alma

Pensar sin convicciones ni deseos,
ser dueño de mismo sin sufrir la influencia de novelas!
¡Existir sin Freud ni aeroplanos,
sin cabarets, tampoco los del alma, sin velocidad, ni en el

[cansancio!

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Hay sin duda quien ame lo infinito,
hay sin duda quien quiera lo imposible,
hay sin duda quien no desee nada
–tres tipos de idealistas; yo ninguno:
pues yo amo infinitamente lo finito,
deseo imposiblemente lo posible,
quiero todo, o algo más, si puede ser,
y hasta, incluso, si no puede ser...–.

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El arte es un aislamiento. Todo artista debe buscar aislar a los otros, llevarles a las almas el deseo de estar solos. El triunfo supremo de un artista es cuando al leer sus obras el lector prefiere tenerlas y no leerlas. No es porque esto suceda a los consagrados; es porque es el mayor tributo

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Máximas», p. 507


LECTURAS / ESTÉTICA
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Ante cada cosa, lo que el soñador ha de procurar sentir es la nítida indiferencia que esa cosa, en cuanto tal, le provocó.

Saber, con una inmediatez instintiva, abstraer de cada objeto o acontecimiento lo que pueda tener de soñable, dejando muerto en el Mundo Exterior todo lo que tenga de real ―eso es lo que el sabio debe procurar realizar en sí mismo.

No sentir nunca sinceramente los propios sentimientos, y elevar su pálido triunfo hasta el punto de mirar indiferentemente para sus propias ambiciones, ansias y deseos; pasar por sus alegrías y angustias como quien pasa por encima de quien no le interesa.

El mayor dominio de sí mismo es la indiferencia hacia uno mismo, teniendo el alma y el cuerpo por la casa y la quinta donde el Destino quiso que pasáramos la vida.

Tratar sus más profundos sueños y sus deseos más íntimos altivamente, en grand seigneur, poniendo una íntima delicadeza en no reparar en ellos.

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Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.

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No supe nunca lo que sentía. Cuando me hablaban de tal o de cual emoción y la describían, siempre sentí que estaban describiendo algo de mi alma, pero después, pensándolo bien, pasé a dudarlo siempre. Lo que siento que soy, nunca sé si lo soy realmente, o si apenas creo que lo soy. Soy trozos de personajes de dramas míos.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «Fórmula de bien soñar», p. 496


SENSUALISMO / SENSACIÓN
REALIDAD
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La única manera de que tengas sensaciones nuevas consiste en construirte un alma nueva. Baldío esfuerzo el tuyo si quieres sentir otras cosas sin sentir de manera diferente, y sentir de manera diferente sin mudar de alma. Porque las cosas son como nosotros las sentimos

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La única manera de que tengas sensaciones nuevas consiste en construirte un alma nueva. Baldío esfuerzo el tuyo si quieres sentir otras cosas sin sentir de manera diferente, y sentir de manera diferente sin mudar de alma. Porque las cosas son como nosotros las sentimos

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Desearía construir un código de inercia para las personas superiores en las sociedades modernas. […] De momento, ya que vivimos en sociedad, el único deber de las personas superiores es reducir al mínimo su participación en la vida de la tribu.

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Todo es complejo, o soy yo el que lo soy. Pero, de cualquier modo, no importa, porque, de todos modos, nada importa. Todo esto, todas estas consideraciones extraviadas por la amplia calle, vegetan en las casas de campo de los dioses excluidos como enredaderas lejos de las paredes. Y sonrío, en la noche en que concluyo sin fin estas consideraciones sin engranaje, por la ironía vital que las hace surgir de un alma humana, huérfana, desde antes de los astros, de las grandes razones del Destino.

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Y entonces abro los ojos de soñar, me acerco a la ventana y transfiero el sueño a las calles y los tejados. Y es en la contemplación distraída y profunda de los aglomerados de tejas separadas en tejados, cubriendo el contagio astral de las gentes que pasean por las calles, cuando se me desprende de verdad el alma, y no pienso, no sueño, no veo, no preciso; contemplo entonces realmente la abstracción de la Naturaleza, la diferencia entre el hombre y Dios.

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Y asomado al parapeto, disfrutando del día, sobre el volumen vario pinto del conjunto de la ciudad, sólo un pensamiento me inunda el alma ―el íntimo deseo de morir, de acabar, de no ver ninguna otra luz sobre ciudad alguna, de no pensar, de no sentir, de dejar atrás, como un papel de envolver, el curso del sol y de los días, de despojarme, como de un traje pesado, a la orilla del lecho infinito, del esfuerzo involuntario de ser.

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Mañana también yo ―el alma que siente y piensa, el universo que soy para mismo―, mañana, sí, yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, aquel a quien otros evocarán con un «¿Qué habrá sido de él?». Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte de menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. Gozo de la brisa que me dan y del alma que me dieron para gozarla, y no pregunta más ni busco. Si lo que dejé escrito en el libro de los viajantes puede, releído un día por otros, entretenerlos también en el tránsito, estará bien. Si no lo leen, ni se entretienen, estará bien también.

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Y si no procuro vivir, actuar, sentir, es ―podéis creerlo― para no perturbar las líneas dibujadas de mi personalidad supuesta. Quiero ser tal como quise ser y no soy. Si viviera, me destruiría. Quiero ser una obra de arte, del alma por lo menos, ya que del cuerpo no puedo serlo. Por eso me esculpí en calma y en extrañamiento y me coloqué en invernadero, lejos de los aires frescos y de las luces claras ―donde mi artificiosidad, flor absurda, pueda florecer en lejana belleza.

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El ansia de comprender, que en tantas almas nobles sustituye a la de actuar, pertenece a la esfera de la sensibilidad. Sustituir por la Inteligencia la energía, romper el lazo entre la voluntad y la emoción, despojando del interés todos los gestos de la vida material, eso es lo que, logrado, vale más que la vida, tan difícil de poseer por entero y tan triste de poseer parcialmente.

Decían los argonautas que navegar es preciso, mas vivir no es preciso. Argonautas nosotros de la sensibilidad enfermiza, digamos que sentir es preciso, mas que no es preciso vivir.

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El ansia de comprender, que en tantas almas nobles sustituye a la de actuar, pertenece a la esfera de la sensibilidad. Sustituir por la Inteligencia la energía, romper el lazo entre la voluntad y la emoción, despojando del interés todos los gestos de la vida material, eso es lo que, logrado, vale más que la vida, tan difícil de poseer por entero y tan triste de poseer parcialmente.

Decían los argonautas que navegar es preciso, mas vivir no es preciso. Argonautas nosotros de la sensibilidad enfermiza, digamos que sentir es preciso, mas que no es preciso vivir.

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Otra vida, la de la ciudad anochecida. Otra alma, la de quien contempla la noche. Sigo inseguro y alegórico, irrealmente sentidor. Soy como una historia que alguien hubiera contado, y, de tan bien contada, paseara carnal pero no mucho por este mundo novela, al principio de un capítulo: «A esa hora podía verse a un hombre caminando lentamente por la calle…»

¿Qué tengo yo que ver con la vida?

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Otra vida, la de la ciudad anochecida. Otra alma, la de quien contempla la noche. Sigo inseguro y alegórico, irrealmente sentidor. Soy como una historia que alguien hubiera contado, y, de tan bien contada, paseara carnal pero no mucho por este mundo novela, al principio de un capítulo: «A esa hora podía verse a un hombre caminando lentamente por la calle…»

¿Qué tengo yo que ver con la vida?

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¡El tiempo! ¡El pasado! Ahí en algún sitio, una voz, una canción, un perfume ocasional, levantó en mi alma el telón de boca de mis recuerdos… ¡Lo que fui y nunca más seré! ¡Lo que tuve y nunca más tendré! ¡Los muertos! Los muertos que me amaron en mi infancia. Cuando los evoco, toda el alma se me enfría y yo me siento desterrado de corazones, solo en la noche de mismo, llorando como un mendigo el silencio cerrado de todas las puertas.

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Esta es mi moral, o mi metafísica, o yo. Transeúnte de todo ―hasta de mi propia alma―, no pertenezco a nada, no deseo nada, no soy nada ―centro abstracto de sensaciones impersonales, espejo caído que siente orientado hacia la variedad del mundo. Con esto, no sé si soy feliz o infeliz; y tampoco importa.

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Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.

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Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.

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Ese lugar activo de las sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz — del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.

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A lo largo de la noche, durante horas y horas, el ruido de la lluvia descargó. A lo largo de la noche, conmigo en duermevela, su monotonía fría me estuvo insistiendo en los cristales. […] Mi alma era la misma de siempre, igual entre sábanas que entre personas, dolorosamente consciente del mundo. Tardaba en llegar el día como tarda la felicidad, y a aquellas horas parecía que tardaba indefinidamente.

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Quien quisiera hacer un catálogo de monstruos, no tendría más que fotografiar en palabras las cosas que la noche trae a las almas soñolientas que no consiguen dormir. Esas cosas poseen toda la incoherencia del sueño sin la disculpa incógnita de que se está durmiendo. Sobrevuelan como murciélagos la pasividad del alma, vampiros que chupan la sangre de la sumisión.

Son larvas del declive y del desperdicio, sombras que pueblan el valle, vestigios que quedan del destino.

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Soy un ascético de la religión de mismo. Una taza de café, un cigarrillo y mis sueños sustituyen cumplidamente al universo y sus estrellas, al trabajo, al amor, incluso a la belleza y a la gloria. No tengo casi necesidad de estímulos. El opio lo tengo yo en el alma.

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Más de una vez, al pasear lentamente por las calles vespertinas, me ha golpeado el alma, con una violencia súbita y aturdidora, la extrañísima presencia de las cosas. No son exactamente las cosas naturales las que de ese modo me afectan y las que de manera tan poderosa me producen esa sensación: son más bien las distribuciones de las calles, los letreros, las personas vestidas y charlando, los empleos, los periódicos, la inteligencia de todo eso. O, mejor, es el hecho de que existan distribuciones de calles, letreros, empleos, hombres, sociedad, todo entendiéndose y prosiguiendo y abriendo caminos.

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Más de una vez, al pasear lentamente por las calles vespertinas, me ha golpeado el alma, con una violencia súbita y aturdidora, la extrañísima presencia de las cosas. No son exactamente las cosas naturales las que de ese modo me afectan y las que de manera tan poderosa me producen esa sensación: son más bien las distribuciones de las calles, los letreros, las personas vestidas y charlando, los empleos, los periódicos, la inteligencia de todo eso. O, mejor, es el hecho de que existan distribuciones de calles, letreros, empleos, hombres, sociedad, todo entendiéndose y prosiguiendo y abriendo caminos.

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Nos sentimos contentos porque, hasta cuando pensamos y sentimos, somos capaces de no creer en la existencia del alma. En el baile de máscaras en que vivimos, nos basta el encanto del traje, que en el baile lo es todo. Somos esclavos de las luces y de los colores, entramos en el baile como en la verdad, y no somos conscientes ―salvo si, solitarios, no bailamos― del enorme frío de la ya bien entrada noche exterior, del cuerpo mortal por debajo de los andrajos que le sobreviven, de todo cuanto, a solas, juzgamos que es lo que esencialmente somos, pero al final resulta ser apenas la parodia íntima de la verdad de lo que creemos ser.

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Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.

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Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real carece para mí de cualquier interés ―ni siquiera mental o de ensoñación―, se me transmutó el deseo en aquello que en mí crea ritmos verbales, o los oye de los otros. Me estremezco si hablan bien.

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El tedio…; Quien tiene Dioses nunca tiene tedio. El tedio es la falta de una mitología. A quien no posee creencias, hasta la duda le resulta imposible, el mismo escepticismo carece en él de fuerza para desconfiar. Sí, el tedio es eso: la pérdida, por parte del alma, de su capacidad de ilusionarse, la ausencia, en el pensamiento, de la escalera inexistente que le permite subir sólido hasta la verdad.

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Oh, noche donde las estrellas fingen su luz, única cosa del tamaño del Universo, vuélveme, en cuerpo y alma, parte de tu cuerpo, que yo pueda perderme en ser pura tiniebla y me haga también noche, sin sueños que en mí sean estrellas, ni sol esperado que desde el futuro me ilumine.

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Yo de día soy nulo, y de noche soy yo. No hay diferencia entre yo y las calles de la parte de la Alfândega, salvo el ser ellas calles y yo ser alma, lo que puede que nada valga ante lo que es la esencia de las cosas. Hay un destino igual, porque es abstracto, para los hombres y para las cosas ―una designación igualmente indiferente en el álgebra del misterio.

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De la sensibilidad, de la personalidad definida que ella determina, nace el arte por medio de lo que se llama la inspiración: el secreto de que nadie habló, el sésamo pronunciado por azar, el eco en nosotros del encantamiento distante. La sola sensibilidad, sin embargo, no genera el arte; es tan sólo su condición, como el deseo lo es del propósito. Es preciso que a lo que aporta la sensibilidad se junte lo que el entendimiento le niega. Así se establece un equilibrio; y el equilibrio es el fundamento de la vida. El arte es la expresión de un equilibrio entre la subjetividad de la emoción y la objetividad del entendimiento, y como subjetiva y objetivo, se interponen, y por eso, conjugándose se equilibran.

Tiene el arte para nacer que ser de un individuo; para no morir, que parecer extraño a él.

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Hay gente tosca que puede creerse falsamente dotada de cualidades de construcción en arte; pero todo el mundo, y no algunas personas, se pueden creer artistas cuando las cualidades fundamentales exigidas son un sentimiento de vacío en los deseos, un sufrimiento sin causa y una falta de voluntad para trabajar, características que más o menos posee todo el mundo, y que en los degenerados y los enfermos del espíritu adquieren un especial relieve.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«Crítica e historia literaria», «5. [El peligro del romanticismo]», p. 321


LECTURAS / ESTÉTICA
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Nos hemos hecho teatrales (por malos que sean nuestros dramas) y deseamos que nuestras novelas sean tan directas como los dramas.

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Un asunto sexual debe ser tratado en arte de manera que no suscite deseo. Para suscitar deseo sirve mejor una fotografía pornográfica.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«II. Arte y estética», 15, p. 287


LECTURAS / ESTÉTICA
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