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La voz en tierras bajas

Herta Müller
Traducción y edición Pedro Piedras   /   Imagen Keystone / Hulton Archive / Getty Images

La concesión en 2009 del Premio Nobel de Literatura a la novelista, poeta y ensayista Herta Müller, dio a conocer al gran público la obra de esta autora rumana. Casi diez años antes, Müller pronunció una conferencia en el CBA en el marco del ciclo «Escritoras de Fin de Siglo», dirigido por Mercedes Monmany. En esta intervención, que ahora recupera Minerva, Müller repasa algunos elementos esenciales de su escritura, como las duras condiciones de su país natal bajo el régimen de Ceaucescu o el grave deterioro que cualquier dictadura causa en las relaciones humanas.

EN EL PAÍS AMURALLADO

Me definiría como rumano-alemana, pues es así como se denominaba a la minoría alemana establecida en Rumanía. En realidad, eran muchas las minorías presentes en aquel país; además de alemanes, había húngaro-rumanos, serbio-rumanos... En todo caso, hace trece años que vivo en Alemania y, en la actualidad, me siento una autora alemana.

En Rumanía pasé una parte decisiva de mi biografía; allí se encuentran las experiencias y los recuerdos de mi vida cotidiana desde los dos hasta los treinta y dos años. Hasta esa edad, para mí, aquel mundo cerrado era algo natural pues no había estado en ningún otro lugar, dado que no me permitían viajar. No se trata de que me sintiera a gusto en ese mundo ni de que estuviera dispuesta a acostumbrarme a él o a aceptarlo sino que era la realidad que había. Nací en los años cincuenta, en la época del estalinismo profundo y, tras un breve período más relajado, en torno al año 68, todo desembocó de nuevo en el postestalinismo y en el tardosocialismo à la Ceaucescu. Para mí resultaba tan normal vivir en medio de los signos de la dictadura como para otros hacerlo en una sociedad libre; de ahí que me haya marchado de aquella tierra y que, en su momento, decidiese afrontar estas cuestiones y no las haya dejado hasta ahora. Siendo escritora, no me hubiera resultado normal otra cosa que escribir sobre esta problemática.

En la actualidad, la minoría en la que yo nací prácticamente ha desaparecido y la infraestructura que tuvo en otra época ya no existe. En realidad, es una historia bastante triste, son muy pocas las personas de esa minoría que siguen en Rumanía: mucha gente mayor que está sola, pues los jóvenes se han marchado al oeste. Hay aldeas en las que, por ejemplo, permanecen tres o cuatro habitantes y, cuando uno muere, quedan dos o tres para llevar su ataúd y, cuando sólo queda uno, ya no hay nadie más. Es decir, sólo restan situaciones fantasmales. La gente de esta minoría, tras la caída de Ceaucescu, se ha marchado masivamente de Rumanía. De hecho, esta emigración se viene dando ya desde los años sesenta. Desde hacía tiempo, existía entre Rumanía y Alemania un acuerdo de «reunificación de familias», mediante el que se permitía que vinieran a Alemania unas diez mil personas al año. Así es como empezó este fenómeno. Cuando las relaciones familiares se hallan desgastadas, aquéllos que están ya en Alemania arrastran a los otros tras de sí. En mi opinión, «reunificación de familias» es una expresión bonita pero, naturalmente, la mayor parte de la gente se va huyendo de las condiciones en las que vive y de la dictadura; no es que, de repente, a uno le entren ganas de ir a vivir donde un tío suyo. Un pueblo entero no se va a otro país si las circunstancias vitales no lo hacen necesario; tampoco si la gente está bien en su entorno y se siente así a diario. Éstas no son más que consecuencias de la dictadura; en realidad, lo mismo ha ocurrido con los cientos de miles de rumanos que se marcharon al exilio y hoy se hallan diseminados por Italia, Francia, Estados Unidos o Alemania.

ENTRE DOS LENGUAS

En casa, el alemán que yo hablaba era un dialecto con muchas diferencias con la lengua escrita. En el campo, en la aldea, se despreciaba bastante la lengua estándar, a la que se tachaba de «lengua de señores», es decir, de las clases altas y las ciudades. En la escuela, durante los primeros años de mi educación, tuve que aprender un vocabulario totalmente nuevo, el del alemán estándar. Luego llegué a la ciudad, con quince años, y allí la lengua era el rumano, que yo hablaba muy mal, puesto que había estudiado en una escuela alemana y en nuestra aldea apenas había rumanos. De hecho, sólo había dos: el policía y el médico. Una vez en la ciudad, tuve que aprender rumano en la vida cotidiana y por la calle, muy deprisa. El alemán era, en realidad, una lengua privada porque se hablaba con los amigos, con los conocidos y en familia, mientras que el rumano era la del país. Ahora bien, este asunto ha de ser considerado también en su contexto: las dictaduras abusan de las lenguas, no hay ninguna que no las estropee y las ridiculice ideológicamente. Esto pasaba tanto con respecto al rumano, lengua oficial de la ideología, como en los ámbitos donde el alemán se usó y se tradujo ideológicamente: en los periódicos, en el teatro, en la radio... Y es que coexistían, a su vez, dos lenguas diferentes. La primera de ellas servía para leer libros, para la literatura, y para conservar el sentimiento por la lengua real y saber reconocer la segunda, la ideológica como tal, y evitar así manejar de forma inconsciente la lengua manipulada ideológicamente.

En mi caso, tengo una relación muy fuerte con el rumano. Lo aprendí tan tarde que para mí quedó siempre como una lengua extranjera. Puede que la hable perfectamente, pero sigo manteniendo una permanente distancia respecto de las metáforas, de los giros, de las expresiones coloquiales y de las imágenes como quizás no se tiene con la lengua materna, que se habla de un modo más automático y muchas cosas se dan por evidentes. Todo es distinto cuando a una lengua se llega más tarde, de una vez, a través de la lectura, de los libros... Yo tuve la suerte de estar entre dos lenguas y creo haber sacado provecho de ambas. No me cabe duda de que es mucho lo que he sacado del rumano. Por ejemplo, el título de mi obra El hombre es un gran faisán en el mundo procede de una expresión coloquial rumana que yo he traducido palabra por palabra precisamente porque en alemán no existe ni tiene significado alguno. En alemán, el faisán es una representación simbólica del fanfarrón, del engreído, mientras que, en rumano, cuando se aplica metafóricamente a una persona, un faisán es un perdedor. Siempre he encontrado interesante cómo opera cada una de estas lenguas con las metáforas.

El rumano ve el faisán como un pájaro bastante grande que no puede volar y que vive en la tierra, entre los matorrales, donde le alcanzará la bala del cazador; por tanto, el hombre es un faisán cuando ya no tiene más oportunidades. El alemán, en cambio, toma el plumaje y el exterior del pájaro como metáfora. En ese sentido mi alemán es, desde el rumano, un alemán socializado. Cuando uno vive entre dos lenguas, por muy diferentes que éstas sean, hay sentimientos que se dan a la vez en ambas, sin que una y otra puedan separarse. Este fenómeno me parece especialmente frecuente en el marco vital de las minorías lingüísticas.

EL OFICIO DE ESCRIBIR

Desde el principio, escribir fue para mí una necesidad, un intento de encontrar un asidero interior, de oponerme un poco a un estado de cosas externo, aun cuando no fuese mucho lo que mis escritos fueran a afectar al Régimen. Tal vez haya escrito por razones totalmente egoístas, puede que tan sólo por el afán de no claudicar, de no fallarme o perderme a mí misma, y de alcanzar la certeza íntima de que ni mi pensamiento ni mi actitud interna aceptaban esa realidad. Después dejé el país y tuve tiempo suficiente como para volver a esa parte de mi biografía, a esa época que no se me va de la cabeza. Es más, aunque llevo trece años en Alemania rodeada de otras cosas, sigo sintiendo la necesidad de procesar aquella experiencia.

Lo cierto es que considero muy importante escribir sobre el fenómeno de la dictadura; creo que en realidad no me dedico a Rumanía, a un lugar geográfico, sino a un fenómeno, el de la dictadura, y a cómo se comporta un régimen represivo con respecto al individuo. Así, en mis obras exploro desde la diversidad de crímenes por convicción hasta las diferentes formas de oportunismo; trato de reflejar también a aquéllos que viven en silencio, en soledad, y a los que muestran su rechazo; manejo una amplia paleta de distintos personajes, estructuras y tipos personales, y hablo de cómo se comportan entre sí y qué pasa con esas personas aisladas a diario. Hasta el día de hoy no he conseguido desprenderme de ese tema.

En la actualidad, suele hablarse de una «quinta literatura alemana»: por un lado tenemos la literatura de la Alemania occidental, por otro la de Alemania oriental, la de Austria y la de Suiza, que son acotamientos geográficos. Para definirnos a nosotros, los escritores surgidos en países en los que los germanoparlantes son minoría, se utiliza este término de «quinta literatura alemana». En todo caso, como he dicho, procedo de una minoría alemana que ya no existe y, de hecho, casi todos los amigos literatos de mi época en Rumanía están, en estos momentos, en Alemania.

Lo cierto es que, en proporción, hay bastantes autores germanoparlantes procedentes de esta región y al menos una docena de ellos han conseguido cierta fama en Alemania. Der geköpfte Hahn [El gallo decapitado] de Eginald Schlattner, por ejemplo, trata de Siebenbürgen, otra región de Rumanía donde se hallaba establecida una minoría alemana dividida, a su vez, en dos minorías: una evangélica y otra católica. Yo misma procedo de esa parte católica. La minoría alemana católica lleva setecientos años en Siebenbürgen, mientras que la evangélica se encuentra allí desde hace trescientos. Una y otra se asentaron, por tanto, de forma diferente y hubieron de sufrir rigores históricos completamente distintos, en la medida en que estas minorías no tienen nada que ver entre sí. Antaño hubo entre ambas grandes rivalidades, que surgen siempre de las mentes estrechas. En mi generación, en cambio, habría resultado ridículo. De todas formas, la región de la que yo procedo, el Banato, es agraria y su población es ante todo campesina, mientras que Siebenbürgen está formada por montañas y mesetas y entre sus gentes abundan los artesanos e intelectuales. De ese modo, unos tenían la fama de ser unos zánganos que no habían trabajado nunca y los otros de ser tontos. Las diferencias entre ellos han sido cada vez más ásperas y en todo momento han abundado los reproches mutuos. En todo caso, la problemática que plantea el autor de Der geköpfte Hahn se corresponde casi con la generación anterior a la mía, por lo que no sé si tenemos algo en común. Él vivió el nacionalsocialismo en su juventud. Creo que estuvo en el ejército pero luego vinieron los años cincuenta, en los que hubo enredos y cárcel y repartos de culpa; todo aquello tuvo lugar casi veinte años antes de que yo naciera.

Volviendo a lo que señalaba, he de decir que no considero que definiciones como la de «quinta literatura alemana» sean demasiado importantes porque, para mí, la literatura no pretende trasladar un mensaje geográfico sino llegar al cogollo de nuestra existencia, a la individualidad. Afortunadamente, nunca he considerado que deba definirme a mí misma o encuadrarme en ningún lugar.

ÓPERA PRIMA Y EXILIO

Creo que las opiniones que suscitó la publicación de mi primera obra, En tierras bajas, se dividieron en dos posiciones. La primera fue de un odio fuerte, con campañas de difamación orquestadas por un público no literario, perteneciente a las asociaciones territoriales de mi propia minoría, las famosas asociaciones de desplazados de Alemania, que se movilizaron contra mí en la prensa. Según ellos, yo había cuestionado su mundo sagrado, su concepto de patria, su idea de germanidad.

En cambio, la crítica literaria reaccionó ante este primer libro de un modo positivo. Aunque más adelante las opiniones iban a estar más divididas, en este caso concreto se tuvo la impresión de haber descubierto una nueva provincia, una región donde se creaba una literatura alemana de la que aún no se tenía noticia. Naturalmente, se conocía a Paul Celan, al que admiro, pero lo cierto es que Celan no pertenecía a esta minoría, sino a otra: la de los judíos de la Bucovina. En cambio, yo procedo de un lugar que durante el nacionalsocialismo tomó parte en el exterminio de los judíos. Mi padre estuvo en las SS y esto es algo que tengo que decir. Cuando he leído a Celan, desde el principio, también he tenido presente que yo nací en la parte que quería su muerte, y no puedo cambiar eso: nací en 1953. Sin embargo, siempre he dado vueltas a que si mi padre hubiera recibido la orden, habría tomado parte en el exterminio de Celan o en el de sus padres. Considero que he de decir esto una y otra vez porque hacerlo es honesto y porque creo que además es conveniente. A Celan jamás pude leerlo sólo como el creador de una literatura brillante. Su tema fundamental es el Holocausto y, en cierto modo, en su poesía o en sus breves textos en prosa, una y otra vez, me he visto abocada a leer de forma paralela la biografía de mi padre. Y me ha horrorizado.

Cuando marché a la ciudad desde mi aldea, pequeña y encerrada en sí misma, empecé a leer, entre otras cosas, también sobre el nacionalsocialismo, tal vez a causa de esa biografía de mi padre y de la gente de su generación, y ya no pude encontrar nunca más un camino de retorno. Eso es lo que pasa: uno sale de un mundo rural de aldeas y ya no vuelve tal y como había salido. Algo parecido ocurre con el exilio, aunque a diferente escala.

Desde mi marcha de Rumanía en el año 1987 hasta la caída de Ceaucescu, a finales de 1989, estuve fuera del país. Después, volví de visita al menos seis o siete veces, por cortos períodos de tiempo, pero desde hace seis años no he regresado. Las últimas veces, cuando llegaba a la ciudad, experimentaba de nuevo, una y otra vez, las vejaciones de los servicios secretos. Habían cambiado de nombre pero seguían con el mismo personal, tal y como suele ocurrir a menudo tras las dictaduras. En todo caso, ya no tenía miedo. No sabía si esta gente tenía instrucciones, si había una misión oficial o si quizás ejecutaban una bonita tarea por su cuenta y riesgo, que les llevaba, por razones netamente privadas, a querer decirme: «todavía existimos». Muchos amigos que están en el país me han asegurado a su vez que esos servicios secretos estaban de nuevo en casi todos los ámbitos de la sociedad. Desaparecieron por un tiempo, quizá tres meses, y aunque oficialmente estaban disueltos, después los han reintroducido. Ésa fue la razón para que yo entonces dijera: «¡es suficiente!», «¡no puedo más!».

Naturalmente, mi marcha no es definitiva. Muy a menudo, tengo nostalgia de aquella tierra; echo de menos el verano, echo de menos a los amigos, echo de menos el paisaje... No en vano, he pasado allí la mitad de mi vida. Además, ¿por qué no voy a tener nostalgia? No es malo. Ahora parece que la situación política está cambiando algo, aunque tengo muchas dudas al respecto.

ALEMANIA EN PAPEL

A Alemania me he dedicado –incluso diría que con bastante frecuencia– en textos ensayísticos. Hasta ahora sólo tengo una obra literaria, mi Reisende auf einem Bein [Viajero con una sola pierna], en la que se describe la llegada a Alemania de una mujer desde un país cuyo nombre nunca se cita. En ella, se relata la extrañeza que le asalta de repente a una persona de treinta años que se siente ajena a casi todo lo que se encuentra en el país al que acaba de arribar. No es capaz ni siquiera de manejar un dispensador de tickets ni entiende la lengua de los funcionarios o la lengua oficial del país; tampoco la publicidad ni los grandes carteles, ni los colores. En mi caso, estos colores me provocaron dolor de ojos durante meses, porque sólo estaba acostumbrada a los matices del gris. No obstante, cuando todo es nuevo, uno lo tolera todo. Yo no podía pasar al lado de una publicidad sin leer lo que ponía en ella y pensar: «¿Qué quieren ahora?» «¿Cómo piensan eso?» Luego no compraba, es decir, el efecto final no se conseguía, pero en ocasiones estaba esperando al metro y se me iba porque me quedaba pegada al anuncio. Detalles como éstos son los que aparecen en el libro, donde hay una persona que se halla frente a cosas que le son desconocidas, casi siempre banales, como los fotomatones, por ejemplo. La protagonista, Irene, pensaba que dentro del fotomatón había un hombre, por lo que estas historias tienen, en cierto modo, algo de infantil. Pero el recién llegado se encuentra en situaciones así durante mucho tiempo, hasta que poco a poco se va adaptando. La disparidad tecnológica es tan inmensa entre un país totalmente pobre, agrario y en ruinas, y un país europeo occidental, que, pese a los matices, tales situaciones han sido de lo más comunes y además nos han pasado a todos. Cosas como éstas son las que traté de describir en mi obra.

En realidad, ése fue mi primer libro en Alemania y la verdad es que tenía la idea de ir cada vez más hacia el interior de esta sociedad en la que ahora estaba. No obstante, no iba a ser así. En el libro siguiente, de nuevo volví al tema de la dictadura. Sentía que aún no había dicho mi última palabra sobre el asunto, ¡tengo en mi cabeza aún tantas cuestiones sin resolver! No se trata ya de que pueda de hecho resolverlas sino de que puedo experimentarlas a través de la literatura. En cierto modo, se trata también de una forma de misión interior. Algunos de mis amigos están muertos, fueron asesinados. A veces tengo la impresión de que tengo mi parte de culpa en ello y no puedo dejar de lado mis sensaciones. Tampoco puedo cambiarme a mí misma, encerrarme en una torre de cristal y decir: «ahora soy alemana y todo lo demás ya no tiene que ver conmigo». Eso no funciona: cuanto más pasa el tiempo, más consciente soy de que, por desgracia, aún me queda mucho por decir sobre este tema.

PANORAMA, INFLUENCIAS, LECTURAS

En Rumanía, después de la caída de Ceaucescu, había mucho que hacer, mucho por recuperar. Los clásicos más conocidos como Ionesco o Cioran eran autores que durante décadas habían estado prohibidos, no existía ninguna obra suya en el mercado y tampoco se había escrito ningún libro de análisis político-social como los que evidentemente sí se publicaban en Europa occidental –por ejemplo, sobre la cuestión de las dictaduras– y que lentamente hemos podido ir viendo impresos. Durante muchísimo tiempo simplemente no se editaba nada; muchos autores no tenían ninguna posibilidad de publicar y se solía aducir que era por falta de papel. Se trataba de la típica excusa para avalar las prohibiciones y me llama mucho la atención que estén volviendo a surgir ahora en Rusia, y que también se vuelva a dar el mismo argumento. Hay que tener en cuenta, a su vez, que muchos de estos autores, después de la caída de Ceaucescu, vieron publicadas obras suyas, pero se trataba –digamos– de una publicación a medias porque la censura las había esquilmado muchísimo y, por tanto, apenas se parecían al manuscrito original.

En esta nueva etapa han surgido muchas publicaciones, revistas, periódicos, editoriales... Ahora bien, en Europa oriental, lo mismo que en Europa occidental, buena parte de las editoriales desaparecen por problemas financieros. En estos momentos, hay una serie de editoriales bastante importantes que están intentando publicar libros que han quedado olvidados. Otras se dedican a publicar poesía y supongo que sobrevivirán. En todo caso, en general, la situación de los autores no es buena. Las editoriales no se pueden comparar con las de Europa occidental en lo que se refiere al trato a los autores. Normalmente, éstos no tienen un contrato en la mano y no reciben demasiado dinero por muchos libros que vendan.

En lo que respecta a mis preferencias literarias, tengo en gran consideración a autores como Aleksandar Tima, Imre Kértesz o Jorge Semprún. A éste último lo admiro enormemente, en particular por su integridad como persona; me interesó mucho su biografía, tan llena de escollos, que me llevó a leer todos sus libros, que considero fascinantes tanto desde el punto de vista literario como documental.

Es cierto que los datos biográficos de Semprún y de Kértesz, ambos supervivientes de los campos de concentración, resultan comunes pese a sus diferencias: Semprún era comunista, de los auténticos, y fue sacudido fríamente en su propio partido mediante los métodos estalinistas. Algo de eso puede leerse también en los libros de Kértesz, cuando sobrevive a Buchenwald y vuelve a Hungría durante el estalinismo. Era una persona completamente destrozada que, de nuevo, había caído en un tiempo peligroso, donde otra vez podía ocurrir que la gente fuera arrestada y desapareciera, y en un lugar en el que se practicaban los métodos más represivos. Ambos autores han analizado estos dos sistemas en sus libros. Kértesz pone el acento, por ejemplo, en una circunstancia espantosa: muchos de los supervivientes se suicidaron años después, como Primo Levi o Celan, ya que con el tiempo no pudieron soportar lo vivido. Kértesz afirma: «Mi suerte fue que caí en otro sistema represivo y que, de nuevo, tuve que protegerme y no tenía tiempo para darle vueltas a lo que había pasado en la etapa anterior. De algún modo, me convertí en alguien distinto». Esta constatación me resultaba estremecedora pero, a su vez, sumamente cercana. Me gustan, por supuesto, otros autores que no pueden asociarse de un modo tan directo con esta problemática, pero siempre me siento conmovida por esta gente que ha de respirar bajo el riesgo constante de perder su propia vida.

Los libros tienen esa tarea tan importante de abrirnos los ojos y, en este sentido, quiero mencionar que a mí me han abierto los ojos muchísimos libros en la Rumanía de aquel entonces, la de la dictadura. Quiero mencionar expresamente, por ejemplo, a García Márquez con El otoño del patriarca o Cien años de soledad, que daban justo en la diana de la existencia aunque no estuvieran escritos para el contexto en el que yo estaba viviendo.

En los libros, como en otros ámbitos, también se busca un asidero que nos de seguridad. Uno quiere entender cómo ocurren estas cosas, por qué ocurren y cómo aguantar sin traicionarse a uno mismo. Ésa ha sido siempre la gran cuestión para la que la literatura de Semprún o la de Kértesz (podría también nombrar a Arthur Goldschmidt o a Primo Levi) tampoco ha encontrado una respuesta. No se puede responder. Sin embargo, esa literatura me resultaba tan clara y tan veraz que sus autores se convirtieron para mí en referentes ejemplares. Aunque suene infantil, mi pasión por ellos iba tan lejos que pensaba: «Siempre habré de vivir de forma que sea digna de estos libros».

Todo lo que tengo lo llevo conmigo, Madrid, Siruela, 2010

Los pálidos señores con las tazas de moca, Málaga, EDA Libros, 2010

El guarda saca su peine; en el moño mora una señora, Ourense, Ediciones Linteo, 2010

En tierras bajas, Madrid, Siruela, 2009

La piel de zorro, Madrid, Siruela, 2009

El hombre es un gran faisán en el mundo, Madrid, Siruela, 2009

La bestia del corazón, Barcelona, Mondadori, 1997

ENCUENTRO CON HERTA MÜLLER


CICLO ESCRITORAS DE FIN DE SIGLO
21.05.00

COORDINA MERCEDES MONMANY
PARTICIPAN HERTA MÜLLER • LUIS PULIDO • ISABEL HERNÁNDEZ
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