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Mnemosyne

Susan Bright
Traducción Beatriz Novaro
Lucio en el baño, Ana Casas Broda. De «Kinderwunsch» pero no en la exposición
El baño III, Ana Casas Broda, «Kinderwunsch»

Cuando nació mi hija, pegué una nota en mi escritorio en la que había garabateado la palabra Mnemosine. Mnemosine era una diosa titán, diosa de la memoria entre los griegos. Ella misma fue madre, parió a nueve musas, y presidía el epónimo estanque en el Hades. El estanque permitía recordar vidas pasadas a aquellos que bebían de sus aguas una vez que se reencarnaban. Como Mnemosine era capaz de recordar todo, era también una divinidad menor del tiempo. Yo necesitaba su inspiración, pues en aquellos primeros días de la maternidad se me escapaba hasta el más sencillo recuerdo. Era como si hubiese visitado el Hades y bebido del río Leteo, cuyas aguas hacen olvidar el pasado y borran todo conocimiento.
 
La desvanecida nota ha permanecido ahí por cinco años. Suele caerse, pues el pegamento ya no sirve. Sigo pegándola de nuevo. No sé por qué. Cuando me siento a escribir, me golpean las habilidades de Mnemosine, sus características, y también lo presente que se encuentra en Kinderwunsch. La memoria, el recuerdo, el presente, el pasado y el futuro son hechos análogos a la fotografía y juegan un papel vital en el trabajo de Ana Casas. Ana tiene una gran perspicacia sobre el poder del medio, y lo usa como herramienta para desencadenar recuerdos y para consolidarlos en el futuro. Comprende que el tiempo guarda una estrecha relación con la memoria y que en este hecho reside el verdadero poder que el medio encierra. La marea que va y viene entre ambos, y el instante precario en el presente son elementos vitales para comprender los textos y los matices de Kinderwunsch.
 
El tiempo, lo sabemos, es algo mucho más nebuloso y elástico que su medida en minutos y en horas. Basta pensar en lo que dura un minuto de espera y lo rápido que corre cuando nos acercamos a una fecha límite. Incluso parece mágico cuando el tiempo se suspende, literalmente parece detenerse, en un momento de felicidad pura. La fotografía intenta congelar el tiempo, cuando en realidad rara vez es un hecho estático, por lo que vincularlo a metáforas de la muerte me parece una antítesis. La metáfora de un recién nacido resulta más pertinente. La fotografía siempre está viva, de un modo incesante exige lo nuevo, lo difícil; en flujo constante fuerza a los artistas y a todo el que se involucra a adaptarse, a trabajar en ello. Los mantiene despiertos toda la noche. Aquí me gustaría observar los distintos aspectos del tiempo con los que batalla Casas Broda y cómo se acerca a la fotografía para lidiar con las demandas que se impone a sí misma al ocuparse de sus recuerdos y deseos, y de los momentos cotidianos de la maternidad. Los elementos que residen en el corazón mismo de su proyecto.
 
Paciente con antecedentes de cuatro años de deseo de tener un hijo (Kinderwunsch).
 
El proyecto inicia de manera exigente. Una cuenta regresiva. El tictac de los años, las horas, los minutos. Un médico dijo a Ana que ella había deseado un hijo durante años. Muchas mujeres se dejan llevar por la angustia al encarar su reloj biológico —lo que significa, literalmente, una carrera contra el tiempo de concepción— al darse cuenta, de manera brutal, que el cuerpo es, en efecto, el que controla a la mente. Un inicio así no es fotografiable, aquí solo podrían funcionar las palabras.
 
... estoy embarazada. Tengo treinta y ocho años.

Para dar a luz a las nueve musas, Mnemosine tuvo sexo durante nueve noches consecutivas con Zeus. En el caso de Ana, la tarea de quedar embarazada fue menos apasionante; dominada por ciclos corporales, los ritmos, el recuento, los números, las citas y los medicamentos. Planear, tramar y volverse dependiente de los médicos y de sus opiniones. La sensación de sentirse abrumada se mezcla con un deseo tan salvaje que pone en riesgo su relación de pareja. Fotografiar las agujas, la sangre, la espera interminable, contiene emociones y las hizo tangibles, comprensibles. Existe un deseo de controlar el proceso a través de la cámara.
 
El impulso, el deseo, la necesidad. Un hermano para Martín. Madre de dos hijos. Otra escena. Deseo que vivamos otra historia.
 
Es hora de otro bebé. Val contempla afuera de la ventana, su deseo de ser padre juega una parte crucial en el entramado. Ambos se miran. Con cautela. La espera.
 
Habitar un cuerpo ajeno, perfecto. Parir, los pechos llenos de leche.
 
El tiempo y el parto le pasan factura al cuerpo. Abundancia y vacío. Queda un cuerpo que ha sido usado. Un cuerpo que porta sus cicatrices con orgullo. Ana sostiene con la mano un estómago flácido y pregunta a su madre cuánto tiempo la amamantó. Su cuerpo la remite al pasado, alentándola a descifrar fragmentos olvidados pero que ha logrado remendar gracias a las fotografías tomadas por su abuela. A gatas, Ana fantasea; un lejano recordatorio de que el cuerpo es un cuerpo para el sexo y no solo un cuerpo proveedor. Su cuerpo es lo que une a su familia, pero se trata de un cuerpo del que casi no tiene poder en los momentos cruciales de la jornada.
 
Insomnio, pensamientos circulares. De pronto me encuentro en un paraje que me aterra. Un tránsito lento y tortuoso por un túnel oscuro.
 
Los recuerdos regresan. En la muerte nocturna, cuando el tiempo parece haberse detenido, Ana arma el rompecabezas de su niñez. ¿Cómo fotografiar el insomnio? ¿Cómo fotografiar la depresión, la memoria y las emociones? Pero fotografiar es lo que Ana debe hacer para poder atravesar el túnel oscuro. Aunque el medicamento y la terapia le pueden ayudar, la fotografía es el eje aquí, la herramienta para que pueda encarar a sus demonios. La casa calla de noche. En silencio, Ana fotografía los cuartos vacíos; añade estructura a las horas nocturnas, amorfas, difusas. La fotografía le permite a Ana crear una nueva realidad. Arroja luz sobre las tinieblas y da una vuelta de tuerca al argumento. La realidad y la ficción se diluyen en un nuevo escenario, permitiéndole construir su propia historia.
 
Me siento muy culpable. Y a la vez, solo deseo golpearlo, que por fin se calle, me deje en paz por un minuto. No sé cuánto tiempo pasa.
 
El tiempo fluido, el que flota libremente con hijos pequeños. Tareas cotidianas sin fin que duran demasiado, destellos de conductas caprichosas (tanto por la parte del niño como de la madre) y días que se arrastran, eternos. Martín y Ana se gritan por encima de la mesa. ¿Cuál es el rol de la fotografía aquí? ¿Es una discusión recreada? ¿Ocurre en ese momento? ¿Realmente está enojada Ana? ¿Cómo puede sentir rabia, si su mente está concentrada en tomar una foto? La resbaladiza línea que separa montaje y realidad se vuelve confusa. Lo Real. La espina en el costado de la fotografía. De hecho, sí hay un enojo real, más de lo que puede mostrar cualquier imagen. Una fotografía solo puede revelar la superficie de algo. Aquí, las distintas capas de la realidad se unen. Se nos recuerda cuánto se finge en la maternidad: fingir en el juego, fingir interés, fingir que estás contenta ante los demás. La fotografía siempre está ahí para recordarte que la mayoría de los recuerdos no son reales, que han sido hilvanados por las fotografías. A veces las fotografías pueden parecer falsas. Ana las utiliza para volver las cosas reales. Siempre habrá una contradicción inherente allí.
 
Borré casi todos los recuerdos de mi infancia. Los que quedan están anclados a las fotos de mi abuela.
 
La fotografía actúa como una máquina del tiempo que zarpa hacia la infancia de Ana. Las fotos originales son esenciales para su viaje. Lo apaciguan. Son amables, fueron tomadas sin intención artística, su ternura brilla a través de su hechura, aun en aquellas que evocan momentos desconsoladores. Muestran amor donde quizás Ana no lo recibió, y muestran también la profundidad de las repeticiones. Las madres bañan a sus hijos. Ana puede convertir el baño en un juego usando leche, pero ella también bañó con dulzura a sus niños cuando fueron bebés tal y como su madre (y su abuela) la bañaron a ella. La añoranza del contacto. El deseo de recordar.
Martín tiene seis años ahora.
 
La fotografía y el tiempo hacen a Ana recordar cuando tenía seis años. No puede tomar fotos, teme que los patrones se repitan, y los recuerdos la arrojan con violencia a su niñez. El miedo, el enojo, las emociones descontroladas toman las riendas. Impasse. Un hueco en el pasado, otro en el presente.
 
Los recuerdos que se agolpan en el cuerpo. Me quedo quieta, escuchando la voz que habla en mi cabeza. Alerta. Replegada hacia adentro, ensimismada, suspendida entre dos tiempos.
Este proyecto es un delicado acto de equilibrio entre distintos tiempos, ninguno más importante que el otro. En un intento de crear un equilibrio entre ellos, Ana genera trabajo para hacer el viaje tan vital como se necesite. Y necesita arrastrarla al presente. Toma fotografías para que sus recuerdos y el presente se vuelvan reales. Las fotografías aquí son herramienta catártica, suavizando su viaje hacia la maternidad y sosegando su niñez. Forman parte del rompecabezas fotográfico que ayuda a Ana a reconciliar sus recuerdos con sus deseos. Deseos que corresponden tanto a la niña como a la mujer.

Las imágenes hablan también acerca de estar en el presente por corto tiempo, un instante, dejando que las relaciones crezcan y se revelen a través de juegos y fotografías. Hablan además sobre el ser capaces de estar en el presente, de hacer contacto con él. Y como Mnemosine, Ana tiene sus musas. Dos pequeños, en lugar de las nueve fuentes del conocimiento, personificadas. Estos niños son el catalizador y la inspiración. El acto de fotografiar en Ana une la realidad y la puesta en escena. Esto le permite descubrir aspectos de su relación que no serían visibles sin la cámara. Se trata de lo fugaz del tiempo presente y de la conexión, lo que le permite reconciliarse con los recuerdos más difíciles a la vez que conectar con sus niños y disfrutar el presente. La fotografía puede ser una herramienta imperfecta y las expectativas que Ana coloca en ella pueden ser, a veces, poco realistas. Ella lo sabe. Por eso tiene que escribir también. Sus palabras son urgentes, dan impulso y ordenan a las fotografías. Ambos lenguajes se apoyan entre sí; las palabras llenan los espacios en blanco, cuando no hay fotografías; las fotografías, por su parte, expanden las palabras. Kinderwunsch solo puede existir en la unión de las palabras y las fotografías. Ambos lenguajes entretejen el pasado, el presente, los recuerdos, el deseo y el amor.
 
Así que finalmente, cinco años después de garabatear Mnemosine en una nota y pegarla sobre mi escritorio, me ha inspirado a escribir esto. Tal vez cumplió con su cometido, no del modo que los mitos sugieren, sino en una forma tranquila: esperó el momento justo en que podría serme útil. Kinderwunsch podrá ser algo muy específico para Ana y su vida, pero trasciende lo personal para ser universal. Como la mejor fotografía, este proyecto no solo le permite a ella contemplar quién es y por qué, sino que también a nosotros nos ofrece un espacio para reflexionar y tejer nuestras experiencias personales, los recuerdos, las fantasías y sus narrativas. Quizás sea hora de quitar la nota.