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Purgatorio

W. B. Yeats
Versión de Jordi Doce

W. B. Yeats escribió Purgatorio a comienzos de 1938 y la obra se estrenó en el Abbey Theatre de Dublín el 19 de agosto de ese mismo año, apenas meses antes de que el poeta falleciera (en enero de 1939). Como la mayor parte de su producción dramática, se trata de una obra escueta y minimalista, en la que los valores propios del simbolismo finisecular se combinan con el fuerte influjo del teatro Noh japonés, algo que se observa en la naturaleza cíclica del argumento y en el uso de espíritus o figuras espectrales como presencias significativas, símbolos de la decadencia familiar sobre la que gira el diálogo de sus dos protagonistas. El verso tiene la precisión y la vivacidad de su poesía última: una dicción robusta, casi prosaica en ocasiones, que combina el aliento visionario y la evocación elegíaca con cuñas de eficiencia lapidaria.

El origen de la obra está en una visión que inquietó profundamente al poeta, como él mismo confesó por escrito: «Tengo una obra de un acto en la cabeza, una escena de intensidad trágica... Me asusta tanto ese sueño. Mi trabajo más reciente es más extraño y creo que más intenso que toda mi obra anterior. No recuerdo un sueño tan profundo». Sin embargo, la obra fue recibida con ambivalencia debido a su carácter sombrío y fatalista. Más de sesenta años después de su estreno, no hay consenso sobre su valor dramático, aunque algunos buenos lectores (Richard Ellmann, Seamus Heaney) han visto en ella un preludio de ciertas fantasmagorías beckettianas. La comparación olvida la ansiedad de sentido trascendente que, pese a todo, alienta en el último Yeats, pero no es ociosa. Hay en Purgatorio un aire de escepticismo y hastío –una lucidez descarnada– que no es difícil poner en contacto con ciertas zonas del mundo de Beckett.

[Una casa en ruinas y un árbol desnudo al fondo.]

Muchacho. Portón, puerta interior
vagando día y noche
colina o valle
con este fardo a cuestas
oyendo tus monsergas.

Anciano. Examina esa casa
y deja que imagine sus chistes y sus chismes;
intento recordar qué dijo el mayordomo
a un capataz borracho una tarde de octubre,
pero no puedo.
Y si no puedo, no hay ser vivo que pueda.
¿Qué fue de los chistes y chismes de una casa?
¿Cómo llegó la puerta a servir de pocilga?

Muchacho. ¿Es que ya conocías el camino?

Anciano. Los rayos de la luna caen sobre el camino,
la sombra de una nube cae sobre la casa
y eso es simbólico; examina ese árbol,
dime ¿a qué se parece?

Muchacho. A un viejo estúpido.

Anciano. Se parece... no importa. Hace un año lo vi,
tan desnudo y pelado como ahora,
y decidí pasarme a un oficio mejor.

Lo vi hace cincuenta años
antes de que algún rayo lo partiera,
hojas verdes, maduras, gruesas lo mismo que manteca,
rica vida grasienta... Quédate donde estás y mira,
pues hay alguien en esa casa.
[El Muchacho deja el fardo en el suelo y se queda parado en la puerta.]

Muchacho. Ahí dentro no hay nadie.

Anciano. Allí hay alguien.

Muchacho. No hay suelo, no hay ventanas,
y donde espero un techo sólo hay cielo,
y hay un trozo de cáscara de huevo
de un nido de grajilla.

Anciano. A algunos, sin embargo,
no les importa lo que se fue, lo que perdura;
son las almas del Purgatorio que regresan
a lugares y estancias familiares.

Muchacho. Vuelves a desvariar.

Anciano. Reviven
sus transgresiones, no una vez
sino muchas; conocen, finalmente,
el efecto de aquellas transgresiones
en los demás o en ellos mismos;
si en los demás, los hay que pueden ayudarles,
pues cuando aquel efecto llega a término
el sueño se termina; si en ellos mismos,
sólo en ellos y en la piedad de Dios
podrán hallar ayuda.
Muchacho. ¡Ya está bien!
Habla con las grajillas, si es que debes hablar.

Anciano. ¡Alto! Siéntate ahí, sobre esa piedra.
Yo nací en esta casa.

Muchacho. ¿Esta vieja casa incendiada?

Anciano. Madre, tu abuela, fue su dueña,
suyos este paisaje y estos campos,
la perrera y la cuadra, el caballo y el perro...

Su caballo pastaba en el llano de Curragh
y allí conoció a padre, un limpiador de establos;
le vio y se casó con él.
Su madre no volvió a decirle palabra,
e hizo lo correcto.

Muchacho. ¿Quién se atreve a decir lo que está bien?
La chica y el dinero fueron para mi abuelo.

Anciano. Le vio y se casó con él,
y él pronto derrochó toda su hacienda.

Ella no supo nunca lo peor,
pues murió al darme a luz,
mas ahora, ya muerta, sabe todo.

Noble gente vivió y murió en esta casa;
jueces y coroneles, miembros del Parlamento,
capitanes y directores, y hace mucho
veteranos de Aughrim y del Boyne.
Algunos que marcharon en nombre del gobierno
a Londres o a la India murieron tras sus muros,
o cada primavera viajaban desde Londres
para mirar las flores de mayo en los parterres.
Veneraban los árboles que padre derribó
para saldar sus deudas en las mesas de naipes
o pagarse caballos, bebidas y mujeres;
habían adorado la casa, amado todos
los revueltos pasillos y cuartos de la casa,
pero él mató la casa; y matar una casa
donde grandes señores crecieron, se casaron y murieron
es algo que declaro delito capital.

Muchacho. ¡Vaya suerte la tuya! Ropas caras,
y seguro que un buen caballo de montar.

Anciano. Para impedir que yo le aventajara
no me llevó a la escuela, pero algunos
me quisieron a medias por ser a medias de ella.
Me inicié en la lectura con la mujer de un guarda
y practiqué latín con un cura católico.
Había libros viejos, libros encuadernados
en Francia hace cien años, antiguos y modernos,
libros por toneladas.

Muchacho. ¿Qué educación me has dado?

Anciano. Te di la educación que corresponde
al bastardo engendrado en una zanja
por la hija del chatarrero y un vagabundo.
Cuando cumplí dieciséis años
padre quemó la casa en una borrachera.

Muchacho. Esa es mi edad, dieciséis años...
En la Feria de Puck.

Anciano. Y todo se quemó;
los libros y anaqueles, todo ardió.

Muchacho. ¿Es cierto lo que dice la gente en los caminos,
que mataste a tu padre mientras la casa ardía?

Anciano. ¿Hay alguien por aquí, aparte de nosotros?

Muchacho. Nadie, Padre.

Anciano. Le clavé una navaja,
la misma con que ahora me preparo la cena,
y más tarde le abandoné a las llamas;
cuando al fin le sacaron, alguien vio
la herida del cuchillo, pero guardó silencio:
de puro calcinado el cuerpo estaba negro.
Algunos de sus compañeros de borrachera
prometieron juzgarme: hablaron de peleas,
de una vez que juré venganza.
El guarda me dio ropa usada,
eché a andar por el mundo, me puse a trabajar
y terminé de buhonero.
No es buen oficio, pero sí suficiente
porque soy hijo de mi padre,
por lo que hice o puedo hacer.
¡Escucha el golpe de los cascos! ¡Escucha, escucha!

Muchacho. No oigo nada.

Anciano. ¡Golpean y golpean!
Sí, esta noche es el aniversario
de la noche de bodas de mi madre,
o de la noche en que fui concebido.
Mi padre va a caballo, viene de la taberna
y lleva una botella de whisky bajo el brazo.
[Una ventana se ilumina y aparece una joven.]
Observa la ventana; allí está ella,
atenta a cualquier ruido, los sirvientes ya duermen,
está sola, y él se ha quedado hasta muy tarde,
bebiendo en la taberna y dándose importancia.

Muchacho. No hay más que un agujero en la pared.
Te lo estás inventando. ¡No, estás loco!
Cada día que pasa estás más loco.

Anciano. El ruido es más intenso porque avanza
por el sendero de gravilla
que ahora cubre la hierba.
El golpe de los cascos cesa,
se ha ido al otro lado de la casa
a guardar el caballo en el establo.
Ella baja, quiere abrirle la puerta.
Esta noche no es mejor que su hombre,
que ande medio borracho no le importa.
Está loca por él. Suben las escaleras,
le conduce a su propio dormitorio.
Y esta será su habitación nupcial.
Asoma a la ventana una luz tenue.
¡No dejes que te toque! No es cierto
que un borracho no pueda fecundar,
y si te toca habrá de fecundar
y tú habrás de engendrar a su asesino.
¡Sordos! ¡Sordos los dos! Si lanzara
una piedra o un palo no me oirían;
y esto prueba mi falta de cordura.
Pero existe un problema: ella debe
vivirlo todo en todos sus detalles,
obligada por los remordimientos,
pero ¿podrá vivir de nuevo el coito
y no gozar con él? ¿Y si disfruta,
si hay placer y hay también remordimiento,
cuál es mayor?
Carezco de instrucción.
Búscame a Tertuliano; él y yo
sabremos resolver este problema,
que esos dos se han tendido en el colchón
para engendrarme.
¡Quieto! ¡Quieto ahí!
¿Pues no pensabas escaparte
llevándote contigo mi dinero?
¡Como si no pudiera ver ni hablar!
Has estado fisgando entre mis cosas.
[La luz en la ventana se ha apagado.]

Muchacho. Nunca me has dado lo que es mío.

Anciano. Eres joven. Si te lo hubiera dado,
te lo habrías gastado en la taberna.

Muchacho. ¿Y qué si fuera así? Tengo derecho
a cobrar y gastarme mi herencia como quiera.

Anciano. No se hable más. Devuélveme la bolsa.

Muchacho. No lo haré.

Anciano. Te romperé los dedos.
[Se disputan la bolsa. Durante la pelea la bolsa cae al suelo y el dinero sale rodando. El Anciano trastabilla pero no se cae. Se quedan de pie, mirándose fijamente. La ventana se ilumina, se ve a un hombre vertiendo whisky en un vaso.]

Muchacho. ¿Y si yo te matara? Tú mataste a mi abuelo,
porque eras joven y él anciano;
y ahora yo soy el joven y tú el anciano.

Anciano [Observando la ventana]. Más hermosos, sus dieciséis...

Muchacho. ¿Qué murmuras?

Anciano. Más joven... y aún así
tendría que haber visto que no le convenía.

Muchacho. ¿Qué estás diciendo? ¡Desembucha!
[El Anciano señala la ventana.]
¡Dios mío! Se ve luz en la ventana
y dentro hay alguien, aunque
los tablones del suelo están quemados.

Anciano. En la ventana hay luz porque mi padre
se está sirviendo whisky en una copa.
Ahí está, descansando como animal exhausto.

Muchacho. Un hombre muerto, vivo, asesinado.

Anciano. Y el sueño del amante descendió sobre Adán...
¿Dónde he leído estas palabras?
Y sin embargo
nada descansa en la ventana,
tan sólo la impresión en la mente de madre,
muerta, y por tanto sola en su remordimiento.

Muchacho. Un cuerpo que era un haz de viejos huesos
y yo aún sin nacer. ¡Es espantoso! [Se cubre los ojos.]

Anciano. Esa bestia nada sabría, pues nada es,
si yo matara a un hombre al pie de la ventana;
ni se molestaría en volver la cabeza.
[Apuñala al Muchacho.]
¡Mi padre y mi hijo con la misma navaja!
Remátalo, deprisa... así, y así...
[Apuñala una y otra vez. La ventana se apaga.]
«Duérmete, niño,
que caballero es tu padre
y tu madre una doncella
hermosa y clara.»
No, que eso lo leí en un libro,
y si canto, debo cantarle a madre,
y me falta la rima.
[La escena está a oscuras, salvo por el árbol al que ahora baña una luz blanca.]
Examina ese árbol.
Alto se yergue como un alma purificada,
todo él fría, dulce, radiante claridad.
Oh madre, la ventana está de nuevo a oscuras
pero tú sigues en la luz
pues puse fin a todos los efectos.
Apuñalé al muchacho porque había crecido
y habría despertado el capricho de alguna joven,
fecundando, extendiendo la contaminación.
Soy un anciano inmundo y miserable
y no puedo hacer daño. Tan pronto haya clavado
esta vieja navaja en un terrón de turba
y la extraiga de nuevo reluciente,
y haya recuperado el dinero caído
iré a un lugar remoto, y allá lejos
contaré viejos chistes entre nuevos mortales.
[Limpia la navaja y comienza a recoger el dinero.]
¡Ruido de cascos! Santo Dios,
qué rápida regresa –golpe a golpe–,
ya su mente no puede soportar ese sueño.
Dos veces asesino y todo para nada,
y ella debe vivir aquella noche muerta
no una sino muchas veces!
¡Oh Dios,
libera de su sueño el alma de mi madre!
La humanidad no puede hacer más. Aplaca
la aflicción de los vivos
y el remordimiento de los muertos.

fin