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Un entre-dos transcultural

Rachida Triki
Traducción Inés Bértolo

Crear en el entre-dos es una forma de asumir la contemporaneidad de un Magreb abierto al exterior. Para los artistas reunidos en esta exposición, esta postura entre dos orillas es rica en potencialidad creadora. Libera, a un tiempo, de la subordinación a una identidad patrimonial cargada de sentido y de cierta tendencia consensual frecuente en las corrientes artísticas dominantes en Occidente. Sin embargo, esto no implica una ruptura con el campo cultural o con el arte mundializado. Más bien se trata de crear de otra manera, desde el respeto a la propia singularidad y al propio compromiso, obras ancladas en un presente marcado por una doble pertenencia, local y global. Ser contemporáneo consistiría precisamente en experimentar el propio tiempo y filtrar mediante el arte situaciones u objetos que abarcan todo lo que constituye su mundo.

Crear en el entre-dos es una forma de asumir la contemporaneidad de un Magreb abierto al exterior. Para los artistas reunidos en esta exposición, esta postura entre dos orillas es rica en potencialidad creadora. Libera, a un tiempo, de la subordinación a una identidad patrimonial cargada de sentido y de cierta tendencia consensual frecuente en las corrientes artísticas dominantes en Occidente. Sin embargo, esto no implica una ruptura con el campo cultural o con el arte mundializado. Más bien se trata de crear de otra manera, desde el respeto a la propia singularidad y al propio compromiso, obras ancladas en un presente marcado por una doble pertenencia, local y global. Ser contemporáneo consistiría precisamente en experimentar el propio tiempo y filtrar mediante el arte situaciones u objetos que abarcan todo lo que constituye su mundo.

Cuestionar las referencias

A través de la pintura, los nuevos medios o las instalaciones plantean intervenciones y ficciones inéditas que amplían el campo de lo local hasta dotarlo de universalidad. Una de las posturas compartidas por los artistas que viven entre Europa y el Magreb es el esfuerzo por hacernos ver de forma diferente nuestro entorno físico y humano a fin de distanciarnos de nuestros hábitos perceptivos. Sus obras fomentan un proceso de liberación basado en su dimensión a la vez imprevisible y dadora de nuevo sentido. No sólo crean en el orden de lo imaginario y lo irreal, sino que inscriben la alteridad en la experiencia de lo mismo. Deshacer la imagen mediática del mundo es intentar liberarse de los códigos y la esclerosis que acechan en toda designación e identificación. Esto permite afrontar la dimensión temporal y existencial de situaciones singulares que son, a la vez, humanamente compartibles.

Es el arte, en efecto, el que puede hacer sentir las experiencias singulares mediante la restitución puramente emocional de un espacio-tiempo captado en la percepción de la imagen y de sus fuerzas latentes. Tales fuerzas pueden, mediante un juego de presencia/ausencia, trastocar nuestras representaciones y emborronar las referencias. Es un fenómeno inherente al proceso de creación de quienes crean lazos inéditos entre su lugar de vida y la apertura a un universo siempre en curso. Es así, desviando los objetos de su uso y su sentido habitual, como las obras de Mohamed El Baz y Karim Ghelloussi perturban, cada una a su manera, el acto de reconocimiento reflejo. Incitan a pensar el paso del tiempo trascendiendo la unidad identificadora de las cosas, captadas en su hibridación y su inacabamiento. El objeto es lanzado a un intersticio que lo convierte, a la vez, en enigma y objeto de deseo de dimensión puramente estética.

Estos distintos dispositivos se convierten en maneras de pensar, de plantear preguntas sobre la aceptación de la identidad dentro del proceso de globalización. Cuestionan las distintas formas de reconocimiento fundadas en valores puramente locales que designan a los objetos como pertenecientes a tal cultura o tal civilización gracias a signos o símbolos característicos.

Dispositivos ficcionales emancipadores

Los artistas reunidos en esta muestra han ampliado su campo de creación hasta abarcar cuestiones sociopolíticas y espirituales mediante el uso de nuevas tecnologías, nuevos modos de comunicación y circulación y el mestizaje de imágenes. Son sensibles, al mismo tiempo, a los problemas relacionados con la identidad, la ciudadanía y la espiritualidad que plantean respectivamente el exilio, la mundialización y la estigmatización de las religiones. Son particularmente receptivos a las transformaciones del ciudadano del mundo y a la aspiración a una espiritualidad sin fronteras. En este sentido, se enfrentan a un entorno ampliado en el que captan intensidades y producen sensaciones que responden a problemas actuales de crucial importancia. Kader Attia y Mounir Fatmi están atentos a los dilemas que generan el desarraigo y la inmigración desde una perspectiva abierta a la globalidad y el cosmopolitismo. Mediante dispositivos ficcionales –instalación y vídeo– abordan los miedos y los traumas que ocasionan el desconocimiento del otro, pero también las amenazas reales que producen las diversas ortodoxias. Las instalaciones, a menudo, espectaculares de Kader Attia tienen un alcance crítico que advierte contra las diversas formas de intolerancia y las tentaciones neocoloniales. Mounir Fatmi, por su lado, desafía las censuras con sutiles instalaciones muy incisivas y con vídeos que juegan con desviaciones de las referencias patrimoniales.

Frente a las derivas ideológicas y estigmatizadoras, estos artistas se muestran atentos a los problemas de un Magreb en mutación y a las contradicciones sociopolíticas de los emigrantes en las grandes ciudades europeas. Sus obras perturban de forma deliberada las ideas preconcebidas, y lo hacen desde un horizonte de valores humanistas.

De forma más poética y, por así decirlo, discreta, las instalaciones de Younes Rahmoun y Yazid Youlab proponen salidas más existenciales que invocan el compromiso personal con la apertura. Para ellos, la situación de entre-dos ofrece una oportunidad para sobrepasar los avatares de las identificaciones culturales unívocas y alcanzar una acepción más universal de lo sensible. Yazid Youlab, con el bagaje de su experiencia personal bicultural, crea a partir de materiales simples unos dispositivos que son puros actos de espiritualidad. Revisita los objetos emblemáticos del patrimonio magrebí y los metamorfosea propiciando una elevación cercana al sufismo; sus obras incitan a la escucha y la visión interior.

Más comprometido con una espiritualidad que invita al recogimiento y al desapego, el proceder creativo de Younes Rahmoun se presenta como una búsqueda casi mística. Aunque utiliza técnicas muy contemporáneas, el artista crea instalaciones que vuelven a conectar con la sencillez de un hábitat local rudimentario, o que evocan la experiencia de la iluminación. A veces, su trabajo minimalista empuja a abandonar la materialidad y la vanidad de este mundo y emprender un viaje por lo imaginario. Frente a las peleas de gallos, el arte se convierte en un modo de invención de espacio-tiempos de otro orden que nos recuerda nuestro destino espiritual.

Un proceso de creación sin fronteras

La utilización de nuevos medios, así como las mezclas de técnica digital, dibujo, arte cinematográfico y vídeo, abren nuevos horizontes al proceso creador y los artistas de entre-dos orillas saben desarrollar todo su potencial. Estos procedimientos dan forma a objetos inéditos que son una especie de ficciones materializadas capaces de hacernos meditar sobre nuestro entorno. A diferencia de lo que permitía el espacio limitado de las bellas artes tradicionales, las nuevas formas de intervención extienden el campo de la creación al espacio de la vida. También son maneras de pensar, expresar y plantear preguntas sobre nuestra relación con la ciudad, la memoria o, simplemente, con el artificio de las fronteras.

En este sentido, el trabajo de Farid Bellamine, cuya experiencia como pintor se ha enriquecido con una mezcla de técnicas digitales y fotográficas, nos permite sentir profundamente las emociones de los espacios cargados de memoria. La yuxtaposición plástica de los distintos materiales deja emerger las huellas como una persistencia de recuerdos que acompañan siempre la aparición de lugares de vida.

Mehdi Meddaci, que pertenece a una generación de artistas más jóvenes instalados en París, trabaja entre el cine y el videoarte para captar mejor la imagen huidiza e incierta del territorio del exilio, con sus dificultades y sus conflictos. Para él, la imagen del sentimiento del entre-dos culturas pasa por situar al observador en la indistinción de los lugares y los repartos. Rompe con las codificaciones espaciales y reinventa una circulación que permite extender la imaginación creadora a un mundo más hospitalario. La dimensión metafórica de sus obras dibuja el horizonte de una socialidad por venir.

Más proclive al cosmopolitismo, Nadia Kaabi-Linke recoge entre Túnez y Berlín las imperceptibles huellas que los paseantes anónimos dejan –como un soplo de vida en la ciudad– en forma de grafitis en los muros o de manchas en las ventanillas de los transportes públicos. Con técnicas muy prudentes y respetuosas con la autenticidad de las huellas, recolecta plásticamente la presencia efímera del ciudadano X. Esta presencia invisible de los seres anónimos que las fronteras de norte o sur son incapaces de distinguir pone de manifiesto bajo forma sensible cierta condición humana. El espacio urbano sigue siendo un campo recurrente en la búsqueda plástica y estética de los artistas que viven entre las capitales europeas y su lugar de origen.

Así, las obras de Chourouk Hriech y Driss Ouadahi expresan de manera más abstracta los efectos del espacio de vida urbano en la sensibilidad. Abordan el paisaje urbano desde su interior, mediante una desnudez que revela bien su complejidad bien su inhumanidad. Los grafismos fragmentados de Chourouk Hriech dan rienda suelta a las cartografías de un territorio que resulta cercano a la vez que ganado para la utopía de un vivir-juntos diferente, más allá de toda frontera. Los dibujos del artista encarnan la mirada de un viajero que libera las representaciones espaciales de la identificación que ha sido ya instituida. Emancipan el territorio ofreciéndolo a la vista como una de las diversas figuras posibles. Asimismo, en sus dibujos y pinturas, Driss Ouadahi capta con gran rigor la arquitectura de los grandes conjuntos que deshumanizan los lugares de vida. Lo hace con destreza y fría poesía para desvelar, por abstracción, la ausencia de vida de barrio y los extremos de uniformización que oprimen a los individuos-ciudadanos. Sus obras trascienden las fronteras e invocan imágenes que interpelan a cualquiera que viva en una megalópolis.

La creación al margen de las tradiciones y las pertenencias da lugar a renovaciones muy interesantes de las formas artísticas. La riqueza bicultural de los artistas se manifiesta sobre todo por la apertura a la alteridad a la hora de experimentar su propia subjetividad. Meriem Bourderbala enfrenta su imagen a la que la visión orientalista dibujó en el imaginario colectivo. Al autorretratar su cuerpo en una postura de danza oriental, cuestiona de forma deliberadamente graciosa los modos de identificación étnicos y culturales a través de los que se forja la representación del otro.

Nicène Kossentini crea, con el vídeo y la instalación, obras que captan y hacen sentir las apariciones y las desapariciones así como las sutiles modificaciones de los lugares de vida, pero también situaciones que desafían las identificaciones de género. Interroga la identidad de la mujer a través de una mirada cargada de imágenes locales que ciegan o vuelven miope al individuo por el lado de su singularidad y sus deseos. Es una manera de abordar fuera de las fronteras el problema de la singularidad de cada uno de nosotros, enfrentados a la diversidad de las representaciones que nos hacemos del otro.

Crear para los artistas de entre-dos orillas –retomando la expresión de Gilles Deleuze y Félix GuattariGilles Deleuze y Félix Guattari, Qu’est-ce que la philosophie, París, 1991.– es «resistir». Se trata de «atreverse a un devenir que siempre es una aventura»; de este modo, el artista es «un deviniente que ensaya un combate incierto», esto es, abierto a todas las posibilidades, con la capacidad de pasar de una técnica a otra según el proceso de tal o cual creación. Probablemente, en este acuerdo con uno mismo, con los propios deseos, con la necesidad de expresar una realidad que desafíe los identitarismos y la xenofobia, reside la fuerza comunicativa de las obras que se presentan en la exposición Magreb: dos orillas.