospuse escribirle, con la esperanza de poder adjuntar a la primera carta que le enviase mi intento de describir esta estancia [en Rusia]. Pero, a pesar de que las galeradas hace tiempo que están listas, este intento todavía no ha sido publicado. En él, me he propuesto mostrar aquellos fenómenos concretos de la vida diaria que me han causado una impresión más profunda, tal y como son, sin digresiones teóricas, aunque no sin una toma de postura interna. Como es natural, el desconocimiento de la lengua no me ha permitido penetrar más allá de un estrato social bastante reducido. No obstante, me he fijado, más que en lo visual, en la experiencia rítmica, en el tiempo en el que viven allí los hombres, y en el que un ritmo ruso originario penetra en el nuevo ritmo de la revolución formando una nueva totalidad que me ha parecido mucho más inconmensurable para las medidas occidentales de lo que había esperado en principio. El proyecto literario que, de manera muy marginal, me propuse acometer en este viaje, ha resultado ser irrealizable. La dirección de la gran enciclopedia rusaSe refiere a la Gran Enciclopedia Soviética, para la cual se encargó a Benjamin la redacción del artículo «Goethe». [N. T.] está en manos de una organización que consta de cinco instituciones diferentes, incluye a muy pocos investigadores competentes, y no está ni por asomo en situación de llevar a cabo su gigantesco programa. Yo mismo he podido observar con cuánta ignorancia y oportunismo se oscila entre el programa científico marxista y el intento de asegurarse un cierto prestigio en Europa. Pero este desencanto personal, así como las dificultades y rigores de una estancia en Moscú en pleno invierno, no son nada comparados con la poderosa impresión que causa una ciudad cuyos habitantes todavía están estremecidos por las grandes luchas en las que, de un modo u otro, todos se vieron involucrados. Mi estancia en Rusia se cerró con la visita a la Lavra de Sergei [de Radonezh], el segundo monasterio más antiguo del imperio y lugar de peregrinaje de todos los boyardos y zares. Recorrí durante más de una hora, y a una temperatura de 20 grados bajo cero, salas completamente recubiertas de tejidos bordados de joyas, repletas de innumerables hileras de Evangelios y devocionarios iluminados, desde los manuscritos de los monjes de Athos a otros del siglo XVII, pasando por innumerables iconos de todas las épocas con su revestimiento dorado, en los que la cabeza de la Virgen resalta como si estuviera presa en un cepo de cuello chino. Era como el congelador en el que una cultura antigua se había conservado en hielo durante los días del verano revolucionario. Durante las semanas siguientes, en Berlín, mi trabajo consistió básicamente en entresacar aquello que merecía la pena comunicar del detallado diario que llevé, por primera vez desde hace quince años, durante el viaje. A mi regreso a Alemania había aparecido [mi traducción de] A la sombra de las muchachas en flor, de Proust, y me aseguré de que la editorial le hubiera enviado un volumen durante mi ausencia. Si ha tenido ocasión de echarle un vistazo, espero que no le haya parecido demasiado mala. La recepción de la crítica fue favorable, pero ¿qué quiere decir eso, a fin de cuentas? Creo que me resulta claro a estas alturas que toda traducción que no se realiza con la más elevada y acuciante finalidad práctica (como la traducción de la Biblia, como ejemplo paradigmático) o por puras consideraciones de investigación filológica, necesariamente ha de tener algo de absurda. Me daría por satisfecho si en este caso esto no se trasluce de manera demasiado evidente. La longitud de esta carta, mi muy estimado señor von Hofmannsthal, le habrá aconsejado a primera vista reservarla para un momento en el que no comprometa demasiado su tiempo, y en esta creencia, y sabiendo que se interesa verdaderamente por mí, me atrevo a seguir contándole mis cosas. Por ahora, mi trabajo se centra en consolidar mi posición en París. Voy a intentar costear mi estancia allí –ahora estoy pasando unos días por Pentecostés con mi esposa en Perdigon, cerca de Toulon– mediante informes literarios y otros trabajos de menor importancia. Por cierto, he comprobado una y otra vez la validez de mi primera impresión, que usted ha corroborado con insistencia: es extraordinariamente raro conseguir simpatizar con un francés de modo que permita prolongar una conversación más allá del primer cuarto de hora. Pero para mí ha llegado el momento de abordar una investigación sobre el espíritu francés también en sus formas actuales, independientemente del hecho de que me siga ocupando de sus formas históricas, y de que tenga la intención de dedicar mis palabras a estos fenómenos más antiguos. A veces pienso en una obra sobre la tragedia francesa como contrapunto a mi libro sobre el Trauerspiel. Originariamente, mi plan en este libro era desarrollar el contraste entre la naturaleza de las tragedias alemana y francesa. Pero a todo esto hay que añadir algo. Si bien me siento totalmente aislado en mis preocupaciones e intereses en Alemania, entre los hombres de mi generación, se dan en Francia algunos fenómenos, como el novelista Giraudoux, y especialmente Aragon, y el movimiento del surrealismo, cercanos a aquello a lo que también yo me dedico. He hallado en París la forma que he de dar a aquel cuaderno de notas del que le envié hace mucho algunas pruebas, muy prematuras. Tengo la esperanza de poder publicar aquí en traducción parte de él, así como fragmentos de mi informe desde Moscú. Por el contrario, no me satisface nada el transcurso de las cosas en Alemania. Rowohlt ha violado el espíritu del contrato que tengo con él de manera tan desconsiderada que por el momento no puedo decidirme a dar el visto bueno al libro sobre el barroco. Sé que estas dilaciones eternas pueden ser fatales, y he de decidir en breve si me quedo con Rowohlt o busco otro editor. Mientras tanto he recibido hace muchas semanas las primeras pruebas del capítulo sobre «Melancolía» en los BeiträgeNeue Deutsche Beiträge, revista editada por Hofmannsthal. [N. T.]. Al mismo tiempo que trabajaba en ellas, envié una larga carta al señor Wiegand. Me resulta incierto, y a la larga, inquietante, no haber oído una sola palabra de él, y no sé cómo explicarme su silencio. Aquí en Pardigon trabajo sobre una presentación, proyectada desde hace largo tiempo, de la gran edición crítica de las obras de [Gottfried] Keller. (Al hacerlo, me topé por casualidad con algunas palabras que dedicó a la tragedia francesa, y que, por su gran penetración, destacan de lo que se estilaba decir sobre este tema por aquel entonces). Este trabajo me proporciona gran satisfacción, y en la esperanza de que también pueda darle a usted alguna, se lo enviaré en cuanto sea publicado. Me gustaría terminar reiterando lo mucho que significaría para mí tener noticias suyas, aunque sea de manera breve. Con expresión de mi más sincera estimación y mis cordiales saludos, su atento y seguro servidor,

Walter Benjamin

A Max Rychner

Berlín-Wilmersdorf, 7 de marzo de 1931

Cur hic?Benjamin responde en esta carta a una reseña que hizo Rychner de la obra de Brentano Kapitalismus und schöne Literatur, y que le envió a Benjamin acompañada de una nota que decía «Dic, cur hic?» («Y tú, ¿por qué estás aquí?») [N. T.] – Este hic [aquí], querido señor Rychner, constituye un terreno muy amplio; no estoy seguro de que me vea aparecer en el sector que usted tiene en mente, a partir de la obra de Brentano. Pues mi sector se halla más bien opuesto a él, pero, por supuesto, dentro de la misma esfera. Sobrepasaría con creces las posibilidades de la expresión escrita si quisiera explicarle lo que me llevó a adoptar una perspectiva materialista. Pero hay una cosa que sí me gustaría sacar a colación de inmediato: la propaganda más intensa que se pueda concebir de una perspectiva materialista no me llegó en forma de folletos comunistas, sino en las obras «representativas» que han emergido en mi ámbito de estudio –la historia de la literatura y la crítica literaria– en los últimos veinte años desde el flanco burgués. Tengo tan poco que ver con lo que ha producido el estamento académico a este respecto como con los monumentos que hayan podido erigir un Gundolf o un Bertram. Y para desmarcarme pronto y de manera clara de las deleznables odas de esta empresa, oficial y extraoficial, no me hicieron falta las concepciones marxistas, que por otra parte sólo conocí mucho más tarde. Más bien, he de agradecérselo a la tendencia metafísica de mi investigación. Mi libro El origen del Trauerspiel alemán, al no haber merecido ni una sola reseña por parte de los miembros del establishment académico alemán, prueba cuán lejos del actual sistema de la ciencia burguesa-idealista conduce una estricta observancia de los verdaderos métodos de investigación académica. Y eso que este libro ciertamente no era materialista, aunque sí dialéctico. Lo que yo no sabía en el momento de su composición, pero que me fue resultando cada vez más evidente después de ella, es que desde mi peculiar postura sobre la filosofía del lenguaje existe una mediación, aunque sea tensa y problemática, hacia el modo de proceder del materialismo dialéctico, pero que tal mediación no existe en absoluto hacia la autocomplacencia de la ciencia burguesa.

Cur hic? – No porque yo sea un «prosélito» de la «visión del mundo» materialista; sino porque me esfuerzo por dirigir la dirección de mi pensamiento hacia aquellos objetos en los cuales la verdad se encuentra de la manera más densa. Y éstos no son, hoy día, las «ideas eternas» ni los «valores atemporales». Hace usted referencia, en determinado punto de su artículo, a mi ensayo sobre Keller, de manera muy amable y respetuosa. Pero, me concederá usted que también en ese ensayo mi intención era, precisamente, legitimar el concepto de intuición [Einsicht] en Keller desde la verdadera condición de nuestra existencia contemporánea. Decir que hay un índice para medir la grandeza histórica, en virtud del cual cada conocimiento verdadero se convierte en autoconocimiento histórico-filosófico –no psicológico– de la persona que conoce, es una formulación que no es materialista en absoluto, pero es una experiencia que me vincula a los burdos y groseros análisis de un Franz Mehring mucho más que a las profundísimas paráfrasis del mundo de las ideas que hoy día emanan de la escuela de Heidegger.

Entenderá usted que no haya podido permanecer en silencio ante su pequeña interpelación, aunque soy muy consciente de que cualquier intento de comunicación por escrito en la inconclusa forma del intercambio epistolar revela tantos puntos débiles como palabras contiene. Contra eso, nada se puede hacer. Quizá debería yo suponer también que al plantearme la pregunta a la que respondo vagamente con lo dicho hasta ahora, no lo habrá hecho sin haber considerado al menos para sus adentros algunas posibles respuestas. De ellas, la que me resulta más favorable sería la que me presenta no como un representante del materialismo dialéctico en tanto que dogma, sino como un investigador a quien, para estudiar todo aquello que nos mueve, le resulta más fructífera, científica y humanamente, la postura del materialista que la del idealista. Para decirlo en un palabra, si me lo permite: nunca he sido capaz de investigar ni de pensar más que de una manera, que podría calificarse de teológica, es decir, según la doctrina talmúdica que dice que cada versículo de la Torah tiene cuarenta y nueve sentidos. Según mi experiencia, el más manido tópico comunista contiene más jerarquías de sentido que la profundidad burguesa contemporánea, que no posee más que un sentido, el apologético.

A la vez que le pido disculpas por esta improvisación –que sólo en cortesía aventaja al silencio– me permito también decirle que podrá encontrar una respuesta más elaborada que la que he sido capaz hoy de ofrecerle expressis verbis a la pregunta que me planteó entre las líneas de mi ensayo sobre «Karl Kraus», que aparecerá próximamente en el Frankfurter Zeitung.
Con amistosos saludos, suyo,

Walter Benjamin

A Bertolt Brecht

París, 21 de mayo de 1934

Querido Brecht:

Me ha llevado un largo tiempo ser capaz de ver las cosas con perspectiva desde aquí. Quería tener algo decisivo que contarle, y por eso he retrasado una y otra vez la comunicación, y ni siquiera le escribí a propósito de Cabezas redondas [Cabezas redondas y cabezas puntiagudas], que me pareció de una importancia desacostumbrada, y un éxito total.

Finalmente parece que nuestro encuentro durante el próximo mes de junio se concreta, aunque todavía tengamos que fijar la fecha. Como muy pronto tendría que ser el día 6 o 7 –si tomo el barco del jueves 1 de junio–, como muy tarde sería el día 27 o 28, si tomo el último barco de junio. Le haré saber la fecha exacta de mi llegada con suficiente antelación, como es natural.

Iré con una minúscula renta de 500 francos franceses al mes.

Hace un par de días vi a Hanns [Eisler]. Él opinaba que debería escribirle para decirle explícitamente lo importante que me parece una producción de la obra en Londres. Yo pienso que esta importancia es evidente de suyo, dado que es imposible hacer una exposición pública de este tema que sea más ilustrativa, interesante y comprensible que la suya. Al decir esto, paso por alto todas las demás cualidades de la obra que, por supuesto, están incluidas en esta valoración.

Por cierto, ¿conoce usted el go? Es un juego de tablas chino antiquísimo, tan interesante, por lo menos, como el ajedrez, deberíamos enseñárselo a Svendborg. En el go las piezas nunca se mueven, tan solo se van colocando sobre el tablero, que al principio está vacío. En esto, me parece semejante a su obra. Usted coloca a cada uno de sus personajes y formulaciones en el lugar adecuado, desde el cual ejercen su función estratégica propia por sí mismos, sin que tengan que hacer nada. Creo que el estilo en extremo ligero y certero que usted pone de manifiesto con este método ha de causar en el público –especialmente si se trata del público inglés– un efecto mucho mayor que los procedimientos a través de los cuales el teatro suele perseguir metas semejantes.

He podido escuchar algunas de las nuevas canciones, que me han gustado mucho.

Bajo el título de «El autor como productor» he intentado crear una obra complementaria, según el asunto y la longitud, de mi viejo trabajo sobre el teatro épico. Se la llevaré conmigo.

Se despide hasta muy pronto, y con saludos afectuosos, su

Walter Benjamin

A Max Horkheimer

París, 15 de diciembre de 1939

Querido señor Horkheimer:

Acabo de recibir una carta del Servicio Nacional de Refugiados, copia de la cual le adjunto. Esta carta no me había sido anunciada por usted en absoluto, de modo que supongo que no me ha sido dirigida como resultado de sus gestiones. Me inclino más bien a pensar que se debe a los esfuerzos de la señora Bryher, a través de algunos de sus amigos. La señora Bryher es editora jefe de Life and Letters Today. Sigue mi trabajo desde hace tiempo, y ella también estaba muy preocupada por mi detenciónDe septiembre a noviembre de 1939, despojado de la nacionalidad alemana por ser judío, Benjamin permaneció durante tres meses detenido en un campo de internamiento para presos políticos en Francia, cerca de Nevers. [N. T.].

Creo que esta carta podría constituir una buena oportunidad para mejorar mi situación, y me parece poco probable que una oportunidad semejante se me pueda presentar de nuevo. Mis amigos de París (con la señalada excepción de la señorita Adrienne [Monnier], he de decir) están todos de acuerdo en que debo marcharme. Pero usted sabe bien que las decisiones apresuradas no son propias de mí; es más, están bien lejos de serlo. Por el contrario, sí tengo la costumbre de seguir sin dificultad los consejos de algunos amigos sinceros (y nunca olvidaré que, de no haber sido por la insistencia de la señora Adorno, nunca habría tenido el buen sentido de salir de Alemania en una fecha tan temprana como el mes de marzo de 1933).

No tengo necesidad de decirle lo unido que me siento a Francia, tanto por mis amistades como por mi trabajo. Nada en el mundo, para mí, podría remplazar a la Bibliothèque Nationale. Además, no podría haber sido más afortunado en el recibimiento que he hallado en Francia desde [1933]; tanto por la benevolencia de las autoridades, como por la devoción de mis amigos. Esto no excluye que mi existencia y mi actividad investigadora no puedan verse puestas en cuestión también aquí de un día para otro. En particular, es posible que a consecuencia de la guerra se tengan que imponer reglamentos de una rigidez tal que hayan de sufrir justos por pecadores.

Ni que decir tiene que en estas circunstancias su consejo será de la mayor importancia para mí, pues no quisiera que mi llegada a América, al provocar dificultades de orden material, pudiera perturbar una amistad que, actualmente, no es sólo mi único sustento material, sino también casi el único apoyo moral de que dispongo. Tampoco se me pasa por la cabeza tomar una decisión a la ligera, porque probablemente debería hacer laboriosas gestiones para conseguir un visado de salida (ni siquiera estoy seguro de poder obtenerlo antes de cumplir los 49 años, para lo que todavía faltan unos pocos meses). A esto hago alusión en mi carta de respuesta al Servicio Nacional de Refugiados, de la cual le envío copia.

Le ruego que me haga saber de la manera más explícita posible su opinión sobre si debería quedarme en Europa o reunirme con usted en América. Es muy importante para mí que comprenda usted mi petición en su sentido exacto, y que sepa bien que no implica ningún intento por mi parte de quitarme de encima la responsabilidad hacia eso que, desgraciadamente, he de llamar «mi destino». Su única finalidad es, por el contrario, hacer que pueda tomar mi decisión con pleno conocimiento de causa.

Por fin tuve ocasión de ver las pruebas de su ensayo sobre los judíos y EuropaSe refiere al artículo «Die Juden und Europa», publicado en Zeitschrift für Sozialforschung VII 1/2 (1939). [N. T.]. Desde hace muchos años ningún análisis político me había impresionado de tal modo. Es el toque de campana que hemos estado esperando durante mucho tiempo, y que, con toda probabilidad, no podría haberse producido anteriormente. A lo largo de mi lectura, he experimentado la sensación de toparme con verdades que había de algún modo presentido, más que penetrado, y que por fin eran expresadas con toda la fuerza y el énfasis necesarios. Su ensayo alimenta con los argumentos más sustanciales mi feroz hostilidad contra el beato optimismo de nuestros líderes de izquierda, y aunque se abstenga usted de dar nombres, éstos resultan evidentes a todos.

Quizá lo más hermoso en su exposición sea la construcción histórica apoyada en Mandeville y Sade. Tiene el carácter inesperado y nítido de un paisaje que se presenta al que alcanza la cima justo a la hora en que la luz es más propicia. Su artículo será mal recibido por todos aquellos dados a especular y pontificar, que no se echan en falta ni aquí, ni allí. Razón de más para sentirnos orgullosos y extremadamente curiosos ante las repercusiones que va a tener. Le envidio la suerte de poder ver cómo éstas se desarrollan en plena libertad.

Acabo de recibir su carta del 28 de noviembre, y le agradezco sinceramente las palabras que dedica a mi puesta en libertad. Al mismo tiempo, pregunta usted por las circunstancias en que se produjo. Ya en mi carta del 30 de noviembre le dije que la señorita Favez me contó que usted había solicitado el apoyo de los señores Scelle y Halbwachs en mi favor. No tengo la impresión de que ellos hayan dado ningún paso en ese sentido; si bien es cierto que en asuntos tales nunca se puede tener completa certeza. Pero imagino que estas personalidades no habrían dejado de informar a nuestra oficina de París si hubieran tomado alguna medida. Por lo que yo sé, todas las gestiones decisivas fueron hechas por un amigo íntimo de la señorita Adrienne, que es una de las personas más influyentes en el Quai d’OrsaySe refiere al Ministerio de Asuntos Exteriores francés, situado en el Quai d’Orsay. [N. T.]. De ahí mi reticencia a ir a verles, aunque, por supuesto, reitero mi agradecimiento hacia usted por haberse puesto en contacto con esos profesores. Me temo que, de visitarles, daría la impresión de estar recordándoles de manera indiscreta un favor que, probablemente, nunca me hicieron.

Cordialmente suyo,
Walter Benjamin