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La Fragua de Vulcano en el Océano Atlántico

Antonio Bonet Correa
1996 Lady Harimaguada (16). © Alfredo Delgado

Una isla es un promontorio rodeado de agua. Cuando esa isla es marítima y está en medio del Océano, su territorio está sometido a los vientos, las tempestades, las mareas y las inclemencias temporales que se desencadenan repentinamente con gran violencia. También hay momentos de calma y serenidad. Cuando los habitantes de la isla quieren salir de su acotada geografía, tienen que hacerlo en una nave, que es un artefacto construido para vencer todas las incidencias en una navegación. Gracias a los barcos –y hoy a los aviones– los isleños pueden conocer la tierra firme de los distintos Continentes, próximos o lejanos, y sentirse solidarios con los pobladores de las diferentes razas humanas. El aislamiento de aquellos que residen en una isla los hace más sensibles a la posible fraternidad con los demás seres terrestres.

El escultor Martín Chirino, nacido en Las Palmas de Gran Canaria, que desde niño conoció que las naos son unos receptáculos construidos para la comunicación y el viaje, supo que los isleños siempre están muy cerca de la Naturaleza y, a la vez, tienen que superarla. Formado en el arte de la forja del taller paterno, las piezas escultóricas que ha realizado a lo largo de toda su vida son la manifestación de alguien que sabe que los signos plásticos tienen un valor efectivo y una presencia imprescindible para la representación de lo real. Las espirales, símbolo de los vientos, del origen y del retorno, de lo cerrado y de lo abierto, del infinito y lo inconmensurable, son un Leitmotiv poético que se desarrolla repentinamente en toda su obra. También lo es la roca convexa y el escollo, mitad montaña, mitad colmena, patria y fortaleza primigenia, desgastada por la lluvia y erosionada por las olas del océano. Y siempre el metálico rostro reconcentrado de los hombres y las mujeres de ancestrales razas y orígenes míticos. Las cabezas estilizadas y turgentes, de rasgos abstractos y hierática conformación, representan a los demás seres que pueblan los territorios extranjeros y familiares para el navegante.

Los penates y los dioses lares conjuntados, en haces y nudos, se alían en el afán y la fantasía del nauta soñador que, ante el peligro del olvido, busca el ancla de salvación en la escultura. La eterna presencia queda así emblemáticamente concretizada en la obra de Martín Chirino.