Crueldad

CHEMA MADOZ

001

Confianza en el anteojo, no en el ojo.

CÉSAR VALLEJO, Poemas humanos.

002

La vida –ahí– no engaña.

No, la vida se muestra, ya al desnudo. Enuncia su interior, lo saca afuera desvelando su hoja.
Revelando su filo, limpiamente.

Animal-mineral, muestra su brillo. Dispara su tensor, como un resorte que se viene
a clavar: en la memoria.

La memoria y la carne. La dentada cuchilla, ángulo insomne que se abre, fingiendo
que sonríe.

Y la escama y el ojo: su metal.

La mirada ya ciega, detenida.

Pronto se hará extensión. ¿Quizás un duelo? ¿Un asalto imprevisto, por la espalda?

Lo sabes y, sin embargo, te sorprende.

Frío acero y, al fondo, en el esbozo de una mínima sombra, quizá un trazo, acechando.
El de un rostro que te mira.

003

Como en el vaso el agua, así es el alma.

EPICTETO, Disertaciones, III, 3, 20.

004

A watch whose little ticks
are like horrible hammer-blows.

Un reloj cuyo mínimo tictac
es como horribles golpes de martillo.

OSCAR WILDE, La balada de la cárcel de Reading, I, 77-78.

005

El número de grados de libertad de un sistema cuando existen ligaduras entre las partículas será el número de grados de libertad del sistema sin ligaduras, menos el número de ligaduras que relacionan las variables.

J. M. GOICOLEA, Curso de mecánica.

006

Nel crudo sasso [...]
da Cristo prese l’ultimo sigillo.

En la ruda montaña [...],
le dio Cristo aquel último sello.

DANTE, La Divina Comedia, «Paraíso», canto XI, versos 106-107.

007

οἵη περ φύλλων γενεὴ τοίη δὲ καὶ ἀνδρῶν.

(Caen) como hojas las generaciones de los hombres.

HOMERO, Ilíada, VI, 146.

008

Und der Haifisch, der hat Zähne
und die trägt er im Gesicht
und Macheath, der hat ein Messer
doch das Messer sieht man nicht.

Ach, es sind des Haifisch Flossen
rot, wenn dieser Blut vergißt.
Mackie Messer trägt’nen Handschuh
drauf man keine Untat liest.

El tiburón tiene dientes
y en la boca se le ven.
Macheath guarda su cuchillo,
y así nadie ve qué es.

Del tiburón las aletas
ya de sangre rojas van.
Mack Navaja la hoja enfunda,
encubriendo su maldad.

BERTOLT BRECH, «Die Moritat von Mackie Messer», en: B. Brecht / K. Weill, Die Dreigroschenoper.

009

Como el encuentro fortuito de una máquina de coser y de un paraguas sobre una mesa de disección.

LAUTRÉAMONT, Los cantos de Maldoror, canto V.

010

[...] zum Augenblicke sagen: Verweile doch! Du bist so schön!

[...] y decirle entonces al instante: ¡Eh, detente! ¡Eres tan hermoso...!

J. W. GOETHE, Fausto, Primera parte, Acto único, Estudio de Fausto, v. 1700.

011

Para hacer el vacío, hacer la jaula con alambre de espino. Sobre todo evitar cualquier tipo de abertura, cualquier puerta o ventana. Colgar luego su trenzado de un gancho, de manera que se pueda colgar de un marco externo –y también de metal (no es necesario que este metal sea el mismo, ni que sea otro alambre de púas). El conjunto se dispone apoyado en una barra que deberá bajar a una peana de metal igualmente. Ya en la base (es decir, por debajo de la foto) deberá disponerse un cable eléctrico conectado a un enchufe. Cuando el aire que ha quedado encerrado se revuelva con la fuerza del viento, irá aumentando la tensión, produciendo una centella, una chispa encendida. Con la fuerza que desprende ese rayo, todo el aire quedará consumido. Así el vacío, atrapado en la jaula, será un bloque invisible, un espectro transparente, concentrado y, sin duda, material.

012

How many thousand of my poorest subjects
are at this hour asleep! O sleep, gentle sleep,
Nature’s soft nurse, how have I frighted thee,

that thou no more wilt weight my eyelids down
and steep my senses in forgetfulness?
Why rather, sleep, liest thou in smoky cribs,

upon uneasy pallets stretching thee,
[...]
than in the perfumed chambers of the great?

[...]
Cansy thou, O partial sleep, give thy repose
to the wet sea-boy in an hour so rude,
and in the calmest and most stillest night
[...]
deny it to a king? Then, happy low, lie down!

Uneasy lies the head that wears a crown.

¡Cuántos miles de mis más pobres súbditos
ahora duermen! ¡Oh, sueño, gentil sueño
tú, suave nodriza de Natura!, ¿qué es lo que habré hecho yo para espantarte,
que no quieres pesar sobre mis párpados
y empapar en olvido mis sentidos?
¿Por qué antes, oh, sueño, a yacer pasas a las ahumadas chozas,

a tenderte sobre los más incómodos jergones
[...]
sin querer penetrar en las alcobas perfumadas que ocupa la grandeza?

[...]
¿Puedes, oh, parcial sueño, dar reposo
al grumete empapado por las olas en la hora más ruda
y, al contrario, en la noche calmada y silenciosa
[...]
denegárselo a un rey? ¡Yaced por tanto felizmente vosotros, los humildes,
que turbada e intranquila veis que yace la cabeza que porta una corona!

WILLIAM SHAKESPEARE, Enrique IV, segunda parte, acto tercero.

013

Reposa sobre el cepo, libremente.
Se diría posado en un columpio, y quizá se diría que inconsciente del peligro que corre
si el resorte de la trampa, de pronto, se dispara, por un mal movimiento, provocado
por él mismo, o quizá un golpe de viento o un choque imprevisto (no sabemos en dónde
está prendido el fino hilo de metal del que cuelga).
Sin embargo, el pájaro (aún) reposa; libremente.
¿Es consciente quizá de lo que implica su insistente posar? ¿O quizá teme que cualquier movimiento aguzaría de inmediato el peligro, en el intento de salir de ese bucle?
¿O afronta incluso tranquilo, alegremente, la amenaza, conociendo su riesgo?
¿El de la vida?
Libremente reposa...
«Cuando canto a gusto, el paladar me sabe a sangre»*.

* Tía Anica la Piriñaca.

014

Lo más leve: ¿la aguja?
Lo más leve: ¿la pluma?
Lo más leve.
En mitad de lo abierto corre un río.
Corre un río. En lo abierto.
La punzada, en el ojo. Su deriva.
Su relieve escondido. Densidad.
Y el animal, ausente...
y el acero.
La punzada en el aire, en pleno vuelo,
y, en el vuelo, la
sombra.
Sangre blanca.

015

Adstupet ipse sibi vultuque inmotus eodem haeret ut [...] formatum marmore signum.
Se cupit inprudens.

Se extasía ante sí mismo y permanece inmóvil y con el semblante inalterable,
como estatua que está tallada en mármol [...], se desea a sí mismo sin saberlo.

OVIDIO, Metamorfosis, libro III, versos 418-419.

016

No preguntarme nada. He visto que las cosas
cuando buscan su curso encuentran su vacío.

FEDERICO GARCÍA LORCA, «1910 Intermedio», en Poeta en Nueva York.

017

Viendo ahí la escalera, puesta al fondo de la sala vacía, comprendió. Fue subiendo, peldaño por peldaño y, tras apoyarse en el espejo, se encontró al otro lado. Nuevamente vio allí una escalera, puesta al fondo de la sala vacía. Fue subiendo, peldaño por peldaño... Comprendió...

018

Y el ángel que vi en pie, sobre el mar y la tierra, levantó hacia el cielo su derecha y entonces juró: [...] ya no habrá tiempo.

JUAN, Apocalipsis, 10, 6.

019

Y cultivar con celo, en la naturaleza y en el arte, púas, espinas, picos y cuchillas. Extender con esmero un erial de ignominia, un punzante barbecho de dolor, un asolado páramo sangriento.

Y, circunspectamente, celebrarlo.

021

Instrucciones de uso:

Para casos de carácter banal (asesinato, trata de blancas, especulaciones en la bolsa, evasión de capitales, bombardeos...) mostrar algo la hoja del cuchillo (si fuera imprescindible) para calmar al público inexperto en delitos mayores.

Si se hubiera producido quizás una protesta –aunque es poco probable– relativa a lo antes prescrito, hincar la hoja –una vez afilada– penetrando un centímetro o dos (según los casos y según la insistencia del sujeto) en la nalga derecha.

Cuando alguno cometa algún delito –de palabra, o, igualmente, de mero pensamiento– despreciando los símbolos que fundan el derecho (en un caso: la corona; otro aún: la bandera; otro: la patria; otros más: el ejército, el mercado, la moneda, la iglesia, los burdeles...) introducir la hoja del cuchillo tres o cuatro centímetros al menos a la altura del hígado, moviendo algo el mango (según la contumacia en que haya incurrido el delincuente).

Cuando alguno, alegando cualquier tipo de supuestos motivos que lo hacen ser aún más culpable, alegue hambre, necesidad, pobreza, o cualquier otro pretexto para, en el supermercado, llevarse en el bolsillo alguna lata de sardinas, un plátano o una bolsa de fiambre (todo ello ha de entenderse meramente a título de ejemplo de cualquier otra clase de rapiña), afilar el cuchillo y darle luego dos o tres puñaladas en el bazo, alcanzando esta vez ya no hasta cinco sino a siete centímetros al menos. El castigo, de ahora en adelante –como en todos los tipos de condena que ahora siguen– habrá de ejecutarse siempre en público, por ejemplaridad.

Cuando alguno incurriera, reunido al efecto con otros, en cualquiera de los tipos penales ya indicados (o en cualquier otra forma de protesta individual o colectiva contra la propiedad o lo dispuesto por el orden legal establecido por las autoridades competentes), tanto a él como al resto de los reos de flagrante delito habrán de hincarles el cuchillo hasta la empuñadura, es decir diez centímetros y medio más el resto completo de la hoja que en la punta no viene numerada, a la altura del cuello, manteniendo la presión. Cuando el cuerpo se desangre se retira de nuevo el instrumento y, después de limpiarlo con cuidado, se aguza su filo una vez más.

022

Someday girl I don't know when
we're gonna get to that place
where we really wanna go,
and we'll walk in the sun.
But till then tramps like us
baby we were born to run.
[...]
Come on with me, tramps like us
baby we were born to run.

Algún día, nena, no sé cuándo,
llegaremos al fin a ese lugar
al que de verdad queremos ir,
y podremos pasear al sol.
Pero hasta entonces, los vagabundos como nosotros,
querida, hemos nacido para correr.
[...]
Ven conmigo. Los vagabundos como nosotros,
hemos nacido para correr, querida.

BRUCE SPRINGSTEEN, Born to run.

023

En mi sueño, la mano era muy blanca.

Me habían dejado junto al callejón. Di la vuelta despacio, asegurándome de que no había nadie. Estaba solo.

Atravesé el jardín, si es que se puede llamar así a un espacio angosto lleno de maderos arrumbados, pero el suelo, y la arena en especial, los sentía crecer y disolverse bajo mis pies. Se hundían, y, de nuevo, remontaban, oscuros, desde el fondo.

Disolverse y crecer... Sentí el ahogo de costumbre, entre el pecho y el costado, y subí la escalera.

Entré en la casa.

¿Dije que era de noche? ¿Dije que la puerta estaba abierta, esperando por mí?

Con el sonido, seco, del percutor, se vino al suelo.

En mi sueño, la araña era muy blanca.

024

Oí la voz que decía, susurrando: «A ése van a colgarlo». Iban a hacerlo porque había matado lo que amaba.
Primavera. Creciendo, nuevos brotes en los robles y olmos;
en el árbol del ahorcado, raíces de serpientes.

Verde o seco, el que muere todavía no ha dado su fruto, su sazón.
Tras el lazo que estrecha el asesino, aún por última vez, mirar al cielo.
El oleaje del día está tan quieto que despliega sus algas por el aire.

Sobre el aire, bailando, pies ligeros.
Sobre el suelo, desnudo. Zanja abierta.
Miré al suelo, temblando. Miré al suelo tanteando mi camino. Miré al suelo: mi tumba, numerada.

Y el Señor de la Muerte, viento helado.
En los ojos del hombre hay escondido algo escrito que nadie puede ver.
Como un animal estrangulado, contemplaba su nudo, fijamente. Al cerrarse, de pronto, quebró el grito.

Cada cual en su Infierno.
Muro ciego.
Pero el Sueño no baja y llama al Tiempo
en su Infierno, entre adobes de vergüenza.

Unos matan lo amado con miradas, otros con una voz aduladora.
Los cobardes, con besos.
Con la espada en la mano los valientes.
Lo ahogan en lujuria o en dinero.
Le enredan una soga en torno al cuello.
Pero todos matan lo que aman.

OSCAR WILDE, La balada de la cárcel de Reading (fragmentos).

026

Desde un tiempo sin fin
–no recordaba, desde cuando, al principio...
una inquietud–,

lo venía pensando,

su concepto, recogido en la imagen,
su materia.

Por decirlo de un golpe,
en la palabra
más desnuda,
centrando, definiendo
con toda exactitud lo que buscaba.

Finalmente, la idea
–y lo que había de encarnar en la idea–
tomó cuerpo,

se ofreció al descubierto:

apareció.

028

Juguemos nuestro papel debidamente, pero como el papel que corresponde a un personaje prestado. De la máscara y de la apariencia no se debe hacer en ningún caso una presencia real.

MICHEL DE MONTAIGNE, Ensayos, Libro III, cap. X.

029

Liber scriptus proferetur
in quo totum continetur,
unde mundus iudicetur.

Libro escrito a abrirse viene
donde todo se contiene
que a juzgar el mundo viene.

Dies irae

031

Ese perpetuo cepo para ratas, nuevamente tensado, sin descanso, por cada animal allí atrapado, que caza roedores por sí solo.

LAUTRÉAMONT, Los cantos de Maldoror, canto V.

032

Frente al enemigo, si nos vence, ni los muertos estarán seguros.

WALTER BENJAMIN, Sobre el concepto de historia, fr. VI.

033

¿Metamorfosis o hibridación? ¿Niobe o bien un centauro? ¿El catafalco o un posible renuevo?
«Al despertar tras un sueño intranquilo, Gregor Samsa, aún metido en su cama, se encontró
convertido en un monstruoso insecto»*.

* FRANZ KAFKA, La metamorfosis.

035

El hombre ha llegado a ser [...] un dios con prótesis: bastante magnífico cuando se coloca todos sus artefactos.

SIGMUND FREUD, El malestar en la cultura.

038

Resistir el asalto, estar en guardia,
atajar, compás curvo, una parada
general, un reparo, estar al quite,
finta, esquiva, tender, ganar los tercios,
desviar, irse a fondo, revés, pase...
el acero del tiempo, su aguijón.

Vulnerant omnes, hei, ultima necat*.

* «Todas hieren, ¡ay!, la última mata». Adagio latino.

039

Unh. Alles, was im Geheimnis, im Verborgnen [...] bleiben sollte und hervorgetreten ist.

Unheimlich. Lo que, estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto, [...] no obstante ha salido a la luz, se manifiesta.

FRIEDRICH SCHELLING, citado en Sigmund Freud, Das Unheimliche.

040

Vendrá como un torrente encajonado contra el que irrumpe el soplo de Yahveh.

ISAÍAS, 59, 19.

041

El programa era breve, pero intenso, las tres partitas para violín sólo en su estricto orden de catálogo sucesivamente presentadas. El intérprete –exacto y de prestigio, pero sin duda no un virtuoso– parecía encarnar aquella noche quizás algo distinto. Para aquellos que lo habían oído algunas veces, hubo pronto algo extraño, una sorpresa, un suceso difuso que oscilaba entre el ritmo adoptado y la actitud, un sonido delgado y más oscuro, quizá un poco rojizo –como una seca hoja de roble en el otoño–, un temblor algo abrupto, pero entero y, al tiempo también, como una huida.
 La primera partita, con sus doubles, por principio más acelerados, pareció a los oídos más expertos algo ya descompuesto, desnortado, no en la Allemande –más serena–, pero sí al pasar a la Courante, donde las exigencias polifónicas parecían crear algo independiente, un extraño collage, si es que podemos expresarnos así: una encrucijada. El sonido se fue recomponiendo sin embargo en las dos danzas siguientes (nuevamente seguidas de sus doubles), tanto en la solemne Sarabanda como atacando luego la Bourrée (aunque ahí la exigencia multiforme de las dobles y a veces triples cuerdas parecían aún multiplicarse). La segunda partita fue pasando, al contrario, de un modo inexpresivo, rutinario y ya más convencional, tal como si el músico estuviera ensimismado y torpe, o quizá ausente, meditando otra cosa y repitiendo un discurso mecánico. El sonido se había vuelto pesado, más compacto –o quizá, mejor dicho, apelmazado–, como si repitiera un ejercicio sin mayor interés, y aún la Chacona, con su famoso tema sincopado y su larga cadena de inventivas, exactas y complejas variaciones, pareció deshacerse poco a poco, agrumándose a veces para luego destrenzarse y flotar como perdida entre la general indiferencia. Sin embargo –ya lo hemos señalado–, si la tensión armónica se había ido esfumando casi por completo, había algo en el cuerpo que abrazaba firmemente el violín como si el brazo derivara hacia algo, como abriendo en el aire un camino, una textura quizá un poco rojiza, como vemos en la rama desnuda, cuando tiembla y produce un rumor. No eran los dedos los que ahora avanzaban recorriendo sabiamente el violín. Era la mano, o quizá, mejor dicho, la muñeca la que empuñaba el arco. No la mano, sino el brazo completo y la muñeca, se arrastraban ahora por los trastes y las cuerdas. Había comenzado, sin interrupción de la segunda a la tercera, el mágico Preludio, amplio como un océano infinito, y ahora el intérprete, que había despertado de pronto, elevó un canto que surgía ya no de su instrumento sino del cuerpo entero, recogido en la rojiza luz que desprendía su mirada y, si el cuerpo parecía cada vez estar más debilitado, la música crecía más intensa, como si surgiera de una fuente que manaba rojiza, incontenible. Nunca se había oído nada así, nada igual. La perfecta resonancia se combinaba ahora con el hilo de voz de otro temblor, y a la distancia de quienes lo escuchaban se fue alzando aquella vibración... Un metal claro, quizá un filo de agua, o de metales, una onda magnética, un zumbido inidentificable. La distancia y la luz mortecina no dejaban percibir claramente el fino origen de aquella diferencia: lo inaudito.
 Y, de pronto, lo vieron. Alzó el arco, en un último esfuerzo –la muñeca era un río violento, rumoroso– y en la luz casi negra de la escena se vio el cuerpo caer, desvencijado, lentamente... Después, el chocar seco pero leve del cuerpo en la tarima de la escena, un temblor y, finalmente, un silencio también, como una huida.

042

ὁμότιμοι ἐπήλυδες ἐν πολιήταισ.
πάντες γάρ πενίηες πειρώμεθα τής πολυπλάγκτου,
χώρες δ᾽ οὔ τι βέβαιον ἔχει πέδον άντηρώποισιν.

Iguales, ciudadanos y extranjeros.
Todos sufrimos las penas del errante,
pues no hay firme asiento entre los hombres.

FOCÍLIDES, Sentencias, versos 39-41.

045

Fragmento, fractura, grieta, fisura, falla:        construcción.

046

Hab auch sköne Oke – sköne Oke. – Ei nix Wetterglas, nix Wetterglas!

También tengo belos okos, belos okos, nox catalejos, nox catalejos io.

E. T. A. HOFFMANN, en Sigmund Freud, Das Unheimliche.

047

Pero la vida del espíritu no es la vida que se asusta de la muerte y se preserva pura de la devastación, sino la que la soporta y se mantiene en ella. El espíritu sólo gana su verdad en tanto que se encuentra a sí mismo en el absoluto desgarramiento.

G. W. F. HEGEL, Fenomenología del espíritu.

049

En la danza de la serpiente, ésta no es sacrificada sino transformada en mediador, a través de la consagración y de la danza [...]. Por ello, regresa a las almas de los muertos y, como rayo, produce la tormenta. [...] El arrojamiento mágico tiene por objetivo obligar a la serpiente a obrar como propiciadora de los rayos y generadora de la lluvia. [...] Nuestra época tecnológica puede prescindir de la serpiente para explicar el rayo de tormenta. El rayo ya no asusta al habitante de nuestras ciudades, que dejó de añorar como fuente de agua la tormenta. Él dispone de sus acueductos, y el rayo-serpiente es desviado por el pararrayos a la tierra.

ABY WARBURG, El ritual de la serpiente.

050

Lo buscó en las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita para siempre.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, Crónica de una muerte anunciada.

051

La miró una vez más, enamorada de su escueta elegancia, su trazado rectilíneo, su asalto contra el cielo y el ángulo agudo que formaban unas hojas con otras, sólo siete. Se sentía distinta, una de tantas enganchada en su rama, conformando un conjunto difuso, casi informe. La miró una vez más, al inclinarse hacia abajo, mecida suavemente por el aire ya seco del verano, y sintió que muy pronto se podría liberar y bajar hacia esa hermosa y sencilla estructura, definida con feroz precisión, mientras que ella no era sino una hoja como tantas, expandida y vulgar, representando un modelo banal e indefinido con sus lóbulos blandos. Para colmo, su piel se iba arrugando, enrojecía y le iban saliendo nervaduras cada vez más visibles, agrietadas. Le inquietaba el contraste. Sin embargo, otras veces sentía la dulzura de sentirse pequeña, delicada, diferente. Sentía ese contraste como una ventaja, un atractivo, una oportunidad...

Pasó el verano, cambió el tiempo, y sintió que su peciolo, muy reseco, ya no se alimentaba de la rama leñosa. Supo entonces, feliz, que iba a caer, era el momento. Cuando el aire empezó a soplar más fuerte hizo un último esfuerzo. Iba cayendo, dando vueltas, temblando...

Aquella hoja le atravesó, por fin, el corazón.

053

Tiene el hombre, pues, por condición, la de no encontrarse enraizado, es decir, no ir creciendo pegado a la tierra.

EPICTETO, Disertaciones, III, 24, 12.

055

El que es, el que era y el que viene [...], de eternidad en eternidad. [...] El momento se acerca.

JUAN, Apocalipsis, 1, 3-6 (fragmentos).

056

Die Blätter fallen, fallen wie von weit,
als welkten in den Himmeln ferne Gärten;
sie fallen mit verneinender Gebärde.

Caen, caen las hojas como desde lejos
como si se ajaran entre los lejanos jardines del cielo.
Caen con ademán de negación.

RAINER MARIA RILKE, «Herbst», en Das Buch der Bilder.

057

Whoever is in your life,
those who harm you,
those who help you;
those whom you know
and those whom you do not know
let them off the hook,
help them off the hook.
Recognize the hook.

Vivas con quien vivas,
con quien te hace daño,
con el que te ayuda,
con los más cercanos o desconocidos,
haz por liberarlos
del anzuelo, ayuda, a desengancharlo.
Conoce el anzuelo, reconoce el garfio.

LEONARD COHEN, “S.O.S. 1995”.

058

Forget your perfect offering.
There is a crack in everything,
that’s how the light gets in.

Da al olvido tu perfecta ofrenda.
Una grieta hay en todo;
así es como la luz entra.

LEONARD COHEN, Anthem.

060

Por una parte, hay que soportar toda la longitud de este camino, pues cada momento es necesario; por otra parte, hay que demorarse en cada uno, pues cada momento es, él mismo, una figura individual entera.

G. W. F. HEGEL, Fenomenología del espíritu, prólogo.

061

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

FEDERICO GARCÍA LORCA, Pequeño vals vienés.

‘And I'll dance with you in Vienna,
i'll be wearing a river's disguise,
the hyacinth wild on my shoulder,
my mouth on the dew of your thighs.
And I'll bury my soul in a scrapbook
with the photographs there, and the moss,
and I'll yield to the flood of your beauty
my cheap violin and my cross’...

Sí, bailaré contigo en Viena,
allí un río será mi disfraz.
En mi hombro el jacinto silvestre,
en mi boca el rocío de tus muslos
y mi alma enterrada en un álbum
de recuerdos y fotografías
recubiertos de moho, rindiendo
en el flujo de tu hermosura
mi barato violín y mi cruz.

LEONARD COHEN, Take this Waltz (ensayo sobre Lorca).

063

Debes cantar con tu pecho apoyado en una de mis espinas. Debes cantar toda la noche, hasta que la espina te atraviese el corazón, y así la sangre de tu vida fluirá en mis venas, se hará mía.

OSCAR WILDE, El ruiseñor y la rosa.

064

Sansón invocó a Yahveh y exclamó: «Acuérdate de mí, Yahveh, hazme fuerte para que de un golpe por mis ojos me vengue de los filisteos». Palpó las dos columnas centrales sobre las que la casa descansaba y se apoyó contra ellas, en una con su brazo derecho, en la otra con el izquierdo, y gritó: «¡Muera yo con los filisteos!». Apretó con todas sus fuerzas y la casa se derrumbó sobre los tiranos y los que allí estaban congregados. Más muertos que mató en toda su vida fueron los muertos que mató al morir.

Jueces 16, 28-30.

065

Los griegos, que aparentemente sabían mucho de medios visuales, crearon el término estigma para referirse a signos corporales con los cuales se intentaba exhibir algo malo y poco habitual en el estatus moral de quien los presentaba. Los signos consistían en cortes o quemaduras en el cuerpo, y advertían que el portador era un esclavo, un criminal o un traidor –una persona corrupta, ritualmente deshonrada, a quien debía evitarse, especialmente en lugares públicos–. Más tarde, durante el cristianismo, se agregaron al término dos significados metafóricos: el primero hace alusión a signos corporales de la gracia divina, que tomaban la forma de brotes eruptivos en la piel; el segundo, referencia médica indirecta de esta alusión religiosa, a los signos corporales de perturbación física. En la actualidad, la palabra es ampliamente utilizada con un sentido bastante parecido al original, pero con ella se designa de modo preferente al mal en sí mismo, y no a sus manifestaciones corporales.

ERWING GOFFMAN, Estigma. La identidad deteriorada.

066

Alcanzado ese centro, la burbuja negra reventó hacia arriba, y el ataúd salvavidas, liberado en razón a su resorte y subiendo con fuerza [...] salió disparado y se quedó flotando junto a mí. Sostenido por ese ataúd, durante todo un día y una noche navegué a través de un mar sereno, como un canto fúnebre.

HERMAN MELVILLE, Moby Dick.

068

En la cabeza asoma, ¿el proyectil? La cabeza, ¿del glande? ¿el pintalabios? Por encima –en azul plastificado, irisado quizás– el filo agudo, esmaltado y brillante de la uña de la garra del diablo; su corona.
¿Su corona de uñas (como espinas)?
Coronar, rematar. En el reflejo
de su juego explosivo se conjugan,
se destrenzan aún, se recomponen –una vez más– los significados...

069

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías. [...] La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. [...] La Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta, [...] ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden).

JORGE LUIS BORGES, «La biblioteca de Babel».

071

Horloge! Dieu sinistre, effrayant, impassible,
dont le doigt nous menace et nous dit: «Souviens-toi».

Reloj, oh dios siniestro, espantoso, impasible
cuyo dedo amenaza y nos dice: «Recuerda».

CHARLES BAUDELAIRE, «L’Horloge», en Las flores del mal.

072

Entraron, de repente...

Devoraron el piano y el atril. Devoraron las manos y la escena, y el podio y la orquesta, y la batuta –que, una vez devorado el director, se agitó un breve instante, entre los pliegues diminutos del aire, dibujando una especie de cola de pequeña lagartija–. Invadieron, tumultuosas, el patio de butacas, devoraron la barbilla, los ojos, las arrugas del acomodador, y devoraron los huesos esparcidos por el suelo de los espectadores, reducidos a invisibles esquirlas, y, tras ello, regresando de nuevo al escenario, devoraron los fortes y las fusas como si fueran hojas en otoño, y devoraron las tonalidades, en mayor y menor... Saltaron luego a devorar los pies encallecidos del anciano amateur del palco 9, el umbrío telón color granate, la platea, la araña, los plafones... e, invadiendo otra vez las partituras, siguieron sin descanso devorando los dos, los res, los tríos, las sonatas, los impromptus, los valses espectrales y las polkas dormidas entre el sueño de la madera insomne y los metales y las cuerdas en fuga...

Sonó entonces, a la luz de los sucios candelabros, algo que nadie oyó –no había nadie ya que pudiera oírlo, ni siquiera la sordina herrumbrosa, el timbal sordo, el desierto, asolado, pentagrama–, y, de pronto, cifrado en lo inaudito, amaneció por fin.

Música blanca.

073

Ich höre, daß du die Hand gegen dich erhoben hast
dem Schlächter zuvorkommend.
Acht Jahre verbannt, den Aufstieg des Feindes beobachtend
zuletzt an eine unüberschreitbare Grenze getrieben
hast du, heißt es, eine überschreitbare überschritten.

Reiche stürzen. Die Bandenführer
schreiten daher wie Staatsmänner. Die Völker
sieht man nicht mehr unter den Rüstungen.

So liegt die Zukunft in Finsternis, und die guten Kräfte
sind schwach. All das sahst du
als du den quälbaren Leib zerstörtest.

Para anticiparte al criminal,
oigo que alzaste la mano contra ti.
Ocho años proscrito, espiando el crecer del enemigo,
lanzado a una frontera infranqueable
la franqueable franqueaste, según dicen.

Se derrumban imperios. Los matones
se pasean ahora como hombres de estado,
e invisibles se vuelven los pueblos
bajo el peso de las armas.

Así yace el futuro, entre tinieblas.
Débiles son las fuerzas para el bien.
Al destruir tu cuerpo atormentado,
eso es lo que viste.

BERTOLT BRECHT, «Al suicidio del fugitivo W. B.».

075

Porque lo vivo tiene el privilegio del dolor.

G. W. F. HEGEL, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, 1, 60.

076

Así envuelve el aroma su disturbio
impregnando la carne,
así la aguja
acerada del tiempo se insinúa
oferente, y se clava en la retina
gota a gota, colmando,

hasta el último dardo, su destino
hasta el último anzuelo de la luz,
hasta el último vuelo del otoño.

¡Ay, indicio del cuerpo,
su despertar temprano,
tentación!

Esperanza temida,
esperanza desnuda,
origen ciego,
roja espina y pasión.

Irrenunciable.

077

Y, quedando las aguas encerradas en las altas riberas de los ríos, quedará el mar también como apresado por la acrecida orilla de la tierra; y así el aire, que envuelve y que limita la delicada máquina terrestre y el espesor que media entre las aguas y el fuego, llegarán a desplomarse [...]. Y los ríos perderán sus aguas [...], y no crecerá sobre los campos la inclinada belleza de la espiga; y así morirán los animales, no pudiendo nutrirse [...] de los prados, y a los [...] que se alimentan de sus presas, les vendrá a faltar el alimento; y los hombres, tras múltiples intentos, finalmente perderán la vida [...]. Y la tierra fértil, rica en frutos, quedará convertida en un desierto, siendo ya toda árida y estéril. Y, como la humedad propia del agua quedó atrapada dentro de su vientre, [...] conservará su forma cierto tiempo; y una vez enfriado y extinguido todo el sutil elemento aéreo, se extinguirá también el agua, siendo esto ya el fin y el cumplimiento de la naturaleza de la Tierra.

Leonardo da Vinci, El libro del agua.

078

Dentellada furiosa, mordedura. ¿Marca abierta de un hambre que es imposible de satisfacer? Seguir comiendo, sí, seguir mordiendo. Cuchara o bota: hasta el último clavo*. Hasta que ya no quede ni una huella: hasta hartarse, hasta reventar... Tal es el tiempo de la devoración. «Hay que seguir. No puedo. Voy a hacerlo»**.

* Charles Chaplin, en La quimera del oro.

** Samuel Beckett, L’innommable.

080

Y, en todo momento, proteger, con esmero y sin ilusiones, la grieta que nos es, o ésa que somos; escoltar su deriva inevitable, su expansión, su despliegue. En ella vivimos; en ella nos movemos, desistimos.

081

¡Pequeña mota de polvo en el polvo, el eterno reloj de arena de la existencia volteará siempre de nuevo, y tú con él!

Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, fr. 341.

085

Desde el oscuro fondo de la tierra, como desde las fosas más lejanas de un olvido imposible, se alzan voces. Hay criaturas que crecen mucho mejor en el desarraigo.

086

Dicta la experiencia, y corrobora la ciencia (ciencia social, en su mayor parte), que la nuestra es la era de una velocidad acelerada, la época del permanente movimiento. Incesantes, surcamos la tierra, el mar y el aire sin obstáculo. Nada nos detiene o nos confina. Quizá el vértigo sea la sensación que nos acompaña atrapados en tal perpetuum mobile. Puede que no sepamos ya qué hacer con esta suerte de libertad sin traba: e la nave va... ¿Sí? ¿A dónde? ¿Cómo?

087

Amanece, la mano.

¿Amanece? La mano. ¿Su temblor?

Sobre un fondo de tinta,
sobre un paño de noche,
sobre un pájaro agudo, ensimismado
en el ángulo abierto –en lo escondido–.

Humo, pasión y humo.

Brasa de humo y recuerdo
–el del olvido, con su esponja invisible–
y las tijeras

afilando su brillo
sobre el mármol

para cortar el hilo,
para cortar la sombra,
para cortar el humo de los sueños.

088

ἐπάμεροι: τί δέ τις; τί δ᾽ οὔ τις; σκιᾶς ὄναρ ἄνθρωπος.
¡Seres de un día! ¿Qué es alguien? ¿Qué no es alguien?
Sueño de una sombra, el hombre.*

8 de julio, miércoles. Tormenta. Ha llovido esta noche intensamente, y a lo largo del día se diría que puede repetirse –para el suelo es sin duda un respiro, y todavía está el cielo cubierto–. El aire es fresco, pero el calor de nuevo va a apretar. Son las 9. He dormido unas seis horas y, después de tomarme las pastillas con dos vasos de agua, estoy de nuevo –con la ventana abierta hacia el jardín– escribiendo en el ordenador. He hablado con Chema y le he explicado, junto a otros detalles, lo difícil que resulta adentrarse entre los pliegues –o deslizarse por la superficie– de alguna de sus fotos. Justamente, ante mí tengo ahora aquella imagen (¿fragmentaria o completa?) de un sujeto que aparece tendido sobre un banco..., una cuyo sentido había creído se me haría accesible fácilmente. Un sentido mimético, diría, entre el hombre y el banco, entre los tonos del granito y los granos del abrigo, quizás una tragedia cotidiana o quizás simplemente un breve sueño, el de un personaje solitario o el de un hombre que huye, mas ¿de qué?
   Hace días tomé algunas notas, unos versos de Ovidio, del inicio de las Metamorfosis –esa idea me rondó de inmediato en la cabeza desde que vi la imagen, que es perfecta, con su ángulo estrecho, muy forzado, que apenas permite contemplarla–. Ese hombre en el banco, ¿qué edad tiene? Realmente, está ahí, petrificado, más real –es probable– que en ninguno de los grises momentos de su vida. ¿Está muerto o dormido? Transformado desde luego, y ahí, en la figura que compone, reposa. ¿Para siempre?
   ¿Para siempre? ¿Qué edad tiene una foto? ¿Cuántos años podremos mantenerla, en su fragilidad inevitable? Normalmente envejecen –como todo, como ese hombre cualquiera–, amarillean o se cierran en gris, pierden su brillo, se agrietan, se olvidan... La pantalla se ha apagado de pronto, sin motivo aparente. Después luce de nuevo, y parece que el texto que ahora escribo no ha perdido ninguna anotación. Sin embargo, no puedo desprenderme de esa idea obsesiva, cuánto tiempo se mantendrán aún nuestras imágenes aunque sea cambiando de registro, en la pantalla del ordenador, o, como ahora se dice, en el archivo de la nube...
   Las nubes poco a poco se van deshilachando, no parece que lleven mucha agua. Blanquecinas, esponjosas, flotando, como flota mi memoria de nuevo, recordando una anécdota vieja, aquel mendigo –no recuerdas su nombre, para todos debió de ser siempre anónimo, una sombra– que había actuado en Viridiana.
   Recuerdas que en su Último suspiro –ese título rudo y atrevido que le dio Luis Buñuel a sus memorias– lo menciona un momento. Tras la fama de la cinta aquel hombre había creído que podría actuar en adelante en distintos proyectos –su presencia es sin duda soberbia en la película, desgarbado y muy alto, zalamero, traicionero, cruel...–. Cuando el milagro no sucede, se entera de que en Francia y en Italia el éxito es inmenso (a pesar del Gran Premio de Venecia, en España, en plena dictadura, no se autorizó la proyección). Sin pensárselo más toma el camino para ir a París, a hacer carrera porque, allí, «le conocen». Caminando, llega a Burgos, cansado, duerme un poco –malamente abrigado, el aire es frío y se acerca el invierno– sobre un banco, quizá un banco de piedra... Se abre el día, pero el hombre no vuelve a despertar...

* Píndaro, Pítica VIII, vv. 95 s.

089

Es Tierra, ¡Dios mío!, Tierra, lo que vengo buscando.
Embozo de horizonte, latido y sepultura.
Es dolor que se acaba y amor que se consume.
Torre de sangre abierta con las manos quemadas.

Federico García Lorca, Tierra y luna.

090

Desde el mismo momento en que acababan de ensamblar sus tablones y fijarlos definitivamente con la cola comprendió su destino. Sin embargo, cuando la trasladaron a aquel cuarto aún desnudo, dejándola apoyada sin más en la pared –a la derecha de la puerta– sintió, ¿por qué negarlo?, una primera e intensa decepción. Después de esto pasaron unos días. Vino después un viejo, con aspecto muy cansado. Venía tropezando, apoyado, al andar, en una larga muleta de madera. Tras dejarla en la misma pared –al otro lado de la puerta–, salió y cerró de nuevo. Realmente fue entonces cuando pudo concebir la maniobra adecuada. Poco a poco, inclinándose a uno y otro lado y manteniendo siempre el equilibrio, comenzó a desplazarse sobre el paño en que estaba apoyada. Llegó pronto a la primera esquina y, sacudiendo su sólida estructura, fue avanzando por el muro inmediato –descansando largo rato unas veces, cuando era necesario, y después, con nuevas fuerzas, reemprendiendo la marcha–. Fue cubriendo así otros dos paños, superando con cuidado las otras tres esquinas que faltaban y, al fin, se encontró al lado de la vieja muleta (que por suerte era de su misma longitud).

Lo demás se comprende fácilmente. Unos pasos de baile combinados con destreza y, en un último esfuerzo, se encontró situada, si no al centro, por lo menos exenta, separada de los muros, erguida por sí misma y apuntando a lo alto, libremente. Sí, había llegado su momento. Se estiró un poco más; se escuchó entonces un agudo crujir de la madera que habría podido percibirse –si hubiese alguien allí (el cuarto estaba totalmente vacío, con la puerta firmemente cerrada)– de algún modo a manera de aviso. Era un mensaje –su destino–, emitir unas palabras, decisivas, muy breves pero exactas: «Sube y te mostraré lo que vendrá»*.

* Juan, Apocalipsis, 4,1.

091

Entonces hizo sentar a Cenicienta y, acercando el zapato a su piececito, vio cómo le entraba sin esfuerzo y que le caía como un guante.

Charles Perrault, Cuentos, «Cenicienta»

092

Subrayar es decidir: separar, cortar, quizá amputar. La vida es una sucesión de subrayados. Tiras.

094

Ver siguiente.

095

Ver anterior.

096

This is the end, beautiful friend.
This is the end, my only friend.

This is the end of our plans,
this is the end, of that stands,

this is no safety or surprise, the end.
I'll never look into your eyes again.

In need of some stranger's hand,
desperately in a desperate land?

Ride the snake; the snake is old.
Ride the snake, his skin is cold.

The blue bus is callin' us.
Driver, where you taken' us?

The end of laughter and soft lies,
the end of nights we tried to die,

this is the end, beautiful friend,
this is the end, my only friend.

 

Hermosa amiga, éste es el fin.
Mi única amiga, éste es el fin.

De nuestros planes nada nos queda.
Nada es seguro, no habrá sorpresas.

Ya el fin se acerca, ya el fin se ve.
Tus ojos nunca volveré a ver.

¡Ay, si una mano aún estrechara
en esta tierra desesperada!

Monta la vieja serpiente, ve
montado sobre su fría piel.

Oye, nos llaman ya al autobús.
Cochero, ¿a dónde nos llevas tú?

Ya se ha acabado reír y mentir
y hasta la noche en que morir.

Hermosa amiga, éste es el fin.
Mi única amiga, éste es el fin.

 

Jim Morrison, «The End» (fragmentos).

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