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«Las mujeres tenemos un problema para acceder al dinero en el cine»

Entrevista con Neus Ballús

Javi Álvarez
Fotografía Lorenzo Cerrina | Fotogramas de la Plaga

Neus Ballús hace cine. En 2013, con su ópera prima La plaga, nos dijo que había que luchar para salvar lo poco que nos queda. Esta directora catalana emplea la cámara para enseñarnos la piel y la carne de la que estamos hechos. Lo hace desde una mirada transparente, real y necesaria.

Sabía que habías dirigido, escrito guiones, montado y hasta producido, pero me sorprendió enterarme de que también presentaste informativos para la televisión local CityTV.

Empecé a trabajar en teles locales con 18 años. Soy activa, así que cuando entré a estudiar audiovisuales, me fui a la tele de mi pueblo y pedí hacer prácticas. En esas televisiones lo hacías todo, incluso presentar. Tenían cero presupuesto, así que solo te pagaban el transporte. Cuando estaba en segundo año de carrera se abrió CityTV y un profesor preguntó quién de la clase tenía interés en trabajar allí. Unos cuantos fuimos a las pruebas. Trabajé durante los fines de semana como presentadora, lo que me permitió pagarme la carrera y el master. Yo tenía muy claro que no me iba a dedicar a eso. He aprendido muchas cosas del periodismo, pero también tenía claro que no era mi territorio natural y, cuando pude, lo dejé y monté la productora El Kinògraf.

¿Siempre tuviste claro que querías hacer cine?

No tengo la típica historia de alguien que siempre ha soñado con dirigir películas. Ni siquiera era demasiado cinéfila. Empecé la carrera pensando que, de alguna forma, el audiovisual me permitiría aprender un lenguaje y, a través de él, explicar lo que me interesaba. Fue a mitad de la carrera, al hacer las asignaturas de documental, cuando empecé a sentir que en realidad mi punto de vista sobre algunas cosas era distinto del de los demás y que además si yo no lo hacía, nadie iba a contar según qué cosas. Ahí es donde nace la necesidad de ponerme a filmar algo realmente propio, como un impulso natural. Empecé con una pieza sobre mi abuelo. Se había comprado una cámara, se había puesto a filmar y estaba haciendo unas cosas alucinantes. Me di cuenta de que si no lo hacía yo nadie lo mostraría. Me propuse documentar lo que tenía cerca, con mi punto de vista y ver a dónde me llevaba. Los proyectos han venido uno detrás de otro y yo he ido definiendo mis temas y mi lenguaje.

En tus tres primeros cortos (L’avi de la camera, Quan plovien bombes e Immersió) se ve claramente tu mirada, pero siempre la muestras a través de la mirada de los otros

Yo tiendo a ponerme en la piel de los demás. Cuando un personaje me interesa es porque me identifico, o porque quiero identificarme. Busco aprender, entender cómo ve el mundo esa persona. Me sitúo a su lado y explico lo que comparto, las diferencias no están. Me han dicho que en lo que hago no hay enemigos, no hay malos. Simplemente están los que me han interesado.

También de ese periodo surge Barcelona any zero y Barcelona any 1, una serie de televisión. ¿Qué cambia?

Realmente es como hacer gimnasia: pensar rápido, rodar rápido… Aprendes algo de insatisfacción en cada capítulo, porque tú sabes que no estás llegando, que te quedas más cerca del periodismo de telediario que del documental. Yo soy muy lenta, lo he descubierto y lo admito. Sé que necesito tiempo si quiero quedar satisfecha con el resultado. La televisión, de momento, no es el medio.

Después llega La Plaga, una película de personajes, sentimientos y realidades que trata muchos temas y ninguno de ellos se superpone a los demás. ¿De qué podría ser una metáfora?

A la hora de hacerla no pensábamos en esos términos. Era mi primera experiencia de algo largo. Sentía que fluían varios temas, inquietudes y sentimientos mezclados a raíz de conocer a estos personajes. Realmente hasta que terminamos la película, no sabíamos que estábamos haciendo, ni de qué iba, ni qué temas eran los centrales. Ahora puedo mencionar varios: hacerse mayor, la periferia, la situación de exclusión… Lo que estuvo desde el principio fue el título. Siendo una zona de agricultores, los problemas con las plagas se repetían cada verano. Siempre batallando para que aquello tirara adelante. El tema de la lucha, de la resistencia a las adversidades que vienen quién sabe de dónde, era lo que unía a todos los personajes, pero quizá tampoco es el tema principal.

¿Tenías claro desde el principio que iba a ser una película de ficción?

No. Empecé pensando que era un documental absolutamente normal, porque era lo que venía haciendo. No me planteaba hacer una ficción. Lo que pasa que mi concepto del documental siempre ha sido muy abierto y no tengo manías. Si quiero retratar algo que veo, tengo que conocer bien lo que estoy explicando para no sentirme una impostara. Pero si lo conozco y estoy segura de mi punto de vista, no me importa llegar hasta la ficción con elementos reales. Es cine, no podemos fingir que no estamos manipulando porque también en el documental se manipula. No tenía estas reticencias, incluso partiendo del documental. Y así fui llegando cada vez más lejos. 
Es verdad que mis referentes proceden de la ficción y no de documentales. A nivel formal me gusta mucho las películas corales de Claire Denis o las de atmósfera de Lucrecia Martel. Vi también muchos westerns. Apliqué todo esto a gente y elementos que eran verdad.

Cinco años es un proceso larguísimo, ¿no?

Como sé que soy lenta no tengo problema con eso. Pero fue muy duro, costó mucho levantar la financiación. No es fácil explicar el proyecto y que la gente vaya confiando en ti, pero salió de una forma sorprendentemente rápida para una ópera prima. Esperamos dos años para ir conociendo a los protagonistas antes de ponernos a filmar. Hicimos varias fases de rodaje, aunque lo concentramos alrededor de un verano. Después vinieron nueve meses de montaje, con muchos cambios. Al final la película sale a la luz y la empiezas a acompañar por festivales. Creo que es el proceso normal, lo que pasa que se suele hacer simultáneamente con otros proyectos. A mí no me dejaba. Trabajando con gente real, no les puedes abandonar, tienes que tener un contacto muy real, directo y regular durante este tiempo. 

Todo el trabajo es con personas reales: ¿cómo los conduces hacia donde quieres?

Yo escribo un guion con diálogos porque me lo requieren las administraciones que dan dinero. Esto te impulsa a imaginar lo que quieres hacer, las posibilidades. Así que la imaginación se pone en marcha y avanza más que la realidad. Ya te empiezas a imaginar lo que podría sucederle a un personaje o lo que ocurriría si juntases a los que no se conocen. Este guion se basa en lo que sabes de ellos. No pones nada que sea inviable, o que no forme parte de sus vidas. Muchas veces son cosas que ya han ocurrido, que has visto pasar y que quieres que se repitan. Como les conoces bien, lo prevés y lo preparas, a veces dándoles direcciones distintas a cada personaje. Les dirijo como si fueran actores. Lo que pasa es que lo que les pido son cosas que ellos hacen. Observacional hay muy poco. 

¿Qué pasó cuando se vieron en la pantalla?

La primera vez se quedaron en estado de shock. Había sido mucho tiempo de trabajo, filmamos unas noventa horas, así que no sabían muy bien qué imagen se daba de ellos. No entendían. Se quedaron un poco extraños. Pero después les ha ido gustando cada vez más, sobre todo la parte en la que se reconocen los respectivos trabajos de cada uno porque nunca se habían sentido valorados de esta forma en lo que hacen. Han ganado en que se conocen mejor. Se han tenido que enfrentar a una representación de ellos sin sentir que están siendo falsos. Es un trabajo personal muy interesante. Más que una película, para ellos, es una experiencia.

De la Berlinale a los Premios Europeos de Cine, pasando por el triunfo en los premios Gaudí y la nominación a los Goya, ¿cómo vives ese camino?

Cuando terminas la película, estás destrozada física y mentalmente, no sabes lo que has hecho, si está bien o mal, ni lo que va a pasar. Solo tienes en la cabeza que has implicado a mucha gente. Nunca pensé la película para que se quedara en las fronteras de nuestro país, quería que un espectador internacional también se sintiera apelado por lo que cuenta. Entrar en la Berlinale te asegura un movimiento internacional, que se va a ver y eso es lo que merece la pena. Fue impresionante. Compartir con los protagonistas y con la gente del equipo todo esto produce una sensación de retorno, de que lo que te han dado es muy importante.

Los premios, ¿te sirvieron para seguir adelante con mayor facilidad, o por el contrario, terminó el ciclo de la película y a empezar de nuevo?

La sensación es de empezar de cero cada vez. Es muy efímero. Lo sabía así que no hubo sorpresa. Lo que sí me sorprendió es que financiar el siguiente proyecto me resultara tan difícil, incluso más que La plaga.

Lo siguiente es Amb títol, un documental interactivo.

Existen muy pocos web docs en el mundo, es un formato nuevo. En la Universidad Pompeu Fabra me propusieron dirigir un documental sobre experiencias de universitarios, la vida universitaria y qué función cumple. A mí me gusta probar cosas nuevas: formatos de duración distinta y la idea de la no linealidad. El hecho de que se pueda ver un fragmento y no otro es interesante porque pone en cuestión la idea de la obra y del autor. Creo que merece la pena probarlo y que tiene muchas posibilidades en el plano creativo.

¿Crees que el mecenazgo es una solución al problema de hacer cine en España?

No conozco a nadie que pueda hacer sus proyectos de forma continuada con este sistema. No existe la tradición y, de momento. no va a ser una vía válida. Puede funcionar de forma puntual, pero no es sostenible. Existe una sensación muy extendida de tener que pedir por favor poder hacer tu trabajo. El buen cine hace una función en la sociedad: me parece lamentable que tengamos que llegar a este extremo. 
En cuanto al micromecenazgo, el modelo se acaba convirtiendo en yo te pido dinero para mi proyecto y lo pongo para el tuyo. Tampoco es sostenible, aunque sí me parece una buena forma de empezar la difusión.

Se habla siempre de dos cines antagónicos, el de entretenimiento y el de autor. ¿Qué hay que hacer para que el cine importe al espectador?

Yo aspiro a que el cine que hago también sea entretenido, pero que no sea un entretenimiento vacío. Lo que me interesa más al filmar es llegar a una cierta profundidad de algo, no quedarte en la superficie de las cosas. Creo que la mayor parte del cine se hace muy rápido y pasando por encima. No es habitual que haya dos o tres capas y tener que ver lo que hay debajo, y es lo que a mí me gusta: que no sea una lectura clara, que no termines de entender algo, que realmente sea también un misterio, que te ofrezca algunas respuestas, pero pocas. 

¿Quién está interesado en financiar ese cine combativo?

Nadie. Lo que pasa es que algunos deberían estar obligados. Este cine tiene muy poco retorno económico. El retorno es a nivel personal y colectivo en la sociedad, pero no es cuantificable. Así que para quien financia el cine no cuenta. Por eso las administraciones públicas deberían asegurar que hay financiación, porque genera ese lugar que nos permite reflexionar sobre lo que somos, lo que hacemos y, así, nos ayuda a aprender a vivir. Si dejara de existir este cine, lo notaríamos. 

Te pregunto ahora como espectadora de cine, ¿sientes que las mujeres que aparecen en la pantalla se parecen a las mujeres reales de hoy?

Hay pocas cosas interesantes. Echo de menos referentes. El cine, aparte de la emoción de vivir otras vidas, te permite aprender a envejecer o a enfrentarte a problemas. Es una recreación que le sucede a otro pero te podría haber sucedido a ti. Ves comportamientos. Sería muy útil que hubiera mujeres de todas las edades y condiciones para tener referentes de cómo actuar en la vida. Esto falta. 

¿Crees que el público se da cuenta de esa ausencia?

Las mujeres es probable que sí. Aunque más bien es al revés, cuando ves a alguien con quien te identificadas es cuando te preguntas cómo es posible que nadie hubiera hablado sobre esto antes. Te sorprende positivamente cuando debería ser al contrario. 

El hecho de que haya menos mujeres dirigiendo que hombres, ¿tiene que ver con esto?

Claro, porque al final lo que cuentas es un reflejo de lo que vives, lo que tienes alrededor y lo que sientes. Lo pasas por tu filtro. No digo que la sensibilidad femenina sea esencialmente distinta de la masculina porque muchas veces no es así, pero es verdad que el 50% de la población está teniendo muchas dificultades para poder contar sus historias. Entre otras cosas porque, en muchos ámbitos, no existe la tradición que te proporciona la posición suficiente para hacer lo que crees. Muchas veces nos autocensuramos. He visto muchas compañeras que a la hora de hacer un proyecto más grande, cuando tienen que pedir dinero, convencer o meterse en un crédito, se plantean si no se estará pasando de atrevidas. Cuando un hombre, en general, no tiene tantas dificultades para eso. Nos faltan referentes también a las mujeres cineastas. 
A menudo se considera que el éxito de los proyectos de mujeres es fruto de la casualidad. No se percibe en forma de carrera, de una intención, de un esfuerzo, ni se aprecia la continuidad. Con los hombres cineastas se sobreentiende que después de una película van a hacer otra, es una trayectoria. Para nosotras es más difícil. 

¿Qué haría falta para superar esta situación?

Los planes de estudios están equilibrados. En las escuelas de cine, a veces hay más mujeres que hombres. En los festivales de cortos, de documentales, de proyectos que requieren menos dinero, también está igualado. El problema viene cuando hablamos de proyectos de más dinero. Las mujeres tenemos un problema para acceder al dinero en el cine y en otros sectores. Ahora mismo no se me ocurre algo mejor que imponer cuotas, como está haciendo el Instituto Sueco de Cine donde, por ley, el 50% de la financiación pública va a proyectos de mujeres. La idea no es premiar proyectos que no sean buenos, sino encontrar los mejores. Hace dos años, casi todas las películas suecas que había en Berlín eran de mujeres, y en los premios nacionales de cine sueco habían ganado películas hechas por mujeres. De repente, en las salas había una oleada de espectadores nuevos interesados por un tipo de cine que no habían visto nunca. Ha habido una renovación del lenguaje a través de esta ley. Esto tampoco es tan complicado.

¿Qué planes tienes para el futuro?

Hemos hecho un documental sobre Carmen Balcells, la agente literaria, que se va a emitir en Televisión Española. Desde que terminé La plaga he estado escribiendo el guion de una ficción; la historia de una chica adolescente española que viaja a un resort en Senegal con su familia para pasar las vacaciones de navidad allí. Nos falta completar la financiación y me imagino que el año que viene lo haremos. Como aún vamos a tener que esperar un tiempo hasta que se filme, tengo otro proyecto, más parecido a La plaga en cuanto a proximidad y manera de trabajo, que está protagonizado por dos fontaneros-electricistas de la misma zona.