El edificio

Imagen: Ana Angoloti
El edificio del Círculo de Bellas Artes (1919) ordena su planta en tres ejes paralelos a la calle Alcalá, con un amplio salón de estancia, el acceso principal, el vestíbulo, la escalera monumental y el teatro como espacios protagonistas a los que se añaden, en distintas plantas, los múltiples usos de este edificio plurifuncional: «De los diversos departamentos de muy complejos y aún heterogéneos destinos, […] cómoda y clara viabilidad interior, así como la resultante disposición de las fachadas y relativa importancia de las mismas según la de las vías en cuya alineación se encuentran […] cristalizando todo ello en una gran sencillez de distribución»1. La propia retórica de estas escuetas notas del preámbulo de la memoria del concurso da idea de la heterogeneidad del edificio y del manifiesto afán por construir un icono urbano con el pretexto de la casa de las artes. Esta vocación simbólica se trasluce en su sección longitudinal, con las secuencias de espacios en permanente contraposición de alturas destinadas a vestíbulos, salas de exposiciones, lugares de estancia, salas de conferencias, teatros y la monumental escalera, que entra en contraste manifiesto con los marginales y reducidos servicios de ascensores, sacrificados en aras del efecto ilusionista de la escalera. En el interior del edifico no parece que Palacios desee superar los presupuestos de la mímesis y la sublimidad latentes aún en estas propuestas arquitectónicas que ponen de manifiesto cuán difícil resultaba alcanzar una modernidad genuina.
La propuesta urbana del edificio del Círculo refleja el interés de Palacios por la composición barroca de la ciudad que se plasmará en diferentes propuestas de reforma para Madrid y Vigo. El edificio del Círculo no está pensado como un edificio de esquina, ubicado en el vértice de dos calles. Su entrada principal intenta aprovechar los servicios que puede prestar una calle particular, hoy aturdida por el tumulto del tráfico, a despecho de la localización y el protagonismo urbano de la calle Alcalá. Se trata de un edificio que resultaría más adecuado para una localización como la que ofrece el Palacio de las Artes (1926), junto a la Biblioteca Nacional2.
El alzado lateral del Círculo (1919-1926) es un telón urbano, una secuencia fragmentada de varios edificios en la que Palacios, como si se tratara de una tabla renacentista de la vista de una ciudad, plasma sus proyectos próximos o futuros como arquitecto. En la propuesta del concurso para el Círculo de Bellas Artes se intuye la impronta de las columnatas y las logias depuradas del edificio del Banco Español del Río de la Plata (1921-24) o el proyecto para la Sociedad de Autores (1923). El edifico del Círculo y alguno de los edificios de viviendas urbanas del centro de Madrid son las propuestas que más decididamente trataron de abandonar la redundancia ornamental que aflora en ese cajón de sastre del «eclecticismo madrileño», tan distante de los ecos de la modernidad que la burguesía industrial catalana supo apreciar3.
Junto a este abrigo decorativo de redundancia estilística -particularmente visible en los edificios de Correos de la Plaza de la Cibeles o en el contundente expresionismo del Hospital de la Glorieta de Cuatro Caminos-, en la composición arquitectónica del edificio del Círculo de Bellas Artes se percibe cierto interés por los procedimientos «clásicos» que lo acercan a esos rasgos de «modernidad» presente en muchos edificios de las grandes ciudades centroeuropeas. Se trata de gestos compositivos como las ventanas mirador, muy apreciadas en los orígenes del Arts and crafts anglosajón. La ordenación basamental como un estilóbato horadado por los grandes ventanales a la calle Alcalá o el tratamiento del diedro de la esquina en esa secuencia de respuestas constructivas y compositivas muestran hasta qué punto la arquitectura del edificio de la vieja ciudad burguesa es aún un retablo de significados -de los que el arquitecto es un traductor, en algunos casos elocuente- de la cultura del cliente4. Cabe recordar que fue otro edificio de esquina ubicado en el trazado de la nueva Gran Vía madrileña, el «edificio Carrión» o «edifico Capitol», el que, ya en la década de los treinta y desde las constantes expresionistas de un Erich Mendelson, marcó los rasgos más sobresalientes de la modernidad madrileña de principios del siglo XX.
Es de sobra conocido que el proyecto para el Círculo de Bellas Artes fue objeto de un polémico concurso de arquitectura convocado en 1919 del que se excluyó la propuesta de Palacios y Otamendi a causa de una interpretación en la forma de medir las alturas del nuevo edificio. Solventados los recelos administrativos del jurado y tras la votación de los socios del Círculo, se encargó el desarrollo del proyecto que habían presentado estos arquitectos5.
El edificio del Círculo de Bellas Artes, situado en el entorno de las dos arterias urbanas madrileñas, la calle Alcalá y la Gran Vía, adquirió un destacado valor iconográfico en la escenografía urbana de principios del siglo XX. La heterogeneidad de su ordenamiento, así como el antagonismo entre la composición semántica del interior y el exterior, lo convirtieron en un símbolo destacado de la arquitectura de una ciudad que avanzaba hacia la modernidad con suma parsimonia.
En la obra de Antonio Palacios y de manera muy evidente en el edificio del Círculo, se perfilan dos personalidades. Por un lado, la figura de un arquitecto formado en las tramas del confort y las aureolas del artista integral y, por otro, la del constructor o maestro de obras que, como Aldolf Loos, se considera «un albañil que ha aprendido algo de latín». Palacios, cercano al mundo de la transformación de la piedra y buen conocedor del oficio de cantero, no buscaba recubrir la fachada con una piel pétrea, más bien intentó recuperar el muro en su desnuda solidez constructiva como espacio donde alojar disonancias, rupturas y toda la emblemática que permite la talla del cantero. En cambio, en el interior, Palacios trabaja con los vaciados de yeso, los revestimientos de mármol, la sutil pero manifiesta incorporación de los espejos y el descarado estucado de frisos, capiteles, entablamentos, columnas y logias. Así, resulta palmaria la diferencia entre la arquitectura del exterior y la expresión artística de sus interiores. Para Palacios, al igual que para muchos de sus contemporáneos europeos, el arte y la arquitectura constituían un binomio indisoluble, y no dudará de aprovechar los diferentes interiores del edifico del Círculo para ejercer de constructor de materiales ligeros.
El edifico que Palacios levantó para el Círculo surgió de la capacidad y voluntad de un destacado arquitecto que no se dejó amilanar por el conservadurismo a ultranza que imperaba en una ciudad que apenas había dejado de ser villa, donde el capitalismo mercantil apenas favorecía gestos formales de «modernidad» y en cuya debilitada «memoria sentimental» raramente se dejaba sentir la idea de progreso. No resulta difícil imaginar la lucha que tuvo que librar un hombre como Antonio Palacios para sacar a la luz las vicisitudes del tiempo que le tocó vivir como arquitecto, frente a tan diversificadas diferencias ideológicas. Antonio Palacios, desde los conflictos que protagonizaron las arquitecturas del «yo» por hacerse patentes en la ciudad, trató de convertir este edificio del Círculo en una categoría de la visión como, en parte, correspondía a los primeros tiempos de las vanguardias. Tal vez por eso sigan teniendo razón Deleuze y Guattari: «La piel es la materia profunda de la estructura del espacio».
1 Antonio Palacios, constructor de Madrid, op. cit., p. 139.
2 Para una valoración del trabajo de Palacios como arquitecto urbano véase Antonio Fernández- Alba, «Arquitectura y ciudad en la obra de Antonio Palacios. Notas para una exposición» en Antonio Palacios, constructor de Madrid, op. cit, pp. 268-274.
3 Resulta oportuno recordar los exabruptos acerca del edificio del Círculo de un Valle- Inclán que, en 1934, animaba a su destrucción como gesto revolucionario frente a las nuevas imágenes de la arquitectura de la ciudad: «Es una vergüenza. Hay que derribar inmediatamente ese Círculo de Bellas Artes, y ese Ministerio de Instrucción Pública, y ese Palacio de Comunicaciones, y medio Madrid… Lo bonito de las revoluciones es lo que tienen de destructor. Se ha dicho mucho sobre la quema de conventos, pero la verdad es que en Madrid no se quemaron más que cuatro birrias que no tenían ningún valor. Lo que faltó ese 14 de abril, y yo lo dije desde el primer día, es coraje en el pueblo, que no debió dejar ningún monumento. Para la próxima revuelta espero que las masas vuelen con dinamita el monumento a Cervantes… No se hizo nada en España aquel día… Fue una lástima, pero como todo se repetirá, tarde o temprano, es preciso que vayamos indicando a la gente las cosas que hay que destruir para que nada les pille desprevenidos… Yo ya dije el mismo día de la proclamación de la República que ésta nacía con el vicio de la debilidad…» (citado en Antonio Palacios, op. cit., p. 143).
4 En el catálogo de la exposición de 2001 sobre Antonio Palacios se recoge un «Soneto al eximio arquitecto Palacios, autor del portentoso edificio del Círculo de Bellas Artes (Madrid), que tiene la admirable propiedad de mantenerse todo sobre una pequeña columna». El soneto, firmado por Isidoro Capdepon (Federico García Lorca), destaca el valor simbólico y compositivo que Palacios confiere a la columna en el edificio del Círculo: «¡Oh, qué bello edificio! ¡Qué portento! / ¡Qué grandeza! ¡Qué estilo! ¡Qué armonía! / ¡Qué masa de blancura al firmamento / para hacer competencia con el día! // La ciencia con el arte aquí se alía / en tanta perfección, según yo siento, que en aqueste soneto sólo intento / a mil enhorabuenas dar la mía. // En Guatemala existe un edificio / de menor importancia en mi concepto, / y no obstante tuvieron el buen juicio // de nombrar general al arquitecto. / Mas en Madrid yo no he encontrado indicio / de que piensen honrar a tu intelecto. // Ya lo sabes, Palacios, ¡gran patricio! / Que a Babilonia antigua has resurrecto» (citado en Antonio Palacios, op. cit., p. 164).
5 Para una valoración detallada de las vicisitudes del concurso, véase Antonio Palacios, op. cit., p. 144.