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La universalidad del carisma

Hans Küng
Edición Henar Lanza   /   Fotografía Minerva

Hans Küng (1928) estudió en la Universidad Gregoriana de Roma y en la Sorbona de París. Es doctor en Filosofía y en Teología y catedrático emérito de Teología Ecuménica por la Universidad de Tubinga. Autor de obras de referencia sobre teología católica y ecuménica e historia de las religiones, ha mostrado siempre gran interés en el diálogo interreligioso y las relaciones entre religión, ética, política y ciencia. En 1962, bajo el papado de Juan XXIII, participó como teólogo oficial en el Concilio Vaticano II y en 1979, bajo el pontificado de Juan Pablo II, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe le retiró su licencia para enseñar teología católica. Recogemos a continuación extractos de las declaraciones y lecturas que ha realizado en sus visitas al CBA en 2005 y 2009.

Hans Küng (1928) estudió en la Universidad Gregoriana de Roma y en la Sorbona de París. Es doctor en Filosofía y en Teología y catedrático emérito de Teología Ecuménica por la Universidad de Tubinga. Autor de obras de referencia sobre teología católica y ecuménica e historia de las religiones, ha mostrado siempre gran interés en el diálogo interreligioso y las relaciones entre religión, ética, política y ciencia. En 1962, bajo el papado de Juan XXIII, participó como teólogo oficial en el Concilio Vaticano II y en 1979, bajo el pontificado de Juan Pablo II, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe le retiró su licencia para enseñar teología católica. Recogemos a continuación extractos de las declaraciones y lecturas que ha realizado en sus visitas al CBA en 2005 y 2009.

Libre expresión

«Que el Consejo Episcopal de Cataluña me prohíba hablar en público en una iglesia es algo que a lo largo de estas cinco décadas de una muy interesante vida de teólogo no me había ocurrido todavía. Ni siquiera el Papa me prohibió en ninguna ocasión una iglesia. Esta rara fama puede disfrutarla el cardenal arzobispo de Barcelona. Pero qué sorprendente recaída en tiempos preconciliares. Y esto precisamente en España, que sufrió la dictadura y las prohibiciones de hablar en público. Pero también, qué síntoma más alarmante para la Iglesia católica que, cuarenta años después del Concilio Vaticano II, tiene que padecer de nuevo un sistema romano autoritario y, a veces, totalitario. Sin embargo, es harto ingenuo pensar que a través de medios autoritarios pueda reprimirse la crítica al rumbo actual de Roma, una crítica ampliamente extendida entre el clero y el pueblo de la Iglesia, así como entre algunos obispos. El cardenal no responde a los diez puntos de crítica muy concretos formulados por mí sobre el pontificado de Juan Pablo II, que han hallado una aprobación mundial. Se conforma con veredictos generales y cree poder alcanzar con ellos a un teólogo que, a pesar de las innumerables trabas, ha permanecido fiel a su iglesia en calidad de sacerdote con plenos poderes también para predicar y celebrar la eucaristía. En mi crítica no hay nada de irrespetuoso; precisamente por respeto al Papa critico su ministerio, también criticado por incontables católicos. En mi crítica todo es objetivo. Precisamente por objetividad, critico este ministerio, el cual, con todo lo positivo, le ha traído a la Iglesia muchas cosas negativas y, sobre todo, la hipoteca de muchos obispos conformes al sistema, pero incapaces. Mi ruego es que el señor cardenal tome una postura con respecto a mis diez tesis. Le invito a una discusión pública conmigo durante mi visita a Barcelona, aunque no sea en una de sus muchas iglesias, sí en la universidad donde daré mi conferencia, o donde él quiera. Quien lea mi autobiografía se dará cuenta de que estoy acostumbrado a este penar con jerarcas de miras estrechas y sus cortesanos. Esto no pudo conmover nunca mi fe católica y, por supuesto, no pienso doblegarme a mis setenta y cinco años. No cejaré en mi lucha por la libertad en la Iglesia. Sólo ahora veo la actualidad del título de mis memorias, Libertad conquistada, precisamente en la archidiócesis de Barcelona».

Tubinga, madrugada del 9 al 10 de noviembre de 2003

Libertad y verdad

«Libertad y verdad han sido y siguen siendo dos valores centrales de mi existencia intelectual. Siempre me he resistido a que, en las grandes confrontaciones con Roma, a mí se me atribuyera unilateralmente la parte de la libertad y a mis adversarios la de la verdad. En la segunda mitad de mi vida el acento se ha ido desplazando más y más de la libertad conquistada a la verdad controvertida. Nunca me he sentido parte de los beati possidentes, de aquellos que, llenos de felicidad y orgullo, creen estar en posesión de la verdad. Antes bien, me he sentido solidario con los buscadores de la verdad, que saben que precisamente los científicos, filósofos y teólogos deben y pueden esforzarse permanentemente, y al margen de modas y tendencias, por alcanzar la verdad, asumiendo todos los riesgos que a menudo lleva asociados la búsqueda de ésta».

«A partir de la comunidad humana de comunicación y argumentación, Jürgen Habermas intenta desarrollar normas que también tengan validez incondicional en una democracia, aboga por la conversación, la comprensión sin coacción, la decisión racional: el discurso libre de dominación. ¿Está la religión y, en especial, la Iglesia católico-romana abierta, también en cuestiones relativas a la verdad de la fe, al llamamiento de Habermas a la conversación interpersonal guiada por la razón, al discurso libre de dominación? Por desgracia, Habermas no planteó esta pregunta fundamental en su diálogo público con el cardenal Rat-zinger, jefe de la autoridad de la fe, en 2004, en la Academia Católica de Munich».

«En cuanto científico, siempre me ha interesado la verdad en sentido general, la adecuación de nuestro pensamiento con la realidad, con la cosa, una veracidad intelectual de carácter universal, la razonabilidad crítica. En cuanto teólogo, me ha interesado la verdad divina, la verdad de Dios, el único infalible, más aún, Dios como la verdad; a ella sólo podemos aproximarnos a tientas y nunca lograremos comprenderla plenamente. Y en cuanto fiel cristiano me ha interesado de manera concreta la verdad de Dios, cómo se reveló en Cristo Jesús, en su mensaje, en su conducta y su destino. Para los creyentes ‘Él es el camino, la verdad y la vida’ (Juan 14, 6)».

«‘Verdad’, en la Biblia hebrea emet y en el Nuevo Testamento alétheia, significa bastante más que frases verdaderas o correctas. En su sentido bíblico, verdad significa fidelidad, firmeza, fiabilidad. La fidelidad de Dios a su palabra y a sus promesas, tal y como de nuevo se ha hecho patente en Jesucristo. Por tanto, se trata también de la verdad de Jesucristo quien, en tanto verdad, es también el camino y la vida, lo cual quiere decir que se ha de vivir la verdad que él es de modo tal que este Jesús –su mensaje, su conducta, su destino, su espíritu– siga siendo, en la vida concreta del individuo y de la comunidad de fe, lo determinante para las relaciones tanto con las otras personas como con Dios mismo».

El concilio Vaticano II

«Frente al tradicionalismo de la fe y de la doctrina moral, aggiornamento.

Frente al centralismo romano autoritario, colegialidad del Papa con los obispos.

Frente a las campañas antimodernistas, apertura al mundo moderno.

Frente a la Inquisición y la negación de la libertad de conciencia y la libertad de enseñanza, diálogo en el seno de la Iglesia católica.

Frente a la arrogante proclamación de una única Iglesia verdadera, ecumenismo.

En suma, con las palabras del evangelio de Juan (8, 32): ‘La verdad os hará libres’».

La curia pontificia

«En su momento decliné una invitación de Pablo VI a hacer carrera en la curia. La razón principal fue que me resultaba imposible adaptarme a la línea oficial. No podía, por ejemplo, apoyar la posición sobre el celibato y muchas otras cuestiones. Trágicamente, Joseph Ratzinger, mi colega y amigo de tiempos de Tubinga, pensó que esa era la vía justa para él, pero para mí no lo era».

«En la década de los sesenta tomé la decisión de no comprometerme con el sistema jerárquico romano, en la forma en que sólo llegó a configurarse durante el segundo milenio, ni ponerme al servicio de una iglesia universal clerical-centralista; en caso contrario, me habría quedado limitado, en la práctica, al mundo eclesial. Más bien, precisamente en cuanto cristiano y teólogo católico inspirado por el Evangelio, deseaba ponerme al servicio del ser humano dentro y fuera de la Iglesia católica. Y las circunstancias –hominum confusione Dei providentia (a través de la confusión del ser humano y la providencia de Dios)– me liberaron para y me forzaron a ocuparme de manera intensiva de los cada vez más importantes temas de la sociedad mundial. Sin renunciar nunca a mi arraigo en la fe cristiana, la mía es una vida que ha transcurrido en círculos concéntricos: unidad de la Iglesia, paz entre las religiones, comunidad de las naciones».

El Papa Benedicto XVI

«Desde nuestra juventud Joseph Ratzinger y yo hemos seguido caminos paralelos y, sin embargo, muy distintos. Comenzando por nuestra época en común en el concilio Vaticano II y en la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Tubinga y el diferente significado que tuvieron para cada uno de nosotros la revuelta estudiantil de 1968 y otros acontecimientos políticos de la época. Pero también nuestra distinta actitud frente a las corrientes teológicas y eclesiales posteriores al Concilio, como por ejemplo la teología de la liberación. O mi gran confrontación con Roma por la encíclica de Pablo VI de 1968 Humanae vitae en torno al control de la natalidad y por la infalibidad del Papa y del episcopado».

«Tras cuatro años de un pontificado autocrático, apenas se puede constatar algún resultado práctico positivo de esta dirección de la Iglesia. En vez de ello encontramos: una relación distorsionada con las iglesias evangélicas, a las que el Papa Benedicto discute su condición de iglesias; un diálogo con los musulmanes que continúa lastrado por el discurso de Ratisbona, en el que vieron una ofensa; una relación con el judaísmo que ha ido claramente a peor; un trastorno de la relación de confianza con la propia comunidad eclesial».

La Iglesia y el futuro

«La Iglesia católica necesita, en primer lugar, un episcopado que no disimule los notorios problemas de la Iglesia, sino que los llame abiertamente por su nombre y los aborde enérgicamente en el ámbito diocesano. Sería demasiado simplista decir que en la curia romana sólo hay espíritu reaccionario. También hay en ella espíritu evangélico y mucha gente que piensa que esta política no es buena para la iglesia.

También se precisan teólogos que contribuyan activamente a elaborar una visión de futuro de nuestra Iglesia y que no teman decir y escribir la verdad. La tarea de los teólogos oficiales no es el pensamiento creativo, a menudo se limitan a ofrecer una explicación reiterativa de la posición oficial, un papel similar al de los intelectuales en el sistema soviético. Estos científicos no han hecho más que repetir la doctrina oficial, son servidores de la jerarquía y nadie espera de ellos ideas creativas.

En tercer lugar, hacen falta pastores que combatan las cargas, a veces excesivas, de su ministerio pastoral y que asuman con coraje su propia responsabilidad.

Por último necesitamos mujeres, sin cuya participación la actividad pastoral se vendría abajo en muchos lugares, mujeres que tomen conciencia de su valía y de sus posibilidades de ejercer influencia».

«La política actual de la Iglesia no contribuye a aumentar el número de católicos que participan en nuestras comunidades. Hay una política contra las mujeres, tanto en el caso de la píldora y el aborto como en las cuestiones del diaconado y la ordenación. Estoy convencido de que Jesús no estaría a favor de estas posiciones».

Teología racional

«La catolicidad en el tiempo y la catolicidad en el espacio son para mí esenciales. Yo no estoy en el límite de la iglesia, sino en el centro de esta comunidad. La mayoría de los fieles católicos del mundo me considera un teólogo católico convencido. Evidentemente, es legítimo preguntarse acerca de la interpretación más adecuada de dogmas eclesiásticos que tienen veinte siglos de antigüedad. Nuestra fe debe ser racional y no ciega. La historia sigue siendo, a pesar de todas las fuerzas sociales motrices determinantes de su curso, el drama de personas que en modo alguno actúan siempre de forma racional. Siempre he expuesto públicamente lo que pienso sobre el credo católico, por ejemplo en Credo, donde analizo el símbolo apostólico. Me parece que es posible interpretar de una manera crítica y constructiva la fe católica y que es lícito señalar abiertamente aquello que no forma parte de mis convicciones teológicas».

Cristianismo y heterodoxia

«No todos los fieles católicos comparten la posición oficial de la Iglesia, pero son aceptados como católicos. Si se excomulgara a todos los que no son absolutamente ortodoxos, probablemente sólo quedaría un diez o un quince por ciento. Recientemente he hecho una serie de películas para la televisión alemana sobre las siete grandes religiones y una de ellas está dedicada al cristianismo. En este film no aparece Roma, Constantinopla o Ginebra, sino San Salvador y los barrios marginales. En él honro a los jesuitas asesinados, muestro su tumba y hago la primera declaración de la película en la iglesia de monseñor Romero. De este modo, pretendía indicar que ser cristiano no es un azar de la jerarquía, sino que tiene que ver con la gente que sigue a Jesús. No siempre es fácil lanzar este mensaje cristiano en un sistema jerárquico. No obstante, a menudo recuerdo la intervención del cardenal Suenens en el Concilio Vaticano II sobre los carismas. Suenens afirmaba que todos los cristianos tienen carisma, esa es la doctrina de San Pablo tal y como la plantea, por ejemplo, en la Epístola I a los Corintios. Es decir, el Espíritu Santo no acompaña sólo a algunas personas que ocupan una posición jerárquica».

Verdad controvertida: memorias, Madrid, Trotta, 2009

Ética mundial en América Latina, Madrid, Trotta, 2008

Música y religión, Madrid, Trotta, 2008

El principio de todas las cosas: ciencia y religión, Madrid, Trotta, 2007

El Islam: historia, presente, futuro, Madrid, Trotta, 2007

En busca de nuestras huellas, Barcelona, Debate, 2004

Libertad conquistada: memorias, Madrid, Trotta, 2004

La Iglesia Católica, Barcelona, Mondadori, 2002

La mujer en el cristianismo, Madrid, Trotta, 2002

Una ética mundial para la economía y la política, México, FCE, 2000

El cristianismo: esencia e historia, Madrid, Trotta, 1997

Credo: el símbolo de los Apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo, Madrid, Trotta, 1994

El judaísmo, pasado, presente y futuro, Madrid, Trotta, 1993

Mantener la esperanza, Madrid, Trotta, 1992

Proyecto de una ética mundial, Madrid, Trotta, 1991

Teología para la posmodernidad, fundamentación ecuménica, Madrid, Alianza, 1989

¿Vida eterna?, Madrid, Cristiandad, 1983

El desafío cristiano, Madrid, Cristiandad, 1982

¿Existe Dios?, Madrid, Cristiandad, 1979

Ser cristiano, Madrid, Cristiandad, 1978

Libertad del cristiano, Barcelona, Herder, 1975

La Encarnación de Dios: introducción al pensamiento teológico de Hegel, Barcelona, Herder, 1974

La justificación, doctrina de Karl Barth y una interpretación católica, Barcelona, Estela, 1967

Para que el mundo crea, cartas a un joven, Barcelona, Herder, 1966

Estructuras de la Iglesia, Barcelona, Estela, 1965

El concilio y la unión de los cristianos, Santiago de Chile, Herder, 1962