PANTEÍSMO

Como casi todo en él, la relación de Fernando Pessoa con Dios, con la religión y con lo religioso es rebuscada. En esta selección hemos prestado especial atención a aquellos pasajes en los que, sin renunciar a la idea de un Dios más o menos tradicional, intenta restaurar el valor de lo concreto, el carácter sagrado que hay en cada cosa, en cada sensación. No hay ninguna etiqueta, ninguna fórmula, que permita organizar y designar de manera completamente satisfactoria las consideraciones de Pessoa acerca de la religión. Por tanto, el nombre de «Panteísmo» ha de tomarse con cautela y es, en el fondo, inexacto, pero creemos que no traiciona del todo el sentir de Pessoa. El lector ha de tener en cuenta, no obstante, que también puede encontrar destellos de teísmo, deísmo o incluso animismo, pues, en cierto modo, nuestro autor nunca terminó de resolver la tensión entre trascendencia e inmanencia.

Las ideas incomprensibles se manifiestan en formas comprensibles. Comprensibles, gracias a nuestros sentidos, como estrellas, trueno, flor, como forma.
La forma es un secreto para nosotros, ya que es la expresión de fuerzas misteriosas. Sólo a través de ella vislumbramos las fuerzas enigmáticas, el «Dios invisible».
Los sentidos son para nosotros el puente que va de lo incomprensible a lo comprensible. Contemplar las plantas y los animales es sentir su secreto.
Oír el trueno es sentir su secreto.
August Macke (1887-1914), Las máscaras (1912)




Pero si Dios es los árboles y las flores
y los montes y el brillo de la luna y el sol,
¿por qué lo llamo Dios?
Lo llamo flores y árboles y montes, brillo de luna y sol;

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», V, vss. 57-60, p. 49


PANTEÍSMO
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Él es el Niño Eterno, el dios que faltaba.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», VIII, vs. 85, p. 59


PANTEÍSMO
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Y el niño tan humano que es divino
es mi cotidiana vida de poeta,
y al ir siempre él conmigo soy yo poeta siempre,

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», VIII, vss. 90-92, p. 61


PANTEÍSMO
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Solamente es divina la Naturaleza, pero ella no es divina...
Si a veces hablo de ella como si fuera un ser
es porque al hablar de ella he de valerme del lenguaje de los

[hombres

que atribuye a las cosas personalidad,
y que a las cosas les impone nombre.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXVII, vss. 1-5, p. 103


PANTEÍSMO
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Pienso en esto no como quien piensa, sino como quien respira,
y miro hacia las flores y sonrío...
No sé si es que ellas me comprenden
ni si yo las comprendo a ellas,
pero sí que sé que la verdad está en ellas y en mí
y en nuestra común divinidad

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXXVI, vss. 9-14, p. 125


PANTEÍSMO
VERDAD
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al Hombre primitivo y verdadero
que veía al sol nacer y aún no lo adoraba.
Porque eso es natural –más natural
que adorar al sol y luego a Dios
y luego a todo lo otro que no existe.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXXVIII, vss. 8-12, p. 129


PANTEÍSMO
VERDAD
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¡Renació el Gran Pan!

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La realidad no precisa de .

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Me gusta que todo sea realidad y que todo esté bien;
y me gusta porque así sería aunque no me gustara.

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Y nada vuelve, y nada se repite, porque todo es real.

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Lo más noble del mundo es ser real.

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Por eso, si muero ahora, me muero contento,
porque todo es real y porque todo está bien.

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Si Dios me preguntara: ¿qué has visto en las cosas?,
respondo: sólo cosas... Tú ahí no pusiste nada más.

Alberto Caeiro
Poesía II. Los poemas de Alberto Caeiro 2

«Poemas inconjuntos», vss. 8-9, p. 15


PANTEÍSMO
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¡Ave, salve, viva la veloz unidad de todo!
¡Ave, salve, viva la igualdad de todo como flecha!
¡Ave, salve, viva la gran máquina que es el universo!
¡Ave, que sois lo mismo, árboles, máquinas, leyes!
¡Ave, que sois lo mismo, la carcoma, los émbolos, las ideas

[abstractas,

la misma savia os llena y la misma os transforma,
la misma cosa sois, y el resto externo y falso,

Álvaro de Campos
Poesía IV. Los poemas de Álvaro de Campos 2

«El paso de las horas», vss. 281-287, p. 79


PANTEÍSMO
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pues la verdad que es todo es sólo la verdad que existe en todo,
porque la verdad que existe en todo es la verdad misma que lo

[excede!

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y además una cosa que se encuentra más allá de los dioses, y

[de Dios, del Destino

siendo aquello que hace que haya dioses, y Dios, y Destino,
siendo aquello que hace que haya ser para que pueda haber

[seres,

aquello que subsiste entre todas las formas,
todas las vidas, abstractas o concretas,
contingentes, eternas,
verdaderas o falsas!
¡Aquello que, cuando todo se abarcó, aún se quedó fuera,
porque cuando todo se abarcó no se abarcó explicar por qué es

[un todo,

por qué hay algo, por qué, por qué hay algo!

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El dios Pan no murió,
pues cada campo muestra
al sonreír de Apolo
el desnudo de Ceres
pecho; ahí veréis un día
que el inmortal, de pronto,
divino Pan retorna.

No dio muerte a los dioses
el triste dios cristiano.
Cristo es sólo un dios nuevo,
tal vez el que faltaba.

Aún Pan sigue dando
el sonar de su flauta
a los oídos de Ceres
recostada en los campos.

Son los mismos los dioses,
siempre claros y calmos,
de eternidad repletos,
despreciándonos siempre,

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¿qué podrán ser mis sueños
sino obra de los dioses?

Dejadme lo Real de este momento
y mis dioses tranquilos e inmediatos
que en lo Incierto no moran
sino en campos y ríos.

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Caí –¡esperad!– en la arena a la hora adversa
que Dios les da
a los suyos, estando el alma inmersa
en Dios soñar.

¿Qué harán muerte, arena y desventura
si en Dios entré?
Con Lo que me soñé, que eterno dura,
regresaré.

Fernando Pessoa
Poesí­a VIII. Mensaje

«Don Sebastián», vss. 1-8, p. 139


PANTEÍSMO
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Pertenezco a una generación ―suponiendo que esa generación sean más personas que yo― que ha perdido por igual la fe en los dioses de las religiones antiguas y la fe en los dioses de las irreligiones modernas. No puedo aceptar a Jehová, ni a la humanidad. Cristo y el progreso son para mí mitos del mismo mundo. No creo en la Virgen María ni en la electricidad

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En cualquier espíritu que no sea disforme, existe la creencia en Dios. En cualquier espíritu que no sea disforme, no existe la creencia en un Dios definido. Es algún ser, existente e imposible, que lo rige todo; un ser cuya persona, si la tiene, nadie puede definir; un ser cuyos fines, si de ellos se sirve, nadie puede comprender. Llamándolo Dios lo decimos todo, porque, no teniendo la palabra sentido preciso alguno, así lo afirmamos sin decir nada. Los atributos de infinito, de eterno, de omnipotente, de sumamente justo o bondadoso, que a vedes le asignamos, se desprenden por sí mismos como todos los adjetivos innecesarios cuando el sustantivo basta. Y Él, al que, por indefinido, no podemos asignar atributos, es, por eso mismo, el sustantivo absoluto.

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Crear dentro de mí un Estado con una política, con partidos y revoluciones, y ser yo todo eso, ser yo Dios en el panteísmo real de ese pueblo-yo, esencia y acción de sus cuerpos, de sus almas, de la tierra que pisan y de los actos que ejecutan. Ser todo, ser ellos y no ellos. ¡Ay de mí! Este es todavía uno de los sueños que no logro realizar.

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El ambiente es el alma de las cosas. Cada cosa tiene una expresión propia, y esa expresión le viene de fuera.

Cada cosa es la intersección de tres líneas, y esas tres líneas forman esa cosa: una cantidad de materia, el modo como interpretamos, y el ambiente en que se encuentra.

[…] Creo, pues, que no hay error humano, ni literario, en atribuir alma a las cosas que llamamos inanimadas. Ser una cosa es ser objeto de atribución.

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Me golpea entonces, siempre que así siento, la vieja frase de no sé qué escolástico: Deus est anima brutorum, Dios es el alma de los brutos. Así entendió el autor de la frase, que es maravillosa, que podía explicarse la certeza con que el instinto guía a los animales inferiores, en los que no se adivina inteligencia, o se adivina apenas un bosquejo de ella. Pero todos somos animales inferiores ―hablar y pensar no pasan de ser nuevos instintos, menos seguros, por nuevos, que los otros. Y la frase del escolástico, tan justa en su belleza, se me ensancha y digo: Dios es el alma de todo.

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