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Teresa Berganza: una vida dedicada al canto

Conversación Teresa Berganza • Juan Ángel Vela del Campo

Fotografía Miguel Balbuena

En noviembre de 2018 la mezzosoprano Teresa Berganza recibió la Medalla de Oro del CBA, en reconocimiento a una fructífera carrera que ha durado más de medio siglo. Su arte, definido por una voz portentosa y una musicalidad completa, la ha llevado a trabajar con los más prestigiosos directores de orquesta, entre ellos, Alberto Zedda, quien la calificó como la mejor cantante rossiniana del siglo XX. Su aportación a la ópera en los papeles de Cherubino (Las bodas de Fígaro), Rosina (El barbero de Sevilla) o Angelina (La Cenerentola) le han valido el premio a la trayectoria profesional de los International Opera Awards 2018. En el coloquio posterior al homenaje del CBA, conducido por Juan Ángel Vela del Campo, Berganza recuerda cómo fueron sus inicios y repasa algunos momentos destacados de su carrera y de su vida.

Juan Ángel Vela del Campo

Quería hacer un recorrido por algunos aspectos de Teresa Berganza y comenzar diciendo que me parece que ha tenido dos padres protectores, dos músicos protectores más bien. Uno de ellos ha sido Mozart, a quien su propio padre, que le contagió desde los seis años la pasión por la música, le enseñó a tocar al piano. El segundo ha sido Rossini. El enlace rossiniano de Teresa Berganza nació en Madrid con su profesora de música, Lola Rodríguez de Aragón, que le dijo que estudiara el dueto de El barbero de Sevilla hasta el más mínimo detalle y que, cuando lo dominase de la forma que ella lo domina, se le abriría el mundo. Teresa, ¿Mozart y Rossini son verdaderamente tus padres protectores?

Teresa Berganza

Lola descubrió que a mi voz le iba muy bien Rossini y que yo le iba muy bien a su música, y me puso a estudiarlo. Lo primero que me dijo fue que aprendiera el dueto de Dunque io son? de El barbero de Sevilla. Me tuvo casi un año haciendo ejercicios para enseñarme a cantar y darme una técnica, que, por cierto, fue la de Manuel García, cuya existencia parecen haber descubierto repentinamente hace un par de años, aunque nosotras ya estudiábamos con su libro; lo había traído mi maestra de Inglaterra. Con lo cual, ahí están Manuel García y Rossini. No está mal para aprender a cantar.

Y a Mozart me lo descubrió mi padre, sí: yo tocaba la Sonata en do mayor con un solo dedo, muy despacito, y cuando mi padre se iba a trabajar la estudiaba sola para que, cuando volviese, viera que había practicado y que me la sabía bien. Así que el día que la pude tocar con las dos manos me pareció una maravilla. Aunque mi padre era muy wagneriano, lo primero que me enseñó fue Mozart, y mi maestra, Rossini.

Juan Ángel Vela del Campo

Tú naciste en el número trece de la calle San Isidro Labrador. Número que coincide con el día en que murió Rossini. El trece de noviembre de 2018 se cumplieron ciento cincuenta años de su fallecimiento... Hay un detalle de tu libro Flor de soledad y silencio. Meditaciones de una cantante que me impresionó mucho, y es que todas las semanas tu padre te llevaba al Museo del Prado y en esas visitas te contagió la afición musical.

Teresa Berganza

Mi padre era un ser excepcional. Nació en una familia de trabajadores; eran trece hermanos, de los cuales debieron de morir unos ocho. La madre se quedó viuda y los hijos tuvieron que ir a internados. Mi padre tuvo la suerte de ir a uno donde le enseñaron música. Le gustaba mucho y aprendió solfeo. ¡Cómo me enseñó a mí solfeo! Con el piano cerrado, porque decía que yo tenía muy buen oído y que me agarraba a los acordes. Le gustaba tocar el piano. Luego, cuando hizo la mili, también tocaba la trompa y el clarinete…
Hay una historia muy bonita, que os voy a contar. Mi padre y mi madre eran un ejemplo de amor. Por eso para mí el amor es tan importante: si no existe el amor, no existe nada, ni en la música, ni en la pintura, ni entre los seres humanos, ni entre los animales y los seres humanos… Mis padres se amaban, se respetaban y se amaron hasta el último día, hasta la muerte. Ese fue el ejemplo que recibimos de ellos. El caso es que a mi madre se le murió un tío en Toledo (ella siempre decía que era de Madrid, pero mi abuelo y mi abuela eran de Toledo). Ese tío tenía dinero y a ella le tocó una parte. ¿Sabéis lo que hizo con ese dinero? Comprarle un piano a mi padre. Me parece tan bonito... No compró una cómoda para la casa, no se compró un abrigo o una sortija. Le compró un piano a mi padre, que era lo que él más quería. Con lo cual, desde que nací he oído tocar el piano en mi casa. Ese era el piano del amor. Ahora lo tiene mi nieta, que hoy me ha acompañado; el piano de su abuelo, en el que he estudiado yo.

Juan Ángel Vela del Campo

Quizá de esa relación familiar te viene ese cariño que tienes por tus tres hijos y por tus nietos.

Teresa Berganza

Los adoro. Desde el momento que pensé que quería tener hijos, los quería para tenerlos como las gallinas cluecas, debajo del ala, para quererlos siempre, achucharlos, darles un beso antes de irme a la cama, llevármelos por ahí como los… No sé por qué decimos «como los gitanos», quizá porque los gitanos suelen ir juntos, en familia. Entonces yo me llevaba a mi padre, a mi madre, a los tres niños, a la niñera…
Unas Navidades me fui a Nueva York. Cantaba El barbero de Sevilla en el Metropolitan y no quería dejar a los niños solos, pero tampoco quería dejar de cantar, así que me los llevé. Había cantado seis conciertos y cinco representaciones de El barbero. Y aunque en Estados Unidos pagaban muy bien, ¿sabéis cuánto llevaba en el bolsillo cuando me subí al avión de vuelta? Cien dólares. Pero valió la pena. Mis hijos pasaron las Navidades en Nueva York, las niñas conocieron a la Barbie, que aquí todavía no había llegado. Visitaron la ciudad, fueron a sitios maravillosos, al teatro, oyeron óperas estupendas…
Esa ha sido mi vida. A veces he tenido que renunciar a mis hijos por la carrera y a la carrera por mis hijos. Pero creo que encontré un cierto equilibrio. No sé lo que piensan ellos, porque no me lo dicen nunca, pero yo creo que ha ido muy bien la cosa. Son chicos muy buenos y están muy bien educados, son trabajadores y sensibles y quieren mucho a su madre, con lo cual no lo he debido de hacer muy mal, ¿no?

Juan Ángel Vela del Campo

Bueno, pasaste la prueba de Rossini, del dueto, y te fuiste por esos mundos. Cruzaste los Pirineos y estuviste veinticinco años, más o menos, fuera de España.

Teresa Berganza

Sí, pero había debutado antes de pasar los Pirineos. La actuación en el festival de Aix-en-Provence fue un boom enorme y salió en todas partes. A ellos les encantaba decir que la españolita, la mezzosoprano española, había debutado allí. Pero yo debuté en Italia, en una película maravillosa en blanco y negro: L’Italiana in Algeri. Era como las películas mudas, pero cantábamos. En esa época canté una Cenerentola en el Teatro Real del Palacio de Nápoles. También Dido y Eneas, cuatro días después de casarme. Me casé por la mañana en Roma y por la tarde me fui a ensayar a Turín. No podía dejar un ensayo de Dido y Eneas, me hacía una ilusión enorme. Y cuando llegué le dije al maestro Rossi: «Buonasera, sono Teresa Berganza». «¿Usted es Teresa Berganza? ¡Ay, pero qué jovencita y qué pequeñita es!», me dijo. Y yo le contesté: «Y qué se ha creído usted, ¿por qué tengo que ser vieja?». Y el maestro me preguntó qué hacía allí si me había casado aquella mañana. «Porque estoy mejor aquí que con mi marido», le dije [risas]. Le pareció que estaba trastornada, pero a mi marido lo tenía todos los días y yo quería cantar Dido y Eneas.

Así que justo antes de Aix-en-Provence hice todo eso. Creo que hasta hoy nunca lo he dicho, pero mi debut internacional fue en Italia.

Juan Ángel Vela del Campo

Luego ya, en Aix-en-Provence, la consagración total, porque después del Rossini italiano compensaste con Mozart, ¿no?

Teresa Berganza

He trabajado mucho, porque antes de eso había hecho una tournée de recitales en Italia para las Juventudes Musicales. En 1955-1956, las Juventudes Musicales funcionaban de maravilla en Madrid y nos ayudaban muchísimo a los jóvenes. Hice un recital con Félix Lavilla. Ahí le conocí y de ahí salió todo, hasta tres hijos [risas]. Entonces, había un congreso internacional de Juventudes Musicales y me pidieron que hiciera un recital de música española: Falla, Toldrá, Guridi… He debido de tener bastante suerte, porque vinieron los presidentes de las Juventudes Musicales de Canadá, Estados Unidos, Francia, Suiza. Todos me decían: «¿Quiere usted venir a hacer unos conciertos?». Y yo: «Bueno, pues no sé». ¡Era una inconsciente! De repente vino una señora de ojos claros, con un estilo increíble, y me preguntó si quería hacer un tour por Italia para las Juventudes Musicales. Le dije que sí, porque pensé que Italia era el país más importante para un cantante. El día que canté en Milán, al terminar el concierto, vino otra señora también muy estilosa, por eso me encantan los italianos y las italianas. Era la señora Finzi, la mánager más importante de entonces, y me propuso cantar en la Scala. Te puedes imaginar, lo menos que podía esperar yo en la vida. Le dije: «Pues no sé, no conozco la partitura. Si me la trae usted, cuando la lea, le puedo decir si lo puedo cantar o no». Fíjate, le contesté a la Scala que no sabía. Al día siguiente tenía la partitura. Lo podía cantar y debuté en la Scala. Así, por las buenas, sin más esfuerzo.

He trabajado mucho, mucho. He tenido una muy buena técnica, gracias a mi maestra, que me ha ayudado siempre, hasta el último momento de su vida. Me he rodeado de músicos muy buenos; un marido como Félix Lavilla no lo tiene cualquiera. También he trabajado con Julio Alexis, que hoy nos acompaña. Siempre me ha gustado hacer música con los buenos músicos…
Antes, cuando me habéis presentado, me he quedado asombrada: yo no sabía que había trabajado tanto, que había cantado tanto, ¡ni que había grabado ciento ochenta discos! No sé cuándo, debió de ser por la noche… ¡Son muchos! Lo que pasa es que no lo cuento en los telefonitos que hay ahora ni voy a la tele a contarlo, pero he hecho muchas cosas. ¡Ciento ochenta discos, estoy como los del pop!

Juan Ángel Vela del Campo

Y creo que unos cincuenta, o más, son de zarzuela, ¿no?

Teresa Berganza

Puede ser, sí. En la zarzuela empecé diciendo una frase y luego, un día, se puso mala la cantante que hacía el papel de la Beltrana en Doña Francisquita. Yo cantaba en el coro y Ataúlfo Argenta me dijo que me aprendiera esa parte porque había que terminar el disco. Y canté la Beltrana, que no la volví a cantar porque para mí era demasiado dramática. Aunque en el disco aparece el nombre de otra señora, la Beltrana soy yo.

Seguí con papeles pequeños hasta llegar a todo el repertorio de zarzuela, que me encanta. Después hice dos discos de arias de zarzuela con la English Chamber Orchestra, dirigida por Enrique García Asensio. Para mí son estupendos, porque le dieron a la zarzuela la categoría que se le puede dar a Mozart, o a uno de los grandes, que es lo que hay que darle, es la categoría que se merece.

Juan Ángel Vela del Campo

Una pregunta indiscreta: ¿cómo fue tu convivencia con Maria Callas?

Teresa Berganza

Preciosa. Aunque la llegada… En Nueva York perdí el avión que debía llevarme a Dallas, así que tuve que pasar allí una noche. Me habían dicho que fuera bien arreglada, porque era mi debut allí y porque estaba la Callas, así que había llevado un sombrero muy mono y un traje. Al llegar al hotel lo guardé pensando que en Dallas ya no me iba a recoger nadie y me puse unos pantalones y una chaqueta. Y cuando salí del avión vi que estaba lleno de flashes de fotógrafos, de cámaras de televisión… Así que ya no me pude presentar como la españolita mona y bien vestida.

Callas me recibió como reciben las grandes. Fuimos al ensayo. Cuando la saludé con un «Buenos días, señora Callas», ella me dijo que la llamara Maria, que la tutease. Yo quería morirme, porque no podéis saber lo que es para una criatura de veinticinco años que llega por primera vez a Estados Unidos encontrarse con Maria Callas y que la coja de la mano y le diga que la llame Maria… Me dan escalofríos de pensarlo. Yo no podía llamarla Maria, me costaba mucho, pero al final lo hice. Entonces empezamos los ensayos y le pedí que me corrigiera lo que fuera. Aquello era el sueño de mi vida, nunca había pensado que iba a cantar con Maria Callas. Ella me dijo: «A lo mejor tengo que aprender yo algo de ti». Para que veáis cómo era Maria Callas… En ese momento casi me muero, me desmayo y desaparezco del universo.

En aquella época, no existían las lentillas y ella, que veía muy mal, llevaba unas gafas enormes —la habréis visto en las fotos—, de culo de vaso. La escenografía era de un arquitecto griego buenísimo, y había un templo arriba y unas escaleras que ella tenía que bajar deprisa. ¿Y sabéis lo que hacía? A las nueve de la mañana se iba a ensayar con unas zapatillas de bailarina. Y bajaba las escaleras sin gafas, primero despacio, luego más deprisa y más deprisa… Era impresionante ver a aquella mujer bajando las escaleras corriendo, hasta que se ponía delante de la escena. Cuando llegaba abajo, como una furia, decía algo como «I miei figli». Aquello era impresionante, te rompía el alma… Esa era Maria Callas. Cuando dicen que era una caprichosa… ¡Nada de eso! Era una trabajadora, una entregada, una apasionada. Era algo que no ha sido nadie, y para mí fue el ejemplo más grande que tuve.

El día del estreno canté mi aria, que tampoco es un aria como para lucirse, pero tiene un agudo al final y les encantó. Y yo terminaba, apoyada con una mano en el hombro de Maria Callas, pero dando la espalda al público y ella mirando al público. Me aplaudieron mucho. Me temblaban las piernas, me temblaba todo y seguía agarrada a ella, inmóvil. Y me dice al oído: «Date la vuelta que esos aplausos son para ti». Y yo le digo: «No, delante de ti yo no recibo aplausos». Ella insistía: «Date la vuelta que esos aplausos son para ti». Y yo, agarrada al hombro: «Que no, que yo no me vuelvo». Me cogió de los hombros, me dio la vuelta y me puso delante de ella. Y dieron una ovación que naturalmente no era solo para mí, era para esa señora, esa grande de las grandes que puso a una niñita delante de ella para que recibiera los aplausos. Así era Maria Callas, la gran Maria Callas. Por eso era grande, porque era generosa, porque era maravillosa.

Juan Ángel Vela del Campo

También conociste a Karajan, ¿era igual que Callas?

Teresa Berganza

No, no, para nada. El caso es que acabamos siendo muy amigos y nos quisimos mucho, pero el primer día no le gusté, no sé por qué. Fui a la ópera de Viena a cantar Las bodas de Fígaro en sustitución de Krista Ludwig, que estaba embarazada. En la compañía estaban Elisabeth Schwarzkopf, Fischer Dieskau, los que cantaban en aquella época Las Bodas de Fígaro, y se lo conocían maravillosamente todos. No me daban ensayos y me dijeron que podía ensayar con el ayudante de Karajan, pero yo dije que quería ensayar con Karajan. Como el maestro no estaba, les dije que me llamaran cuando viniera. Fíjate, qué inconsciente he sido. «Si no viene Karajan yo no ensayo». Eso no se puede hacer si tienes veintiséis años y te llamas Teresa Berganza. Pero lo hice y, claro, el maestro fue al ensayo. En el primer ensayo estaban todos los grandes. A mí me palpitaba el corazón que me moría. Allí me sentía tan pequeñita, la españolita que sale de la calle San Isidro y está con esos monstruos. Y canto el aria Non so piú cosa son cosa faccio. Y cuando termino me dice el guapo del Karajan, porque era guapo: «Bien, bien, pero musicalmente, esto no está bien». Otra vez, imprudente, le dije: «Maestro, me puede decir lo que quiera, que no le gusta mi voz o cómo canto, pero musicalmente soy más música que usted y que todos estos». Estuve sin cantar en la ópera de Viena quince años: me castigó, pero luego me vino a pedir perdón al Metropolitan porque quería tenerme como Cherubino. Y eso lo llevo como un trofeo, esos son premios en la vida. Yo, que me había pasado la vida tocando el piano y estudiando solfeo y, si era algo, era música, no podía consentirle ni a Karajan que me dijera que musicalmente no estaba bien. Pero luego canté con él y nos quisimos, aunque siempre pensó que era una rebelde, un día me lo dijo.

Juan Ángel Vela del Campo

Es que eras una rebelde… Con el que siempre has tenido una relación de amor absoluta, entre los directores de orquesta, ha sido con Claudio Abbado.

Teresa Berganza

Sí, primero la tuve con Carlo Maria Giulini, porque fue el primer maestro que me dirigió en las grandes óperas. Figúrate lo que era encontrarte con él: yo me sentía siempre como una mosca, insignificante ante esos personajes tan enormes. Así que era todo ojos, oídos y olfato.

Con Claudio fue maravilloso, casi no teníamos que hablar. Yo sabía qué quería cuando me miraba, le entendía perfectamente… La primera ópera que hicimos fue La Cenerentola, con Jean-Pierre Ponnelle, en Florencia. Luego, L’Italiana in Algeri y El barbero de Sevilla. Después llegó el momento de la Carmen. Aquello fue maravilloso; la estudiamos juntos. Al contrario de lo que dicen, Carmen no es una españolada, han querido y han hecho una españolada de ella, pero no lo es.

El señor Bizet vivía muy cerca de la hermana de María Malibrán, la Pauline Viardot, allí en Bougival, donde todavía hoy viven unas tataranietas de una amiga de la Viardot que dicen que Bizet iba a su casa y ella le decía: «Maestro, si aquí pone un tresillo o cuatro notas, eso le da más estilo español». Cuando yo fui a dar clases allí, sentí todas las emociones del mundo. Yo vivo emocionalmente, algo que por un lado es maravilloso y, por otro, horrible porque te pasas la vida sufriendo y con unas emociones que a veces no las puedes ni contener. El día que iba a dar clases a casa de la señora Viardot, donde sé que se reunían Brahms, Wagner, Chopin, Schumann, pensaba: «Ahora me toca a mí esto, estoy respirando por donde han pasado estos fenómenos».

Juan Ángel Vela del Campo

Ya que has citado un elemento clave que es la emoción, la pasión, y ya que has mencionado a Schumann, tengo que decir lo bien que te identificas con su Amor y vida de mujer.

Teresa Berganza

Es verdad. Parece que no he cantado más que español, cuando he cantado también Schumann, Wolf, Schubert, Brahms, Mussorgsky, Dvorˇ ák… Pero es cierto que me gusta muchísimo la música española y he hecho todo lo posible por interpretarla. Por ejemplo, a Falla, aparte de estudiarlo con mi maestra, lo he cantado con Ernesto Halffter, que fue alumno suyo. Y Guridi lo he cantado con Guridi, y Toldrá, con Toldrá… Es que soy muy mayor [risas].

Juan Ángel Vela del Campo

Guridi fue tu maestro, ¿no?

Teresa Berganza

Sí, fue mi maestro de órgano. Al principio yo tocaba el órgano e iba a clases con él y, de repente, empecé a cantar. Le pregunté qué le parecía y me dijo: «Eres la que mejor me hace los puntillos de Cómo quieres que adivine». Aquello de hacer bien los puntillos me encantó.

Juan Ángel Vela del Campo

En esta misma mesa, hace cuatro años, cuando le dimos la Medalla de Oro del Círculo a Alberto Zedda dijo, textualmente, que tú eras la mejor cantante rossiniana del siglo XX.

Teresa Berganza

¿Dijo eso Alberto?

Juan Ángel Vela del Campo

Lo dijo aquí, a mí y a todos los que estaban.

Teresa Berganza

¿Es verdad que lo dijo? No te creo… Pues fíjate, ahora le quiero un poco más, porque no me invitó nunca a cantar al festival Rossini.

Juan Ángel Vela del Campo

Si, hiciste una Giovanna d’Arco, ahora te corrijo yo a ti.

Teresa Berganza

Sí, que no la cantaba nadie y que la había orquestado un maestro italiano, pero yo nunca canté en el festival Rossini ni un Barbero ni una Italiana ni nada. Y yo sé que me quería, pero como era rebelde… A lo mejor no me llevó por eso. Me alegra saber que lo dijo.

Juan Ángel Vela del Campo

Este año te han dado el gran Oscar de la música, el International Opera Award a toda una carrera, a toda una vida. Eso es importante.

Teresa Berganza

Algún premio me tenían que dar porque estoy cantando desde los diecisiete años.

Juan Ángel Vela del Campo

Pues ya llevas dos este año, el internacional y este del Círculo, el de fuera y el de dentro.

Teresa Berganza

Sí, y los que hay en casa [risas]. Me encantan los premios. Y esta medalla, como es bonita, me la puedo poner con un traje de noche.

Juan Ángel Vela del Campo

Vamos terminando. Teresa, ¿tú has sido feliz en la vida, con tu dedicación al canto?

Teresa Berganza

Sí, he sido feliz. He sido también infeliz en algunos momentos, pero he sido muy feliz. Ahora que ya no canto, que ya no salgo a escena, que ya no tengo las emociones esas de preparar un concierto o una ópera… Ahora que lo veo en la distancia, me doy cuenta de que he sido muy feliz y he hecho lo que me gustaba. Y me ha querido mucho la gente, sin ser una cantante mediática, que no lo he sido, porque nunca he utilizado los medios. Si ahora tuviera que cantar y decir todos los días en el telefonito ese: «He cantado en Budapest y me han aplaudido cinco minutos», pues no cantaría nunca más porque no lo podría escribir.

Creo que era Rubinstein el que contestaba, cuando le decían que había tenido mucha suerte: «Suerte así [deja un pequeño espacio entre el índice y el pulgar] y trabajo así [abre un gran espacio entre las palmas de las manos]». Pues yo he trabajado así [separa las palmas con un espacio aún mayor] y he tenido suerte también. Por el tipo de voz, el repertorio, mi forma de ser, la musicalidad... Sobre todo he sido muy feliz cantando lo que he cantado. No he cantado nada que no fuera bueno para mi voz. Empecé a cantar el Werther –el primero con José Carreras, el segundo con Alfredo Kraus– y Kraus me dijo: «No te apasiones tanto porque te puede hacer daño esta ópera, cántala más lírica». Fue en el Covent Garden. Aquellas palabras me sirvieron para dejar el Werther, porque no podía cantarlo sin pasión y con pasión parece que me hacía daño. Pero le oía cantar a él, echado, medio muriéndose ya en un sillón y, con el dueto que teníamos que hacer, ¿cómo no me iba a apasionar? Me apasionaba y se me olvidaba la voz. El Werther lo canté en cuatro ocasiones. El mejor, sin duda, fue con Alfredo Kraus. Le veías entrar y ya solo con mirarle a los ojos te volvías loca. Éramos muy amigos, además. Él tenía razón, he hecho muy bien en hacer mi repertorio y no pasarme.

Juan Ángel Vela del Campo

¿Algún recuerdo especial?

Teresa Berganza

El día de hoy no lo voy a olvidar. Os aseguro que cuando se ha abierto esa puerta y hemos entrado, el aplauso que he sentido… Me ha dado un escalofrío en todo el cuerpo y en toda el alma. He sentido una emoción enorme, una emoción que no podré olvidar. Este momento de hoy va a ser uno de los más importantes.

MEDALLA DE ORO DEL CBA A TERESA BERGANZA
08.11.18

PARTICIPANTES TERESA BERGANZA • JUAN MIGUEL HERNÁNDEZ LEÓN • JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO
ORGANIZA CBA