El Barón de Teive

Al conceder a aquello que pensamos la importancia de haberlo pensado, al tomarnos, cada uno de nosotros a mismo, no, como decía el griego, como medida de todas las cosas, sino como norma o modelo de ellas, creamos en nosotros, no una interpretación del universo, sino una crítica del universo ―y, dado que no lo conocemos, no lo podemos criticar―, y los más débiles y desorientados de nosotros elevan esa crítica a una interpretación impuesta como una alucinación; no deducida, sino como una simple inducción. Es la alucinación propiamente dicha, pues la alucinación es la ilusión que parte de un hecho mal visto

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Hay algo de vil, de degradante, en esta transposición de nuestras penas a todo el universo; hay algo de sórdido egotismo en suponer que, o bien el universo está en nuestro interior, o bien somos una suerte de centro y síntesis, o símbolo, de él

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Éste será mi único manuscrito. Lo lego, no como Bacon, a la apreciación benévola de las generaciones venideras, sino, sin ánimo de comparación, a la meditación de aquellos a los que el futuro convertirá en mis semejantes

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Pertenezco a una generación ―suponiendo que esa generación sean más personas que yo― que ha perdido por igual la fe en los dioses de las religiones antiguas y la fe en los dioses de las irreligiones modernas. No puedo aceptar a Jehová, ni a la humanidad. Cristo y el progreso son para mí mitos del mismo mundo. No creo en la Virgen María ni en la electricidad

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