w. yeats. seis poemas

William Butler Yeats

 William Butler Yeats

 

Nota y versiones de Jordi Doce

Presentar en pocas líneas la obra del poeta irlandés William Butler Yeats (1865-1939), a quien la Embajada de Irlanda y el Círculo de Bellas Artes dedican una exposición entre el 22 y el 27 de marzo (Sala Antonio Palacios, planta 4), es tarea compleja. Su obra, que parte de un simbolismo crepuscular traspasado de resonancias folclóricas y anhelos vagamente nacionalistas, se convierte a partir de comienzos del siglo pasado en uno de los espacios de escritura más fértiles y vigorosos de lo que cabría llamar la pre-vanguardia: una escritura seca y concisa, de corte epigramático, que no duda en dramatizar con atrezzo mitológico las tensiones individuales y colectivas de su tiempo, esculpiendo en versos robustos y palpitantes la voraz subjetividad de su autor. Sin Yeats el proyecto vanguardista de Pound, que fue su secretario durante algunos años, de Eliot, que lo admiró con reserva distante, y de Joyce, que fue su alumno más fiel precisamente por ser el más excéntrico, habría tenido un basamento mucho más frágil.

La reciente publicación de su Poesía reunida (Pre-Textos, 2010) en la sobresaliente traducción de Antonio Rivero Taravillo permite, por vez primera en nuestra lengua, una lectura abarcadora de esta obra en todos sus desarrollos y líneas de fuga. Me atrevo, no obstante, desde el convencimiento de que toda nueva traducción es una lectura que nos permite ver el poema desde un ángulo distinto, a aportar media docena de versiones inéditas que son el testimonio de una admiración y también de mi intento por reconstruir su intensidad verbal, su peculiar dominio de la forma.

He escogido seis poemas escritos a lo largo de veinte años (1919-1939) que ejemplifican todas las virtudes de su estilo de madurez: fuerza expresiva, rigor formal, vivacidad y precisión. Todos ellos son célebres, aunque espero que estas nuevas traducciones aporten algo nuevo al lector interesado. En tres de ellos, además –Navegando hacia Bizancio, Leda y el cisne y La segunda venida–, la falsilla mitológica enmarca con aliento imperioso su visión o lectura de la historia. Una historia que comparece en estos versos sub specie aeternitatis, como un libro de estampas cuyo hieratismo se graba simultáneamente en la retina y en la memoria, y en la que la subjetividad del poeta se pasea con el porte confiado de un primer actor. Hasta en ese aspecto la modernidad de Yeats fue una lección para sus herederos vanguardistas.

Mención aparte merecen Sueños rotos, retrato tardío de su idolatrada Maud Gonne y meditación desengañada sobre el tiempo y la decadencia de los sentimientos, y Política, que revisita el mismo paisaje con los ojos del epigrama. En todos ellos asombra su capacidad para mantener viva la llama de la inspiración juvenil, de un entusiasmo creador que es también fe en la legitimidad del instinto y la emoción reactiva.

The Lonely Tower

The Lonely Tower, Samuel Palmer, 1879

SUEÑOS ROTOS

Hay gris en tu cabello.
Los jóvenes ya no contienen el aliento
a tu paso;
acaso algún anciano te bendiga entre dientes
porque fue tu plegaria
lo que ayudó a curarle en el lecho de muerte.
Tan sólo por tu bien –que todos los pesares del corazón ha conocido,
que todos los pesares del corazón ha procurado,
desde la escasa infancia atesorando
agobiante belleza–, tan sólo por tu bien
el cielo se ha guardado el golpe de su sino,
tan grande su porción en la paz que confieres
con sólo entrar en una sala.

Tu belleza no puede sino dejar entre nosotros
vagos recuerdos, nada sino recuerdos.
Así dirá un muchacho a un viejo cuando los viejos callen:
«Hábleme de esa dama que el poeta
de obstinada pasión cantó para nosotros
cuando la edad más bien debía helar su sangre».

Vagos recuerdos, nada sino recuerdos,
mas en la tumba todos, todos habrán de renovarse.
La certeza de que veré a esa dama
reclinada o en pie o caminando
con la gracia temprana de su sexo,
ante el fervor de mi joven mirada,
ha hecho que balbucee como un necio.

Eras más bella que ninguna,
salvo por un defecto de tu cuerpo:
tus manos, tus pequeñas manos no eran hermosas,
y temo que saldrás corriendo
a hundirlas hasta la muñeca
en ese lago misterioso, siempre colmado,
donde aquellos que obedecieron la ley sagrada
se han sumergido y son perfectos. Deja intactas
las manos que he besado,
por el bien del antiguo bien.

Muere el toque final de medianoche.
Todo el día en la misma silla
de sueño en sueño y rima en rima he deambulado
charlando sin sentido con una imagen de aire:
vagos recuerdos, nada sino recuerdos.

1919

LA TORRE
(parte 1)

¿Qué haré con esta cosa absurda
–oh corazón, turbado corazón–, esta caricatura,
este tiempo decrépito que me han atado como un palo
a la cola de un perro?
Nunca tuve imaginación
más viva, fabulosa y pasional
que ahora, ni sentidos
que más esperan lo imposible,
no, ni aun en la infancia, cuando con caña y mosca
o el humilde gusano trepaba la ladera del Ben Bulben
con todo un día eterno de verano a mis pies.
Parece que ahora debo despedir a la Musa,
cultivar la amistad de Platón y Plotino
hasta que los sentidos y la imaginación
puedan hallar contento en el debate
y convivir con abstracciones; o bien sufrir la burla
de un caldero abollado en los tobillos.

1928

LEDA Y EL CISNE

Un golpe inesperado: las grandes alas baten
en la aturdida joven, las oscuras membranas
le acarician los muslos, siente el pico en su nuca
y la opresión del pecho en su pecho indefenso.

¿Cómo pueden los blandos, sobrecogidos dedos
apartar de sus muslos la emplumada grandeza?
¿Y cómo puede el cuerpo, envuelto en blancas ráfagas,
no sentir el extraño corazón palpitante?

Un espasmo en las ingles engendra con el tiempo
la muralla caída, la torre, el techo en llamas
y la muerte de Agamenón.
                                           Tan sometida,
tan domeñada por la sangre bestial del aire,
¿tomó con su energía cierto conocimiento
antes que el pico indiferente la soltara?

1924

Thoor Ballylee

 Thoor Ballylee

LA SEGUNDA VENIDA

Girando sin cesar en la espira creciente
el halcón ha dejado de oír al halconero;
todo se desmorona; el centro se doblega;
arrecia sobre el mundo la anarquía,
arrecia la marea rebosante de sangre, y en todas partes
la ceremonia de la inocencia es anegada;
los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores
están llenos de brío apasionado.

Sin duda una revelación es inminente;
sin duda la Segunda Venida es inminente.
¡La Segunda Venida! Apenas digo estas palabras
cuando una vasta imagen del Spiritus Mundi
perturba mi visión: oculta en las arenas del desierto
una forma con cuerpo de león y cabeza de hombre,
de pupilas vacías y crueles como el sol,
mueve sus lentos muslos, mientras en torno fluyen
las sombras indignadas de las aves del yermo.
Cae de nuevo la oscuridad;
pero ahora sé que veinte siglos de pétreo sueño
fueron mortificados hasta la pesadilla por el mecerse de una cuna,
¿y qué bestia escabrosa, llegada al fin su hora,
se arrastra hacia Belén para nacer?

1921

NAVEGANDO HACIA BIZANCIO

I

Aquel no es un país para viejos. Los jóvenes
unos en brazos de otros, pájaros en los árboles
–esas generaciones moribundas– cantando,
cascadas de salmones y mares de caballa,
aves, peces o carne celebran en verano
cuanto ha sido engendrado, nace y muere.
Sujetos a esa música sensual todos descuidan
los monumentos de la mente inmarchitable.

II

Cosa indigna es un viejo, un abrigo andrajoso
montado en una estaca, excepto cuando el alma
bate palmas y canta, y canta con más fuerza
por cada desgarrón de su mortal vestido,
pues no hay escuela para el canto, sólo estudiar
los monumentos de su propia magnificencia.
Y por ello he cruzado los mares y venido
a la ciudad sagrada de Bizancio.

III

Oh sabios congregados en el fuego divino
tal figuras murales en un mosaico dorado.
Venid a mí del fuego, girando en la espiral,
para ser los maestros de canto de mi alma.
Purgad mi corazón; enfermo de deseo,
y uncido a un animal agonizante,
no recuerda quién es; y encomendadme
al artificio de la eternidad.

IV

Fuera de la naturaleza no tomaré mi forma
corpórea de ningún objeto natural
sino de aquellas formas que los orfebres griegos
crean forjando el oro y en oro recubriéndolas
a fin de prevenir la modorra imperial;
o ponen a cantar en un árbol dorado
ante las damas y señores de Bizancio
los hechos que pasaron, pasan o pasarán.

1928

POLÍTICA

En nuestra época, el destino del hombre
presenta su sentido en términos políticos.

Thomas Mann

¿Seré capaz, estando allí esa chica,
de prestar atención
a la política española
o la romana o la soviética?
Pero aquí hay un hombre viajado
que sabe de qué habla,
y a su lado un político
que ha leído y pensado largamente,
y tal vez lo que dicen sea cierto
de la guerra y el riesgo de una guerra,
mas ah si volviera a ser joven
y pudiera tenerla entre mis brazos.

1939