saber

desenredarme y ser yo, no Alberto Caeiro,
sino tan sólo un animal humano que ha producido la

[Naturaleza.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XLVI, vss. 21-22, p. 145


FÁRMACOS
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Y así escribo, pretendiendo lograr sentir la Naturaleza, ni aún

[como un hombre,

sino como quien siente la Naturaleza y nada más.
Y así escribo, ahora bien, ahora mal,
ahora acertando con lo que quiero yo decir, ahora errando,
levantándome allá y aquí cayendo,
pero siguiendo siempre mi camino como un ciego obstinado.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XLVI, vss. 23-28, p. 147


FÁRMACOS
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Solamente es divina la Naturaleza, pero ella no es divina...
Si a veces hablo de ella como si fuera un ser
es porque al hablar de ella he de valerme del lenguaje de los

[hombres

que atribuye a las cosas personalidad,
y que a las cosas les impone nombre.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXVII, vss. 1-5, p. 103


SENSUALISMO / SENSACIÓN
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Solamente es divina la Naturaleza, pero ella no es divina...
Si a veces hablo de ella como si fuera un ser
es porque al hablar de ella he de valerme del lenguaje de los

[hombres

que atribuye a las cosas personalidad,
y que a las cosas les impone nombre.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXVII, vss. 1-5, p. 103


PANTEÍSMO
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Mi misticismo es no querer saber.
Es vivir y no pensar en ello.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXX, vss. 4-5, p. 111


SENSUALISMO / SENSACIÓN
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El misterio de las cosas, ¿dónde está?
¿Dónde podrá estar, que no aparece
para al menos mostrarnos que es misterio?
¿Qué sabe el río de eso, qué sabe de eso el árbol?
Y yo, yo que no soy más que ellos son, ¿qué es lo que sé de eso?
Siempre que miro las cosas y pienso en lo que los hombres

[piensan de ellas,

río como un arroyo que suena fresco en la piedra.

Porque el único sentido oculto de las cosas
es que ellas no tienen sentido oculto alguno.
Es más extraño que todas las extrañezas,
y que los sueños de todos los poetas
y el pensamiento de todos los filósofos,
que las cosas sean realmente lo que parecen ser
y que no haya nada que comprender.

Esto es lo que mis sentidos han aprendido solos:
que las cosas no tienen significación, sino existencia.
El que las cosas son el único sentido oculto de las cosas.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXXIX, vss. 1-17 (entero), p. 131


SENSUALISMO / SENSACIÓN
SUEÑO
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al Hombre primitivo y verdadero
que veía al sol nacer y aún no lo adoraba.
Porque eso es natural –más natural
que adorar al sol y luego a Dios
y luego a todo lo otro que no existe.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXXVIII, vss. 8-12, p. 129


SENSUALISMO / SENSACIÓN
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al Hombre primitivo y verdadero
que veía al sol nacer y aún no lo adoraba.
Porque eso es natural –más natural
que adorar al sol y luego a Dios
y luego a todo lo otro que no existe.

Alberto Caeiro
Poesía I. Los poemas de Alberto Caeiro 1

«El guardador de rebaños», XXXVIII, vss. 8-12, p. 129


PANTEÍSMO
VERDAD
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Si el hombre fuera, como debería ser,
no un animal enfermo, sino el más perfecto de los animales,
animal directo y no indirecto,
Debería así haber adquirido un sentido propio del ‘conjunto’;
un sentido, como ver y oír, del ‘total’ de las cosas,
y no, como tenemos, sólo un pensamiento del ‘conjunto’,
no, como tenemos, solamente una idea del ‘total’ de las cosas.

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Si el hombre fuera, como debería ser,
no un animal enfermo, sino el más perfecto de los animales,
animal directo y no indirecto,
Debería así haber adquirido un sentido propio del ‘conjunto’;
un sentido, como ver y oír, del ‘total’ de las cosas,
y no, como tenemos, sólo un pensamiento del ‘conjunto’,
no, como tenemos, solamente una idea del ‘total’ de las cosas.

Alberto Caeiro
Poesía II. Los poemas de Alberto Caeiro 2

«Poemas inconjuntos», vss. 3-11, p. 61


FÁRMACOS
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¡Vario tropel de razas enemigas que chocan
más profundamente que sus ejércitos y que sus escuadras,
aún más realmente que hombre a hombre, nación contra nación…
Hay clarines de horror trémulo y frío en la noche profunda…
Pero, ¿y qué más?… ¿Tambores más allá del misterio del mundo?
¿Tambores, sí, de qué… dormís tumbados, minúsculos

[redobles sobre qué?

Pasa en la noche un solo paso lúgubre de un ejército enorme…
Pasan clarines súbitos ya más cerca en la Noche…
¡Hombre de manos atadas, conducido entre centinelas!,
¿a dónde, por qué camino, junto a quién?

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y llegar por fin, como vosotros, a extraordinarios puertos!
¡Huir con vosotros de la civilización!
¡Perder con vosotros la noción de moral!
¡Sentir que cambia mi humanidad en la lejanía!
¡Beber con vosotros en los mares del sur
nuevas mezclas salvajes, nuevos trastornos del alma,
nuevos fuegos centrales en mi volcánico espíritu!
¡Ir con vosotros y desnudarme –¡ah! ¡fuera!–
mi vestido tan civilizado, mi blandura de acciones,
mi miedo innato a las cárceles
y mi serena vida,
asentada y estática, reiterada y reglada!

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Amo todo, animo todo, presto humanidad a todo,
a hombres y piedras, a almas y máquinas,
para así aumentar mi personalidad.
Yo pertenezco a todo para pertenecerme crecientemente a

[mismo

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Sentir todo de todas las maneras,
vivir todo desde todos lados,
ser lo mismo de todos los modos posibles y aún al mismo

[tiempo,

realizar en sí toda la humanidad de la totalidad de los

[momentos

en un solo momento difuso y profuso, completo y remoto.

Álvaro de Campos
Poesía IV. Los poemas de Álvaro de Campos 2

«El paso de las horas», vss. 130-134, p. 67


FÁRMACOS
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Sensación metafísica de las otras personas, y de sus realidades

[como de su decoro...

¡Oh enfermedad humanitaria de mis nervios, siempre

[vibrando llenos de otras personas,

voluptuosidad de gozar y sufrir las posibles hipótesis de la vida

[de otros...

¡Y yo ser sólo yo, sólo yo eternamente, no tener otras vidas

[sino sólo la mía!

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Para mí la humanidad es un vasto motivo de decoración, que vivo por los ojos y por los oídos, y, además, por la emoción psicológica. Nada más quiero de la vida sino asistir a ella. Nada más quiero de mí sino el asistir a la vida.

Bernardo Soares
Libro del desasosiego

«Los grandes fragmentos», «El amante visual», p. 527


FÁRMACOS
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Ante cada cosa, lo que el soñador ha de procurar sentir es la nítida indiferencia que esa cosa, en cuanto tal, le provocó.

Saber, con una inmediatez instintiva, abstraer de cada objeto o acontecimiento lo que pueda tener de soñable, dejando muerto en el Mundo Exterior todo lo que tenga de real ―eso es lo que el sabio debe procurar realizar en sí mismo.

No sentir nunca sinceramente los propios sentimientos, y elevar su pálido triunfo hasta el punto de mirar indiferentemente para sus propias ambiciones, ansias y deseos; pasar por sus alegrías y angustias como quien pasa por encima de quien no le interesa.

El mayor dominio de sí mismo es la indiferencia hacia uno mismo, teniendo el alma y el cuerpo por la casa y la quinta donde el Destino quiso que pasáramos la vida.

Tratar sus más profundos sueños y sus deseos más íntimos altivamente, en grand seigneur, poniendo una íntima delicadeza en no reparar en ellos.

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El tedio de Khayyam no es el tedio de quien no sabe lo que hace, porque la verdad es que nada pudo o supo hacer. Ése es el tedio de los que nacieron muertos, el de los que legítimamente se orientan hacia la morfina o la cocaína. Es más profundo y más noble que eso el tedio del sabio persa. Es el tedio de quien pensó con claridad y vio que todo era oscuro; de quien pasó por todas las religiones y todas las filosofías y después dijo, como Salomón: «Vi que todo era vanidad y aflicciones del ánimo», o, como, al despedirse del poder y del mundo, otro rey, que era emperador, Septimio Severo: Omnia fui, nihil expedit. «Lo fui todo; nada vale la pena».

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El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad.

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El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos indiferentes a lo divino y menospreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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Al hombre superiormente inteligente no le queda hoy otro camino sino el de la abdicación.

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Después de una mala noche, la gente no suele soportarnos. El sueño huido se llevó consigo alguna cosa que nos hacía humanos.

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Así como, lo sepamos o no, todos tenemos una metafísica, así también, lo queramos o no, todos tenemos una moral. Yo tengo una moral muy simple ―no hacer ni bien ni mal a nadie.

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No construyo teorías respecto a la vida. Si es buena o mala, no lo , no pienso en ello. A mis ojos es dura y triste, con sueños deliciosos intercalados. ¿Qué me importa lo que la vida sea para los otros?

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No querer comprender, no analizar… Verse como se ve la naturaleza; mirar sus impresiones como se mira un campo ―en eso consiste la sabiduría.

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La metafísica siempre me pareció una forma prolongada de locura latente. Si conociéramos la verdad, la veríamos; todo lo demás es sistema y alrededores. Si lo pensamos bien, bástenos la incomprensibilidad del universo; querer comprenderlo es ser menos que hombres, porque ser hombre es saber que no se comprende.

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La metafísica siempre me pareció una forma prolongada de locura latente. Si conociéramos la verdad, la veríamos; todo lo demás es sistema y alrededores. Si lo pensamos bien, bástenos la incomprensibilidad del universo; querer comprenderlo es ser menos que hombres, porque ser hombre es saber que no se comprende.

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El verdadero sabio es aquel que consigue que los acontecimientos exteriores lo alteren mínimamente. Para ello necesita acorazarse rodeándose de realidades más próximas a él que los acontecimientos y a través de las cuales los acontecimientos, alterados hasta estar de acuerdo con ellas, le llegan.

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¿Hay reglas, sin embargo, dentro de las cuales esa idea o sensación tiene básicamente que ser expresada? Sin duda que las hay, y son las reglas fundamentales del arte. Son tres:

1. Todo arte es creación, y está por tanto subordinado al principio fundamental de toda creación: crear un todo objetivo, para lo cual es necesario crear un todo parecido a los todos que hay en la Naturaleza; esto es, un todo en el que haya la armonía necesaria entre el todo y las partes componentes, no armonía artificial y exterior, sino armonía interna y orgánica. Un poema es un animal, dijo Aristóteles; y así es. Un poema es un ente vivo. Sólo un ocultista, claro, puede comprender el sentido de esta expresión y no es permisible quizá explicarla muy detalladamente, o más de lo nada que ya se ha dicho.

2. Todo arte es expresión de algún fenómeno psíquico. El arte, por tanto, consiste en la adecuación, tan exacta como quepa en la competencia artística del autor, de la expresión a la cosa que quiere expresar. De donde se deduce que todos los estilos son admisibles y que no hay estilo simple o complejo, ni estilo extraño o vulgar. Hay ideas vulgares e ideas elevadas, hay sensaciones simples y sensaciones complejas; y hay criaturas que sólo tienen ideas vulgares y criaturas que muchas veces tienen ideas elevadas. Según la idea, así el estilo y la expresión. No hay para el arte criterio exterior. El fin del arte no es ser comprensible, porque el arte no es propaganda política o inmoral.

3. El arte no tiene para el artista fin social. Tiene, sí, un destino social, pero el artista nunca sabe cuál es porque la Naturaleza lo oculta en el laberinto de sus designios. Lo explico mejor. El artista debe escribir, pintar, esculpir sin mirar otra cosa que lo que escribe, pinta o esculpe. Debe esculpir sin mirar fuera de sí. Por eso el arte no debe ser premeditadamente moral ni inmoral. Ambas [cosas] implican que el artista se rebajó hasta preocuparse de la gente. Tan inferior es en este punto un predicador católico como un tiste Wilde o D’Annunzio, siempre con la preocupación de irritar a la platea. Irritar es un modo de agradar. Todas las criaturas a las que les gustan las mujeres saben esto, y yo también lo sé.

El
arte tiene, sin embargo, un resultado social, pero relacionado con la Naturaleza y no con el poeta o pintor. La Naturaleza produce un artista determinado para un fin que ese mismo artista desconoce, por la simple razón de que él no es la Naturaleza. Cuanto más quiera darle un fin a su arte, más se aparta del verdadero fin de dicho arte ―que él no sabe cuál es, pero que la Naturaleza escondió dentro de él, en el misterio de su personalidad espontánea, de su inspiración instintiva. Todo artista que da a su arte un fin extrartístico es un infame. Es, además, un degenerado en el peor de los sentidos que la palabra no tiene. Es, además de esto y por esto, un antisocial. La manera de que el artista colabore útilmente en la vida de la sociedad a la que pertenece es que no colabore. Así le ordenó la Naturaleza que hiciese cuando lo creó artista, y no político o comerciante.

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El artista es la más alta forma del hombre superior. El santo es de la estirpe de los Ángeles, cuyo oficio es creer; el sabio es de la estirpe de los Arcángeles, cuyo oficio es comprender; el artista es, sin embargo, de la estirpe de los Dioses, cuyo oficio es crear.

Fernando Pessoa
Sobre literatura y arte

António Botto y el ideal estético creador», p. 354


LECTURAS / ESTÉTICA
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Loco, sí, loco, quise la grandeza
que Azar no da.
Dentro de mí no cupo mi certeza.
Por eso, allí donde la arena está,
mi ser que hubo quedó, no el que hay y habrá.

Que mi locura otros me la tomen
con lo que en ella
iba, mas sin locura, ¿qué es el hombre,
la sana bestia,
aplazado cadáver que procrea?

Fernando Pessoa
Poesí­a VIII. Mensaje

«Don Sebastián, rey de Portugal», vss. 1-10, p. 85


FÁRMACOS
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