Tamaño de fuente grande
Tamaño de fuente normal
Tamaño de fuente pequeña
Anterior
Pequeña
Normal
Grande
Siguiente

La voz de los archivos. Entrevista con Judith R. Walkowitz

Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría

Judith R. Walkowitz es catedrática de historia en la Universidad Johns Hopkins, Baltimore, donde imparte clases de historia desde 1989. Sus investigaciones, que se mueven entre los estudios culturales y la historia social, se han centrado fundamentalmente en la cultura británica victoriana y la historia comparada de las mujeres, con especial atención a la historia de la prostitución y, en los últimos años, también al espacio urbano. En España se ha publicado su segundo libro, La ciudad de las pasiones terribles, que aborda la cuestión del peligro sexual en el Londres victoriano. El pasado mes de marzo pronunció en el CBA la conferencia «Feminismo y cuerpo en movimiento». Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría, destacados representantes de la sociología crítica en nuestro país y profesores de sociología en la Universidad Complutense, aprovecharon para conversar con ella.

Comencemos hablando de tu proceso de formación. ¿Cómo y por qué te hiciste historiadora?

Cuando fui a la Universidad comencé a estudiar medicina, pero pronto me di cuenta de que no era lo mío, así que en 1963 decidí estudiar historia en la Universidad de Rochester. Elegí la historia, en buena medida, porque había profesores muy progresistas, heterodoxos, abiertos al pensamiento crítico. La mayoría tenían una formación de izquierdas, pero estaban a favor de mantener un distanciamiento y una posición políticamente objetiva en tanto que «intelectuales críticos». Dejaban, por tanto, suficiente espacio a los estudiantes para realizar investigaciones innovadoras. Realicé mis estudios de licenciatura bajo la dirección de Hayden White, una de las figuras que introdujo el giro lingüístico en historia y uno de los primeros en someter los escritos de la narrativa histórica a un análisis estructuralista. White se preguntaba cómo los historiadores formaban sus conocimientos y en qué medida sus discursos estaban sujetos a estructuras retóricas. Así fue como su reflexión derivó hacia la cuestión de la verdad de la historia y demostró que la historia escrita persuade a través de diversas estrategias discursivas. Su posición era la de un escéptico abierto al mundo. No era feminista y se había distanciado hasta cierto punto de la política. Decía que no había jerarquías de significación a las que uno debiera adherirse, que no había ortodoxias. Si alguien quería desarrollar un proyecto, y ese proyecto era interesante, aceptaba dirigírselo, fuera sobre el tema que fuera. Así fue como comencé a trabajar sobre feminismo y prostitución, en un momento en el que ni el feminismo ni la prostitución eran asuntos reconocidos en la investigación histórica. Eran nuevos espacios a explorar. También fue Hayden White quien me introdujo en los años sesenta en la lectura de autores como Michel Foucault o Lucien Goldman.

¿Hay algún libro que haya sido especialmente importante para tu formación?

Recuerdo La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra, de E. P. Thompson, un marxista cultural interesado en la cultura de las clases populares. Cuando habla de «clase» no se refiere únicamente a una posición social objetiva, sino también a una condición de identificación cultural y de resistencia. Desde el momento en que este historiador considera que el análisis de clase implica tener en cuenta cómo se vive, incluida la vida doméstica, se dota de los medios para pensar el género como un importante componente de la clase.

Te tocó estudiar en los sesenta, una época muy activa políticamente y en la que el movimiento estudiantil adquirió una gran relevancia.

Sí, recuerdo cuando mis compañeros de licenciatura y yo estábamos comprometidos con los movimientos contra la guerra, y por los derechos humanos. A mí me expulsaron de la Universidad en 1966 por participar en una sentada contra el reclutamiento para la guerra química. Fue un momento muy formativo en el que parecía que era posible que el pueblo produjese cambios sociales. Esta es una de las cuestiones que he continuado planteándome hasta hoy: ¿bajo qué condiciones puede tener lugar el cambio social?, ¿qué tipo de alianzas han sido posibles en el siglo xx y cuáles pueden darse en la actualidad? Explorando las alianzas de clase que tuvieron lugar en el siglo xix entre las feministas burguesas y las mujeres trabajadoras terminé trabajando sobre la prostitución y, desde el momento en que éste se convirtió en mi tema de estudio, me encontré con mis actores históricos y los seguí a lo largo de mi investigación.

En tu libro Prostitution and Victorian Society se aprecia cierto influjo de Foucault en tu modelo de investigación. Tu libro parecía encajar bien en la perspectiva de análisis de la sociología histórica de Foucault, Castel, Bourdieu o Donzelot. ¿Existe la influencia de la genealogía en tus trabajos?

Efectivamente, en aquel libro yo citaba a Foucault, y lo había leído en la licenciatura, pero no me definiría a mí misma como foucaultiana. Sin duda, trabajaba en un tema próximo a los intereses de Foucault: la relación entre el Estado y la construcción de la sexualidad. Me interesaba saber cómo los actores sociales que estaban fuera de las estructuras centrales del poder se relacionaban con el Estado y con la medicina. Pero más que situarme en su línea de trabajo y, por tanto, tratar de asimilar la forma en que Foucault hacía historia, me serví de él para explicar mi práctica como historiadora. Por supuesto, tuve que revisar su método interpretativo, porque Foucault no pensaba en profundidad la cuestión de género. Por otra parte, creo que mi posición está más abierta que la suya a las posibilidades de acción de los agentes sociales, tanto individuales como colectivos, y creo también que soy un poco más flexible en mi visión de lo que sucede históricamente y cómo se produce el cambio.

Una de las dimensiones de tu trabajo que más lo aproxima a la genealogía, entendida en el sentido de un modelo de análisis histórico comparativo, es que no realizas una reconstrucción del pasado, sino que lo analizas para proyectar luz sobre cuestiones vivas en el presente.

Creo que el análisis histórico no predice el futuro, ni dice a la gente lo que tiene que hacer; únicamente intenta hacernos comprender cómo hemos llegado a donde estamos. Eso es lo que intentaba explicar ante las preguntas que me hizo el público de mi conferencia. Yo no puedo decir a la gente de Madrid cómo resolver el problema de la prostitución, porque no tengo un conocimiento preciso de cuál es la situación en esta ciudad, por eso sólo puedo decir que la historia que yo hago confirma que existe un cierto parecido entre esa época pasada y algunos aspectos que se presentan en la actualidad, y que, históricamente, se han generado formas de conocimiento de las que nos servimos para enfrentarnos al problema de la prostitución, un problema que tiene que ver con la fragilidad de las relaciones sociales.

Tu trabajo se sitúa, en cierto modo, en la línea de ciertas investigaciones de sociología histórica –a nuestro juicio, las más sugerentes– que, para analizar el cambio social, se basan predominantemente en el estudio de las transformaciones que han sufrido el espacio y el tiempo. En La ciudad de las pasiones terribles resulta muy interesante cómo muestras los cambios que sufrió el Londres victoriano y las nuevas posibilidades que se abren para determinados colectivos que viven en esa ciudad.

Mi nueva investigación sobre el Soho londinense lleva todavía más lejos el interés por el espacio urbano. Trato de aquilatar mejor la relación que se establece entre el Soho, el viejo barrio céntrico de extranjeros de Londres, y los bulevares comerciales que lo circundan. Mi hipótesis es que en ese área, a través de la forma en que se organizan esos espacios, se manifiestan dos tipos diferentes de entender el cosmopolitismo. En primer lugar está la noción de cosmopolitismo entendido como regulación mundana de los placeres y recursos del mundo; el Empire Theatre of Varieties se anunciaba como el club más cosmopolita de Londres. Pero existe otro segundo significado que remite a la gente desplazada, a los emigrantes, y que pone de manifiesto su falta de asentamiento y su condición marginal de desarraigo. Cuando los londinenses de la época victoriana hablaban de las «masas cosmopolitas» se referían, de hecho, a los foráneos que, de algún modo, carecían de un lugar propio, a las personas que eran racialmente diferentes o mestizas. Mi intención es estudiar la relación entre esos dos significados de cosmopolitismo y ver cómo, en la práctica, tienden a desdibujarse en estos distritos contiguos. En definitiva, me interesa la cuestión de cómo los espacios definen a la gente que entra en ellos y, a su vez, cómo éstos son redefinidos en función de los diferentes colectivos sociales que transforman sus usos y sus significados. El espacio constituye, sin duda, una fuente importante de transformación social.

Para tu trabajo, recurres predominantemente a fuentes primarias, ¿verdad?

Sí, al fin y al cabo, soy historiadora. Para explicar el caso de la Señorita Chant, por ejemplo, una activista social puritana que luchaba contra los disolutos entretenimientos del Music Hall, consulté datos oficiales en el registro público de los Archivos Metropolitanos de Londres. Leí documentos e informes periodísticos sobre los acontecimientos, y si intenté adentrarme en ese tema por esta vía fue, en primer lugar, porque estoy buscando discursos alternativos que hayan podido quedar borrados por posteriores narraciones de esta famosa historia y, en segundo lugar, porque estoy interesada en los conflictos culturales que surgen de la representación visual y textual de la pelea de la Señorita Chant con el Music Hall.

¿Has estudiado también la prostitución masculina?

Me ocupo de esa cuestión en mi nuevo libro, en donde, entre otras cosas, exploro los clubs gays del Soho en los años treinta del pasado siglo. Dedico un capítulo a analizar la formación de estos clubes, así como de los clubes de negros de la misma época, y sus relaciones con la vida clandestina nocturna. Me interesa saber cómo los varones que se prostituyen y que también «alquilan niños» asumen una posición semejante a la que ocupaba la encargada de la danza de las chicas (una trabajadora del sexo) en los night clubs en torno a los años veinte. Los negros británicos juegan también el mismo papel que las cabareteras con los clientes blancos que entran en los clubes de negros en busca de aventuras. Los prostitutos circulaban entre las prostitutas de la Promenade en el Empire Theatre y contribuyeron a crear esa atmósfera sexual característica de ese espacio urbano. En aquella época, los prostitutos retomaban el modelo de las prostitutas, adoptando un tipo de feminidad altamente sexualizada propia de las chicas de la calle. Este tipo específico de feminidad plantea múltiples cuestiones acerca de cómo las distintas clases viven el género y la sexualidad.

Te has ocupado de la historia de Jack el Destripador, pero lo que resulta más interesante de tu trabajo es que no buscas tanto saber si el Destripador existió realmente, cuanto analizar la atmósfera de la época, el imaginario del miedo.

Lo cierto es que no sabemos si los crímenes fueron perpetrados por una única persona o por varias. Ni siquiera sabemos si el Destripador era un hombre. Mi focalización histórica, en efecto, se alejó del asesino y de su identidad para examinar el ambiente cultural más amplio en el que surgió la figura del Destripador, en tanto que mito de la violencia masculina contra las mujeres. Los crímenes sexuales en serie fueron una novedad en la época y engendraron pánico moral y noticias sensacionalistas en los medios de comunicación. Todo esto pone en relación diversos factores que implican determinados imaginarios culturales del cuerpo femenino, cierta misoginia ambiente, ansiedad en torno a la autonomía de las mujeres o la tendencia a proyectar el problema de la violencia doméstica sobre el escenario de la calle (cuando el hogar siempre ha sido el espacio más peligroso para las mujeres). Es curioso que la historia sensacionalista del Destripador haya saltado al plano internacional y que haya servido para vincular toda una amplia cadena de canallas que han existido en otros muchos países. La figura del maníaco sexual parece haber sido un legado del período victoriano, un legado que no sólo aterroriza a las mujeres, sino que las moviliza a través de la acción colectiva en distintas coyunturas históricas.

Tu única obra traducida al castellano hasta ahora es La ciudad de las pasiones terribles. ¿Estás satisfecha con este libro?

Sí, y estoy muy contenta por el interés que ha despertado y por las diferentes lecturas que hicieron los lectores. Muchas veces la recepción implica una lectura «dinámica», lo que supone retrabajar mi texto, pero, en ocasiones, también me he encontrado con una desviación clara respecto a mis intenciones como autora. En La ciudad de las pasiones terribles traté de hablar a la vez del placer y del peligro, y me parece que actualmente la gente conecta con esta tensión dinámica. A menudo, no obstante, la gente lee las secciones iniciales y finales del libro, que tratan de los escándalos sexuales, y olvida la parte central del libro. En realidad, yo intentaba crear un retrato sincrónico de las discusiones sobre la sexualidad, el placer sexual, y el peligro sexual, pero no estoy muy segura de haber acertado a la hora de narrar esta historia sincrónica, tal y como deseaba hacerlo. Contar una historia que presenta múltiples espacios y múltiples situaciones que están operando simultáneamente supone un reto narrativo. No se produce un relato lineal que culmina en un cierre o en un cambio de época. Los historiadores han tenido múltiples intuiciones sobre los recientes desarrollos de la teoría social y cultural, pero, ¿han encontrado ya el tipo de estrategias narrativas adecuado para transmitir estas intuiciones?

Subrayas a menudo la dimensión cultural de tu trabajo, como si formara parte de esa tradición de estudios culturales que, tras Stuart Hall, han vivido una suerte de inflación y que, a menudo, resultan poco serios. Sin embargo, tu obra, más que historia cultural, es en realidad un trabajo de historia social. ¿Estás de acuerdo?

Entiendo a lo que te refieres. Me considero a la vez una historiadora social y cultural. Estoy interesada por los discursos y por el imaginario, pero, al mismo tiempo, trato de situar a la gente en las condiciones materiales en las que vive, que son las que conforman sus condiciones de posibilidad. Supongo que mi formación de historiadora social se refleja en ese aspecto de mi trabajo. Por lo demás, La ciudad de las pasiones terribles es, en cierto sentido, la prolongación de mi primer libro, en el que analizaba la regulación de la prostitución por parte del Estado y en el que me planteaba qué tipo de transformaciones sufrió la prostitución bajo un sistema de regulación estatal, y por qué surgió un movimiento feminista para combatirlo. Quería comprender qué tipos de recursos estaban culturalmente disponibles para entender la prostitución. Me parece que todavía sigo intentando responder a las preguntas que me planteé en mi primer libro. Además de las condiciones materiales y sociales que rodean la prostitución, intento estudiar las representaciones sociales del tema y cómo la gente asume y reinterpreta esas representaciones.

Imagino que tus libros deben haber abierto camino para otros investigadores, que tratarán de seguir de algún modo tus pasos, tu modo de hacer historia.

En Inglaterra, Louise Jackson ha escrito un libro sobre los victorianos y el abuso sexual de los niños en el que retoma algunas de las líneas que yo había emprendido. En Estados Unidos se han publicado muchas obras sobre el sistema británico imperial de regulación de la prostitución y, a ambos lados del Atlántico, los historiadores de la cultura urbana se están ocupando de mi libro. Seth Koven ha publicado recientemente un libro titulado Slumming sobre la erótica de la filantropía en el que se puede apreciar fuertes afinidades con mi trabajo en lo que se refiere al método histórico y a los asuntos que se abordan. Por lo demás, si bien acostumbro a suscitar mis propios temas de estudio y no suelo realizar trabajos para responder a ciertas demandas, lo cierto es que algunas de las cuestiones que me planteo constituyen retos políticos contemporáneos, de manera que, por ejemplo, mi trabajo sobre la prostitución ha atraído a activistas políticos comprometidos con las políticas de sexualidad, y he terminado trabajando con organizaciones que defienden los derechos de las prostitutas, con abogados radicales, con gente interesada en cambiar las leyes.

Cuando hablas de prostitución, te sirves de la categoría de clase social, un concepto que parecen haber olvidado numerosos análisis históricos en la actualidad.

De hecho, la clase continúa determinando qué mujeres realizan trabajos sexuales en el presente. En Estados Unidos la inmensa mayor parte de las mujeres que entran en este mundo son personas sin cualificación profesional, mujeres pobres, con frecuencia emigrantes, procedentes del mundo rural o de fuera del país. Pero también ha habido cambios en el rango de las trabajadores sexuales, particularmente entre las mujeres que trabajan en servicios de acompañamiento. He tenido en mis clases algunas alumnas que simultaneaban sus estudios con su trabajo como bailarinas de clubes y chicas de alterne. La entrada de las mujeres de clase media en estos espacios supone un cambio importante respecto al siglo XIX, a pesar de que aún representan un perfil claramente minoritario entre las trabajadores del sexo.

Cosmopolitanism and the Pleasure Economy: Soho and its Commercial Peripheries, 1890-1939 [en preparación]

La ciudad de las pasiones terribles, Madrid, Cátedra, 1995

Prostitution and Victorian Society: Women, Class and the State, Cambridge, Mass, Cambridge University Press, 1980