«Supone, desde mi punto de vista, la obra culminante de Buñuel dentro del cine clásico […] Grandiosamente interpretado por Arturo de Córdova, Francisco Galván es un buen ejemplo de lo que solía llamarse gráficamente —sospecho que sea una expresión en desuso—“un meapilas”, en realidad un varón de mediana edad todavía virgen y algo fetichista reprimido, que se prenda de los pies calzados de otra feligresa y la persigue con todo tipo de trampas y tretas, hasta hacer que rompa con su novio formal (casualmente un gran amigo de Francisco) y termine por acceder a casarse con él, asombrosamente fascinada por su carácter dominante, seguro, imperativo. Ya en la (fallida, según parece) y abreviada luna de miel, Gloria empieza a descubrir y sufrir crecientemente sus por completo injustificados celos y su maníaca sobreinterpretación de cualquier gesto como burla y de cualquier movimiento, atraso, disculpa o descuido como pruebas de la infidelidad de su mujer, cuanto no consigue en sus negocios o asuntos inmobiliarios lo achaca a que sus abogados se han dejado comprar por la otra parte y le han traicionado. Obviamente, no se fía de nadie ni va a ningún sitio, cada vez más solo y encerrado, desprecia a los seres humanos que contempla desde lo alto de un campanario hasta verlos como gusanos a los que, si él fuese Dios, pisotearía y nunca perdonaría […] Sigue siendo hoy una película insuficientemente valorada, aunque algunos la ten-gamos no sólo por una de las dos máximas obras maestras de Buñuel, sino una de las más grandes de toda la Historia del Cine». (Miguel Marías, Otro Luis Buñuel)