sensación

mis pensamientos son todos sensaciones.
Pienso con los oídos y los ojos,
con las manos y los pies,
y con la nariz, y con la boca.
Pensar una flor es verla y olerla
y comer una fruta es probar su sentido.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», IX, vss. 3-8, p. 67


SENSUALISMO / SENSACIÓN
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Aun así, soy alguien.
Descubridor de la Naturaleza.
Argonauta de sensaciones verdaderas.
Le traigo al Universo un Universo nuevo,
dado que al Universo traigo el mismo Universo.

Esto siento y escribo
con perfecta conciencia y sin dejar de ver

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XLVI, vss. 29-35, p. 147


FÁRMACOS
VERDAD
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No sé qué hacer con mis sensaciones.
No sé lo que he de ser conmigo mismo.

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[Caeiro] el revelador de la Realidad o, como él mismo dijo, «el Argonauta de las sensaciones verdaderas» –el gran Libertador que nos restituyó, cantando, a aquella nada luminosa que somos; que nos arrancó de la muerte y de la vida para dejarnos entre las simples cosas que no conocen nada, en su transcurso, respecto de vivir ni de morir; que nos libró de la esperanza y de la desesperanza, para que no nos consolemos sin razón ni nos entristezcamos sin causa; comensales con él, y sin pensarlo, de la realidad objetiva del Universo.

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ir enderezando, en calidad de buena ama de casa de lo Real,
las cortinas de las ventanas de la Sensación
y los capachos a las puertas de la Percepción;
barrer los cuartos de la observación,
limpiar el polvo a las ideas simples...
Ahí está mi vida, verso a verso.

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Arre, acabemos con las distinciones,
la sutileza, el intersticio, el entre,
la metafísica de las sensaciones.

Álvaro de Campos
Poesía III. Los poemas de Álvaro de Campos 1

«Barrow-on-Furness», V, vss. 10-12, p. 109


FÁRMACOS
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¡Tengo los labios secos, grandes ruidos modernos,

[siento!

de estar oyéndoos demasiado cerca,
y mi cabeza arde de quereros cantar con exceso
en la expresión de mis sensaciones,
con un exceso que es contemporáneo de vosotras, oh máquinas!

Y con fiebre, y mirando los motores como Naturaleza tropical –grandes trópicos humanos de hierro y fuego y fuerza–,
canto y canto el presente, y también el pasado y el futuro,
porque el presente es ya todo el pasado como es todo el futuro
y hay Platón y Virgilio en esas máquinas y en las luces eléctricas
sólo porque existieron y que fueron humanos Platón y Virgilio,
y quizás hay pedazos de un Alejandro Magno del siglo cincuenta;
átomos que irán a tener fiebre dentro del cerebro del Esquilo

[que habrá en el siglo cien,

andan por estas correas de transmisión, andan por estos

[émbolos y por estos volantes,

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¡Tengo los labios secos, grandes ruidos modernos,

[siento!

de estar oyéndoos demasiado cerca,
y mi cabeza arde de quereros cantar con exceso
en la expresión de mis sensaciones,
con un exceso que es contemporáneo de vosotras, oh

[máquinas!


Y con fiebre, y mirando los motores como Naturaleza tropical
–grandes trópicos humanos de hierro y fuego y fuerza–,
canto y canto el presente, y también el pasado y el futuro,
porque el presente es ya todo el pasado como es todo el futuro
y hay Platón y Virgilio en esas máquinas y en las luces

[eléctricas

sólo porque existieron y que fueron humanos Platón y Virgilio,
y quizás hay pedazos de un Alejandro Magno del siglo

[cincuenta;

átomos que irán a tener fiebre dentro del cerebro del Esquilo

[que habrá en el siglo cien,

andan por estas correas de transmisión, andan por estos

[émbolos y por estos volantes,

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Sensación metafísica de las otras personas, y de sus realidades

[como de su decoro...

¡Oh enfermedad humanitaria de mis nervios, siempre

[vibrando llenos de otras personas,

voluptuosidad de gozar y sufrir las posibles hipótesis de la vida

[de otros...

¡Y yo ser sólo yo, sólo yo eternamente, no tener otras vidas

[sino sólo la mía!

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Yo he visto siempre el mundo independientemente de

[mismo.

Por detrás de eso estaban mis vivas sensaciones,
pero eso era otro mundo.

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Y a veces, en mitad de la calle ―por fin sin que reparen en mí― me detengo, vacilo, busco algo así como una nueva dimensión, una puerta que dé al interior del espacio, al otro lado del espacio, donde sin pérdida de tiempo pueda huir de mi conciencia de los otros, de mi intuición demasiado objetivada de la realidad de las vivas almas ajenas.

Porque no os penséis que yo escribo para publicar, o para escribir, ni siquiera para hacer arte. Escribo porque ese es el fin, la perfección suprema, la perfección temperamentalmente ilógica, o de mi cultivo de estados de alma. Si cojo una sensación mía y la desmadejo hasta poder con ella tejerle la realidad interior a la que llamo La Floresta de la Enajenación o el Viaje Jamás Realizado, creedme que lo hago no para que la prosa suene lúcida y trémula, ni siquiera para gozar yo con mi prosa ―aunque eso también quiero, también ese primor final añado, como un hermoso caer de telón sobre mis decorados soñados― sino para que dé completa exterioridad a lo que es interior, para que de ese modo realice lo irrealizable, conjugue lo contradictorio y, haciendo del exterior sueño, le proporcione su máximo poder de puro sueño

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Diario al azar», p. 482


FÁRMACOS
REALIDAD
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Para quien hace del sueño su vida y del cultivo en invernadero de sus sensaciones una religión y una política, para ese, el primer paso, el que acusa en el alma que ya dio el primer paso, es el sentir las cosas mínimas como extraordinarias y desmedidas.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Educación sentimental», p. 482


FÁRMACOS
SUEÑO
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Para quien hace del sueño su vida y del cultivo en invernadero de sus sensaciones una religión y una política, para ese, el primer paso, el que acusa en el alma que ya dio el primer paso, es el sentir las cosas mínimas como extraordinarias y desmedidas.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Educación sentimental», p. 482


SENSUALISMO / SENSACIÓN
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Y a veces, en mitad de la calle ―por fin sin que reparen en mí― me detengo, vacilo, busco algo así como una nueva dimensión, una puerta que dé al interior del espacio, al otro lado del espacio, donde sin pérdida de tiempo pueda huir de mi conciencia de los otros, de mi intuición demasiado objetivada de la realidad de las vivas almas ajenas.

Porque no os penséis que yo escribo para publicar, o para escribir, ni siquiera para hacer arte. Escribo porque ese es el fin, la perfección suprema, la perfección temperamentalmente ilógica, o de mi cultivo de estados de alma. Si cojo una sensación mía y la desmadejo hasta poder con ella tejerle la realidad interior a la que llamo La Floresta de la Enajenación o el Viaje Jamás Realizado, creedme que lo hago no para que la prosa suene lúcida y trémula, ni siquiera para gozar yo con mi prosa ―aunque eso también quiero, también ese primor final añado, como un hermoso caer de telón sobre mis decorados soñados― sino para que dé completa exterioridad a lo que es interior, para que de ese modo realice lo irrealizable, conjugue lo contradictorio y, haciendo del exterior sueño, le proporcione su máximo poder de puro sueño

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Educación sentimental», pp. 489-490


LECTURAS / ESTÉTICA
SUEÑO
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Y a veces, en mitad de la calle ―por fin sin que reparen en mí― me detengo, vacilo, busco algo así como una nueva dimensión, una puerta que dé al interior del espacio, al otro lado del espacio, donde sin pérdida de tiempo pueda huir de mi conciencia de los otros, de mi intuición demasiado objetivada de la realidad de las vivas almas ajenas.

Porque no os penséis que yo escribo para publicar, o para escribir, ni siquiera para hacer arte. Escribo porque ese es el fin, la perfección suprema, la perfección temperamentalmente ilógica, o de mi cultivo de estados de alma. Si cojo una sensación mía y la desmadejo hasta poder con ella tejerle la realidad interior a la que llamo La Floresta de la Enajenación o el Viaje Jamás Realizado, creedme que lo hago no para que la prosa suene lúcida y trémula, ni siquiera para gozar yo con mi prosa ―aunque eso también quiero, también ese primor final añado, como un hermoso caer de telón sobre mis decorados soñados― sino para que dé completa exterioridad a lo que es interior, para que de ese modo realice lo irrealizable, conjugue lo contradictorio y, haciendo del exterior sueño, le proporcione su máximo poder de puro sueño

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Educación sentimental», pp. 489-490


FÁRMACOS
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Sólo me ocupo de mismo. El mundo exterior es para mí, de manera evidente, sensación. Nunca me olvido de que siento.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Milímetros», p. 509


FÁRMACOS
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Perder el tiempo conlleva una estética. Hay, para los sutiles en las sensaciones, un formulario de la inercia que incluye recetas para todas las formas de lucidez. La estrategia con que se lucha con la noción de las convenciones sociales, con los impulsos de los instintos y con las solicitaciones del sentimiento exige un estudio que un simple esteta cualquiera no soportaría realizar. A una exacta etiología de los escrúpulos debe seguir una diagnosis irónica de las servidumbres que exige la normalidad. Hay que cultivar también la agilidad contra las intrusiones de la vida; un cuidado — debe acorazarnos contra el hecho de sentir las opiniones ajenas, y una blanda indiferencia encamarnos el alma contra los golpes sordos de la coexistencia con los otros.

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¿Qué hacer? Aislar el instante como una cosa y ser feliz ahora, en el momento en que se está sintiendo la felicidad, sin pensar nada más que en lo que se siente, excluyendo todo lo demás, excluyéndolo todo. Enjaular el pensamiento en la sensación.

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El hecho es que creo ser el primero en dar en palabras el absurdo siniestro de esta sensación sin remedio.

Y la curo escribiéndola. Sí, no hay desolación, si es de veras profunda, mientras que no sea puro sentimiento, pero en ella participe la inteligencia, para que no exista el remedio irónico de decirla. Aun cuando la literatura no tuviera otra utilidad, tendría esta, aunque sea para unos pocos.

[…] Escribo como quien duerme, y toda mi vida es un recibo por firmar.

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Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.

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Quedamos, por lo tanto, con nuestras sensaciones como única «realidad», entendiendo que «realidad» no tiene aquí sentido alguno, pero nos resulta conveniente para ir engarzando frases. De «real» tenemos apenas nuestras sensaciones, pero «real» (que es una sensación nuestra) no significa nada, ni «sensación» tiene sentido, ni «tiene sentido» es cosa que tenga sentido ninguno. Todo es un mismo misterio… Reparemos, sin embargo, que ni todo quiere decir cosa ninguna, ni «misterio» es palabra que encierre ningún significado.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Escritos de Pessoa relativos al “Libro del desasosiego”», «Ideas metafísicas del “Libro del desasosiego”», p. 575


SENSUALISMO / SENSACIÓN
REALIDAD
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La única realidad, para , son mis sensaciones. Yo soy una sensación mía. Por lo tanto, ni de mi propia existencia estoy seguro. Puedo estarlo apenas de aquellas sensaciones a las que llamo mías.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Escritos de Pessoa relativos al “Libro del desasosiego”», «Ideas metafísicas del “Libro del desasosiego”», pp. 572-573


SENSUALISMO / SENSACIÓN
REALIDAD
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El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad.

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El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad.

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Perder el tiempo conlleva una estética. Hay, para los sutiles en las sensaciones, un formulario de la inercia que incluye recetas para todas las formas de lucidez. La estrategia con que se lucha con la noción de las convenciones sociales, con los impulsos de los instintos y con las solicitaciones del sentimiento exige un estudio que un simple esteta cualquiera no soportaría realizar. A una exacta etiología de los escrúpulos debe seguir una diagnosis irónica de las servidumbres que exige la normalidad. Hay que cultivar también la agilidad contra las intrusiones de la vida; un cuidado — debe acorazarnos contra el hecho de sentir las opiniones ajenas, y una blanda indiferencia encamarnos el alma contra los golpes sordos de la coexistencia con los otros.

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Nunca dejo que mis sentimientos sepan lo que voy a hacerles sentir… Juego con mis sensaciones como una princesa abrumada de tedio con sus enormes gatos ágiles y crueles…

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Nunca dejo que mis sentimientos sepan lo que voy a hacerles sentir… Juego con mis sensaciones como una princesa abrumada de tedio con sus enormes gatos ágiles y crueles…

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El lema que hoy más quiero como definición de mi espíritu es el de creador de indiferencias. Querría que mi acción en la vida fuera, más que cualquiera otra, la de enseñar a los otros a sentir cada vez más por sí mismos, y cada vez menos según la ley dinámica de la colectividad. Enseñar aquella desinfección espiritual gracias a la cual no puede existir contagio de vulgaridad me parece el más constelado destino del pedagogo íntimo que yo querría ser. Que cuantos me leyeran aprendiesen ―aunque poco a poco, como exige el asunto― a no tener sensación alguna ante las miradas ajenas y las opiniones de los demás; ese destino enguirnaldaría suficientemente el estancamiento escolástico de mi vida.

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Brilla muy adentro en la soledad nocturna un candelero anónimo por detrás de la ventana. Todo lo demás en la ciudad que contemplo está oscuro, salvo donde algunos débiles reflejos de luz de las calles ascienden vagamente y hacen que aquí y allá se cierna una luz de luna inversa, muy pálida. En la negrura de la noche, el propio caserío apenas destaca, entre sí, sus diversos colores, o tonos de colores; sólo vagas diferencias, se diría que abstractas, irregularizan el abigarrado conjunto. Un hilo invisible me liga al anónimo propietario del candelero. No es la común circunstancia de que ambos estemos despiertos: no existe en eso una reciprocidad posible, pues, estando yo a la ventana entre tinieblas, él nunca podría verme. Es otra cosa, mía sólo, que tiene que ver con la sensación de aislamiento, que participa de la noche y del silencio, que escoge aquel candelero como punto de apoyo porque es el único punto de apoyo que hay. Parece que por estar él encendido la noche es tan oscura. Parece que es por estar yo despierto, soñando en las tinieblas, por lo que él sigue alumbrando.

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Brilla muy adentro en la soledad nocturna un candelero anónimo por detrás de la ventana. Todo lo demás en la ciudad que contemplo está oscuro, salvo donde algunos débiles reflejos de luz de las calles ascienden vagamente y hacen que aquí y allá se cierna una luz de luna inversa, muy pálida. En la negrura de la noche, el propio caserío apenas destaca, entre sí, sus diversos colores, o tonos de colores; sólo vagas diferencias, se diría que abstractas, irregularizan el abigarrado conjunto. Un hilo invisible me liga al anónimo propietario del candelero. No es la común circunstancia de que ambos estemos despiertos: no existe en eso una reciprocidad posible, pues, estando yo a la ventana entre tinieblas, él nunca podría verme. Es otra cosa, mía sólo, que tiene que ver con la sensación de aislamiento, que participa de la noche y del silencio, que escoge aquel candelero como punto de apoyo porque es el único punto de apoyo que hay. Parece que por estar él encendido la noche es tan oscura. Parece que es por estar yo despierto, soñando en las tinieblas, por lo que él sigue alumbrando.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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En realidad, no poseemos más que nuestras propias sensaciones; en ellas, pues, y no en lo que ellas ven, tenemos que fundamentar la realidad de nuestra vida.

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La experiencia de la vida nada enseña, del mismo modo que la historia de nada nos informa. La verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y aumentar el análisis de ese contacto. Así la sensibilidad se amplía y se hace más profunda, porque en nosotros está todo; basta con que lo busquemos y con que lo sepamos buscar.

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El hecho es que creo ser el primero en dar en palabras el absurdo siniestro de esta sensación sin remedio.

Y la curo escribiéndola. Sí, no hay desolación, si es de veras profunda, mientras que no sea puro sentimiento, pero en ella participe la inteligencia, para que no exista el remedio irónico de decirla. Aun cuando la literatura no tuviera otra utilidad, tendría esta, aunque sea para unos pocos.

[…] Escribo como quien duerme, y toda mi vida es un recibo por firmar.

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¿Quién soy yo para mí? Sólo una sensación mía. Mi corazón se va vaciando sin querer, como un balde roto. ¿Pensar? ¿Sentir? ¡Cómo cansa todo cuando es una cosa definida!

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Nunca amé a nadie. Lo más que he llegado a amar es a sensaciones mías

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Nunca amé a nadie. Lo más que he llegado a amar es a sensaciones mías

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Esta es mi moral, o mi metafísica, o yo. Transeúnte de todo ―hasta de mi propia alma―, no pertenezco a nada, no deseo nada, no soy nada ―centro abstracto de sensaciones impersonales, espejo caído que siente orientado hacia la variedad del mundo. Con esto, no sé si soy feliz o infeliz; y tampoco importa.

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Soy más viejo que el Tiempo y que el Espacio, porque soy consciente. Las cosas se derivan de ; la Naturaleza entera es la primogénita de mi sensación.

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Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.

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Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.

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Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.

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Más de una vez, al pasear lentamente por las calles vespertinas, me ha golpeado el alma, con una violencia súbita y aturdidora, la extrañísima presencia de las cosas. No son exactamente las cosas naturales las que de ese modo me afectan y las que de manera tan poderosa me producen esa sensación: son más bien las distribuciones de las calles, los letreros, las personas vestidas y charlando, los empleos, los periódicos, la inteligencia de todo eso. O, mejor, es el hecho de que existan distribuciones de calles, letreros, empleos, hombres, sociedad, todo entendiéndose y prosiguiendo y abriendo caminos.

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Más de una vez, al pasear lentamente por las calles vespertinas, me ha golpeado el alma, con una violencia súbita y aturdidora, la extrañísima presencia de las cosas. No son exactamente las cosas naturales las que de ese modo me afectan y las que de manera tan poderosa me producen esa sensación: son más bien las distribuciones de las calles, los letreros, las personas vestidas y charlando, los empleos, los periódicos, la inteligencia de todo eso. O, mejor, es el hecho de que existan distribuciones de calles, letreros, empleos, hombres, sociedad, todo entendiéndose y prosiguiendo y abriendo caminos.

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Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.

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Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.

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No rocemos la vida ni con la punta de los dedos.

No amemos ni con el pensamiento.

Que ningún beso de mujer, ni siquiera en sueños, se convierta en una sensación nuestra.

Artífices de la morbidez, perfeccionémonos en enseñar a desengañarse. Curiosos por las cosas de la vida, observémosla con atención desde lo alto de todos los muros, cansados de antemano por saber que no vamos a ver nada nuevo o hermoso.

Tejedores de la desesperanza

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Los Sensacionistas son, antes que nada, decadentes. Son los descendientes directos de los movimientos decadentes y simbolistas. Reivindican y pregonan la «absoluta indiferencia por la humanidad, la religión, la patria».

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«12. Los “Sensacionistas” portugueses», p. 125


LECTURAS / ESTÉTICA
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¿Hay reglas, sin embargo, dentro de las cuales esa idea o sensación tiene básicamente que ser expresada? Sin duda que las hay, y son las reglas fundamentales del arte. Son tres:

1. Todo arte es creación, y está por tanto subordinado al principio fundamental de toda creación: crear un todo objetivo, para lo cual es necesario crear un todo parecido a los todos que hay en la Naturaleza; esto es, un todo en el que haya la armonía necesaria entre el todo y las partes componentes, no armonía artificial y exterior, sino armonía interna y orgánica. Un poema es un animal, dijo Aristóteles; y así es. Un poema es un ente vivo. Sólo un ocultista, claro, puede comprender el sentido de esta expresión y no es permisible quizá explicarla muy detalladamente, o más de lo nada que ya se ha dicho.

2. Todo arte es expresión de algún fenómeno psíquico. El arte, por tanto, consiste en la adecuación, tan exacta como quepa en la competencia artística del autor, de la expresión a la cosa que quiere expresar. De donde se deduce que todos los estilos son admisibles y que no hay estilo simple o complejo, ni estilo extraño o vulgar. Hay ideas vulgares e ideas elevadas, hay sensaciones simples y sensaciones complejas; y hay criaturas que sólo tienen ideas vulgares y criaturas que muchas veces tienen ideas elevadas. Según la idea, así el estilo y la expresión. No hay para el arte criterio exterior. El fin del arte no es ser comprensible, porque el arte no es propaganda política o inmoral.

3. El arte no tiene para el artista fin social. Tiene, sí, un destino social, pero el artista nunca sabe cuál es porque la Naturaleza lo oculta en el laberinto de sus designios. Lo explico mejor. El artista debe escribir, pintar, esculpir sin mirar otra cosa que lo que escribe, pinta o esculpe. Debe esculpir sin mirar fuera de sí. Por eso el arte no debe ser premeditadamente moral ni inmoral. Ambas [cosas] implican que el artista se rebajó hasta preocuparse de la gente. Tan inferior es en este punto un predicador católico como un tiste Wilde o D’Annunzio, siempre con la preocupación de irritar a la platea. Irritar es un modo de agradar. Todas las criaturas a las que les gustan las mujeres saben esto, y yo también lo sé.

El
arte tiene, sin embargo, un resultado social, pero relacionado con la Naturaleza y no con el poeta o pintor. La Naturaleza produce un artista determinado para un fin que ese mismo artista desconoce, por la simple razón de que él no es la Naturaleza. Cuanto más quiera darle un fin a su arte, más se aparta del verdadero fin de dicho arte ―que él no sabe cuál es, pero que la Naturaleza escondió dentro de él, en el misterio de su personalidad espontánea, de su inspiración instintiva. Todo artista que da a su arte un fin extrartístico es un infame. Es, además, un degenerado en el peor de los sentidos que la palabra no tiene. Es, además de esto y por esto, un antisocial. La manera de que el artista colabore útilmente en la vida de la sociedad a la que pertenece es que no colabore. Así le ordenó la Naturaleza que hiciese cuando lo creó artista, y no político o comerciante.

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Llamo estética aristotélica a la que pretende que el fin del arte es la belleza o, por decir mejor, la producción en los otros de la misma impresión que la que nace de la contemplación o sensación de las cosas bellas. Para el arte clásico ―y sus derivados: el romántico, el decadente y otros tales― la belleza es el fin; divergen sólo los caminos hacia ese fin […] Creo poder formular una estética basada no en la idea de belleza, sino en la de fuerza, tomando, está claro, la palabra fuerza en su sentido abstracto y científico, pues, si fuese en el vulgar, se trataría, en cierto modo, sólo de una forma disfrazada de belleza.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«Apuntes para una estética no aristotélica», p. 253


LECTURAS / ESTÉTICA
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Tomamos del simbolismo francés nuestra actitud fundamental de atención excesiva a nuestras sensaciones, y por tanto nuestra frecuente relación con el tedio, la apatía, con la renuncia ante las cosas más simples y sanas de la vida. […]

Ahora las diferencias. Rechazamos por completo, excepto ocasionalmente por razones puramente estéticas, la actitud religiosa de los simbolistas. […] Además de esto, rechazamos y abominamos la incapacidad simbolista para el esfuerzo prolongado, su ineptitud para escribir largos poemas y su viciada «construcción». […]

En cuanto a las influencias recibidas del movimiento moderno que comprende el cubismo y el futurismo, se deben más a las sugerencias que nos llegaron de ellos que a la substancia de sus obras propiamente dichas.

Hemos intelectualizado sus procesos. La descomposición del modelo que realizan (porque hemos sido influidos, no por su literatura ―si es que tienen algo que se parezca a literatura―, sino por sus cuadros), la hemos llevado hacia lo que creemos que es la esfera propia de esa descomposición ―no las cosas, sino nuestra sensación de las cosas.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«Sensacionismo», «15. [Carta a un editor inglés], pp. 129-131


LECTURAS / ESTÉTICA
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El sensacionismo afirma, primero, el principio de la supremacía de la sensación ―que la sensación es la única realidad para nosotros.

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Preguntando cuál es el fin del arte, el sensacionismo verifica que no puede ser ni la organización de las sensaciones del exterior, porque ése es el fin de la ciencia, ni la organización de las sensaciones procedentes del interior, porque este es el fin de la filosofía; pero sí, por lo tanto, puede ser la organización de las sensaciones de lo abstracto.

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