dinero

La libertad de hablar se está perdiendo. Antes era evidente que las personas que mantenían una conversación se interesaban por su interlocutor, pero eso ha sido hoy sustituido por la pregunta por el precio de sus zapatos o de su paraguas. En toda conversación se va infiltrando el tema que plantea las condiciones de vida, el del dinero. […] Es como si estuviéramos atrapados dentro de un teatro y tuviéramos que presenciar la obra que se representa en el escenario, lo queramos o no, convirtiéndola, una y otra vez, en objeto del pensamiento y la conversación.

Calle de dirección única

Obras IV, 1, p. 38.

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Habría que hacer un análisis descriptivo de los billetes de banco […] los pequeños inocentes que ahí juegan en torno a las cifras, las diosas con las tablas de la ley y esos héroes maduros que envainan su espada ante monedas son un mundo aparte: a saber, la fachada del infierno.

Calle de dirección única

Obras IV, 1, p. 80.

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El poder y el dinero son, en el caso del capitalismo, magnitudes conmensurables mutuamente. Una cantidad dada de dinero siempre puede cambiarse por un cierto poder determinado, y el valor de venta de un poder igualmente se puede calcular. Así es como sucede en general. Sólo se puede hablar de corrupción cuando este proceso se gestiona de una manera demasiado abreviada. El proceso tiene en todo caso, en la interrelación que se produce entre la prensa, las autoridades y los trusts, su sistema de distribución, dentro de cuyos límites está legalizado.

Imágenes que piensan

Obras IV, 1, pp. 278-279.

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Wiesengrund en un ensayo inédito sobre El almacén de antigüedades de Dickens: «La poderosa alegoría del dinero cierra su descripción de la ciudad industrial: "[...] éstas eran dos viejas y gastadas monedas de penique, marrones y ahumadas. Pero ¡quién sabe si no brillaban con más gloria a ojos de los ángeles que las doradas letras cinceladas en las fúnebres lápidas!"».

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, H 2 a, 5

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Así, la mercancía, la última gran lupa de la apariencia histórica, celebra justamente su triunfo cuando es ya la propia naturaleza la que adopta el carácter de mercancía. Y esa apariencia mercantil de la naturaleza es lo que se encarna en la prostituta. Dicen que «el dinero hace al deseo»; la fórmula sólo da el perfil grosero de un hecho que alcanza más allá de lo que es la prostitución. Bajo el dominio del fetiche-mercancía, el sex-appeal femenino va a teñirse, en un grado mayor o en menor grado, con el reclamo de la mercancía. No en vano las relaciones del proxeneta con su mujer en tanto que una «cosa» que él vende sin más en el mercado, excitaron con tanta intensidad la fantasía sexual de los burgueses. La moderna publicidad muestra también hasta qué extremo es posible fusionar los atractivos de la mujer y la mercancía. La sexualidad, antes movida socialmente por una fantasía del futuro que corresponde a las fuerzas productivas, ahora lo es por aquella otra correspondiente al poder del capital.

Obra de los pasajes

Obra de los pasajes, J 65 a, 6

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El más hondo motivo del desprecio sentido por el juego podría consistir probablemente en que un don natural propio del hombre, que dirigido a los más nobles objetos eleva sobre sí al ser humano, dirigido al contrario a uno de los más bajos, el dinero, rebaja al hombre mismo. Ese don se llama presencia de espíritu. Su más alta manifestación es el leer, que siempre es adivinatoria.

Obra de los pasajes

Obra de los Pasajes, O 13, 3

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