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Philip K. Dick: filosofía de garaje*

Simon Critchley
Traducción: S. Rey, D. López y R. del Castillo
Texto y diagramas de Philip K. Dick incluidos en The Exegesis

Con esta indagación en la apasionante obra y no menos apasionante vida de Philip K. Dick, Critchley se muestra capaz de tender puentes entre ámbitos muy diversos y de extraer inmensas enseñanzas a partir del análisis de la cultura de masas. Partiendo de los textos del gurú de la ciencia ficción más distópica, Critchley nos desvela las tentaciones gnósticas presentes en diversas manifestaciones de la cultura popular contemporánea: desde la literatura de autoayuda hasta los grandes estrenos cinematográficos, pasando por la conspiranoia política.

Estela funeraria de mármol de Licinia Amia, siglo III
Robert Crumb, The Religious Experience of Philip K. Dick, © Robert Crumb, 1986
Fotografía de Quinn Dombrowski, 2010. CC BY-SA 2.0
Androide construido a imagen de Philip K. Dick. Fotografía de Rasmus Lerdorf, 2013. CC BY 2.0
Dibujos de Philip K. Dick en The Exegesis
Texto y dibujo de Philip K. Dick en The Exegesis
Esquemas de Philip K. Dick en The Exegesis
«Cuando creo, estoy loco. Cuando no creo, sufro depresión psicótica»,
Philip K. Dick

Philip K. Dick es bien conocido como un prolífico escritor de ciencia ficción: en concreto, escribió 121 relatos y 45 novelas. Muchas de sus obras han sido adaptadas al cine con enorme éxito, como Blade Runner (basada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?), Total Recall (Desafío total), Minority Report, A Scanner Darkly (Una mirada a la oscuridad) y, más recientemente, The Adjustment Bureau (Destino oculto).

La vida de Dick se ha convertido en una especie de leyenda, condimentada con excéntricas historias de delirios e intoxicaciones. Hay quienes consideran –correctamente, creo yo– que esas leyendas no son más que un factor de confusión que nos aleja de su talento literario. Como afirma Jonathan Lethem, «Dick no era una leyenda y tampoco estaba loco. Vivía entre nosotros y era un genio». No obstante, la vida de Dick se inmiscuye tercamente en cualquier apreciación de su obra.

Al parecer, todo gira alrededor de un suceso al que los fans de Dick se refieren simplemente como «el pez dorado». El 20 de febrero de 1974, Dick fue sacudido con la fuerza de una extraordinaria revelación durante una visita al dentista en la que, debido a un problema con las muelas del juicio, recibió una buena dosis de pentotal sódico. Luego, una joven le acercó a su apartamento de Fullerton, California, una botella llena de pastillas Davron. La joven llevaba en el cuello una cadena con un pequeño colgante en forma de pez dorado, un antiguo símbolo cristiano que sería adoptado por el contracultural Movimiento de Jesús a finales de los años sesenta.

El colgante en forma de pez dorado emitió un rayo de luz y parece que Dick, súbitamente, experimentó lo que luego llamó, con un guiño a Platón, anamnesis: una especie de captación o recuerdo integral de la totalidad del conocimiento. Dick aseguró tener acceso directo a lo que los filósofos han llamado la facultad de la «intuición intelectual»: la percepción directa por parte de la mente de una realidad que se esconde tras el velo de la apariencia. Muchos filósofos desde Kant han insistido en que dicha intuición intelectual solo está disponible para los seres humanos en la forma de un oscurantismo fraudulento, usualmente asociado a una experiencia religiosa o mística, como las visiones de una muchedumbre angelical de Emmanuel Swedenborg. Esto es precisamente lo que Kant llamó, con una bella palabra alemana, die Schwarmerei, un entusiasmo desbordante por medio del cual el yo queda literalmente en-tusiasmado con Dios, o sea con theos. Sin contemplar ninguna de las finas limitaciones y distinciones que Kant estableció entre los dominios de la razón práctica y la razón pura, lo fenoménico y lo nouménico, Dick afirmó haber tenido una intuición directa de la naturaleza última de la «realidad verdadera».

Sin embargo, el episodio del pez dorado fue tan solo el comienzo. Durante los días y las semanas siguientes, Dick experimentó y sin duda disfrutó de un par de noches psicodélicas llenas de visiones y juegos de luces fantasmagóricos. Estos episodios hipnagógicos continuaron intermitentemente, acompañados por voces y sueños proféticos, hasta el día de su muerte ocho años después, a la edad de 53 años. Desde luego, ocurrieron muchas cosas realmente extrañas, demasiadas para hablar aquí de ellas, incluido un episodio con una olla de barro que Dick llamaba Ho On, o también, Oh Ho, que le hablaba con una voz iracunda y presuntuosa sobre profundas cuestiones espirituales.

¿Cómo habría que tomarse todo esto? ¿Se debió todo a un mal viaje (o a un buen pentotal sódico)? ¿Estaba Dick chiflado? ¿Quizás era un psicótico o un esquizofrénico? ¿Fueron sus visiones el resultado de una serie de convulsiones cerebrales que algunos llaman ELT (Epilepsia del Lóbulo Temporal)? Tal vez hoy podríamos explicar las reveladoras experiencias de Dick en términos de una historia neurológica más elaborada sobre el cerebro humano. El problema es que todas estas explicaciones causales son incapaces de captar la riqueza de los fenómenos que Dick estaba tratando de describir y, además, ignoran por completo los medios que empleó para describirlos.

Lo cierto es que, después de que Dick experimentara lo que llamó «2-3-74» (una serie de alucinaciones sufridas entre febrero y marzo de aquel año, 1974), dedicó el resto de su vida a tratar de entender qué le había sucedido realmente. Para Dick, entender significaba, fundamentalmente, escribir. Padecía lo que podríamos llamar «hipergrafía crónica» y llegó a redactar más de ocho mil páginas sobre su experiencia en el período comprendido entre el 2-3-74 y el día de su muerte. Escribía durante toda la noche, llegando a producir en cada sesión veinte páginas a espacio sencillo y márgenes diminutos, la mayor parte escritas a mano y salpicadas con extraordinarios diagramas y esquemas crípticos.

Toda esta inconclusa montaña de papel, reunida póstumamente en noventa y una carpetas, es lo que ahora conocemos como The Exegesis. Los fragmentos fueron reunidos por el amigo de Dick, Paul Williams, y permanecieron durante muchos años en su garaje en Glen Ellen, California. Una bella edición de estos textos, con un pez dorado en la portada, fue finalmente publicada a finales de 2011 en un volumen de más de 900 páginas que, con todo, solo reúne una fracción de la totalidad.

Dick escribe: «mi exégesis es un intento por comprender mi propia comprensión». El libro como tal es un extraordinario y profuso acto de autointerpretación, una interminable reflexión sobre el evento del 2-3-74 que siempre parece comenzar de nuevo. Aunque a menudo resulta pesado, repetitivo y plagado de ataques de absoluta paranoia, The Exegesis contiene muchos pasajes brillantes y momentos de una sinceridad conmovedora. A ratos, como en el epígrafe recién citado, Dick cae en la melancolía y la desesperación. Pero en otros momentos, como Simón el Mago en sus últimos días, parece poseído por un arrebato maníaco del ego en busca de la unión con lo divino. «He estado en la mente de Dios», llega a decir.

Para comprender lo que le sucedió en el 2-3-74, Dick utilizó los recursos que tenía a mano y que más le gustaban. Entre ellos, la decimoquinta edición de la Enciclopedia Británica que compró en 1974, y la insuperable Encyclopedia of Philosophy editada por Paul Edwards y publicada en ocho elegantes volúmenes en 1967, sin duda uno de los documentos filosóficos más ricos y completos jamás publicados. Las lecturas de Dick eran desordenadas y eclécticas. Las enciclopedias le permitían una rapidez de asociación que confería cierta coherencia formal y sistemática a sus amplias obsesiones. Hojeando las múltiples entradas de la enciclopedia, Dick encontró vínculos y correspondencias entre ideas. También se encontró con los textos primarios de varios filósofos y teólogos (en particular, los presocráticos, Platón, Meister Eckhart, Spinoza, Hegel, Schopenhauer, Marx, Whitehead, Heidegger y Hans Jonas). Aunque sus interpretaciones suelen ser bastante extrañas, a menudo son fascinantes.

Esto nos lleva a un asunto importante. Dick era un consumado autodidacta. En 1949 no llegó ni a finalizar un semestre en la Universidad de Berkeley y, en cuestión de pocas semanas, dejó el curso de Filosofía en el que se había matriculado. Dick abandonó la clase con un sentimiento de hastío frente a la ignorancia e intolerancia de su profesor, que no supo responder una pregunta acerca de la plausibilidad de la teoría de las ideas de Platón, cuya verdad le sería finalmente revelada durante el evento 2-3-74. A pesar de que el verbo adiestrar me espanta (pues ofrece una imagen de los académicos como animales domésticos), lo cierto es que Dick no estaba adiestrado como filósofo o teólogo. Era un filósofo amateur o, tomando prestada una expresión de Erik Davis, un filósofo de garaje.

Dick compensa sobradamente su carencia de rigor académico con una imaginación envidiable y una extraordinaria capacidad para hacer un sinfín de asociaciones cruzadas. De haber poseído más conocimientos, quizás sus ideas jamás habrían sido tan sugerentes e interesantes. En un comentario hacia el final de The Exegesis, Dick escribe: «Soy un filósofo que construye ficciones, no un novelista». Y añade: «La esencia de mi escritura no es el arte sino la verdad». Pero entonces nos enfrentamos a una paradoja: la preocupación por la verdad, ese objetivo clásico de todo filósofo, no debe concebirse en oposición a la ficción, sino como un producto de la ficción. Dick siempre pensó que sus escritos de ficción eran un medio creativo para describir la verdadera realidad que percibía. Añadía: «soy analítico, no creativo; mi escritura es simplemente una manera creativa de lidiar con el análisis».

La tentación del gnosticismo

Pero entonces ¿cuál es la naturaleza de esa realidad verdadera que Dick aseguró haber intuido durante las visiones psicodélicas del 2-3-74? Aquí es donde el asunto se vuelve francamente insólito. En las primeras líneas de The Exegesis, Dick afirma: «Vemos el Logos abarcando a los múltiples seres vivientes». Logos es un concepto importante que aparece a menudo en las páginas de The Exegesis. Es una palabra con una gran variedad de significados en la Grecia antigua, incluido, por supuesto, el de «palabra», aunque también puede significar «discurso» o «razón» (del latín ratio) o, simplemente, dar una explicación de algo. Para Heráclito, a quien Dick se refiere frecuentemente, el Logos es la ley universal que gobierna el cosmos pero que la mayoría de los humanos ignoran. Dick ciertamente tiene este significado en mente, pero –más importante aún– Logos se refiere también al inicio del Evangelio de San Juan, cuando dice: «En el comienzo era el verbo (Logos)», donde el verbo se convierte en carne en la persona de Cristo. La facultad humana para la intuición del Logos se denomina nous (noos, como lo translitera Dick), o «intelección», una palabra que también aparece repetidamente en The Exegesis.

En definitiva, la esencia de la visión de Dick es gnóstica: una intelección mística, un intenso momento de fusión con un Dios transmundano que se identifica con el Logos y se comunica con los seres humanos bajo la forma de un rayo de luz o, en el caso de Dick, mediante visiones alucinatorias. Hay una tensión a lo largo de The Exegesis entre una visión monista del cosmos (según la cual solo hay una sustancia en el universo, que puede detectarse en las referencias de Dick a la idea de Dios de Spinoza, a la idea de Whitehead de la realidad como un proceso y a la dialéctica de Hegel para la que «lo verdadero es el todo») y una visión dualista o gnóstica del cosmos, con dos fuerzas cósmicas en conflicto, una malevolente y otra benevolente. Según mi lectura de Dick, es esta segunda visión la que finalmente termina imponiéndose. Y eso significa que el mundo fenoménico, es decir, el mundo visible, es algo parecido a una prisión o una cueva.

No debemos olvidar que el cristianismo es un monismo metafísico en el que la obligación de cada cristiano es amar cada aspecto de la creación –incluso lo más asqueroso y fétido– pues todo es obra de Dios. El mal no es algo sustancial porque, de serlo, tendría que haber sido creado por Dios que, sin embargo, es bueno por definición. Frente a esto, el gnosticismo declara un dualismo radical entre el falso dios que creó este mundo –usualmente llamado el «demiurgo»– y el Dios verdadero que es desconocido y extraño. Para el gnóstico, el mal es sustancial y la mejor prueba de ello es el mundo en el que vivimos. Hay una historia de un gnóstico radical que solía bañarse en su propia saliva para intentar minimizar su contacto con la creación. El gnosticismo es la adoración a un Dios ajeno (alien God) por aquellos que se sienten enajenados (alienated) de este mundo, una idea que sin duda tendrá una gran resonancia en la obra de un escritor como Dick.

Lo novedoso del gnosticismo de Dick es que lo divino se comunica con nosotros a través de la información. Este es un tema persistente en la obra de Dick, quien incluso se refiere al universo y a Cristo en términos de información. Tal información tiene una cierta vida electrostática conectada a la teoría de lo que Dick llama tiempo ortogonal, una idea de lo que es el tiempo totalmente opuesta a la concepción lineal estándar –que procede de Aristóteles–, y que lo concibe como una sucesión de puntos extendiéndose desde el futuro, a través del presente y hacia el pasado. Para explicar lo que es el tiempo ortogonal, Dick utiliza la imagen de un círculo en vez de la de una línea cuyos extremos se extienden al infinito. En una imagen impresionante, Dick asegura que el tiempo ortogonal contiene todo lo que ha existido, del mismo modo que los surcos de un disco de vinilo contienen la parte de la música que ya ha sonado antes; los surcos no desaparecen tras el paso de la aguja.

Es como ese último acorde de «A Day in a Life» de los Beatles que gana más y más impulso y complejidad musical a medida que se desvanece. En otras palabras: el tiempo ortogonal hace posible el recuerdo total (total recall).

En sus momentos más feroces –que, a decir verdad, son bastante frecuentes–, Dick declara que el tiempo ortogonal hará posible el retorno a la Era Dorada, un tiempo anterior a la caída, previo al pecado original. También afirma que en el tiempo ortogonal el futuro se repliega sobre sí mismo y se actualiza en el presente. Sin duda alguna, este es el motivo por el cual creyó que su ficción se estaba convirtiendo en realidad y que el futuro se estaba consumando en sus libros. Desde luego, es evidente que las tecnologías contemporáneas de la seguridad se asemejan cada día más a lo que Dick describe en Minority Report. Después de todo, quizás Dick tenía razón. Quizás estaba escribiendo el futuro.

Hacia el final de The Exegesis, Dick empieza a citar libremente The Gnostic Religion de Hans Jonas, un libro maravilloso publicado por primera vez en inglés en 1958. No es difícil ver por qué el libro de Jonas le hablaba a Dick como la olla de barro mencionada anteriormente. Jonas muestra la fuerza y la persistencia –tanto histórica como conceptual– de la idea de la ilustración por medio de un rayo de luz divina, la mística gnosis theou, la contemplación directa de la realidad divina. La esencia del gnosticismo radica en un contacto directo con lo divino mediante el cual el alma (generalmente de género femenino en la visión gnóstica) acaba ella misma divinizada y permite ver este mundo vil tal como lo que realmente es: nada. Según Jonas, en el núcleo del gnosticismo encontramos una experiencia de nihilismo, el reconocimiento de que el mundo fenoménico no es nada y que la única manera de conocer el mundo verdadero –que por supuesto se resiste a cualquier aproximación fenoménica– es a través de una iluminación divina reservada solo para unos pocos, para los elegidos.

En el epílogo a su libro, Jonas muestra cómo la filosofía existencial de la Posguerra, y más concretamente el trabajo de su profesor y mentor Martin Heidegger, puede interpretarse como una transposición moderna de esta enseñanza gnóstica dualista. Desde esa perspectiva, el mundo no es la creación de un dios malevolente, sino simplemente una serie de eventos fenoménicos explicables causalmente por las ciencias naturales. La dificultad estriba en que la visión científica del mundo no resuelve el problema del nihilismo; simplemente desplaza y agrava el problema de un sujeto moderno que se opone a una Naturaleza hostil e indiferente tratando de asegurar un espacio para la libertad, o para aquello que Heidegger llamó «autenticidad». Como dijo Pascal refiriéndose al universo científico moderno, «el eterno silencio de espacios infinitos me llena de miedo». Para Jonas, a pesar de que el gnosticismo constituye una poderosa tentación para almas sedientas de Dios, de libertad o de autenticidad en el desierto de este mundo, es necesario rechazar decididamente dicha tentación. Para Dick, sin embargo, las cosas no están tan claras.

Jonas empezó como estudiante de Heidegger en Alemania, hasta el día en que su ascendencia judía le empujó al exilio. Después de una larga peregrinación (que incluyó su servicio como voluntario en el ejército británico durante la liberación de Alemania), Jonas terminó enseñando filosofía durante muchos años en la New School for Social Research, en Nueva York. Teniendo en cuenta la pasión parricida de un estudiante decepcionado, la comparación que establece Jonas entre Heidegger y el gnosticismo debe entenderse como una crítica devastadora. En cambio, para alguien como Dick, ajeno a esas disputas familiares, el hecho de que «las categorías heideggerianas deriven del gnosticismo» era un punto a favor de Heidegger.

The Exegesis es un poderoso y agudo replanteamiento de la visión gnóstica del mundo. Para bien o para mal –y dejaré claro de antemano que yo no soy un gnóstico– el gnosticismo sigue representando una poderosa tentación que necesita ser comprendida antes de ser criticada. Como Dick afirma:

Hay un secreto dentro de otro secreto. El Imperio es un secreto (su existencia y su poder; el hecho de que controla y manda) que fue confrontado por las secretas e ilegales sectas cristianas. Ahora bien, el descubrimiento de los cristianos clandestinos e ilegales de inmediato nos hace entender que, si en efecto ellos existen ilegalmente, algo malévolo y más poderoso está en el poder. ¡Aquí mismo!

Esta es una declaración reveladora y sucinta de la política gnóstica de Dick. La lógica aquí es cercana a la de esas herejías místicas que proliferaron en varias sectas del cristianismo temprano, desde los valentinianos y los maniqueos hasta la temida «Herejía del espíritu libre» que, según algunos historiadores, fue como un imperio invisible dominando la Europa de los siglos XIII y XIV.

El núcleo de la herejía consiste en la negación del pecado original: el pecado recae en nosotros, pero dentro de un mundo que no es la creación del Dios verdadero, sino de aquel malvado demiurgo que San Pablo llamó en un momento gnóstico «El Dios de este mundo». Por lo tanto, debemos ser capaces de ver el verdadero mundo creado por un Dios extraño que se esconde tras los espejismos malvados de este mundo. La fuente de la maldad en el mundo no recae sobre nosotros en la forma del pecado original como lo enseña el cristianismo convencional. Al contrario, la fuente del mal reside en el mundo. El mundo fenoménico es creación de un dios malvado y está gobernado por esos agentes del demiurgo que los gnósticos llamaban los «arcontes»: los gobernantes que Dick llama el «Imperio» y que hoy día podríamos llamar simplemente «grandes empresas».

Cuando aprendemos a identificar la verdadera fuente del pecado, entonces podemos iniciar ese proceso de unificación con lo divino que se produce cuando renunciamos al mundo fenoménico y cultivamos nuestra divina chispa interior, aquello que los gnósticos llamaron pneuma, el alma, el rastro de Dios en nuestro interior. Al final de este proceso, nosotros mismos nos volvemos divinos y podemos, por fin, zafarnos del imperio malvado que gobierna el mundo. Este vínculo entre experiencia mística e insurgencia política es sugerido constantemente a lo largo de The Exegesis. Es la idea de que somos esclavos del imperio y el mundo es una prisión de la que tenemos que escapar, lo que los gnósticos llamaron «la celda insignificante del Dios creador». O lo que Dick llama NPM, la Negra Prisión de Metal, en oposición a la redención espiritual del Jardín de la Palma.

También es importante hacer notar el énfasis que pone Dick en el secretismo. El primer secreto es que el mundo está gobernado por malevolentes élites imperiales o gubernamentales que forman una especie de cofradía secreta. El mundo es un conjunto de corporaciones unidas por el dinero y encaminadas exclusivamente a satisfacer los intereses particulares de sus líderes y accionistas. El segundo secreto –«el secreto dentro de otro secreto»– pertenece a aquellos pocos que han tragado la píldora roja, y han podido rasgar el velo de Maya y ver lo que hay detrás de Matrix. Lo que atrajo a Dick al gnosticismo es la idea de compartir la gnosis con un pequeño y selecto grupo de elegidos.

Amar al extraño (alien)

La apasionada y muy peculiar visión del mundo de Dick y el gnosticismo que encarna tiene algunas consecuencias sorprendentes e incluso alarmantes para nuestra propia comprensión de ciertos fenómenos contemporáneos. No se trata simplemente de lo que algunos llaman el giro distópico de la ciencia ficción desde 1960 en adelante. Más allá de eso, la obra de Dick representa la versión dominante de la ciencia ficción de nuestro tiempo, tanto en el campo de lo literario como en el de lo mediático, lo artístico y lo cinematográfico. La idea básica es que la realidad es un engaño pernicioso, una matriz represiva y autoritaria generada en una fábrica de sueños que debemos destruir para ver las cosas tal como realmente son y, de ese modo, acceder a la verdad. Seamos sinceros: creer que hemos visto la verdad después de rasgar el velo de las apariencias y las ilusiones es algo inmensamente placentero: «Soy uno de los elegidos, uno de los pocos que están en posesión del conocimiento verdadero, en la gnosis».

El gnosticismo de Dick nos permite ver bajo una nueva luz la lección existencial más potente del cristianismo tradicional, a saber, que el pecado reside en nosotros en la forma del pecado original. Una vez aceptamos el gnosticismo, podemos declarar que la maldad no tiene su fuente en el corazón humano sino afuera, en el mundo de los arcontes corruptos y el capitalismo corporativo. No somos malvados. Es el mundo el que es malvado. Esta es la idea que encuentra su primera expresión moderna en la obra de Rousseau, antes de influir en una variedad de romanticismos más amplia que la de las salsas Heinz, que giran alrededor de la idea de la bondad natural de los seres humanos y que, simplemente porque la vida adulta parece un desastre, tienden a idealizar la infancia y los niños (los adultos olvidamos fácilmente que ser un niño a menudo es una mierda: es duro aceptar que se es tan poca cosa).

Según la visión gnóstica, una vez que vemos el malvado mundo como lo que realmente es, podemos dar un paso atrás y redescubrir nuestra bondad esencial, la chispa que brilla en nuestro interior, nuestra pureza, nuestra autenticidad. Es esta misma añoranza de pureza y autenticidad la que impulsa toda esa despreciable industria del oscurantismo New Age, sus múltiples técnicas de desintoxicación espiritual y material, y su multimillonaria y lucrativa insistencia en «El Secreto». En contra de esta visión tóxica del mundo, creo que lo suyo sería subrayar lo maravillosamente impuros e inauténticos que somos. Desde luego, si llevamos una chispa dentro, no es divina, sino demasiado humana.

Aparte de la trilogía Matrix y de algunas adaptaciones cinematográficas directas de la obra de Dick, también se puede rastrear una fuerte influencia gnóstica en las últimas películas de Lars von Trier. En Anticristo (2009), el personaje interpretado por Charlotte Gainsbourg dice que «la naturaleza es la iglesia de Satán»; mientras que en Melancolía (2011), el personaje interpretado por Kirsten Dunst le dice a Charlotte Gainsbourg: «Todo lo que sé es que la vida en la tierra es malvada». Lo que no es gnóstico en el cine de Von Trier es su obsesión añadida de que, si la vida es malvada, entonces no hay vida en ningún otro lugar. Esta es la razón por la que debemos celebrar la colisión de la Tierra con el lejano planeta Melancholia.

Podemos encontrar una versión más pura de la ideología gnóstica de la autenticidad en la película más taquillera de todos los tiempos, Avatar (2009) de James Cameron. Para el año 2148, los recursos de la Tierra se han agotado y la Naturaleza se reduce a una repulsiva y envenenada cáscara. La corrupta y superpoderosa corporación RDA está extrayendo Unobtainium del planeta Pandora. Este es el hogar de los Na’vi –hermosas criaturas azules de diez pies de altura– que gozan de una conexión especial con la Naturaleza y rinden culto a Eywa, la diosa madre. Todos sabemos cómo sigue la historia: Jake, el exmarinero paralítico, termina convirtiéndose en su avatar Na’vi, se une con su verdadero amor Naytiri y se reconcilia con la Naturaleza después de derrotar a las satánicas fuerzas corporativas. Pierde su identidad humana y se convierte en un extraterrestre (alien), dejando atrás su horrorosa patria terrestre en pos de una paradisíaca tierra extranjera. El esquema es el mismo: sólo podemos lograr una auténtica armonía con la Naturaleza si nos deshacemos del disfraz de nuestra naturaleza terrena y nos convertimos en extraterrestres. Esa es la fantasía básica del gnosticismo.

El gnosticismo de Dick también nos ayuda a entender algunas cosas sobre el estilo paranoico de la política estadounidense (quizás también de la de otros países). Por ejemplo, Dick siempre vuelve al tema del Watergate y a la extraña idea de que la dimisión de Nixon es una reafirmación del verdadero Dios sobre los falsos ídolos de la caverna. El mundo fenoménico es una prisión gobernada por élites secretas, corruptas y malevolentes. Sería imposible citar aquí todas las analogías políticas que ilustran esta perspectiva. Piénsese, por ejemplo, en el auge de las teorías de la conspiración que han corrido paralelas al inmenso y rizomático desarrollo de internet. Piénsese, también, en la idea muy extendida tanto en la izquierda como en la derecha de que Estados Unidos es un país gobernado por élites secretas y superpoderosas. Antiguamente, dichas élites se identificaban con los WASPS educados en las universidades pertenecientes a la Ivy League, los masones o los judíos. Ahora se identifican directamente con los ejecutivos de Goldman Sachs.

Si crees que existe un secreto que puede ser descubierto, pero que ellos están ocultando y que, por tanto, es necesario formar una pequeña y secreta secta para combatirles, entonces ya estás dentro de la lógica gnóstica. La política se convierte en la defensa de lo puro frente a fuerzas impuras e inauténticas, y el héroe tiene que ser alguien capaz de combatir las fuerzas del mal con una resolución casi sobrehumana. Quizás alguien como Mitt Romney.

Curiosamente, la moralidad del gnosticismo también es relevante para nuestra situación actual. Como señaló Jonas, aquellos que poseen la gnosis se distancian de la inmensa y contaminada masa de la humanidad. El odio hacia el mundo se manifiesta en el rechazo a la moral mundana, lo cual conduce a dos respuestas éticas iguales pero opuestas: el ascetismo y el libertinaje.

El asceta infiere de su acceso a la gnosis que el mundo es una maquinaria tóxica y contaminante con la que debemos tener el mínimo contacto posible. Podría decirse que esto es consistente con toda la cultura contemporánea y el culto que gira alrededor de la dieta «detox» (desintoxicante), que insiste en la purificación del cuerpo y el alma contra el contacto ambiental, nutricional y sexual con el objetivo de salvaguardar la divina chispa interior. La espantosa verdad del ascetismo contemporáneo está poderosamente representada en la película Safe (1995) de Todd Haynes, donde el personaje interpretado por Julianne Moore desarrolla una alergia a la vida. Esta «enfermedad ambiental» termina conduciéndola a una secta de autoayuda en el desierto de California donde termina viviendo sola en una cápsula hipoalergénica, susurrando ante su propio reflejo en el espejo «me amo a mí misma» y otros mantras.

La cara reversa del ascético es el libertino: la persona para quien el acceso a la gnosis implica tanto libertad absoluta como protección infinita. Aquí uno puede pensar en la charlatanería hermética del ocultista y mago Aleister Crowley y su «Haz lo que quieras». Pero también viene a la mente –y esta es una historia que he oído en numerosas ocasiones, a menudo tarde en la noche– el mito urbano neoyorquino del hombre de negocios exitoso y rico que decide caminar borracho o drogado en contra del trafico. Él sabe que está a salvo de cualquier daño. Dado que el destino está de su lado, se siente seguro y libre para hacer lo que le venga en gana. Una vez tienes acceso al «Secreto», las fuerzas del universo se alinean con tus deseos.

Frente a un mundo alienante y tóxico, podemos mantenernos a una segura y aséptica distancia, replegarnos sobre nosotros mismos o meternos de cabeza en el torbellino viral de la humanidad. De cualquier modo, sé que voy a estar bien.

***

A pesar de que pueda sonar un poco loco, creo que el gnosticismo de Philip K. Dick responde a una profunda y esencial ansiedad de nuestros tiempos modernos. El surgimiento incontrolable de un determinismo científico que amenaza con invadir todas esas áreas de la actividad humana que asociamos con la literatura, la cultura, la historia, la religión y todo lo demás.

Hagámonos la siguiente pregunta: ¿Qué podemos hacer frente a un monismo naturalista y voraz? Podemos adoptarlo, esperando extraer de atractivos y comerciales libros de pasta dura escritos por reputados y galardonados científicos todo lo que haya de maravilloso y significativo sobre el cerebro o el cosmos. O podemos rechazar el determinismo científico, volviendo a caer en alguna versión de los dualismos clásicos. Eso podría significar la aceptación de una metafísica espiritual o religiosa de diversa índole, o –si uno todavía siente nostalgia del desencantado modernismo de mediados de siglo que encarna la obra de Kafka o de Beckett– la vuelta a un sujeto solitario en un descorazonador mundo de anomia.
Pero quizás existe otro camino, uno que no es enteramente naturalista ni religioso, ni un reducto de la conciencia desdichada modernista. Si es así, entonces podemos decir con Jonas que «la filosofía debe averiguarlo». Pero esa es otra historia y la dejo para otra ocasión.