yo

El poema moderno verdadero es vivir sin poemas,
él es el tren real, pero no en cambio los versos que lo cantan,
hierro de los raíles, de los raíles calientes, el hierro de las

[ruedas, él, su real giro.

Pero no mis poemas hablando de railes y de ruedas sin ellos.

Álvaro de Campos
Poesía III. Los poemas de Álvaro de Campos 1

«Salutación a Walt Whitman», vss. 514-517, p. 303


FÁRMACOS
VERDAD
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Yo-mismo, aparte y fuera de mi imaginación,
y no obstante formando parte de ella,

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¿Qué eres tú aquí?, ¿qué eres aquí?, ¿qué eres tú aquí?
¡Embárcate, incluso sin maletas, en ti mismo diverso!

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Mi destino natural de contemplador indefinido y apasionado de las apariencias y de la manifestación de las cosasobjetivador de los sueños, amante visual de las formas y los aspectos de la naturaleza

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «El amante visual», p. 526


FÁRMACOS
SUEÑO
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Para mí la humanidad es un vasto motivo de decoración, que vivo por los ojos y por los oídos, y, además, por la emoción psicológica. Nada más quiero de la vida sino asistir a ella. Nada más quiero de mí sino el asistir a la vida.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «El amante visual», p. 527


FÁRMACOS
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Mi ideal sería vivir todo en forma de novela, descansando en la vida ―leer mis emociones, vivir mi desprecio por ellas. Para quien tenga la imaginación a flor de piel, las aventuras de un protagonista de novela son emoción propia que le basta y sobra, pues son suyas y nuestras. No hay aventura tan grande como haber amado a Lady Macbeth

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Ante cada cosa, lo que el soñador ha de procurar sentir es la nítida indiferencia que esa cosa, en cuanto tal, le provocó.

Saber, con una inmediatez instintiva, abstraer de cada objeto o acontecimiento lo que pueda tener de soñable, dejando muerto en el Mundo Exterior todo lo que tenga de real ―eso es lo que el sabio debe procurar realizar en sí mismo.

No sentir nunca sinceramente los propios sentimientos, y elevar su pálido triunfo hasta el punto de mirar indiferentemente para sus propias ambiciones, ansias y deseos; pasar por sus alegrías y angustias como quien pasa por encima de quien no le interesa.

El mayor dominio de sí mismo es la indiferencia hacia uno mismo, teniendo el alma y el cuerpo por la casa y la quinta donde el Destino quiso que pasáramos la vida.

Tratar sus más profundos sueños y sus deseos más íntimos altivamente, en grand seigneur, poniendo una íntima delicadeza en no reparar en ellos.

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Hemos de mantenernos indiferentes ante la verdad o la mentira de todas las religiones, de todas las filosofías, de todas las hipótesis inútilmente verificables a las que llamamos ciencias. Tampoco nos ha de preocupar el destino de la llamada humanidad, o lo que pueda sufrir o no sufrir en su conjunto. Caridad sí, con el «prójimo», como se dice en el Evangelio, y no con el hombre, de quien en él no se habla. […] Caridad con todos, intimidad con nadie.

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El arte es un excusarse de actuar o de vivir. El arte es la expresión intelectual de la emoción, a diferencia de la vida, que es la expresión volitiva de la emoción.

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Todo es complejo, o soy yo el que lo soy. Pero, de cualquier modo, no importa, porque, de todos modos, nada importa. Todo esto, todas estas consideraciones extraviadas por la amplia calle, vegetan en las casas de campo de los dioses excluidos como enredaderas lejos de las paredes. Y sonrío, en la noche en que concluyo sin fin estas consideraciones sin engranaje, por la ironía vital que las hace surgir de un alma humana, huérfana, desde antes de los astros, de las grandes razones del Destino.

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Mi ideal sería vivir todo en forma de novela, descansando en la vida ―leer mis emociones, vivir mi desprecio por ellas. Para quien tenga la imaginación a flor de piel, las aventuras de un protagonista de novela son emoción propia que le basta y sobra, pues son suyas y nuestras. No hay aventura tan grande como haber amado a Lady Macbeth

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Pero yo sé que lo que siento, lo siento yo.

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El lema que hoy más quiero como definición de mi espíritu es el de creador de indiferencias. Querría que mi acción en la vida fuera, más que cualquiera otra, la de enseñar a los otros a sentir cada vez más por sí mismos, y cada vez menos según la ley dinámica de la colectividad. Enseñar aquella desinfección espiritual gracias a la cual no puede existir contagio de vulgaridad me parece el más constelado destino del pedagogo íntimo que yo querría ser. Que cuantos me leyeran aprendiesen ―aunque poco a poco, como exige el asunto― a no tener sensación alguna ante las miradas ajenas y las opiniones de los demás; ese destino enguirnaldaría suficientemente el estancamiento escolástico de mi vida.

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Después de una mala noche, la gente no suele soportarnos. El sueño huido se llevó consigo alguna cosa que nos hacía humanos.

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Quien quisiera hacer un catálogo de monstruos, no tendría más que fotografiar en palabras las cosas que la noche trae a las almas soñolientas que no consiguen dormir. Esas cosas poseen toda la incoherencia del sueño sin la disculpa incógnita de que se está durmiendo. Sobrevuelan como murciélagos la pasividad del alma, vampiros que chupan la sangre de la sumisión.

Son larvas del declive y del desperdicio, sombras que pueblan el valle, vestigios que quedan del destino.

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La vida en sí misma es, al final, un gran insomnio, y hay un lúcido despertar sobresaltado en todo cuanto hacemos y pensamos.

Sería feliz si pudiera dormir. Esta opinión es la que tengo en este momento, porque no duermo.

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Considerar todo cuanto nos sucede como accidentes o episodios de una novela, a la que asistimos no con la atención sino con la vida ―sólo con esta actitud podremos vencer la malicia de los días y los caprichos de los acontecimientos.

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La vida práctica siempre me pareció el menos cómodo de los suicidios.

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Nunca encontré argumentos salvo para la inercia. Día a día se fue infiltrando más y más en la conciencia sombría de mi inercia de abdicador. Procurar modos de inercia, apostar en huir de todo esfuerzo por vivir, de toda responsabilidad social ―esculpí con esos materiales de — la estatua pensada de mi existencia.

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Soy un ascético de la religión de mismo. Una taza de café, un cigarrillo y mis sueños sustituyen cumplidamente al universo y sus estrellas, al trabajo, al amor, incluso a la belleza y a la gloria. No tengo casi necesidad de estímulos. El opio lo tengo yo en el alma.

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No duermo. Entresoy. […] Hay siempre en aquello que juzgo que es el sueño un ruido de final absoluto, el viento en la oscuridad, y, si sigo escuchando, el ruido en de los pulmones y del corazón.

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Creé en varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada sueño mío pasa a encarnarse de inmediato, nada más aparecer soñado, en otra persona que pasa a soñarlo y que ya no soy yo. Para crear me destruí. Tanto me exterioricé dentro de mí que en mi interior no existo sino exteriormente. Soy la escena desnuda por donde pasan varios actores representando diferentes obras.

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Yo de día soy nulo, y de noche soy yo. No hay diferencia entre yo y las calles de la parte de la Alfândega, salvo el ser ellas calles y yo ser alma, lo que puede que nada valga ante lo que es la esencia de las cosas. Hay un destino igual, porque es abstracto, para los hombres y para las cosas ―una designación igualmente indiferente en el álgebra del misterio.

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Pasa todo eso, y nada de todo eso me dice nada, todo es ajeno a mi destino, ajeno incluso al destino mismo ―inconsciencia, círculos de superficie cuando el azar lanza piedras, ecos de voces incógnitas― la ensalada colectiva de la vida.

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Pero también hay momentos, y uno de ellos es este que me oprime ahora, en que me siento más a mismo que a las cosas externas, y todo se me convierte en una noche de lluvia y lodo, perdido en la soledad de un apeadero secundario, entre dos trenes de tercera clase.

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Mi manía de crear un mundo falso me sigue acompañando, y sólo con mi muerte me abandonará. […] Tengo un mundo de amigos dentro de , con vidas propias, reales, definidas e imperfectas.

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Vivo de impresiones que no me pertenecen, perdulario de renuncias, otro distinto en el modo de ser yo.

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Permanecí horas desconocidas, momentos sucesivos sin relación, en el paseo que di, de noche, por la orilla solitaria del mar. Todos los pensamientos que han hecho vivir a tantos hombres, todas las emociones que los hombres han dejado de vivir, cruzaron por mi mente, como un oscuro resumen de la historia, en esa meditación mía paseada por la orilla del mar. Sufrí en mismo, conmigo mismo, las aspiraciones de todas las eras, y conmigo pasearon, por la orilla oída del mar, los desasosiegos de todos los tiempos.

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Vuelvo sobre . Anduve de viaje algunos años recogiendo maneras de sentir. Ahora, habiéndolo visto todo y sentido todo, tengo el deber de encerrarme en casa, en mi espíritu, y trabajar, cuando pueda y en todo lo que pueda, para el progreso de la civilización y el ensanchamiento de la conciencia de la humanidad. Ojalá no me desvíe de esto mi peligroso carácter demasiado multilateral, adaptable a todo, siempre ajeno a mí mismo y sin nexo dentro de sí.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«(Carta) A Armando Côrtes-Rodrigues», p. 26


FÁRMACOS
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En mi infancia y primera adolescencia hubo para mí, que vivía y era educado en tierras inglesas, un libro supremo y absorbente: los Pickwick Papers de Dickens; todavía hoy, y por eso, lo leo y releo como si no hiciese otra cosa que recordar.

En mi segunda adolescencia dominaron mi espíritu Shakespeare y Milton, así como accesoriamente aquellos poetas románticos ingleses que son sus sombras irregulares; entre éstos fue quizá Shelley aquél con cuya inspiración conviví más.

En lo que puedo llamar mi tercera adolescencia, pasada aquí; en Lisboa, viví en la atmósfera de los filósofos griegos y alemanes, así como en la de los decadentes franceses, cuya acción me fue súbitamente barrida del espíritu por la gimnasia sueca y por la lectura de la Dégénérescence de Nordau.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

«(Carta) A José Osório de Oliveira», p. 22


LECTURAS / ESTÉTICA
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Vivir es pertenecer a otro. Morir es pertenecer a otro. Vivir y morir son la misma cosa. Pero vivir es pertenecer a otro por fuera, y morir es pertenecer a otro por dentro. Las dos cosas se asemejan, pero la vida es el lado de fuera de la muerte. Por eso la vida es la vida y la muerte la muerte, pues el lado de fuera es siempre más verdadero que el lado de dentro, tanto que es el lado de fuera el que se ve. Toda emoción verdadera es mentira en la inteligencia, pues no se da en ella. Toda emoción verdadera tiene por tanto una expresión falsa. Expresarse es decir lo que no se siente. […] Fingir es conocerse.

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Mi deber me hizo, como Dios al mundo.
Lo que impone ser Rey almó mi ser
en día y letra puntual, profundo.

En mi tristeza firme, así viví.
Contra el Destino cumplí mi deber.
¿Inútilmente? No, pues lo cumplí.

Fernando Pessoa
Poesí­a VIII. Mensaje

«Don Duarte, rey de Portugal», vss. 1-6, p. 77


FÁRMACOS
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