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«La falta de dinero actual es una mentira y un robo»

Entrevista con Ann Pettifor

Cristina Fallarás
© Manolo Finish / ctxt.es

La economista Ann Pettifor (Sudáfrica, 1947) pasó por el CBA a presentar su libro La producción del dinero, cómo acabar con el poder de los bancos (Los libros del lince, 2017). Directora del Policy Research in Macroeconomics (PRIME) y profesora honoraria de la City University de Londres, es experta en el sistema financiero global y en deuda soberana y ha sido activista por la cancelación de la deuda de los países del tercer mundo y por un giro verde para la economía.

Izquierda: Sestercio de Nerón. Museo de Prehistoria de Valencia. Foto de Dorieo, CC BY-SA 3.0 Derecha: Moneda de la reina Tamara de Georgia, ca 1200
Cuño segoviano para moneda de 2 reales de 1722
Cuño segoviano para moneda de 2 reales de 1722
Prensa de acuñación. Grabado de J. W. Lowry, ca. 1850
Sala de rendición de la casa de la moneda de San Francisco, 1873
Prensa Thonnelier, grabado publicado por Francesc Paradaltas (1845). Foto: Museu Nacional d’Art de Catalunya (Jordi Calveras)

¿Por qué no hablamos de dinero en asuntos laborales?

En los temas laborales se ha extendido que el dinero no es importante y cuando lo reclamas te dicen que es un tema soez.

¿Están las instituciones favoreciendo el dinero privado?

El dinero público es como el suministro de agua, que debe ser gestionado públicamente porque todos necesitamos agua y, si no la tenemos, morimos. Si el tratamiento sanitario es malo, también morimos. El dinero es así, es algo esencial para trabajar y para realizar todo tipo de transacciones. Si detienes el flujo de dinero es como parar el suministro de agua. Y si coges el suministro de agua –el suministro de dinero– y lo dejas en unas pocas manos privadas y detienes el suministro para el resto, la economía muere.

¿Es el dinero un bien común?

Necesitamos entender que, cuando inventamos el sistema monetario, en 1694, se hizo para disposición de todos nosotros, para propiciar algunos pactos sociales, lo cual era bueno para todos. El dinero, en efecto, es un bien común, no un bien privado. Pero ha existido siempre una amenaza y una lucha entre la propiedad pública del dinero y la privada. Actualmente, hemos perdido la lucha y ha tenido lugar lo que yo llamo la autoridad privada del dinero.

¿De quién es la responsabilidad?

Entre 1954 y 1971 el sistema monetario estuvo controlado por autoridades públicas, es decir, por el pueblo en democracia. Lo que ha ocurrido después ha sido en parte fallo nuestro, porque no comprendimos que teníamos un sistema que era realmente precioso. Lo que han hecho los líderes privados es pretender convencernos de que el dinero es como el oro, como una mercancía. Cuando haces que sea como una mercancía, lo manejas como un producto limitado, pero es que el dinero no lo inventamos para manejarlo como el oro o la plata, sino que es una relación social.

¿Qué tipo de relación social?

El dinero es un «prometo pagarte», nada más. Es un acuerdo social. Cuando yo digo «prometo pagarte» establezco una relación social primero. Y una relación de confianza después. No olvidemos que «crédito» proviene de credo, creer. Así que cuando das crédito a alguien, crees que te va a pagar. Pongamos como ejemplo tu tarjeta de crédito, nada más que un trozo de plástico. Concretemos, mejor, y hablemos de tarjeta de débito. Un joven compra con su tarjeta un cappuccino. Mete su tarjeta en una pequeña máquina, la recoge y la devuelve a su bolsillo. No está intercambiando su tarjeta por una taza de café y tampoco necesita pedirle al empleado que crea que le va a pagar ese capuccino. No hace falta, porque la tarjeta está mostrando que tiene un acuerdo con el banco por el que se puede confiar en él, un acuerdo por el que tiene lo que los economistas llamamos «poder adquisitivo». Cuando metes tu tarjeta en la máquina es como hacer magia, estás creando dinero en el aire, de la nada. Es algo maravilloso pero que tiene que estar regulado. Por supuesto, si eres pobre, el banco no confía, no te da una tarjeta y no puedes tener «poder adquisitivo».

O sea, ¿se rompe la «credibilidad»?

A partir de ese momento la gente no cree que vayas a pagar. Puede que sea una falta tuya, pero también puede que no lo sea. Puede ser que no haya trabajo, lo que hace que no tengas dinero. Pero lo que quiero explicar es que esa tarjeta que te da el poder mágico de poder comprar un capuccino no es el punto final del «prometo pagarte». Cuando yo prometo fregar tu suelo o cambiar tu cama y lo hago, lo que hago es un intercambio. Y hacer intercambios no es algo limitado. Sólo es limitado por la capacidad física, si carecemos de las habilidades para resolver la situación. El dinero tampoco es algo limitado, es una relación social, no una mercancía o un producto del cual existe solo una determinada cantidad.

Entonces, ¿la falta de dinero en este momento no es inocente sino que es una forma de control?

No es inocente para nada, es una mentira y es un robo. Están diciendo a la gente, por ejemplo, a los españoles, que no se puede hacer nada, que no se puede atender debidamente a los enfermos o crear buenos puestos de trabajos, innovando, invirtiendo, porque no hay dinero. Y que si no tienes trabajo es culpa tuya, cuando es una enorme mentira. Un 49% de la juventud está en paro.

¿Cómo funciona el sistema financiero?

Siempre cuento la misma historia: imagina a una peluquera y a un techador. El hombre va a que la peluquera le corte el pelo y, a cambio, le promete repararle el tejado. En el pueblo hay alguien en quien todo el mundo confía, pongamos un sacerdote. Este le dice al hombre: «tienes que cumplir tu promesa; si no lo haces, voy a ir a por ti». Entonces, el hombre le repara el tejado a la peluquera. Pero la peluquera empieza a acumular diversas promesas de pago porque le ha cortado el pelo a mucha gente y su hijo, que está apostando en la plaza del pueblo con sus amigos, le pide la caja que contiene las promesas y le promete que va a apostar con ellas y que le va a devolver una cantidad aún mayor… y ella le cree. Él se lo juega todo, lo pierde y vuelve a casa sin nada. Eso es nuestro sistema financiero y la pregunta es: ¿dónde estaba el sacerdote para vigilar lo que estaba pasando? Los organismos reguladores no hicieron su labor.

¿Eso se debería solucionar con legislación?

El sistema monetario no está funcionando para el intercambio y el trabajo. Hay que modificarlo. El sistema monetario actual no se ciñe a la ley, está fuera de la ley. Las instituciones públicas están cautivas. Han tomado los fondos de pensiones, los seguros y todo se lo han jugado con el beneplácito de los ladrones reguladores… lo han perdido todo y ahora nos echan la culpa a nosotros.

Usted está poniendo el foco en las mujeres…

Hace unos días una mujer apareció con un bolso de piel y me contó que le había costado 11.000 libras. El que me lo contara me hizo ver que ella tenía la necesidad de mostrarme que tenía dinero, que era rica. Yo me sentí realmente disgustada de que alguien pagara 11.000 libras por algo que ni siquiera era bonito. De alguna manera, eso muestra cómo las mujeres hemos sido asimiladas repartiendo tarjetas e incentivando las compras. La idea de la mujer moderna está basada en el consumo.

Por otro lado, el feminismo no habla nunca de los hombres. Vemos todos esos jóvenes en instituciones financieras y pensamos que son más que nosotras, que saben más, pero no. Esa es la historia que nos han vendido: que hay poco dinero circulando y ellos han de controlarlo. Cuando yo uso mi tarjeta de crédito o débito puedo hacer cosas bonitas, pero si luego no gano el suficiente dinero tengo un problema con el crédito. Una amiga universitaria acabó con un ataque de nervios porque el banco le mandaba sin razón aparente tarjetas de crédito a casa ¡cada semana! ¿Por qué? Porque aún siendo de clase media, estudiaba en una prestigiosa universidad y el banco daba por supuesto que algún día ganaría dinero. Pero esto es una locura, no puedes mandar tarjetas de crédito a un estudiante sin ingresos y crear una burbuja de crédito. El dinero es una cosa bonita, pero ha de ser controlado. Y ha de ser controlado por un poder público democrático.

¿Cree que está volviendo la idea de la «lucha de clases»?

No estoy segura. Lo que está ocurriendo con una buena parte de la clase trabajadora sin esperanza de empleo es que se suicidan, se vuelven adictos a las drogas y mueren muy temprano de depresión o por no trabajar. Es un fenómeno estudiado en Estados Unidos. Entonces, ¿cómo va a haber lucha de clases cuando básicamente el funcionamiento es doparse y doparse? Pero déjame hablar de Uber y Airbnb. Uber es una cosa extraordinaria. Es una empresa radicada en Silicon Valley, California, que logró que mucha gente pusiera algo de dinero, compraron Google Maps, adquirieron software libre, crearon una App y se fueron alrededor del mundo diciendo a la gente de clase obrera que invierta su dinero en un coche, mantenerlo, contratar un seguro… El 20% de cada trayecto va a parar a Silicon Valley. Es la forma más bárbara de capitalismo: el trabajador se convierte en su propio capitalista. Invierte un capital y obtiene rentas de ese capital.

¿Hay posibilidad de resistencia?

Incluso cuando destruyes las estructuras de la clase trabajadora, de la población, hay resistencia, aunque tome un tiempo tomar conciencia. Así que cuando la clase trabajadora blanca en EEUU vio que se estaba muriendo, decidieron dar su voto a Donald Trump. Y Donald Trump les dijo: «Voy a protegeros». No como Hillary Clinton, que contaba con tres mil millones de dólares de Wall Street. Donald Trump les vende la construcción de un muro entre ellos y México que va a salvar sus trabajos…

Aquí podría estar sucediendo algo similar.

Sí, aquí, en Europa, está pasando lo mismo. Estoy segura de que en España tenéis políticos que están haciendo las mismas cosas. Y lo que está suciediendo es lo mismo que ocurrió en los años treinta del siglo XX: la gente clama por un hombre fuerte que nos protega de «las fuerzas que nos amenazan». Es resistencia, pero no en la forma correcta.

¿Cuál podría ser la respuesta?

Para mí, que quiero paz, que no quiero que la gente muera, porque he tenido la experiencia de la educación basada en el poder de la gente, para mí la respuesta es que las mujeres tomen y entiendan el sistema monetario y puedan organizarse. Yo empecé una campaña para que se cancele la deuda de ciertos países. Al principio de esta campaña me decía todo el mundo: «¡Estás loca!». Porque en Gran Bretaña a la gente no le preocupa nada el asunto de los países pobres. Ellos salen a comprar, hacen sus cosas habituales… Es muy complicado entender el sufrimiento y la muerte que está provocando el sistema financiero internacional. En 1998, cuando se creó el G8 en Birmingham, dijimos a nuestros seguidores: «debéis ir, hablar a los líderes mundiales y decirles que cancelen la deuda de los países más pobres del mundo». Acudieron más de 100.000 personas y Blair no estaba en absoluto preparado para el volumen de la manifestación y no creía que fuera posible lo que estaba sucediendo. En aquellos tiempos, había británicos conscientes del tema. Una manifestación de 100.000 personas quiere decir que hubo unos dos millones de británicos conscientes de la situación de estos países. Los políticos estaban en shock. Nos dimos cuenta de que lo habíamos hecho por nosotros mismos, porque teníamos a la gente educada en el funcionamiento del sistema internacional. Empezaban a pedir un cambio. Y nunca olvidaré cómo un asistente a la cumbre me preguntó: «¿Qué está pasando? Estamos recibiendo miles de cartas de mujeres, escritas desde la cocina, en papel rosa y a veces con corazones en una esquina, preguntándonos qué vamos a hacer con el valor de la deuda de Uganda. ¿Cómo lo saben, de donde han sacado la información?».

¿Y la respuesta es?

Yo contesté: «Las mujeres no son estúpidas, ¿sabes?». Cuando las mujeres comprenden, no necesitas ni que se organicen entre ellas. Actúan. Y ahí descansa mi esperanza. Aunque quizás soy demasiado optimista… Hay un cierto feminismo que siempre dice que debemos tomar el sitio de los hombres y desde ahí actuar. Pero yo me pregunto, ¿no es posible crear otro lugar, nuestro lugar, el lugar de las mujeres, en paralelo a aquel en donde el hombre trabaja?

¿Crear estructuras femeninas?

Claro, porque, si no, estaremos aceptando sus estructuras y lo que hay que hacer es cambiarlas, debemos cambiarlas nosotras. Vemos que las mujeres que ocupan lo que llaman cuotas perpetúan las formas masculinas. ¡Vengo de Gran Bretaña, donde tuvimos a Margaret Thatcher! [Risas]. Los experimentos científicos nos han mostrado que, colectivamente, si ponemos juntos a hombres y mujeres jóvenes, los hombres son más temerarios que las mujeres. Puedes verlo cada día: hombres haciendo carreras de coches y ese tipo de cosas. Las mujeres, quizás porque tenemos hijos o la pretensión de tenerlos, tenemos un sentido de la responsabilidad. Si tenemos control del sistema, nuestra misión es cambiar y transformar el sistema. Pero no sucederá si no lo entendemos así: tomar el control y transformar.

No parece un reto fácil, eso de «tomar el control». Jamás ha estado en manos de las mujeres.

El problema con el sistema es que es secreto, está escondido. Intentan que no entendamos cómo funciona el sistema monetario. Y este es un gran problema. Economistas como el premio Nobel Paul Krugman explican el sistema hablando de la «banca aburrida», algo que no sucede prácticamente desde la era medieval, aquella banca que guarda tus ahorros y se los presta a otro que lo pide. Quizás Credit Union y otros pequeños bancos lo hagan así, pero no los grandes bancos comerciales. Es aterrador que economistas de la talla de Krugman no entiendan o no expliquen cómo funciona la deuda de los bancos y la creación y circulación del dinero. Forma parte de ese entramado secreto del sistema monetario, el que no se quiere que conozcamos.

¿Puede que la trampa esté en la abstracción, en los conceptos abstractos que nadie entiende?

Sí, usan abstracciones… pero no exactamente. Usan el lenguaje pretendiendo que es como ciencia. Y se empeñan en hacerlo complicado. Hay muchas cosas complicadas en la parte de la economía que analiza datos, estadísticas y demás. Pero el concepto clave en economía es sencillo: entradas y gastos, créditos y deudas… Cualquier mujer entiende eso. Y mucha gente tiene experiencia con divisas extranjeras y entienden los tipos de cambio. Saben que un día con sus euros podrán comprar más o menos dólares que en una ocasión anterior. Si entendemos estos conceptos básicos, entendemos básicamente toda la economía.

Cuanto menos fronteras, ¿más difícil es controlar el dinero?

En mi libro expongo que para hacer una política de pensiones hacen falta impuestos, y hacen falta tasas porque eso es lo democrático. España define su política de tasas porque es un país democrático, EEUU también la define porque es democrático. Pero los financieros quieren estar más allá de esa política, más allá de la regulación y el control democráticos. Tenemos que hacerles regresar. Es lo que yo llamo «the offshore back on shore». Han de pagar impuestos igual que los pagamos tú y yo. Para mí la clave de la demanda es que los poderes financieros vuelvan a la regulación democrática que es la política impositiva.

¿Por dónde se empieza a conseguir esa «vuelta» a la regulación democrática?

Para eso hay que democratizar una Europa que se ha vuelto autocrática. Cuando hablo del dinero, de la creación del dinero o de contar dinero, las mujeres entienden que nosotras cada vez que invertimos en aprender, creamos dinero, y cuando gastamos nuestro dinero, creamos dinero. Los bancos necesitan pedir prestado. Si quieren crear dinero, han de pedir dinero. En esta crisis financiera, el sector privado ha dejado de pedir prestado. Estamos en una situación en que no existe prácticamente el crédito. El gobierno debe pedir prestado. Con una política fiscal adecuada, el gobierno crea dinero. Lo que hay detrás del euro es todo ideología. Una ideología que, en el sector privado, crea debilidad y elude el crédito. Esto es una barbaridad. Lo que necesita el sector privado es que el sector público pida prestado mucho más, eso mejora la salud del sistema. Cuando un gobierno planea mejoras en infraestructuras ferroviarias, por ejemplo, va a usar compañías constructoras privadas, arquitectos privados… Los trabajadores reciben su salario y lo gastan en las tiendas, las tiendas y los trabajadores pagan impuestos y el dinero vuelve de nuevo al sector público. Para mí es criminal que el Banco Central Europeo se rija por cierta ideología económica y diga a los gobiernos que no pueden gastar mucho dinero. Esta ideología de la austeridad es la que está desolando España, por más que el gobierno español esté de acuerdo. Lo que funciona mal en la España democrática es que se está permitiendo a un gobierno escatimar el dinero que la gente necesita para trabajar y vivir. Hay algo realmente perverso en esto.

PRESENTACIÓN DE LA PRODUCCIÓN DE DINERO. CÓMO ACABAR
CON EL PODER DE LOS BANCOS
29.03.17

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