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«La música nos pertenece a todos»

Polo Vallejo y las músicas de África, un camino sin retorno

Gemma Solés i Coll
Fotografía blanco y negro Carmen Ballvé | Fotografía color Miguel Balbuena
Retrato de Polo Vallejo © Carmen Ballvé

El pasado verano el público del CBA tuvo la inmensa suerte de asistir a un concierto de música wagogo a cargo del ensemble Nyati, que nos visitaron desde Tanzania con su rico universo musical y sus polifonías vocales, gracias a la labor incansable de Polo Vallejo, musicólogo, compositor y uno de los mayores conocedores y divulgadores de las músicas del África negra (y de otras músicas, como las polifonías vocales de Georgia). Vallejo ha dirigido también el documental Africa, the Beat, y acaba de recibir el Premio Nacional de Edición 2016 del Ministerio de Cultura en la categoría de «Libros de Arte» por Acaba cuando llego, un compendio literario de sus veinte años de trabajo en Nzali, Tanzania, con notas de campo, reflexiones y conversaciones con los habitantes, acompañadas de las fotografías de Carmen Ballvé y de ilustraciones de los niños de la aldea.

Kalenda © Carmen Ballvé
Ipangwa © Carmen Ballvé
Paisaje con bicicleta © Carmen Ballvé
Polo Vallejo en Nzali, trabajo de campo © Carmen Ballvé

«La primera y la última palabra que escuché en Tanzania en 1995 y 2017 respectivamente fue ‘Karibu’, bienvenido en Kisuajili», explica Polo Vallejo. No suele ser la forma en la que se recibe a los extranjeros aquí, en Europa. Sin embargo, la mayoría de occidentales que hayan pisado el continente africano, coincidirían en que aquello de la «hospitalidad africana» no es un mero lema para atraer al turismo. «En Nzali, el poblado donde más tiempo he pasado, no solo he sido siempre acogido con verdadera alegría y calor humano, sino que han colaborado con mi trabajo de investigación permanentemente. Me aprecian tanto que rápidamente me dieron un nombre en lengua gogo, ‘Matonya Chilendu’ o ‘nacido en época de lluvias’, y pusieron además el mío propio, Polo, a algunos niños del poblado. Esto es muy significativo para mí y de ellos solo he recibido generosidad, sonrisas y mucha música».

En la retina de sus ojos azules, suaves como una bocanada de brisa marina de ese Océano Índico que baña las costas tanzanas, hay miles de recuerdos impresos como fotogramas autobiográficos. Sin embargo, no es su mirada, sino el tono y la cadencia de su voz, lo que nos atrapan. Y a través de este canal, nos relata generosamente toda una vida dedicada a la música que lo ha llevado a recorrer Senegal, Ghana, Gambia, Burkina Faso, Camerún, Norte de Nigeria y Costa de Marfil, aunque en el país que más ha trabajado ha sido en Tanzania.

«Desde pequeño, en mi casa había un ambiente musical muy creativo y la música formaba una parte muy importante del entretenimiento compartido con mis nueve hermanos, cuatro de los cuales somos músicos», nos cuenta. Estudió piano, pedagogía y composición en el Conservatorio Superior de Música de Madrid, cuando empezó a sentirse atraído por África, y a comprar vinilos de músicas tradicionales africanas. Estudió en Italia, Hungría, Estados Unidos y Austria, y en París se especializó en educación musical y etnomusicología respectivamente. «He de decir que la palabra ‘etnomusicología’ siempre me ha resultado algo rimbombante e impropia, y choca con lo que creo ha de ser el estudio de cualquier música, sea clásica, moderna, tradicional, de otras culturas… Es decir, debería llamarse a todo ‘musicología’, sin anteponerle ese prefijo, ‘etno’, que tiene mucho de eurocentrista». Y confiesa que trata siempre de huir de concepciones paternalistas, bastante más comunes de lo que creemos cuando [los blancos europeos] miramos hacia África.

Pisó el continente por primera vez en 1988, mientras disfrutaba de una beca de estudios en Salzburgo. «¡Estás loco!», le decía la gente. Pero fiel a ese flechazo que sentía, y gracias a una ayuda ofrecida por la Fundación Juan March de Madrid, se decidió a lanzarse de cabeza a un curso de danza y percusión durante un mes en el pequeño pueblo de Fanghoumé, de mayoría diola, en la Baja Casamance, en Senegal. Allí, aprendió la técnica contemporánea de Germaine Acogny y el percusionista Arona Ndiaye lo introdujo a dos de los instrumentos de percusión más característicos de la zona: el djembé y el sabar. «Fue determinante; una experiencia decisiva que hizo emerger desde mi interior un sueño en el que afortunadamente vivo todavía inmerso», confiesa.

Siete años después, y tras viajar por media África Occidental, Polo aterrizaría en el corazón de Tanzania, siguiendo el latido que le produjo una grabación de polifonías wagogo que escuchó en la sede madrileña de Fundación Sur. A más de 1.500 kilómetros de las comunidades diola, donde dio los primeros pasos de este inacabado e inabarcable itinerario africano, iniciaría un nuevo capítulo de su biografía, que hoy ya ocupa veintidós años en su línea de vida y que se ha convertido en el epicentro de su carrera. «Fue un camino sin retorno. Desde entonces no he parado de viajar allí, al principio con estancias más prolongadas para realizar los trabajos de campo necesarios para la elaboración de mi tesis doctoral, y más tarde para llevar a cabo varios proyectos de edición relativos al extenso, variado y rico patrimonio musical de los wagogo», explica.

La leyenda cuenta que en la región central de Tanzania, en el distrito de Dodoma, donde hoy se encuentra la capital del país, había un árbol en medio de la calle donde los visitantes se podían sentar a beber, comer y descansar. Los que no seguían su viaje y demoraban más de la cuenta esa pausa, interactuaban con la población local y acababan pernoctando bajo las ramas del árbol. Desde entonces, cualquiera que pasara por allí, llamaría el lugar ‘Gogo’, que en kisuajili significa ‘tronco del árbol’, y los lugareños pasarían a ser llamados ‘wagogo’ o ‘los del tronco del árbol’. Más allá de las anécdotas con los wagogo que encontramos en las crónicas del periplo que a finales del siglo XIX vivió el explorador inglés Stanley en la región durante su búsqueda del misionero escocés David Livingston, parece que la peculiaridad wagogo perdura con el paso del tiempo. Sin embargo, quien tenga hoy la oportunidad de conocer a Polo se preguntará, sin duda: ¿quién dice que los wagogo no puedan ser blancos y con los ojos azules?

«Los wagogo, diferenciados en cinco grupos (watiliko, maseya, ngogo, wetumba y nyambwa) totalizan una población de algo más de un millón de habitantes de los aproximadamente cuarenta y cinco millones que tiene Tanzania en la actualidad. Aun siendo agricultores y ganaderos, están muy reconocidos y cuentan con gran reputación en el país por su música y por la interpretación que hacen de la misma. Su manera de vincular la expresión sonora con la palabra, hace de cada interpretación una manifestación artística relativa a lo puramente escénico. Además de su idiosincrasia musical, los wagogo son requeridos habitualmente para acompañar a los políticos en sus campañas a través del país, precisamente por el impacto que supone escuchar los discursos y mensajes sociales utilizando la música gogo como soporte».

En Tanzania existen más de cien grupos étnicos diferentes. Es un país con una gran diversidad cultural, donde la lengua gogo solo la habla un 2,4% de la población. Pero Polo advierte: «La música es un signo de identidad tan importante como la lengua, las creencias, las costumbres, los ritos... Aunque esté desprovista de un sentido semántico que nos hable de cómo es una comunidad, el lenguaje sonoro es capaz de representar emociones y códigos inabordables con palabras, pero determinantes en la identificación simbólica de un pueblo. El uso de la voz, la danza y los instrumentos construyen espacios identitarios únicos de cada pueblo».

Para él, uno de los elementos diferenciadores más característicos de los wagogo es su música. «Nadie permanece impasible ante una interpretación musical de los wagogo. Es una música que impacta y emociona desde el inicio», afirma desmarcándose del sentido romántico del término. Según él, la música gogo «envuelve a quien escucha, revitaliza y deja emerger la emoción por cada poro de la piel».

Todos los investigadores de las músicas gogo coinciden en señalar que las polifonías vocales son auténticas obras de arte. Polo asegura: «Creo que, en el campo de las músicas vernáculas africanas, y junto con los patrimonios musicales de los pigmeos y bosquimanos, el de los wagogo constituye uno de los universos musicales tradicionales más hermosos de este continente».

En pleno siglo XXI, parecería que la trascendencia de estos sonidos podría haber quedado relegada a la exquisitez de algunos estudiosos y académicos. Que el aislamiento de los pueblos más alejados de sonidos comerciales tanzanos como el Bongo Flava, que desde los años noventa lleva dominando la producción musical más urbana del país, habría condenado la música gogo, junto con otras, a ser eclipsada por nombres aclamados en toda África como Vanessa Mdee, Diamond Platnumz o Lady Jaydee. Sin embargo, Vallejo nos recuerda algo de gran importancia y que debe ser tenido en cuenta por todo amante de las músicas africanas: «en la gran mayoría de las músicas modernas de África, las raíces suelen provenir de la tradición».

La tendencia a idealizar y romantizar el pasado precolonial de África es un rasgo típico del esencialismo más eurocentrista. Desde hace décadas, un afrocentrismo alternativo valoriza las tradiciones y estructuras que las preservan, pero es perfectamente consciente de que las construcciones coloniales obvian gran parte de lo que sucede a nivel cultural en el continente africano a día de hoy. «En general, el africano no piensa en la tradición y la modernidad como una dicotomía, o como dos entes abstractos que nada tienen que ver, sino que, lógicamente, la tradición no es sino un proceso de transmisión que lleva de uno a otro estado de la realidad», puntualiza Polo. Y esclarece: «Por eso en la base de muchas músicas actuales africanas, no importa el género, existe una presencia implícita de los elementos musicales aprehendidos durante la vida, y así lo comentan y reconocen abiertamente muchos músicos africanos, que revisan y actualizan su lenguaje teniendo como trasfondo la tradición».

Es el caso del músico wagogo Msafiri Zawose, hijo del gran artista Hukwe Zawose, quien recorrió el mundo junto a Peter Gabriel en los años ochenta y noventa. Msafiri, como su padre, parte de la música tradicional gogo tocando la ilimba, un instrumento idiófono de láminas sobre una caja de resonancia de madera, que es típico de los wagogo. A partir de él, explora nuevos formatos y sonoridades de una forma original y cuidadosa. En su álbum Uhamizaji, que salió a la luz el 1 de septiembre de este 2017 de la mano de la discográfica Soundway Records, escuchamos cómo se electrifican sonidos tradicionales sin que exista contradicción con la música electrónica. Una labor que lleva a cabo gracias a su colaboración con el colectivo de experimentación sonora esteafricano Santuri Safari. ¿Deberíamos empezar a utilizar más el término «tradi-modernidad» para no caer en estereotipos sobre aquello que es «verdaderamente» o «auténticamente» tradicional y aquello que no? Lo que es seguro es que deberíamos aprender de la naturalidad y espontaneidad con la que lo hacen los propios wagogo.

Es exactamente lo que afirma Polo cuando le preguntamos sobre la posible contradicción de uno de sus proyectos: sacar de su contexto la música gogo de Nzali y acompañarla a recorrer Europa, realizando conciertos en diferentes escenarios del Norte, con los que darla a conocer: «Los wagogo tienen tanto derecho a venir aquí y ofrecernos su sabiduría y sensibilidad como nosotros lo tenemos de presentarnos allí, interesarnos por sus músicas, investigar o hacer quizás cosas más banales como el turismo sin más», expresa contundente. «Los wagogo saben cómo proyectar la voz y crear momentos mágicos sin necesidad de ser exageradamente amplificados. En Tanzania, cantan a la intemperie, llueva, haga viento, zumben los insectos o balen las cabras y se les escucha perfectamente desde distancias considerables».

Tras más de veinte años en tierra Gogo, tras publicar diferentes discos, un documental acerca de la vida y la música de los wagogo (Africa: The Beat) o el libro Acaba cuando llego (Premio Nacional de Edición 2016 del Ministerio de Cultura en la categoría «Libros de Arte»), con la fotógrafa Carmen Ballvé, Polo Vallejo dice que «para los wagogo, tener la oportunidad de mostrar y compartir con el público sus valores a través de la música les genera una satisfacción plena, les aumenta su autoestima al corroborar la atención del público por algo tan suyo como la música; y por eso emocionan tanto, porque entregan lo que han vivido desde niños a una audiencia que les escucha embelesada y emocionada». Con las distintas actuaciones que los wagogo han podido ofrecer en Europa, Polo cree que «se cierra un ciclo en el que se comprende que la música nos pertenece a todos. Nada emociona tanto como esto».

Ahora, tras sus últimos viajes a Senegal, donde ha llevado a cabo una importante labor de formación de profesores africanos en el campo de la pedagogía y de la investigación con el fin de dotarles de herramientas conceptuales y técnicas para que sean ellos mismos quienes investiguen sobre sus músicas, se encuentra preparando la edición de un libro-disco dedicado a los repertorios infantiles de la región de Kedougou, que probablemente verá la luz en 2018. Además de trabajar en África, Polo también está estudiando intensamente las polifonías vocales de Georgia, en el Cáucaso, su próximo periplo. Que seguramente emprenda protegido por los ancestros y el mundo simbólico y espiritual wagogo, que seguro tiene a bien reconocer a este wagogo blanco que empezó un camino sin vuelta atrás hace veintitrés años y que ayuda a todo amante de los sonidos africanos a conocer más y mejor algunas músicas tan maravillosas como estas.

CONCIERTO Polifonías vocales, música instrumental y danza: Wagogo
19.11.16

INTÉRPRETES ENSEMBLE NYATI
ORGANIZA POLO VALLEJO
COLABORA CBA