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Un bigote para dos: vigencia de un humor

Aguilar y Cabrerizo
Cartel de la película Un bigote para dos, de Tono y Mihura, 1940

Aguilar y Cabrerizo son autores de la reconstrucción de la película Un bigote para dos de Tono y Miguel Mihura, así como del libro Un bigote para dos, el eslabón perdido de la comedia cinematográfica española (Bandaàparte editores, 2015). 

Cuántas veces no habremos defendido, con afán de polemizar y alumbrados por el morapio, que la ciencia más apta para la comprensión del humor es la Física. Al fin y al cabo, la forma más pura del humor visual –el slapstick, o sea, la comedia de tartazo, tortazo y batacazo– se rige por las leyes inalterables de la energía cinética y la fuerza centrífuga. Defendía Henri Bergson el carácter puramente mecánico de los dispositivos que ponen en marcha la risa y a ello se atuvieron con admirable precisión Buster Keaton y los Keystone Kops de Mack Sennett.

En apariencia, nada más alejado de ellos que el humor puramente verbal practicado por Tono y Mihura en Ni pobre ni rico… sino todo lo contrario, comedia escrita a cuatro manos en el San Sebastián de los últimos días de la Guerra Civil, mientras hacían las maletas para regresar a Madrid. Echaban entonces el cierre a una revista de humor para la soldadesca llamada La Ametralladora, que habían ido transformando desde un apunte gráfico de brocha, más que gorda, obesa, en terreno lindante con el humor deshumanizado heredado de las vanguardias históricas. La metamorfosis se materializará definitivamente un par de años después en la fundación de la revista más audaz para el lector más inteligente, léase La Codorniz. Todo estaba ya en Ni pobre ni rico: inventores de ingenios colosales que sirven para pelar una única patata, muchachas irresolutas que no se deciden a casarse ni con un pobretón ni con un ricachón, tías que confunden una máquina de escribir con un piano en miniatura… tal es el universo en el que Tono y Mihura se desenvuelven como peces en un acuario. Humor inverosímil, humor absurdo, humor excéntrico, humor blanco, humor marxiano. Y, sin embargo…

Tras su apariencia insustancial el humor de Tono y Mihura apunta directamente contra el sentido común, esa especie de corsé de las ideas con el que se pertrechan los bienpensantes. La consecuencia inmediata de tal encasillamiento es la utilización de un lenguaje tan esclerotizado como los lugares comunes que sirve para expresar. Contra ello se rebelan Tono y Mihura cuando acometen el doblaje dislocado de una viñeta cinematográfica de la vida sentimental de Johann Strauss hijo, perpetrada apenas cinco años antes en la Austria pre-Anschluss. Unsterbliche Melodien (Heinz Paul, 1935), estrenada de tapadillo durante la contienda civil bajo el título Melodías inmortales, se convierte de este modo en Un bigote para dos, «una película estúpida de Tono y Mihura» según reza su frase de lance, una cinta que utilizando las imágenes originales como plantilla, diez años después de la invención del doblaje y pocos meses antes de que este se convirtiera en obligatorio por imposición de la censura franquista, se transforma con el nuevo texto «tonomihuresco», en una película con vida propia donde nada es lo que había sido. El compositor vienés ya no es Johann Strauss sino Enriqueto, un tipo con todo el bigote, hombre demediado si no tiene una batuta en la mano, empeñado en colocar a la muchacha casquivana que le trae a mal traer como empleada de los lavabos del Teatro de Viena y ajeno a la pasión sincera que por él siente una cantante honrada. Cosa por otra parte comprensible, dado que esta tiene voz de sereno aficionado al Machaquito, elemento que impide la culminación del amor. A partir de aquí, la escalada de despropósitos no conoce límite. Los ramos de flores ya no son ramos de flores, son patatas fritas. Las madres son más jóvenes que las hijas. Las zardas y los valses se convierten en chotis y pasodobles. Los feriantes piden a las señoritas que entren bajo la carpa para que las vean los fenómenos. El programa de mano de la ópera, que leen unos señores muy serios, se ha convertido en el Marca. A todo ello nos ha preparado, desde el principio, el único personaje que no aparecía en la cinta original, Leonor Feliú, voz de la conciencia de Enriqueto, con la omnisciencia de quien ya se sabe el argumento porque ha visto la película en la moviola unas cuantas veces, para elaborar el guion de doblaje, y va anunciando a su protegido que no se esconda saliéndose de plano porque, total, lo vamos a ver reflejado en un espejo pocos segundos después. El lenguaje se convierte así en tarta volandera y la colisión de la palabra con la imagen en movimiento que le sirve de soporte, produce trastazos tan morrocotudos como los que se pegaba aquel poli de la Keystone que salía volando del coche patrulla en cada curva.

La última proyección de Un bigote para dos se produce en 1949. Luego, su rastro se pierde, aunque no es difícil suponer que las diez copias de la película que tiró su productora, Cifesa, ardieron en los sucesivos incendios que asolaron los laboratorios madrileños y acabaron con la mayor parte del patrimonio fílmico español. La desaparición de la cinta creó un agujero negro sin el cual se hace complejo reconstruir la historia de la comedia cinematográfica española, y de la labor de los dos «codornicistas» fundamentales, sus realizadores. Siete décadas después, Un bigote para dos sigue siendo un eslabón perdido y parece que definitivamente, pero de forma aproximada, vuelve a ver la luz. Nuestra labor ha sido la de localizar la cinta austriaca original y el guion que presentaron a censura Tono y Mihura que, por cierto, pasó el trámite más limpio que una patena, pese a su glorificación del uxoricidio o sus alusiones al bestialismo. Todo parece indicar que nunca conseguiremos ver Un bigote para dos tal y como llegó a las pantallas en su día, pero sí esta reconstrucción que sobre la imagen original superpone, a modo de subtítulo, un guion repleto de ingenio y disparate. Y sí, la conclusión era la que esperábamos: tres cuartos de siglo después de su estreno, Un bigote para dos se mantiene tan fresca como el primer día. Su humor subversivo sigue haciendo blanco en el mismo objetivo: la iniquidad moral, la hipocresía y el «cejijuntismo».