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Claudio Abbado

Inteligencia y sencillez

Juan Ángel Vela del Campo
Imagen Festival de verano de Lucerna

Claudio Abbado es uno de los directores de orquesta más importantes del último medio siglo. Fue director musical del Teatro de La Scala de Milán durante dos décadas. Posteriormente estuvo a cargo de la Ópera Estatal de Viena y en 1989 sucedió a Herbert Von Karajan como director principal de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Tras sobreponerse a una grave enfermedad, en 2003 fundó la Orquesta del Festival de Lucerna. Abbado es, además, muy conocido por su compromiso social y su labor de difusión de la música culta. En 2010 recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes.

Las primeras palabras del director de orquesta italiano Claudio Abbado al recibir, de manos del Presidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Juan Miguel Hernández León, la Medalla de Oro de la institución fueron tan precisas como entrañables. «Es un gran honor y un placer, porque estoy muy ligado a España», dijo el gran músico. «Como muchos saben, mi apellido viene de Abad, y por eso suelo decir que mis orígenes están ligados al sur de España. Los Abad participaron en la construcción de los jardines del Alcázar de Sevilla y posteriormente se trasladaron a Italia, donde levantaron un castillo. Vengo siempre con mucho placer a España, y es también un placer estar aquí con tan buenos amigos. Agradezco mucho las amables palabras de presentación con las que me han obsequiado. Les pido solamente, por favor, que no me llamen maestro. Para todos soy siempre Claudio». No es frecuente encontrar en el mundo del arte una persona tan sencilla como Claudio Abbado (Milán, 1933). En homenaje a esa sencillez, el Círculo de Bellas Artes propuso un acto de homenaje atípico en la entrega de su galardón más estimado. Los protagonistas del acto fueron los músicos españoles que iban a tocar con la Orquesta del Festival de Lucerna en el Auditorio de Madrid la Novena sinfonía de Mahler un par de días después. Julia Gállego, Lucas Macías, Josep Puchades o José Vicente Castelló glosaron en una entrañable mesa redonda lo que más les impacta de la manera de ser y de dirigir de Abbado, los secretos de una manera de sentir la música y de estar en el mundo. El propio Abbado se sentó con ellos en el escenario –algo que no estaba previsto– y, entre sonrisa y sonrisa, también deslizó algún comentario revelador. Como fin de fiesta, Macías, Castelló y Ángel Cabrera interpretaron el primer movimiento del trío para oboe, trompa y piano de Carl Reinecke, una obra de 1886, que sonó a gloria bendita en la atmósfera musical que se había creado.

Claudio Abbado dirige la Orquesta del Festival de Lucerna desde 2003. Anteriormente había tenido a su cargo la mítica Filarmónica de Berlín y el asociado Festival de Pascua de Salzburgo durante una década, y previamente a llegar allí pasó con cargos de máxima responsabilidad por la Ópera de Viena, el Teatro de La Scala de Milán o la Sinfónica de Londres. Cuando tenía siete años, como él mismo ha manifestado, ya pensaba hacer música para transmitir a todo el mundo la magia especial que sentía con el universo de los sonidos. Con Luigi Nono, Maurizio Pollini, Paolo Grassi, Giorgio Strehler y otros, participó durante varios años en la región de Emilia Romagna en la experiencia Musica Realtá, uno de los escasos proyectos de la izquierda en relación con la música, consistente, a grandes rasgos, en llevar el arte de los sonidos a los lugares de trabajo como un catalizador del avance social y del progreso bien entendido. Su compromiso social se ha mantenido sin altibajos con la creación de orquestas para jóvenes como la Gustav Mahler o el apoyo incondicional al Sistema de Orquestas infantiles y juveniles propiciado por José Antonio Abreu en Venezuela. En su país natal ha impulsado festivales como los dedicados a Gesualdo en Potenza, en pleno corazón de la Basilicata, o más recientemente a Pergolesi en Jesi, en la región de Le Marche. Asimismo se ha comprometido en la creación de orquestas como la Mozart de Bolonia.

Con el desembarco en la Filarmónica de Berlín parecía haber alcanzado el tope más alto en la carrera de un director de orquesta. «Bueno, la Filarmónica de Berlín es un símbolo, una de las señas de identidad de la cultura alemana», afirmó en una entrevista a El País Semanal en 1996. «Le daré cuatro razones para tratar de explicar su buena forma. Una: es una orquesta con enorme tradición, con un amor visceral por la música. Dos: sus instrumentistas hacen música de cámara durante todo el año. Tres: tienen un enorme entusiasmo por ir contra la rutina. Y cuatro: la orquesta está en un proceso de rejuvenecimiento constante, con lo beneficioso que es eso para la vitalidad de un colectivo». La orquesta berlinesa siempre ha tenido una especial habilidad para escoger a sus directores. Con Furtwängler daba prioridad a la dimensión filosófica de la música, con Karajan a los valores más económicos y de mercado, con Abbado a los factores más dialogantes. Los tiempos cambian, las orquestas punteras se ajustan a las nuevas exigencias. Un cáncer de estómago se cruzó en el camino de Abbado. Fue estremecedora su interpretación del Réquiem de Verdi en la Filarmonía de Berlín en 2001, en el centenario de la muerte del compositor, e iluminadora la elección de Parsifal, de Wagner, para despedirse del Festival de Pascua de Salzburgo, un festival donde había cautivado en ediciones anteriores con sus versiones de Boris Godunov, Otello, Simon Boccanegra, Elektra, Falstaff o Tristan e Isolda, entre otras óperas.

A alguien que además de músico era un estandarte de los valores solidarios, los compañeros de profesión no le podían dejar solo. Y así nació la Orquesta del Festival de Lucerna, bajo el impulso de su inquieto director artístico, Michael Haefliger, con el apoyo incondicional de solistas de primera fila y con una selección de los primeros atriles de las mejores orquestas del mundo. Todo ello, claro, con la base de una orquesta joven, la Mahler Chamber, pues no en vano Abbado siempre ha sido un defensor a ultranza de la convivencia generacional de juventud y experiencia en las orquestas. Los músicos veteranos tenían sus obligaciones durante el resto del año pero el verano era una época idónea para hacer música al lado de su admirado amigo Claudio. Sabine Meyer, Alois Posch, Kolja Blacher, Natalia Gutman, el cuarteto Alban Berg o el Hagen, entre otros muchos, se sumaron a la aventura con ilusión de adolescentes. «La música orquestal debería aspirar a tener el espíritu profundo de la música de cámara», reflexionó Abbado en 2004, en una de las raras entrevistas que concedió en aquellos años. «Con una mayor amplitud de colores y sonidos, desde luego, pero con la nitidez y la actitud de amigos que se reúnen en torno a la música que experimentan los instrumentistas de un cuarteto». Y añadió: «Vivo como un asceta, comiendo poquísimo, pero tengo la enorme satisfacción de tener más tiempo para pensar, para estudiar, para estar en contacto con la naturaleza. He tenido además la felicidad de sentir un movimiento de amistad, de solidaridad de muchos músicos, con la creación de la Orquesta del Festival de Lucerna. Sí, la vida la veo muy distinta, pero la gran fortuna es, muy por encima de todo, que pueda seguir viviendo».

Con la Segunda sinfonía, la conocida como Resurrección, comenzó un ciclo Mahler en Lucerna, del que hasta el momento se han interpretado las siete primeras sinfonías y la Novena, esta última también en Madrid, en el contexto de la gira anual que la orquesta hace cada año a una ciudad desde 2005. Ese año fue Roma la afortunada y después vinieron Tokio, Nueva York, Viena y Pekín, antes de visitar en el otoño de 2010 Madrid y París, siempre con Mahler. Abbado también dirige a otros autores en Lucerna, pero Mahler es la referencia, el símbolo de la reconstrucción de un paisaje ético y estético. El próximo verano alternará en la ciudad suiza el adagio de la Décima sinfonía de Mahler con la Quinta de Bruckner. «En Lucerna me siento a estas alturas de la vida como en mi propia casa. Tiene el público más respetuoso y entendido de los que conozco. Me siento comprendido y querido por todo lo que hago», manifestó en una entrevista en 2010.

La música le alimenta, pero sus ideales no desfallecen y así apoya hasta el límite todas las causas sociales que se le ponen a mano. Con especial persistencia, el Sistema Venezolano de Orquestas, que a él le gustaría extender de alguna manera a Italia. «Desde mi modesta posición estoy tratando de implantar el modelo en Italia a través de las organizaciones políticas regionales. Hay buenas perspectivas en el Lazio, Bari, Sicilia o Turín, además de conversaciones avanzadas en otros lugares», dijo el pasado año.

Claudio Abbado cautivó en el Teatro Fernando de Rojas del Círculo ante un público extasiado, entre el que se encontraba el alcalde Alberto Ruiz Gallardón. La cita fue a las cinco de la tarde, como las taurinas de otros tiempos. «Lo que cuenta en una orquesta es la pasión y la manera de tocar. Da mucho placer contemplar cómo crece la cultura musical, como ha sucedido aquí en España». Fueron las últimas palabras de Claudio Abbado en el Círculo de Bellas Artes. La ovación fue atronadora, interminable, infinita.

MEDALLA DE ORO DEL CBA A CLAUDIO ABBADO


14.10.10

PARTICIPANTES CLAUDIO ABBADO • JUAN MIGUEL HERNÁNDEZ LEÓN • JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO • LUCAS MACÍAS • JOSÉ VICENTE CASTELLÓ • ANA PUIG • JOSEP PUCHADES • JULIA GÁLLEGO • FRANCISCO VAROCH
ORGANIZA CBA