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Cómo prepararse para el fin del mundo

Entrevista con McKenzie Wark

Laura G. De Rivera
Retrato Minerva   |   Imágenes Pósters de agitprop de critical art ensemble, 1988-2008

Crítico de la cultura y los nuevos medios de información, McKenzie Wark (Australia, 1960) lleva toda una vida dedicada a analizar cómo nos está cambiando la tecnología. Desde que emigró a Nueva York, en 2000, se ha centrado en advertir sobre el vectorialismo, una nueva forma de capitalismo que retrata en uno de sus libros más conocidos, Un manifiesto hacker (Alpha Decay, 2004). En la misma línea, destaca Gamer Theory (HUP, 2007), donde equipara la vida actual a un videojuego imperfecto y competitivo que no permite volver a empezar después del Game over. En su última obra, Molecular Red: Theory for the Anthropocene (Verso, 2017), reflexiona sobre la era que nos ha tocado vivir, el antropoceno, caracterizada por el destructor impacto global de la actividad humana sobre los ecosistemas terrestres. Sus ojos y su discurso brillan con una mezcla de escepticismo, inocencia y rebeldía. Wark consigue darle la vuelta a las creencias imperantes para ir más allá de lo aparente. Lo hace, además, desde el enfoque de la Internacional Situacionista, movimiento artístico que pretendía acabar con la sociedad de clases y el sistema ideológico contemporáneo de la civilización occidental.

En su conferencia el pasado mes de febrero en el Círculo de Bellas Artes explicó la vida actual como una interacción entre la segunda y la tercera naturaleza. ¿Cómo las definiría?

La segunda naturaleza es lo que hemos construido. La tercera tiene que ver con las redes de información. Hoy en día, esta es la que domina a las otras.

Ambas son el resultado del progreso humano y nuestros esfuerzos por dominar a la naturaleza. Parece difícil poner en la balanza los beneficios y los peligros de esta interacción...

Ya no hay posibilidad de hablar de la naturaleza «desde fuera». Puede que este sea el significado de la palabra «Antropoceno». Es fútil especular sobre si la segunda y tercera naturaleza son buenas o malas, pues estamos por completo dentro de ellas. La pregunta es si es posible, desde dentro, impedir que acaben con el planeta.

¿Es ese uno de los efectos secundarios de la tecnología?

Tal y como está configurada, la segunda naturaleza tiende a destruir sus propias condiciones de existencia. Socava recursos naturales que no van a durar para siempre.

¿Cree que la raza humana dejará de ser naturaleza algún día, que acabaremos sustituidos por ciborgs, robots y microchips?

Los humanos dejamos de ser naturaleza hace mucho tiempo. De hecho, no somos la única especie que lucha contra ella para construirse una segunda naturaleza. Quizá no seamos distintos del coral que hace su arrecife o del castor que construye su presa. Tal vez, los humanos sólo nos diferenciamos en que pensamos que somos únicos. Creemos que seguimos siendo «naturaleza original», cuando no es así. Somos tecnología desde que nacemos. Siempre lo hemos sido, desde las primeras herramientas. Es una fantasía atractiva vivir de forma puramente natural, pero nunca ha sido una realidad.

Respecto a la tercera naturaleza, centrada en las redes de información, para algunos es una herramienta de libertad, para otros un agujero negro para nuestra privacidad. ¿Dónde está la línea divisoria?

Hay que diferenciar entre la tecnología y su implementación. La forma que tienen las comunicaciones hoy en día emergió de deseos corporativos y militares, para obtener beneficios y controlar el territorio. Pero la tecnología en sí misma es indiferente a los humanos y a la vida. Podemos usarla para cosas muy diversas. El problema es cómo deciden usarla los núcleos de poder. Tenemos que luchar contra ello, para que cambie.

¿Puede sobrevivir la democracia en la era del Antropoceno? ¿Qué opina del uso de inteligencia artificial y redes sociales para orquestar procesos electorales y la opinión pública?

Nadie sabe qué pasará. Lo esencial es que los ciudadanos necesitan tener una educación digital, saber cómo funcionan estas herramientas. A la gente le sorprende que las redes no ofrezcan una visión imparcial de la realidad. Pero ningún medio de comunicación lo hace. No pueden, existen limitaciones inherentes que se lo impiden. Los poderosos, por otra parte, tratan de sacar provecho de esas limitaciones. La clave de la educación política de los ciudadanos pasa por aprender cómo funcionan realmente las redes de información.

¿Qué diferencia nuestra economía actual, a la que usted ha bautizado como vectorialismo, del capitalismo clásico?

La mayor novedad es que, a través del control del vector de la información, se puede controlar el proceso de producción. El poder ya no pasa por poseer y controlar los medios de producción, sino el vector de información. Todos los recursos de planeta pueden ser valorados y gestionados a través de la información. Por supuesto, el capitalismo no se ha terminado. Siempre hay múltiples modos de producción. La cuestión es cuál domina a los demás.

Lo que llamo clase vectorialista ya no son los propietarios de las fábricas. No crean sus propios productos. Pueden encargar todo eso a los proveedores. En vez de eso, poseen las marcas, las patentes, los copyrights y, lo que es más importantes, la logística. Controlan el vector de la información.

Entonces, ¿cuál es la nueva moneda para medir la riqueza?

La propiedad intelectual es una pieza clave. Cada vez más, las compañías son valoradas por los portfolios de propiedad intelectual que acumulan más que por sus activos tangibles. La estructura del poder corporativo ha cambiado. A veces, triunfan nuevos tipos de empresa que salen de la nada, como las empresas que surgen en internet. A veces, se trata de una transformación sutil de compañías existentes, que dejan de centrarse en los medios de producción para obtener poder a través del control de la información.

Habla de propiedad intelectual, pero los utopistas de internet siempre han luchado por la libertad de la información. ¿Puede la información realmente ser libre?

La información quiere ser libre, pero está encadenada en todas partes. Esto ha sucedido en dos fases. Primero, trataron de poseerla como propiedad intelectual. Pero, como efecto imprevisto de la tecnología, se escapó una gran cantidad de información imposible de controlar como propiedad intelectual. En la segunda fase, han emergido nuevas formas de negocio que se basan precisamente en la libertad de información. Google es un buen ejemplo. Se basa en que la gente produzca información y la ponga en internet. Google no produce esa información. Sólo nos dice dónde encontrarla. A cambio, adquiere todo el conocimiento sobre las cosas que la gente busca o desea. Es un intercambio asimétrico.

¿Adónde cree que nos llevará el gigantesco sistema de vigilancia masiva que, gracias a la tecnología, crece a diario a nuestro alrededor?

Los países llevan mucho tiempo espiando a sus ciudadanos. Tenemos que valorarlo desde la perspectiva de que la privacidad siempre ha sido la excepción más que la regla, aunque pensemos que es una excepción positiva. Merece la pena preguntarnos, sin embargo, hasta qué punto la privacidad nos conviene. Quizá también tengamos derecho a saber cosas de los demás. En la práctica, si la clase vectorialista va a aprovechar la asimetría de la información en su propio beneficio, ¿qué derechos debemos tener los ciudadanos para borrar o corregir información que poseen sobre nosotros? ¿Qué derecho debemos tener a investigar a los que están en el poder?

Su libro Un manifiesto hacker presenta una sociedad de múltiples clases enfrentadas, pero destaca el conflicto entre la vectorialista y la de los hackers. ¿Cómo definiría la segunda?

Si la clase vectorialista controla el vector de información, la clase hacker es la que lo crea. Si lo que haces puede ser convertido en propiedad intelectual, eres un hacker. Yo utilizo el término de forma muy amplia. Es un creador de nueva información. Sus motivaciones varían mucho. En el mundo desarrollado, mucha gente joven prefiere ser creativa antes que tener un trabajo aburrido. Pero, como resultado, la clase hacker es muy precaria, no hay trabajos seguros ni permanentes. Se trata de encontrar intereses comunes en todos aquellos que tratan de hacer información nueva, tanto en las artes, la cultura, los medios de comunicación, las ciencias, la tecnología... Son actividades muy diferentes, pero todas tienen en común la precariedad. Decir «clase hacker» es centrarse en esos intereses comunes.

¿Qué fue de los movimientos artísticos hacktivistas de hace dos décadas, como etoy, Critical Art Ensemble, Guerrilla Girls o The Thing que protestaban contra el control de internet y la información? Parece que su entusiasmo inicial se desvaneció y no han tenido mucha continuidad. ¿Por qué?

Me sorprende conocer a gente joven que ha pensado por sí misma lo que falla en la sociedad de la información, pero nunca ha oído hablar de las vanguardias de los noventa y principios de los 2000. Todas nuestras luchas fueron borradas de la historia. En su lugar, existe el mito de que internet floreció gracias al genio de Steve Jobs o alguien como él. Es necesario mostrar que esas luchas fueron reales. Perdimos la guerra, pero ganamos unas cuantas batallas. La clase vectorialista no ostenta el control absoluto todavía, en parte gracias a esas luchas.

¿Y qué pasa con la gran mayoría de la población, los que no controlan la información ni tienen el conocimiento para convertirse en hackers?

La economía global está controlada por la clase vectorialista que, por ejemplo, usa unas tierras como instrumento financiero o transforma en patentes especies de plantas de pueblos indígenas. Por supuesto, hay más clases explotadoras (negociantes, terratenientes...). También, están los granjeros, los obreros y el resto de clases subordinadas, que podrían encontrar intereses comunes al margen de sus diferencias.

Otra de sus obras, Gamer Theory, refleja cómo los videojuegos son una versión perfecta o ideal de la vida. ¿Por qué son tan representativos de nuestra sociedad?

Los videojuegos nos dicen mucho sobre la era actual. Son mundos simulados donde se asignan valores a las opciones que el jugador debe elegir. Como ocurre en la vida laboral, amorosa... Hoy todo parece basarse en sumar puntos y elegir sin parar. Pero la diferencia es que, en la vida real, no puedes empezar otra partida cuando pierdes.

En su conferencia en el Círculo de Bellas Artes, comentaba que esta civilización está moribunda y nos arrastra como el barco ebrio que da nombre a un poema de Rimbaud. ¿Qué necesitamos para frenar los abusos de la globalización y el vectorialismo?

Yo creo que la historia sucede a través del conflicto. Sin embargo, no tenemos precedentes para lo que está pasando. El cambio climático no influyó en la caída del imperio romano o del feudalismo. No tenemos un modelo de revolución geológica a escala global. Pero será emocionante ver qué pasa, ¿no crees? No sabemos qué estamos haciendo. Es hora de experimentar.

También hablaba de la necesidad de una revolución para cambiar las cosas. ¿Pero de verdad la gente quiere rebelarse o prefiere adaptarse a los abusos en silencio?

Las revoluciones no suceden por razones morales, ni por ideas. Ocurren cuando la gente tiene el hambre suficiente. Pueden producirse de golpe, cuando un modo de producción no puede sostenerse más. La cuestión es, cuando llegue el momento, tener claras nuestras afinidades, el grupo al que pertenecemos.

¿Cómo podemos construirnos esa «balsa para navegar a la deriva entre las olas», a la que se refiere al parafrasear a Rimbaud?

Hay que empezar por darse cuenta de lo poco práctica que es esta civilización en ruinas. Trabajamos para hacer un montón de cosas que la gente no quiere ni necesita, mientras se destruye la naturaleza de la que depende todo. Y lo sabemos. Los humanos nos hemos convertido en una especie muy poco práctica.

¿Y cuál es el rol de los intelectuales en todo esto?

Nadie lo sabe. Todavía tenemos que inventarlo. No está claro qué clase de conocimiento vamos a necesitar. El primer paso es dejar de perder el tiempo pensando qué conocimiento dominará sobre los demás. Científicos, sociólogos, humanistas, artistas, ingenieros... todos vamos a tener que averiguar cómo trabajar juntos.