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Claude Esteban

En un lugar más allá de cualquier lugar

Antonio Ortega

Se cumplen diez años de la muerte de Claude Esteban (París, 1935-2006) y tanto en España como en el ámbito hispánico, más allá de razones sobradas, tenemos la obligación inapelable de recordar y hacer presente de nuevo su figura y su obra, la de un poeta y una personalidad intelectual que, por vocación y destino, dedicó a la lengua y a la cultura españolas una parte sustancial de su vida y de su obra. Esa relación apasionada y a la vez conflictiva con la lengua española la describió con detalle en ese generoso y espléndido relato de sus años de formación que es Le partage des mots (Gallimard, 1990), que Juan Abeleira tradujo al castellano con el de título de La heredad de las palabras (Hiperión, 1998): de padre español, periodista republicano refugiado en Francia, y madre francesa, educado en francés y con reiteradas y constantes visitas a España pero, finalmente y por elección, un enorme y gran poeta en lengua francesa, vivió y creció desde niño entre los dos idiomas, pero su bilingüismo fue para él un conflicto permanente más que una ventaja, pues cada una de esas lenguas encarnaba una forma de pensar la realidad, una representación y un conocimiento del mundo, de algún modo, irreconciliables y traumáticos. En ese relato de su experiencia con la lengua, desde su infancia hasta la edad adulta, que es también una muestra declaradamente autobiográfica y un testimonio singularmente único, tanto por su calidad literaria como por su original y personal punto de vista lingüístico, social y político, es donde se da cuenta del desgarro producido por esa especie de «neurosis de Jano», pues como dejó dicho con claridad meridiana en 2004, en una entrevista con Laure Helms y Benoît Conort (Le nouveau recueil, nº 71), para él «ser bilingüe, o tender hacia ese estado híbrido que considero intolerable, es confrontar en uno mismo dos horizontes, atravesar dos espacios mentales que solo se confunden por la adecuación ilusoria de los conceptos: esa quimera, arraigada en nosotros, de una gramática universal».

Esa «partición» de las palabras, ese «reparto de una herencia», esa «división y escisión», como muy bien explica Juan Abeleira, es también su línea divisoria de las aguas, un terreno y un paisaje, un lugar donde llevar a cabo, desde la desposesión, la confrontación con uno mismo, y en el que dar espacio al «trabajo de lo visible», a una verdad original y diferente. Ese distanciamiento de realidades, el peso de la existencia vivida, alcanzan continuidad en el poema, que es entonces una lección de vida, el refugio inapelable del más allá del lenguaje, porque Claude Esteban, además de ensayista, estudioso, crítico y teórico del arte y de la literatura, fue un grandísimo y envidiable traductor, como quedó reflejado, entre otros libros, en sus Poèmes parallèles (Galilée, 1980), una antología recopilatoria de algunas de sus muchas traducciones de poetas hispánicos y en otras lenguas (Góngora, Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, César Vallejo, Alejandra Pizarnik, Fernando Pessoa o Pere Gimferrer), y que incluye como prólogo un texto titulado «Traduire», una larga y meditada reflexión sobre el trabajo del traductor que es una pieza magistral en su género. La lista de los poetas traducidos al francés es, además de larga, espejo de sus deseos, y a la que habría que sumar, junto con los ya citados, los nombres de Virgilio, Antonio Machado, García Lorca, Borges, T. S. Eliot, y sobre todo, Octavio Paz. En efecto, el trabajo poético de Claude Esteban concede tanta importancia a su propia escritura como a la de otros poetas, pues en ambos casos se trata de compartir, ya que el acto mismo de la traducción participa de una idéntica «necesidad interior».

Igualmente primordial y reveladora es su obra ensayística, principalmente centrada en la reflexión sobre la palabra y la escritura poética, junto con la crítica y la difusión del arte. Entre todos sus estudios y ensayos poéticos destaca, sin la menor duda pero sin desmerecer el resto, su Critique de la raison poétique (Flammarion, 1987), de una profundidad y de un conocimiento teórico incomparables. En este y otros de sus trabajos ensayísticos, toma una postura definida y personal, pues frente a las actitudes y tensiones que conformaron el debate estético de finales del siglo XX, no duda en declararse «antimoderno», y no sin razón, puesto que después de la ya famosa declaración de Rimbaud («Es necesario ser absolutamente moderno») todos la hacen suya, hasta tal punto que acaba volviéndose oscura. Es por esto que Claude Esteban, en su relectura de los desvíos de esa modernidad, lleva a cabo una declaración de los principios que van a constituir su propia inspiración creadora, refutando a su modo el canto del instante absoluto, del moment brut, y recusando igualmente «la dimensión diacrónica de la duración, constitutiva del ser de los hombres y de las cosas». Por eso su esfuerzo por trabajar la capacidad que el poema tiene de «re-figurar» el mundo, según la expresión de Paul Ricoeur, y así poder recomponer un nuevo lirismo que consistirá en «formular la (una) posible ordenación del mundo» personal del poeta. Esa comunidad de espíritu es la misma que encuentra en sus estudios y trabajos críticos sobre artistas, dando cuenta de esa «poética en movimiento» de creadores como El Greco, Velázquez, Goya, Picasso, Palazuelo o Chillida, entre los españoles, y Caravaggio, Morandi, Ubac, Viera da Silva, Szenes, Sima, Braque, Chagall, Hopper o Le Brocquy entre otros numerosos pintores y escultores a los que dedicó inolvidables monografías y escritos, todos ellos, unos y otros, como en el título de uno de sus libros, Veilleurs aux confins, vigilantes de las fronteras de ese diálogo entre la poesía y la pintura, central en su obra y en su vida.

Pero sobre todo y ante todo, Claude Esteban era, sigue y seguirá siendo un imprescindible poeta en lengua francesa. Desde su primer libro, La saison dévastée (D. Renard Éditeur, 1968), hasta Trajet d’une blessure (Farrago, 2006), publicado pocos días después de su muerte, y La mort à distance (Gallimard, 2007), que había dejado sobre su mesa de trabajo y que vio la luz ya póstumamente, casi una veintena de poemarios y antologías han dado forma a una voz única y a una aventura poética nacida, como él mismo vino a referir, «del trabajo que el poeta no cesa de realizar en el corazón de la lengua». Un trabajo por el que recibió, entre otros más, el Premio Goncourt al conjunto de su obra, y concretamente con su libro Morceaux de ciel, presque rien (Gallimard, 2001). A pesar de que el francés fue su lengua de escritura, escribió en español, «en una lengua de distancia» como confesó a Andrés Sánchez Robayna, un libro de poemas titulado Diario inmóvil, traducidos al italiano por Jacqueline Risset, en edición bilingüe (Milano, Vanni Scheiwiller, 1987). Tal y como revelara en la entrevista con Laure Helms y Benoît Conort arriba citada, su sueño era alcanzar un «poema que prolongaría esa mirada detenida en el espectáculo más simple –una flor, un vaso, la curva de una colina, el brillo de una piedra–. Imagino una frase que solo rozaría la corteza de lo visible y que solo tendría valor por ese encuentro impalpable donde la distancia y las palabras que se demoran vendrían a suprimirse. ¿Esto es reclamar de la poesía lo que solo está en el silencio? Continúo escribiendo, como si la esperanza no me dejara alcanzar, después de tantas fatigas, este lugar más allá de cualquier lugar». El poema, entonces, como una verdad material, como una armonía casi orquestal, un aliento que nos lleva a cada paso y da testimonio con sus palabras: una voz que nos habla, un gesto de bienvenida, una promesa de unidad por encima de su gracia efímera.

Fruto de su humor irresistible, por encima de la tragedia y del desgarro, Claude Esteban no dejó nunca de provocar, como hizo con esa especie de duplicado de sí mismo, de ese heterónimo al estilo de Pessoa y de nombre Arthur Silent –nacido en Namur en 1940 y afincado en Quebec, psicopatólogo animal y antólogo de poetas iroqueses–, autor de un libro de historias cortas titulado Mémoires minuscules (Flammarion, 1984), con prólogo de Emmanuel Hocquard, que en 1985 recibió el premio Deux Magots. Años más tarde, en 1991, este misterioso escritor publica Meurtre à Royaumont suivi de l’Ode a Lisbonne, siendo esta vez Hocquard el responsable del epílogo, al que le fue otorgado, esta vez, el prestigioso premio Nabel de Littérature. A pesar de las conjeturas al respecto de la verdadera identidad de este extraño y alocado escritor, se quiso mantener el misterio, muy a pesar de que sus «amigos» Claude Esteban y Emmanuel Hocquard, acudieran disfrazados a la entrega de uno de los premios.

La recepción en Francia de la literatura y, más en concreto, de la poesía en español habría sido, sin la menor duda, otra completamente distinta sin la labor esmerada y precisa de Claude Esteban. Sin embargo, tan solo seis de sus libros, cuatro de ellos de poemas, han sido traducidos al castellano (Siete días de ayer; La hierba; Conjeturas del cuerpo y del jardín seguido de Doce en el sol e imágenes pintadas y El último páramo, además de La heredad de las palabras y La pícara Arcadia), sin contar sus monografías sobre artistas y pintores. Sus publicaciones, pues, no dejan de ser pocas y su presencia escasa, y es que su gran escritura es aún poco conocida en el ámbito hispano, y en particular en España. Que su obra sea traducida y editada, para tratar de remediar con ello, al menos por unos instantes esa laguna, sería una obligada forma de agradecimiento y una manera honorable de saldar una deuda que nuestra lengua tiene contraída con él desde hace años. Sea.

HOMENAJE A CLAUDE ESTEBAN
31.03.16

PARTICIPAN MARÍA VICTORIA ATENCIA • JORDI DOCE • RAFAEL MORALES BARBA • CLARA JANÉS • JESÚS MUNÁRRIZ • JULIETA VALERO • LUIS ANTONIO DE VILLENA • ADA SALAS• NURIA RODRÍGUEZ LÁZARO • PAUL-HENRI GIRAUD • XAVIER BRUEL • CHRISTINE JOUISHOMME
ORGANIZA UNIVERSIDAD DE BURDEOS
COLABORAN UNIVERSIDAD DE LILLE • UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID • FUNDACIÓN JOSÉ HIERRO • CBA