17/04/20 04/05/20

Contra el cine, Alberto Cabrera Bernal, 2010, 9 min, VO

Texto de Celeste Araújo, del artículo Cuatro maneras de definir el cine. Alberto Cabrera Bernal [en Blogs&Docs (2010)]

En Contra el cine (2010) se toma el cine como un archivo y la imagen cinematográfica como objeto de clasificación, catalogación y análisis. Ordenando sus imágenes por tipos y extrayendo entre sus gestos un mismo motivo –momentos en que los actores aparecen de espaldas en películas de ficción– Alberto Cabrera Bernal encuentra una estructura mínima que, repetida tenazmente, expone cómo funciona el dispositivo cinematográfico. 

En el cine el actor tiene prohibido mirar a la cámara, es decir, dirigirse frontalmente al espectador. Estoy a punto de considerar esta prohibición como un rasgo distintivo del cine. Es un arte que corta la mirada en dos: el espectador mira al actor, sin hacer otra cosa que eso. Tiene el derecho y el deber de mirar; el segundo, en cambio, lo mira todo a excepción del espectador. Una sola mirada venida desde la pantalla y posada sobre él echaría a perder toda la película (1). Esto sucede porque el modo de representación dominante determinó la posición del espectador según el modelo de la cámara oscura, lo que condujo a identificársele con la cámara. Tomando el punto de vista de un mirón, el espectador se mantiene siempre invisible en cualquier película. Ve sin ser visto. 

El recuento de planos de actores de espaldas esboza un argumento minúsculo: un actor en fuga, intentando escapar de ser percibido, y un otro, el espectador-cámara, poniendo en marcha la persecución –trama que evoca Film, de Samuel Beckett (1965), y la serie fotográfica Following Piece, de Vito Acconci (1969)-. El motivo que acoge Contra el cine para edificarse aparece descosido. La ligazón de imágenes salta la gramática de articulación (racord, ejes, cortes abruptos de sonido), contrariando el esquema clásico de avance. La película está hilada, deshilándose, y su desarrollo horizontal nos enseña cómo se desenvuelve el cine pero, a su vez, también lo niega, tal y como se anuncia desde el título. Únicamente los momentos iniciales y finales parecen responder a una lógica compositiva: el filme arranca con un disparo y termina con otro final hacia el espectador, a la manera de The Great Train Robbery, de Edison (1903). 

Tras la larga secuencia, que muestra el escrutinio de planos de actores de espaldas, un revólver, sostenido por una mano de la que no vemos el cuerpo, surge justo en el centro del encuadre apuntando hacia la espalda de una actriz para, a continuación, encañonar al patio de butacas. El espectador, ahora, se desdobla, no sabe bien si es él quien persigue o si es él el perseguido por la proyección. Su lugar se asemeja de manera tan inquietante al del actor, que llega, incluso, a imaginarse que lo que vio no era otra cosa que su propio cuerpo expectante de espaldas a la luz del proyector. Esta identificación turbadora es suficiente para echar a perder todo el cine y dejar ver sus artificios. 

Barthes, Roland: Lo obvio y lo obtuso, 1982.

[película disponible hasta el 4 de mayo]

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