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La cara oculta de los ricos

Entrevista con Owen Jones

Carolina del Olmo y Víctor Lenore
Fotografía Minerva

Lo primero que llama la atención es su juventud. Owen Jones (Sheffield, 1984) acaba de cumplir 30 años y ya se ha convertido en una de las figuras más relevantes de la izquierda británica. Su estilo combina rigor político con explicaciones al alcance de todos los públicos. Ha sabido trenzar un sólido discurso contra la desigualdad, el clasismo  y los abusos de las élites. Su primer libro fue Chavs: la demonización de la clase obrera (2012), que alcanzó éxito internacional. Ahora acaba de publicar The Establishment  And How They Get Away With It, sobre el funcionamiento de la clase dominante en  el Reino Unido. Aparte de su trabajo en los medios de comunicación, se ha implicado  en numerosas campañas activistas como la Asamblea Popular Contra la Austeridad  (The People’s Assembly Against Austerity). 

Jonathan Kos-Read, Workers. © Creative Commons
Fotografía de Jza84. © Creative Commons

¿Te sorprendió el éxito de Chavs en España?

Me extrañó incluso que alguien quisiera traducirlo. En realidad, es un libro muy local. En Estados Unidos también recibió muy buenas críticas, incluso en diarios como The New York Times. Para mí, la popularidad de Chavs es una muestra de que los lectores están interesados en asuntos como la desigualdad, la concentración excesiva de la riqueza y los abusos de poder. Los ejemplos del libro son muy británicos, pero los mecanismos que describe apelan a muchos países. Hoy las élites presentan los problemas sociales como problemas individuales, que debe resolver cada persona, como si no existieran mecanismos colectivos para combatirlos. Se llega a demonizar a la gente en los escalones más bajos de la sociedad, echándoles la culpa de su pobreza. En muchos casos, la izquierda ha dejado de cumplir su misión: representar a la clase trabajadora. Me alegro de que el texto haya servido de ayuda para revitalizar viejos dilemas. 

¿Qué fue lo más complicado de resucitar esos debates?

No estaba seguro ni siquiera de la respuesta que Chavs iba a provocar en Inglaterra. Había una posibilidad muy seria de que todo el mundo lo ignorase. El Reino Unido ha escogido un gobierno conservador, compuesto por gente rica, que se dedica a proteger y aumentar los privilegios de su clase social. Los estándares de vida están decayendo a la mayor velocidad registrada desde la década de 1870, mientras que la riqueza del 5% más adinerado del país se ha doblado en los últimos cinco años. Un millón de británicos dependen de la caridad. Creo que eso explica gran parte del gancho del libro. En todo caso, creía que iba a ser atacado ferozmente y pasó todo lo contrario. Diría que hasta extremos delirantes: el diario derechista The Economist publicó un reseña tan favorable que me hizo pensar que debía de haberme equivocado en algo. Quizá la estrategia era matarme a besos para enterrar la polémica. Tengo claro que los grandes medios no están de mi parte: ellos tienen directores con sus propios objetivos, que apoyan a distintas facciones de las élites. 

Tu segundo libro trata sobre el funcionamiento de la clase dominante en el Reino Unido. ¿Cuáles dirías que son sus principales mecanismos de acción?

El libro se llama The Establishment and How They Get Away With It. Trata de las interconexiones entre el sector financiero, la élite política y los directores de medios. Todos ellos están relacionados a través de puertas giratorias. Un día trabajan en un sitio y al siguiente, están en otro. Me interesa retratar su mentalidad y las racionalizaciones que utilizan para justificar su posición de riqueza y poder. En Inglaterra acabamos de tener un escándalo por las elevadas dietas de los parlamentarios, muchas de ellas eran falsas o injustificadas. Lo que descubrí es que esos diputados habían dejado de verse a sí mismos como servidores públicos para pasar a sentirse profesionales de clase media, que destacan en su trabajo por hacer más rico al sector empresarial. Se pasan el día creando leyes que no les benefician directamente, por eso piensan que merecen algún tipo de recompensa, por ejemplo, arreglar su jardín con dinero público. Los diputados se sitúan entre el tres por ciento más rico del país, pero se ven como pobres respecto a sus equivalentes en el sistema empresarial, que es el lugar al que ellos creen pertenecer. Sencillamente, no se sienten funcionarios. El problema de las puertas giratorias nos afecta negativamente a todos: pensemos en esos ministros de salud que desmantelan el sistema de sanidad pública porque saben que acabarán su carrera en un puesto directivo de un gran laboratorio farmacéutico o de una empresa de seguros privados. Los ricos tienen la sensación de que la riqueza les pertenece por derecho. Nada les parece demasiado. Hacen suyo el lema de la marca de cosméticos L’Oréal: «Porque yo lo valgo». Así justifican sus privilegios. Lo que estamos viviendo es un socialismo para los ricos y un capitalismo para los pobres. El libro aporta ejemplos de que tenemos un sistema legal laxo para los de arriba y otro implacable para los de abajo. Si eres un banco que debe miles de millones, el Estado te rescata, mientras que puedes acabar en la cárcel por delitos de unos pocos miles de libras. 

Sueles citar una entrevista donde Margaret Thatcher explicaba que su máxima victoria fue el Nuevo Laborismo, conseguir que figuras como Tony Blair adoptasen sus recetas económicas. ¿Cómo es posible ese giro radical del partido?

El Partido Laborista tuvo figuras preocupadas por la igualdad y los servicios públicos, como Aneurin Bevan o Tony Benn. Este último estuvo a tan solo un uno por ciento de los votos de convertirse en líder del partido. El problema fueron los años 80, la década del ascenso de la extrema derecha y de la dispersión del voto contrario a los conservadores. La escisión del Social Democratic Party llevó a los tories a la victoria en 1983. El laborismo se desmoralizó, mucho más tras el desplome de los sindicatos y el desmantelamiento de la industria, que fue más importante que cualquier figura política. A mediados de los 80 se acabó el sindicalismo fuerte. Entonces llegó la globalización y con ella la idea de que defender derechos sociales y laborales llevaría a la pérdida de competitividad o incluso la bancarrota del país. Los izquierdistas británicos siempre recelaron mucho de la URSS, pero su caída les afectó en el sentido de que parecía confirmar el triunfo de la economía de mercado, la famosa tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la HistoriaEl fin de la Historia y el último hombre, Francis Fukuyama, Planeta, 1992.. En esas condiciones extremas, el Partido Laborista hubiera hecho cualquier cosa por recuperar el poder. Tony Blair es el producto de las derrotas de la izquierda. Su triunfo también se debe a que los tories vivían un periodo de intenso desgaste, sobre todo tras la debacle del «miércoles negro», cuando tuvieron que sacar la libra del mecanismo de tipos de cambio europeo por no cumplir las condiciones. El Departamento del Tesoro británico calcula que ese error costó al país 3.400 millones de libras. 

¿Cuál dirías que ha sido el reportaje o la posición política que te ha traído más problemas a lo largo de tu carrera?

Me han pasado algunas cosas surrealistas. Por ejemplo, con artículos condenando el militarismo de Barack Obama. Mi tesis es que si George Bush hubiera hecho las cosas que está haciendo Obama, gran parte de los medios y la opinión pública se habrían echado encima de él. Pienso en el bombardeo de Paquistán con drones, por ejemplo. A Obama se le perdona mucho más. Lo que tenemos que hacer es pensar en un orden mundial donde ningún país acumule tanta fuerza. Estados Unidos está en decadencia y me parece buen momento para plantear un cambio. Cada vez que digo estas cosas me llegan un montón de tuits de sitios como Alabama llamándome «sucio comunista». Me alucina que allí presten tanta atención a lo que escribo, luego descubres que Fox News (la cadena del magnate derechista Rupert Murdoch) ha dedicado siete minutos de uno de sus programas a destripar mi artículo. Montaron un consejo de expertos, con presencia de Dana Perino, ex secretaria de prensa de George W. Bush. Es el programa más estúpido que he visto en mi vida. Parecía una parodia. Uno de los tertulianos decía que «América debe dejar de disculparse por su fabulosidad». A mí me recomendaban volver al instituto para aprender que Estados Unidos había librado a Europa de muchos dictadores malvados como Hitler y Stalin. 

¿Qué tipo de críticas recibes desde la izquierda?

Mi padre era militante de un grupo trotskista integrado en el Partido Laborista, que terminó separándose de él. Nunca llegaron a nada. A veces me acusan de estar desviando las energías de la izquierda para revitalizar el Partido Laborista, que muchos militantes consideran una vía muerta. Hay anarquistas que me acusan de ser parte del sistema. Como los tuits son anónimos, me cuesta adivinar si vienen de la extrema derecha o de anarquistas. Sus razonamientos, en algunas ocasiones, pueden parecer gemelos. Hay sectores de extrema izquierda que me ven como cómplice de los poderes establecidos porque escribo en medios masivos o porque salgo en televisión. Me dicen que si el sistema me tolera es porque no soy una amenaza. También señalan que no soy suficientemente agresivo en mis intervenciones. Supongo que quieren que pegue puñetazos a los comentaristas de derecha a los que me enfrento. En general, la gente de izquierda me apoya y es muy positiva con mi trabajo. Los blairitas, en cambio, me atacan con frecuencia. Un periodista del Telegraph publicó un artículo explicando que Ed Miliband, actual líder laborista, había prohibido a sus ministros atacarme, incluso si yo les atacaba a ellos. Por lo visto, no quería que hubiese fuego amigo entre la izquierda. Al periodista le parecía fatal porque decía que Miliband estaba «asustado por un periodista». El artículo decía que yo era un «hombre protegido» del círculo de Miliband y que nadie podía tocarme. Era todo mentira, me estaban arrastrando a luchas de poder interno en el Partido Laborista. Desde los medios, intentan presionar a Miliband para que se escore lo más posible a la derecha. 

Sueles hablar de la importancia de que el Partido Laborista recupere sus sindicatos. ¿Cuál es la situación en ese frente?

Los sindicatos siguen siendo el mayor movimiento democrático del país con seis millones de afiliados. A comienzos de los años 70 del siglo XIX, las élites tenían dos partidos: los conservadores y los liberales. En la clase trabajadora había un debate muy intenso sobre apoyar a los liberales o fundar un nuevo partido. La solución no fue un partido socialista, sino un partido del trabajo, lo que hoy conocemos como Partido Laborista. Ni siquiera podías afiliarte al partido: solo valían los carnés del sindicato y de organizaciones afines. La mayor escisión llegó en los años 80 con los socialdemócratas. Muchos partidos de izquierda se desplomaron en Europa en el siglo XX, pero el Partido Laborista se mantuvo fuerte por su relación con los sindicatos. En 1979 alrededor de la mitad de los trabajadores estaban sindicados. La cuota actual es del 25%, que no está mal después de tantas derrotas consecutivas. Perder la huelga de los mineros a mediados de los 80 fue crucial, pero el mayor golpe que se ha dado a los sindicatos son la altas cifras de desempleo y el cambio de una economía industrial a una de servicios. Se ha disparado la inseguridad y se ha destruido el sentido de comunidad en los lugares de trabajo. Es complicado construir algo así en un supermercado o en un call center. También hay que añadir que tenemos las leyes más implacables contra el sindicalismo de Europa Occidental. Ahora todo es cuesta arriba. A pesar de estos problemas, el año pasado la cifra de afiliaciones subió por primera vez en mucho tiempo. Me parece importante que los sindicatos se impliquen en la comunidad, además de en el lugar de trabajo. Y es lo que están empezando a hacer. Len McCluskey, un trabajador del muelle de Liverpool, está haciendo un gran trabajo como líder sindical, hasta el punto de que se ha convertido en una figura odiada por la prensa de derechas y por los blairitas. En realidad Miliband ha hecho reformas que muchos izquierdistas consideran que han debilitado el vínculo con los sindicatos. Lo importante es que ese vínculo existe. Si alguna vez se rompiera, habría que crear un nuevo partido, algo que no es sencillo debido a la ley electoral, que favorece claramente a los dos partidos grandes. 

Aparte de política con mayúsculas, en Chavs hablas de televisión, tabloides e incluso grupos musicales. ¿Qué grado de importancia le das a la cultura popular?

Me parece que es un reflejo de tendencias sociales y políticas. En los últimos años se han impuesto un serie de reality shows basados en lo que llamamos «pornografía de la pobreza»: presentan la situación desesperada de muchas personas como culpa de sus fallos de carácter, no de la injusticia del sistema. Escogen a los concursantes más grotescos y antipáticos de la clase trabajadora para realizar una caricatura. Es la nueva versión de la costumbre medieval de atrapar pequeños delincuentes y meterles en un cepo de madera para que la gente les tire vegetales, riéndose de ellos. Los políticos y periodistas de clase alta realizan un severo escrutinio de las costumbres de la clase trabajadora para encontrar cualquier detalle que les permita confirmar sus tesis. Meten a cuatro pobres en un plató y les humillan hasta destrozar sus vidas. En cambio, no hay mucho análisis del comportamiento de los ricos. Lo que no veremos nunca en televisión son programas señalando a evasores fiscales, ni mostrando cómo viven los banqueros multimillonarios a quienes hemos rescatado y que al año siguiente elevaron sus bonus de beneficios. Si alguien los emitiera, los dueños de la cadenas les obligarían a suspenderlos la semana siguiente. Los medios se ríen de los alcohólicos y drogadictos de clase baja, pero nunca de los de la clase dominante, a quienes apenas se conoce. 

En tu conferencia en el CBA hablaste sobre «aprender de América Latina». ¿Qué procesos ves más útiles para Europa?

América Latina ha sido el laboratorio político del neoliberalismo. Todos recordamos el Chile de Pinochet. También tenemos presente el «Caracazo»El Caracazo o Sacudón consistió en manifestaciones y disturbios en la capital de Venezuela contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Se estima que, del 27 de febrero al 8 de marzo de 1989, perdieron la vida alrededor de 300 personas durante la represión. de 1989, una especie de aplastamiento popular al estilo de lo que pasó en la Plaza de Tiananmen. Los tertulianos que se preocupan tanto por los derechos humanos en la Venezuela actual callan sobre el autoritarismo y la represión de gobiernos anteriores del país. Lo que nos enseña América Latina es que el mayor laboratorio de políticas neoliberales ha sido también el territorio donde primero se las ha rechazado. Tenemos una oleada de líderes de izquierda haciéndose con el poder en los últimos años. Me refiero a los gobiernos de Ecuador, Uruguay, Venezuela, Chile, etcétera. En lo que coinciden es en una fuerte rebaja de los índices de pobreza a través de programas contra el hambre, o en favor de la educación y el acceso a la vivienda. Por decirlo en una frase: están transformando el continente. El neoliberalismo solo aumentó los niveles de desigualdad y privación. Lo que se consiguió en la era Chávez es simplemente expandir la democracia, incluir a los excluidos. Millones de venezolanos no se registraban para votar y a ciertos barrios ni siquiera se acercaban las urnas. Las élites económicas siempre se resisten a las demandas de cambio. La oligarquía latinoamericana tiene un historial lamentable de apoyo a dictadores. Por suerte para todos, la izquierda ha demostrado que hay esperanzas de cambio. 

También dijiste que la izquierda debe alterar «los límites de lo posible», como hizo la derecha en los años 80. ¿Cómo se logra eso? Parece que la derecha tiene la mayoría de los medios de comunicación, las instituciones y el poder económico ¿Pueden las simples ideas trastocar este desequilibrio de fuerzas?

Es verdad que ellos tienen más poder, pero no podemos transformar los problemas en excusas. Por supuesto, las corporaciones son de derechas. Disponen de muchos más recursos que nosotros. La ventaja a la que hemos de agarramos es que somos muchos más que ellos. Hay que aprovechar todas las herramientas que tengamos a nuestro alcance para la victoria. Ahora, por ejemplo, las convocatorias se han agilizado gracias a las redes sociales. No hay que repartir folletos en una esquina, aunque está bien seguir haciendo eso, hablar cara a cara. Hay que usar los sindicatos para movilizar. Es parte de su obligación. Tenemos que aprovechar el hambre de cambio que se nota en la gente. El neoliberalismo nunca ha entusiasmado a nadie. Simplemente logró sembrar el pesimismo, convencernos de que no existe alternativa. Nos hicieron creer que las expectativas de mejora social no eran realistas. Lo que hace falta es devolver la esperanza a nuestro discurso. No es sencillo, pero es necesario, por algo lo llaman «la batalla», nadie dijo que fuera un picnic. Nuestros antepasados lucharon mucho más de lo que hemos luchado nosotros. Serán reconocidos porque en el futuro nadie considerará sensato que unos pocos tengan mucho más de los que necesitan mientras millones de personas tienen que sufrir para conseguir lo básico. El neoliberalismo es una pérdida de talento, habilidades y vidas humanas. 

Llama la atención la escasez de estudios sociológicos y antropológicos sobre la mentalidad de los ricos. Se hacen muchos sobre los pobres, pero casi ninguno sobre las élites. ¿Qué opinas sobre la ideología en torno a la meritocracia y la bondad del capitalismo? ¿Es un arma que utilizan cínicamente?

Mi experiencia es que ellos se creen su propia ideología. No son psicópatas, sino que acaban interiorizando todas estas racionalizaciones que coinciden con sus intereses materiales. Piensan que son buenas personas. Todo el sistema se basa en ese autoengaño que permite a los millonarios verse a sí mismos como benefactores. Te doy un ejemplo: entrevisté al presidente ejecutivo de la rama británica de Ernst & Young, una famosa firma financiera. Era un hombre supereducado –siempre son muy educados–, que hablaba con verdadera pasión de los proyectos sociales de la firma, por ejemplo de ayudar a mujeres con minusvalías o de los cursos para que expresidiarios se conviertan en mecánicos de bicicletas. Básicamente, el trabajo de Ernst & Young consiste en asesorar al gobierno sobre fiscalidad y luego explicar a los millonarios cuáles son los trucos para burlar la legislación que ellos mismos han ayudado a redactar. Ese trabajo es crucial para que el Estado pierda miles de millones de libras, lo que obliga a recortar en educación, sanidad y cientos de programas sociales. Se han cerrado hostales de acogida a mujeres víctimas del maltrato. Ahora mismo hay en el Reino Unido 250 mujeres que huyen a diario del maltrato y que ya no tienen donde cobijarse. Todo eso porque el dinero de los impuestos se ha evaporado. El truco es que los ricos se sienten buenas personas enfocando su atención hacia sus proyectos personales, que son insignificantes frente a todo el destrozo que causan la evasión fiscal y los recortes. La cantidad de gente a la que perjudican es inmensa frente a los pocos a los que ayudan, pero se repiten a ellos mismos como un mantra que «los negocios son buenos», «nosotros creamos la riqueza» y «somos el motor del progreso humano». También insisten en que no rompen ninguna ley, lo cual es cierto, porque de hecho los ricos son quienes escriben las leyes a su medida. El poder de la autojustificación es alucinante. No creo en demonizar al contrincante, sino en conocer la mentalidad de tu enemigo. Los ricos no son monstruos, sino gente que ha dejado de comprender la realidad. 

¿Has sufrido censura alguna vez?

El único artículo que me han censurado fue uno sobre los becarios a los que no se les paga en los medios de comunicación. El periódico donde iba a publicarlo los usaba y no imprimieron el texto. Hay un grupo llamado Media Lens que trata de iluminar los errores de perspectiva de la prensa. Ellos piensan que los columnistas de izquierda como yo somos un truco que usan los medios para parecer objetivos. Su posición es que yo debería dejar la televisión y los periódicos y crear mi propio medio de comunicación. En realidad, me siento afortunado por la posibilidad que me han dado los medios de llegar a tanta gente. 

Hay un pasaje de Chavs dedicado a madres jóvenes. En Inglaterra, se las ha estereotipado como personas irresponsables que vampirizan fondos públicos. O en el polo opuesto, se las protege como víctimas del sistema. Tú dices que, en ciertas situaciones, la maternidad no es un problema, sino una opción bastante sensata, que sin horizonte laboral a la vista, no es mala idea dedicarte a cultivar tu vida familiar. Es una opinión poco usual, ¿verdad?

Si te fijas en la situación, lo que resulta imposible es tener hijos si los padres trabajan, ya que las jornadas son muy largas y las guarderías resultan carísimas y difíciles de conseguir. No hay apenas trabajos de media jornada. Hoy en día tenemos el mismo número de madres jóvenes que en los años 50, que se supone fue la época dorada de los valores familiares conservadores. Ayer se las ensalzaba, hoy se las vilipendia y victimiza. Ahora la gente retrasa mucho tener hijos. Hay una visión distorsionada de la maternidad: el público cree que el 27% de las madres jóvenes obtienen subvenciones, cuando en realidad es el 0,7%. La percepción general es que tenemos 20 veces más madres adolescentes de las que realmente existen. La prensa nos ha hecho pensar que si eres madre soltera te dan un piso de protección oficial. Es verdad que reciben algunas ayudas, pero no que tienen un niño para conseguirlas, ya que ningún subsidio iguala a los gastos que genera un bebé. Lo que digo en el libro es que muchas de estas madres jóvenes de clase trabajadora se convierten en buenas madres. Quieren a sus hijos y los cuidan bien. Tenemos que dejar de demonizar a la gente y empezar a ayudarla. El eslogan clásico del movimiento de la planificación familiar era «cada niño, un niño deseado». En eso deberíamos centrarnos. La gente se preocupa mucho porque los niños crezcan en familias estructuradas, con una madre y un padre, cuando en realidad eso tiene un impacto mínimo en su desarrollo. Lo importante es que crezcan en familias que les quieran y que tengan recursos para cuidarlos.

Chavs: la demonización de la clase obrera (Chavs: The Demonization of the Working Class), Madrid, Capitán Swing, 2011. 

El Establishment. La casta al desnudo (The Establishment: And How They Get Away With It), Madrid, Seix Barral, 2015.