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Contra el imperio de la vigilancia

Entrevista con Ignacio Ramonet

Víctor Lenore 

Ignacio Ramonet (Redondela, España, 1943) ha sido el maestro de varias generaciones de periodistas. Autor o coautor de una veintena de libros, destaca por su especial talento para la divulgación política, social y cultural. Con el cambio de siglo, se convirtió en una de las voces más respetadas del llamado «movimiento antiglobalización», alertando contra los abusos de las transnacionales, la concentración de los medios y la hegemonía militar estadounidense. Es profesor en La Sorbona, promotor del Foro Social de Porto Alegre, director de la edición en español de Le Monde Diplomatique y fue uno de los fundadores de ATTAC. Su libro más reciente, El imperio de la vigilancia (Clave Intelectual, 2016), explica la complicidad de los gigantes de Silicon Valley con el gobierno de Estados Unidos, así como la creación de una «sociedad de delatores». ¿Contra qué tipo de régimen tenemos que luchar hoy? 

Big Brother is watching you, Борис У, CC-BY-SA-3.0

Distopía democrática

Las mejores ficciones paranoicas sobre la vigilancia, tipo 1984 de George Orwell, señalaron un futuro de estados dictatoriales capaces de controlar nuestros datos. Sin embargo, quien ha puesto en la actualidad en práctica esta sociedad totalitaria han sido las democracias, en ocasiones con el apoyo entusiasta de la población. Hay millones de cámaras de seguridad en el planeta, pero falta presupuesto para empleados que las vigilen. Por ejemplo, Londres tiene cuatro millones, pero solo son capaces de supervisar una de cada mil. ¿Qué solución ha encontrado el sector? Ofrecer pequeñas recompensas económicas a precarios y parados para que miren sus imágenes y descubran movimientos sospechosos en un barrio británico o, en el caso de Estados Unidos, para localizar inmigrantes ilegales que atraviesan la frontera con México. Estamos creando una sociedad de delatores. En vida de Orwell nunca existió 1984, pero hoy lo estamos sufriendo de manera cotidiana. Lo que lo ha permitido ha sido un progreso tecnológico deslumbrante. Hoy no nos vigila el estado, sino los operadores privados a quienes cedemos nuestros datos voluntariamente. Cuando Mark Zuckerberg, de Facebook, reclama en el último Mobile World Congress que todo el planeta tenga internet, está haciendo una declaración digna, ya que los pobres tienen derecho al acceso, pero lo que busca es extender el alcance de su empresa. El problema ya no es como en La vida de los otros, esa película donde se explica el espionaje masivo en la República Democrática de Alemania, sino los grandes monopolios de internet, a los que el estado recurre con frecuencia creciente. Julian Assange, de Wikileaks, explica cómo la enorme cantidad de información que recoge Google se pone a disposición del Departamento de Estado de Estados Unidos. 

Silicon Valley, al servicio de las élites 

Sobre todo, nos vigilan las grandes empresas privadas de Silicon Valley. Nadie puede pasar sin ellas, especialmente sin las GAFAM: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft. Antes los datos se extraían con torturas, ahora somos nosotros quienes se los damos voluntariamente a Facebook. ¿Y por qué Apple se niega a ceder al estado información sobre presuntos terroristas? En mi opinión, responde a consideraciones puramente comerciales, no a un mayor respeto por la privacidad. Hasta hace poco, la principal herramienta de comunicación encriptada, la que utilizaban los grandes ejecutivos, era BlackBerry. El problema es que esa empresa quebró y Apple quiere sustituirla. Las élites económicas necesitan un canal seguro de comunicación, no por miedo a los terroristas, sino a que la competencia conozca los datos cotidianos que manejan. Así que la negativa de Apple a entregar datos es una operación de mercadotecnia para satisfacer a los ejecutivos. Cuando se desarrolló la world wide web, a partir de 1989, sentimos que nos liberábamos, por ejemplo, de la dependencia de los grandes monopolios mediáticos, incluso que nos liberábamos de viejas instituciones como la universidad. Pero la realidad es que hoy internet está totalmente concentrado. A diferencia de los viejos monopolios, que no sabían qué noticias leíamos, ahora poseen todos nuestros datos, saben cada cosa que nos interesa. Nos han dado más posibilidades, cierto, pero a cambio han obtenido muchísima información y, por tanto, más control. internet es gratuito, todos estamos encantados con que lo sea, pero también trafica masivamente con nuestros perfiles. Este universo de la gratuidad debe pagarse de alguna manera. Como dicen los ejecutivos de internet, «si no eres el cliente, es que eres el producto». Si no pagas, es que te están vendiendo a ti. Se está produciendo una verdadera vampirización de nuestras vidas. 

Seguridad / libertad, un falso dilema

Los gobiernos van adoptando distintas versiones de la Patriot Act, aprobada en EE UU tras los atentados de 2001. En realidad, es un chantaje que podemos resumir en la frase de Obama: «Si queréis seguridad, tenéis que darme un poco de vuestra libertad». Nos ponen ante un falso dilema, ya que la seguridad completa no existe, mientras que la vigilancia total sí. Se ha impuesto el concepto de «justicia preventiva», algo parecido a lo que pasa en Minority Report, la película de Spielberg basada en un relato de Phillip K. Dick. Se aspira a detener al delincuente antes de que cometa el delito. Cuando preguntan al ministro de Interior francés por qué prolonga las leyes de excepción, contesta: «la semana pasada hemos impedido seis atentados». Con la excusa de abortar delitos, recortan libertades democráticas, pero no podemos saber si esos atentados se hubieran materializado. Ahora mismo, en Francia, se puede vigilar a alguien sin la autorización de un juez, basta que lo pida el Primer Ministro, aunque luego el proceso lo supervise un magistrado. Esto es derogar el principio de separación de poderes. Los ciudadanos debemos tomar conciencia de esta situación y decidir qué tipo de resistencia queremos articular.

El complejo securitario-digital

La vigilancia es el accidente de internet. Cuando se inventó el tren, se inventaron los descarrilamientos. Cuando se inventó la electricidad, se inventó la electrocución. Yo no estoy en contra de la vigilancia, pero pido que se haga con controles judiciales. Vivimos una época en la que se persigue a los grandes héroes. Me refiero a Edward Snowden, Julian Assange y Chelsea Manning. Están en la misma posición que Giordano Bruno en el siglo XVI. Van muy por delante del resto y lo están pagando caro, con penas de cárcel, exilios en Moscú y encierros de cuatro años en la embajada de Ecuador. En mi opinión, deberían recibir mayor solidaridad internacional. 

Yo, para proteger mis datos, utilizo Signal, mensajería encriptada, y Telegram, cuyos contenidos tampoco se pueden leer. Lo que no impide ninguno es que se obtengan los metadatos: dónde estabas, cuánto tiempo hablaste, a quién te dirigías… En cambio, para acceder al contenido necesitarían años. Hay que decir que todo este imperio de la vigilancia se consigue con la complicidad de operadores locales como Orange y Movistar. Es un complejo securitario-digital, heredero del complejo militar-industrial que denunció Eisenhower cuando se retiró, en 1960. 

Europa, espía voluntario

Este libro surge después de la revelaciones de Edward Snowden. Mi impresión es que, aunque hubo mucho revuelo en torno a este caso, nuestras sociedades no han tomado conciencia de lo que significa. La prueba es que no lo hemos ayudado: Snowden sigue refugiado en Rusia. Ninguna democracia occidental le ha permitido que resida en su territorio. Recordemos lo que le hicieron al presidente Evo Morales cuando regresaba de Moscú y sospecharon que llevaba en el avión a Snowden. A Morales se le cerró el espacio aéreo de Francia, Italia, España y Portugal, algo que está prohibido por las leyes internacionales. Tuvo que aterrizar en Viena, donde solo le permitieron despegar después de inspeccionar el interior. Recuerden el papel bastante bochornoso del embajador de España que, bajo el pretexto de tomar un té, tenía la misión de averiguar si Snowden se encontraba a bordo. Es otro caso de lo que en mi libro llamo espías voluntarios. El apoyo que ha tenido Snowden ha venido de la prensa, gracias a las revelaciones que hizo al periodista Glenn Greenwald, recogidas en el libro Sin un lugar donde esconderse y a la documentalista Laura Poitras, que dirigió Citizen Four, una cinta que ganó el Oscar el año pasado. El riesgo para Snowden era muy serio: no solo una larga condena de prisión, sino que –según las leyes de 1917 contra el espionaje– podría haber sido condenado a muerte. A Chelsea Manning le han caído treinta y cinco años de prisión. Muchos ciudadanos pensamos que la vigilancia no importa porque no tenemos nada que ocultar. En realidad, debería preocuparnos porque se trata de la defensa de nuestros derechos. Uno de los motivos de la Revolución Americana de 1783 fue la ley que permitía al Imperio británico allanar la casa de los colonos cuando quisiera. 

Frustración popular

La frustración de las clases populares europeas se está canalizando por distintas vías: en España es Podemos, en Grecia Syriza y en Francia el Frente Nacional. ¿Por qué en Francia el electorado ha girado a la derecha? Porque existía un partido de derechas que ya estaba organizado desde 2008 y que supo consolidarse como el instrumento para expresar rechazo a los políticos tradicionales. Los cambios del futuro pasan por captar los votos de los marginados o desclasados por el sistema. Otra tendencia crucial es abandonar las identidades políticas, digamos derecha o izquierda, para centrarse en los problemas concretos de la gente. Podemos se cuida mucho de llamarse «izquierda», quiere ser el partido de la gente excluida, lo mismo que el Frente Nacional en Francia, que huye de la palabra «derecha», por muy claros que sean sus valores. Se han reconvertido muy bien. Jen Luc-Mélenchon, el equivalente francés de Pablo Iglesias, no ha conseguido quitarse la etiqueta de izquierda. Ahora se esfuerza por ser menos identitario. En cuanto al movimiento que ha comenzado Varoufakis, DiEM 25, es más intelectual que popular. No creo que vaya a arrastrar a las masas. Varoufakis mismo admite que, si se logra democratizar la Unión Europea, toda su estructura estallaría. Está diseñada para financieros, empresarios y altos funcionarios. ¿Cómo vas a democratizar el Banco Central Europeo? No es posible, está construido para servir a las élites. La única solución es crear una masa crítica, ir ganando elecciones en Grecia, Italia, España, Irlanda, Portugal…Hay que cambiar el Tratado de Lisboa. El mundo entero demanda instituciones más sinceras. No son solo los países endeudados del sur de Europa. También pasa en Inglaterra con Jeremy Corbyn y en Estados Unidos con Bernie Sanders. Ese deseo de cambio llevó a Obama a la Casa Blanca, aunque luego decepcionase a tanta gente. El propio Donald Trump, tan a la derecha, encarna un deseo de políticas nuevas.

El declive del imperio estadounidense 

Es cierto que una de las misiones centrales del Estado es la seguridad, pero se están excediendo con ella: bajo el pretexto de protegernos del terrorismo, están socavando nuestras libertades. Es un ciclo que comienza con los atentados de Nueva York en septiembre de 2001 y pasa por los de Londres y Madrid, hasta llegar a los recientes de París y Bruselas. Existe un informe de la CIA que alerta al presidente Obama de que una de las principales amenazas contra el país es la enorme acumulación de datos personales que manejan las empresas de internet. La Casa Blanca sabe que, algún día, todo esto puede volverse contra su propio estado. Es cierto que todos los gigantes de internet son estadounidenses, pero también lo es que Estados Unidos ya no controla el mundo como en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En la Asociación de la Cooperación de Shanghái, un foro clave en Asia, no les aceptan ni como observadores. Es una realidad que ha señalado Noam Chomsky con toda la razón. El dominio que Estados Unidos tenía en América Latina en los setenta, ochenta y noventa se ha esfumado. Tampoco pueden controlar a China, ni a otras potencias emergentes, ni ganar la guerra de Afganistán, ni tampoco la de Iraq, más que de muy mala manera. Para mantener su poder, han tenido que recurrir a la existencia de territorios sin ley, como la base de Guantánamo, que Obama prometió cerrar, pero que ha mantenido hasta el final de su mandato, que es cuando, de nuevo, comienza a hablar de la posibilidad de cerrarla. Guantánamo es un territorio alquilado cuya función ha sido hacer todo lo que las leyes estadounidenses no permiten hacer, desde torturas hasta detenciones sin control judicial. Todo esto es resultado de la Patriot Act

Panóptico 2.0

Antes de Snowden, casi nadie sabía de la existencia de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense. Hemos reaccionado con demasiada pasividad ante el control masivo de nuestros datos. El marco legislativo permite estos recortes amparándose en la lucha contra el terrorismo. Esto sería legítimo si se hiciera con control judicial, que no es el caso. Al contrario: los gobiernos han ido acumulando un arsenal de legislaciones liberticidas. Si uno lee El príncipe, de Maquiavelo, la palabra «vigilancia» no aparece en ningún lado, porque en esa época no se vigilaba. Y eso que el libro defiende el estado como ser supremo, al que el individuo se tiene que someter. Es algo que cambia en el siglo XIX, como explica Michel Foucault en Vigilar y castigar, un libro fundamental. Antes solo existía la ley del Talión, la justicia islámica y la Inquisición. Algunos autores imaginaron el panóptico, la posibilidad de control social, que muchas veces se esconde bajo el lema «cuanto mejor conozco a la sociedad, mejor puedo satisfacer sus necesidades». Entonces se inventan ciencias del control social como la sociología, la etnología, la etnografía, etcétera. Todos estos saberes nacen como herramientas de dominio que refuerzan al estado. La ficha antropométrica se inventa en el siglo XIX y con la misma función de vigilancia que los carnés de identidad. Por lo demás, conviene reparar en que hoy estamos en los primeros minutos de internet, un sistema de comunicación que durará siglos. Si las nuevas generaciones no consiguen imponer en internet una carta ética, van a sufrir innumerables abusos y manipulaciones. La obligación moral de esta generación es movilizarse para poner límites, como se creó en su día la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 

Sacar de la pobreza a 235 millones de personas

El tiempo ha demostrado que acertamos al crear el Foro Social de Porto Alegre en 2001, la respuesta popular al Foro Económico de Davos. Se montó en las oficinas de Le Monde Diplomatique. Conocíamos Porto Alegre, su gobierno formado por una coalición progresista y su idea de los presupuestos participativos. También conocíamos al alcalde y a los responsables. En ese momento, en América Latina, solo había un gobierno progresista que era el de Chávez. Por el Foro pasaron Inácio Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa y Fernando Lugo antes de ser presidentes. Demostramos que los partidos no eran la única vía posible hacia el poder, también podía alcanzarse a través de movimientos sociales. Queríamos visibilizar el contraste entre el norte y el sur, que no estaba representado en un foro como el de Davos. El suyo era el foro económico y el nuestro, el social. Incluso se organizó un diálogo televisivo con dirigentes de Davos como George Soros. El discurso global no podía ser un monólogo, por eso se sumaron muchos intelectuales y activistas como Chomsky, Saramago o José Bové, así como infinidad de colectivos de base. Se trataba de explicar qué era el neoliberalismo y qué alternativas se podían plantear a su dominio. Se creó un espacio de intercambio de soluciones prácticas para defender los servicios públicos, desde la educación hasta el suministro de agua. Arrancó en 2001 y el de 2002 estuvo a punto de no celebrarse por los atentados del 11 de septiembre. Fue una etapa en la que todo el mundo parecía terrorista y los dirigentes sindicales y sociales tenían dificultades para viajar libremente. El Foro tuvo gran repercusión, sobre todo en América Latina, donde vimos claro que Chávez encabezaba el tipo de movimientos que la gente demandaba, ya que los dos partidos que se turnaban se habían olvidado por completo de la gente corriente. Pensamos que esto podía reproducirse en otros países y es algo que ha terminado ocurriendo. Estamos hablando de algo muy serio, ya que estos gobiernos han sacado de la pobreza a 235 millones de personas, según datos de Naciones Unidas. Consiguieron que entrasen en las clases medias cien millones de personas. Quizá el problema es que el Foro estaba demasiado vinculado a los movimientos de América Latina: intentamos hacerlo en África, pero no fue lo mismo. Luego los movimientos latinos llegaron al poder y quizá por eso el Foro perdió empuje. Ahora el ciclo político ha cambiado, con el triunfo de partidos neoliberales. Es algo que me inquieta: me hace sospechar que las izquierdas están sirviendo de fábrica de votos para la derecha. Sacas a alguien de la pobreza y ya no quiere solo servicios públicos, sino elevar constantemente su nivel de consumo, que es lo que les prometen los partidos del sistema. Necesitamos encontrar un nivel de vida que sea satisfactorio y que todos podamos compartir. 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE IGNACIO RAMONET, EL IMPERIO DE LA VIGILANCIA
24.02.16

PARTICIPAN IGNACIO RAMONET • ROSA MARÍA CALAF • VÍCTOR LENORE
ORGANIZA CLAVE INTELECTUAL
COLABORA CBA