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Fragmento de un libro inédito

José Manuel Caballero Bonald

De madre francesa y padre cubano, José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) es autor de, entre otros, los poemarios Las adivinaciones, Diario de Argónida, Manual de infractores y La noche no tiene paredes, y de las novelas Dos días de septiembre, Ágata ojo de gato, Toda la noche oyeron pasar pájaros, En la casa del padre y Campo de Agramante.

[...]
feliz aquel que llega ya de noche al yacimiento de las alegorías
y encuentra un remanente del secreto un rastro ni siquiera entendible
de algo no desvelado no documentado nunca antes
un fulgurante injerto textual la prodigiosa irradiación de la contrapalabra
esa que ocupa la general agencia de los abecedarios las nomenclaturas
y va desalojando de su órbita las innecesidades de la vida

¿eres acaso el mismo que creyó en las potestades de esa contrapalabra
esa pura acepción de las sucintas contradicciones en los términos
la equidistancia terminal entre lo consumado y lo inconcluso
entre lo no pensado y lo que el pensamiento no alcanza a descifrar?

y dónde estaba yo mientras las músicas terribles trastocaban
los estatutos de la noche absorbían la sed la soledad el desconsuelo
abriendo de repente un hueco paredaño con los negros calambres sensoriales
la desmesura del silencio de no se sabe qué voraces indómitas querencias
mientras un desamor a fuego lento iba cubriendo propiamente de arañazos
los anhelantes belicosos cuerpos que en el voluble sur yacían
justo allí donde su oscuridad su luz son bellezas iguales
ya cuando ciertos abominables fámulos impedían los trabajos de la veracidad
y los abanderados de los gritos se iban descomponiendo como enjambres
por ese descampado en que la vida le disputa sus bazas a la muerte

¡ah oscuridad mi luz! no desalojes nunca de tu hermético asilo
ese abrupto deseo de conocer lo no testimoniado sino en falso
lo que un día llegará a convertirse en claridad sin derogar la sombra
lo que en lo negro prevalecerá como la quintaesencia de la iluminación
hasta que al fin puedan ser abolidas todas las locuciones preexistentes
y el execrable cónsul de la credulidad ingrese en esa negligencia
donde ya hasta el silencio se conjura contra el negro fulgor de las palabras
[...]