Derrota · David Sánchez Usanos

«Derrota» posee en castellano fundamentalmente dos significados distintos, uno alude al camino, el curso, la ruta o el rumbo, preferentemente el que sigue una embarcación o navío; el otro, que es el que más nos interesa aquí, se refiere a la pérdida de una batalla, al fracaso en una guerra, en un enfrentamiento o en una disputa. Así, el verbo «derrotar» equivale a vencer, a destruir o, en el campo de la tauromaquia o de la navegación, a efectuar un cambio de dirección (brusco en el caso del toro, cuando dirige su cornamenta a un lado u a otro). Derrotar significa fundamentalmente provocar la huida, la desorganización o la desbandada del enemigo, lograr su rendición o, como decíamos, llevar a cabo su eventual destrucción.

La etimología remite al francés déroute y posee las mismas connotaciones ligadas al ámbito militar, a la huida desordenada del enemigo, a la división y a la ruptura. Los mismos elementos aparecen vinculados al inglés defeat, al francés défaite, al alemán Niederlage o al italiano la sconfitta.

La influencia de todo lo que tenga que ver con lo militar en la configuración de la organización de la cultura europea y occidental está suficientemente acreditada, tanto en lo que respecta al peso que aún hoy en día conserva esa función desde el punto de vista político, presupuestario y organizativo como a la huella que ha dejado en nuestro vocabulario, en nuestras costumbres y en nuestras instituciones. Dada la mencionada importancia, «derrota», en principio, tendría una clara connotación negativa. El honor, la gloria y la fama estuvieron vinculados desde su origen a los éxitos militares y la derrota era contemplada como algo peor que la muerte. Se trata de una orientación que se mantiene constante desde el origen de nuestra cultura, aparece en el indoeuropeo, en las composiciones homéricas, en las arengas poéticas de Calino y Tirteo en la Grecia arcaica, o en la práctica totalidad de la obra conservada de Píndaro de Tebas –casi un poeta especializado en composiciones dedicadas a los vencedores-, lo podemos encontrar también en multitud de versos, refranes y dichos populares, en tópicos que van desde el célebre «regresa con el escudo o sobre el escudo» espartano al In fuga foeda mors est, in uictoria gloriosa («En fuga la muerte es vergonzosa, gloriosa en la victoria») de Cicerón en la decimocuarta sus Filípicas; el valor otorgado a la victoria y, en general, la expansión del vocabulario bélico y sus valores más allá del ámbito militar es una constante cultural que sin duda aún repercute en nuestros días. Así, aunque en el reciente Glosario de Terminología de Uso Conjunto del Estado Mayor de la Defensa no aparezcan ni el término «derrota» -quizá porque no se contemple o porque, al igual que «victoria», que tampoco aparece, su significado es tan elemental para dicha institución que se sobreentiende- sí encontramos una acepción tan contundente como relevante para lo que aquí nos ocupa:

VOLUNTAD DE VENCER Es el firme propósito del mando y de las tropas de imponerse al adversario y cumplir la misión en cualquier situación por desfavorable que ésta sea. Implica fe en el triunfo, tenacidad para alcanzarlo y actividad insuperable en la ejecución. Se basa en los valores morales que constituyen el primordial exponente de la valía de una fuerza militar (Estado Mayor de la Defensa 2018, 30)

Si seguimos al historiador Jacob Burckhardt tenemos que asumir que en el contexto de la Grecia antigua y clásica el honor (timē) era una de las principales virtudes y que estaba ligado a la victoria, algo que no ha de extrañar en una cultura, por lo demás, fundamentalmente agonal y competitiva. La victoria era una forma de protegerse del olvido y lograr cierta forma de inmortalidad ingresando en la memoria de las generaciones presentes y futuras mediante la conmemoración, la presencia en los relatos, en los mitos, en los ritos, en las canciones y en los monumentos encaminados a fomentar la cohesión social. El valor de la victoria no se limita a la guerra ni a las hazañas militares, sino que se extiende a ámbitos como el arte, la política o la competición deportiva y se expresa en la forma del culto al héroe y a su éxito:

Los honores duraban, además, más allá de la vida, y llegaron a veces a convertirse en un culto de héroes para el campeón respectivo. Aun la ciudad más insignificante erigía un monumento para su vencedor olímpico. […]

Ciudades que habían sido destruidas o privadas de su antigua situación o independencia por sinoiquismos, sobrevivían en la memoria del pueblo, principalmente por el recuerdo de algunos de sus campeones, vencedores agonales. De algunas luchas se seguía hablando hasta después de pasados siglos enteros. Si una ciudad había salido vencida en uno de sus principales campeones, se daba el caso de que negaba tales derrotas, aun en los tiempos más posteriores, mediante ardides (como, por ejemplo, los tesalios, con la derrota de Polídamas), y si la gente lo creía, podía obtenerse el éxito deseado por simples mentiras. Más extraño aún es el fenómeno de los vencedores usurpados: se sobornaba a un vencedor olímpico para que se nombrase por otra ciudad en vez de la ciudad natal suya (Burckhardt 2005b, 511)

Un hombre del siglo XIX como Burckhardt buscaba la complicidad del lector y en ciertos momentos parece mirar con condescendencia esa valoración excesiva del éxito entre los griegos. Pero, a pesar de los siglos transcurridos desde esta descripción, seguramente podamos encontrar no pocas similitudes con nuestro presente cultural, también consagrado, a veces de un modo un tanto infantil, a la celebración del éxito y la victoria. Creemos, no obstante, que existen algunos aspectos positivos o rescatables de la derrota ligados precisamente al honor y a la influencia de los que podemos subrayar algunos antecedentes relevantes.

Una de las estrategias con las que cuenta el ser humano para combatir el miedo que le produce la muerte consiste en intentar alcanzar un sucedáneo de inmortalidad mediante el ingreso en la memoria de aquellos que le sobrevivirán. Es algo que hemos mencionado a propósito de la victoria y de la monumentalidad. Pero si la clave es la memoria y el recuerdo hay ocasiones en las que ciertas formas de derrota resultan más rentables. Es aquí donde entra en juego la noción de «victoria moral» o de «vencedor moral»: personajes, situaciones o acontecimientos que, desde un punto de vista bélico, agonal o competitivo terminaron en derrota, pero que siguen siendo evocados por las condiciones y la forma en la que cayeron, poniendo de manifiesto cualidades plásticas, éticas o estéticas que les confieren algún tipo de superioridad respecto a los vencedores objetivos e incluso reteniendo para sí mismos el honor habitualmente reservado al éxito.

En la célebre batalla de las Termópilas (480 a. C.) acontecida en la segunda guerra médica las tropas espartanas consiguieron contener el avance del muy superior en número ejército persa durante varios días aprovechando la orografía y demostrando un gran valor y disciplina táctica. Finalmente los soldados persas terminaron imponiéndose y aniquilaron a los espartanos. Desde el punto de vista estrictamente militar se trata de una derrota inequívoca, pero se trata también de uno de los acontecimientos bélicos más conmemorados, cantados y recreados como ejemplo de heroísmo y virtud, cuyo eco llega hasta nuestros días.

También la llamada «Carga de la Brigada Ligera» por parte de tropas británicas durante la Guerra de Crimea (1853-1856) es otro ejemplo de derrota –cuando no de incompetencia militar- en la que los perdedores –la caballería británica atacando posiciones rusas- son tratados como héroes e incluso como modelos de virtud guerrera, así los conocidos versos de Tennyson en el poema del mismo nombre publicado en 1854 rezan:

Forward, the Light Brigade!
Was there a man dismayed?
Not though the soldier knew
Someone had blundered.
Theirs not to make reply,
Theirs not to reason why,
Theirs but to do and die.
Into the valley of Death
Rode the six hundred

(¡Adelante la Brigada Ligera!
¿Alguno se vino abajo?
Ninguno a pesar de que sabían
que alguien se equivocó.
Lo suyo no era contestar,
Lo suyo no era razonar,
Lo suyo era cumplir y morir.
En el Valle de la Muerte.
Cabalgaron los seiscientos)

El honor y la gloria se conceden en virtud del cumplimiento del deber («lo suyo era cumplir y morir»), de nuevo la fidelidad a un código –normalmente opuesto a una conducta racional, calculadora u orientada a la supervivencia- se impone al resultado objetivo. Algo parecido sucede con el sitio de El Álamo durante la Revolución de Texas (1835-1836) en el que un grupo de secesionistas texanos acantonados en la Misión del Álamo (San Antonio, Texas) afrontó el asedio de las tropas mexicanas muy superiores en número. Las cifras varían, pero curiosamente algunas fuentes hablan de trescientos texanos –como trescientos eran los supuestos espartanos que defendían el paso de las Termópilas de las tropas persas- y de una fuerza mexicana cinco veces superior. Finalmente el ejército mexicano se impuso y los defensores del Álamo resultaron muertos, pero desde entonces también honrados a través de historias, canciones y películas que pertenecen más al ámbito de la leyenda que al de la investigación histórica rigurosa.

Uno de los episodios más célebres en este sentido, el que une comportamientos heroicos rayanos con actitudes suicidas y en el que la mitología se impone a la constatación fidedigna es la presunta carga de la caballería polaca contra blindados alemanes en la II Guerra Mundial. Qué mayor expresión de romanticismo que la imposible batalla entre el valiente y anacrónico jinete y la moderna e impersonal tecnología al servicio del nacionalsocialismo. Al parecer esa imagen de los jinetes cabalgando contra los tanques alemanes jamás se produjo, pero sin duda constituye un magnífico ejemplo del tipo de derrota heroica o de victoria moral al que nos estamos refiriendo.

Podríamos hablar también de la influencia como otro de los elementos vinculados a estas particulares derrotas. El caso paradigmático podría ser el de la propia Grecia, derrotada por Roma –hecho que se consolidó con la batalla de Corinto en el 146 a. C.- pero quizá victoriosa en otro sentido: Grecia quedó sometida militar, política y económicamente a Roma, pero Roma resultó seducida por la filosofía y la cultura griegas y terminó por incorporar, traducir y adaptar muchos de sus elementos.

En el seno mismo del canon cultural griego también había lugar para el reconocimiento del honor del vencido en función de su modo de conducirse en la batalla, uno de los ejemplos más claros podría ser el de Héctor, comandante troyano enemigo de Aquiles que resulta vencido y muerto en la Ilíada pero del que se constatan las honras que recibe y en el lector queda la impresión de ser quizá el verdadero héroe del canto homérico (más prudente, más juicioso y más maduro que el atrabiliario y caprichoso Aquiles), como en cierto modo atestigua James Redfield. También resulta plausible interpretar la tragedia ática -las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides- como un género consagrado al perdedor. ¿No estamos en Antígona o Edipo rey antes historias en las que el protagonista pierde en su desafío al destino o al orden de la pólis?

Podríamos plantear incluso que el origen de la literatura moderna coincide con el papel protagonista que se concede al perdedor, al derrotado, al exiliado o al náufrago, así sucede en Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe y antes y de un modo si cabe más rotundo en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605-1615) de Miguel de Cervantes. La del Quijote puede verse como la historia de un eterno perdedor, la de alguien desorientado en un mundo que no se ajusta a los parámetros del honor, de la gesta y de la victoria omnipresentes en los libros de caballerías con los que ha organizado su experiencia y que resulta derrotado en todas y cada una de las «batallas» que emprende. El dramaturgo y poeta Erri de Luca lleva a cabo una lectura del clásico de Cervantes tan paradójica como bella en Quijote y los invencibles: el Quijote es invencible no porque nunca pierda, sino porque después de cada derrota, de cada caída, siempre se levanta para volver a batirse.

El peso del anti-héroe, la importancia que tiene el derrotado y el aura y el magnetismo que rodean a cierto perdedor son aspectos que no pueden ser subestimados en la historia de nuestra cultura. Nos atrevemos a decir que a partir del Romanticismo estos elementos resultan cada vez más frecuentes y que en el ámbito moderno y contemporáneo los ejemplos son incontables, habiendo en el campo literario auténticos especialistas en la derrota, como puede ser el caso de John Cheever, Charles Bukowski o Lucia Berlin, de los que determinados personajes e historias de Chéjov o Dostoievski pueden considerarse claros antecedentes. La derrota puede ser, además, un poderoso estímulo para la creación artística, tanto desde un punto de vista colectivo -como puede ser el caso de la Generación del 98 a partir de la pérdida de las últimas colonias españolas de ultramar-, como individual -como en William Faulkner, cuya propuesta literaria constituye un canto a la nobleza, a la tradición y a la integración armónica con la naturaleza que él asocia al Sur estadounidense derrotado en la Guerra de Secesión por el Norte industrial y capitalista-. Sin dejar este contexto también podemos interpretar un género musical tan influyente como el blues, cuyos patrones rítmicos pueden considerarse el fundamento de donde proviene la mayoría de la música popular contemporánea, como un género elegíaco donde predominan las historias de fracaso y derrota.

De forma paralela a lo que hemos comentado en el ámbito bélico, también en el marco estrictamente deportivo podemos asistir a situaciones paradójicas en las que el derrotado es tan o más recordado que el vencedor, por no hablar de los tristemente frecuentes casos de héroes deportivos que, tras su retirada y/o en su vida personal, han experimentado serios reveses cuando no historias profundamente (auto)destructivas.

La victoria y la derrota puede que tengan más que ver con una forma de interpretar o leer una experiencia que con un resultado nítido establecido de una vez y para siempre, sobre todo si, como estamos viendo, poseen un carácter relativo y temporal que trasciende a los estrictos protagonistas de la hazaña, el encuentro, la aventura o la batalla, si, como los mitos, se ven sometidas a la constante reelaboración por parte de las generaciones futuras. Quizá la verdadera victoria no resida necesariamente en el éxito inmediato y constatable, sino en esa otra forma de permanencia que tan bien intuyó Sócrates, el carismático futbolista brasileño, cuando afirmó, seguramente de forma apócrifa, «No jugamos para ganar, jugamos para que nos recuerden».

Bibliografía:

Burkhardt, J. 2005. Historia de la cultura griega I, Barcelona: RBA

Burkhardt, J. 2005b. Historia de la cultura griega II, Barcelona: RBA

Burkhardt, J. 2005c. Historia de la cultura griega III, Barcelona: RBA

Corominas, J. 1987. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid: Gredos

De Luca, E. 2016. Quijote y los invencibles, Madrid: Círculo de Bellas Artes de Madrid

Dumézil, G. 1971 (1990). El destino del guerrero. Aspectos míticos de la función guerrera entre los indoeuropeos, Madrid: Siglo XXI

Estado Mayor de la Defensa 2018. Glosario de terminología de uso conjunto, Madrid: Gobierno de España, Ministerio de Defensa, Estado Mayor de la Defensa, https://www.defensa.gob.es/ceseden/Galerias/ccdc/documentos/PDC-00_GLOSARIO_DE_TERMINOLOGIA_DE_USO_CONJUNTO.pdf

García Gual, C. 1980 (2013). Antología de la poesía lírica griega (siglos VII-IV a. C.), Madrid: Alianza

Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.3 en línea]. https://dle.rae.es [13/10/2020].

Tennyson, A., L. 2007. Selected poems, Londres: Penguin Books

Zaloga, S. J. 2009, La invasión de Polonia 1939. Blitzkrieg, Madrid: RBA

Índice de ilustraciones:

Fig. 1: Leónidas en las Termópilas, Jacques-Louis David, 1814. Dominio público: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Le%C3%B3nidas_en_las_Term%C3%B3pilas,_por_Jacques-Louis_David.jpg

Fig. 2: Escena de Edipo Rey, de Sófocles. Festival de Teatro Grecolatino de Lugo (2011). Dominio público: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:OEDIPEROI5539580870_a2948bd1e5_o.jpg