campo

Ahora, a esta luz clara e intensa, el paisaje de la ciudad es como el de un campo de casas ―natural, extenso, combinado. Pero, incluso viendo todo esto, ¿podré olvidarme de que existo? Mi conciencia de la ciudad es, por dentro, mi conciencia de mismo.

Me acuerdo de repente de cuando era niño y veía, como hoy no puedo ver, rayar la mañana sobre la ciudad. Entonces la mañana no rayaba para mí, sino para la vida, porque entonces yo, sin ser consciente de ello, era la vida. Veía la mañana y sentía alegría; hoy veo la mañana, y siento alegría, y me quedo triste. El niño sigue aquí, pero enmudeció. Veo como veía, pero por detrás de los ojos me veo viendo; y ya sólo con esto se me oscurece el sol y el verde de los árboles me resulta viejo y las flores se marchitan antes de aparecer.

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Los rasgos de la ciudad renacieron al descorrerse la máscara que la velaba. […] El despertar de una ciudad, sea entre la niebla o de otro modo, resulta siempre para mí una cosa más enternecedora que el rayar de la aurora sobre los campos, Renace mucho más, hay mucho más que esperar

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La mañana del campo existe; la mañana de la ciudad promete. La una hace vivir; la otra hace pensar. Y yo sentiré siempre, como los grandes malditos, que más vale pensar que vivir.

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No querer comprender, no analizar… Verse como se ve la naturaleza; mirar sus impresiones como se mira un campo ―en eso consiste la sabiduría.

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Una vista breve del campo, por encima de un muro de los alrededores me libera más completamente de lo que a otro liberaría un viaje entero. Todo ángulo de visión es un ápice de una pirámide invertida, cuya base es indeterminable.

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El dios Pan no murió,
pues cada campo muestra
al sonreír de Apolo
el desnudo de Ceres
pecho; ahí veréis un día
que el inmortal, de pronto,
divino Pan retorna.

No dio muerte a los dioses
el triste dios cristiano.
Cristo es sólo un dios nuevo,
tal vez el que faltaba.

Aún Pan sigue dando
el sonar de su flauta
a los oídos de Ceres
recostada en los campos.

Son los mismos los dioses,
siempre claros y calmos,
de eternidad repletos,
despreciándonos siempre,

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¿qué podrán ser mis sueños
sino obra de los dioses?

Dejadme lo Real de este momento
y mis dioses tranquilos e inmediatos
que en lo Incierto no moran
sino en campos y ríos.

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