en los bosques de la noche: antología del cine de terror 1931-2008

Un verso del poeta inglés William Blake da título a En los bosques de la noche: Antología del cine de terror 1931-2008, amplia retrospectiva del género que arrancó ayer en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes. La intención de En los bosques de la noche es realizar una recopilación de las mejores películas de terror de la Historia del Cine, al mismo tiempo que recoger las principales aportaciones a las diferentes vías (esto es, subgéneros) abiertas dentro del terror a lo largo de sus más de cien años de historia.

El ciclo arranca en 1931 por ser éste el año clave para el asentamiento definitivo del género gracias a las aportaciones de la Universal. En ella habían recalado gran cantidad de cineastas judíos alemanes que, ante el ascenso del nazismo, habían huido a Hollywood y llevan al cine americano los parámetros del cine expresionista en el que se habían movido en su país de origen, dando un nuevo aspecto visual a un género que hasta entonces no había terminado de arrancar en EE.UU. Se recogen en la retrospectiva El doctor Frankenstein y La novia de Frankenstein (James Whale, 1931 y 1932), dos clásicos canónicos del género, y una auténtica rareza salida de la misma factoría: la muy poco conocida versión para el mercado hispanoamericano del Drácula de Tod Browning y Bela Lugosi. Si el equipo del director norteamericano filmaba sus escenas durante el día, por la noche lo reemplazaba en el estudio un grupo de rodaje integrado por artistas sudamericanos para trabajar en su versión paralela, imprescindible dado que en estos primeros años del sonoro no existía todavía el doblaje. Si bien prácticamente todas las películas rodadas con este curioso formato eran clones del original norteamericano, esta versión de Drácula (George Melford, 1931) ofrece numerosas variaciones respecto a su punto de partida, dando lugar a una película de calidad no menor que disfrutarán todos los seguidores del género. Y junto a estas tres cintas, una de las películas más inclasificables e impresionantes que jamás se hayan rodado, Freaks, la parada de los monstruos (Tod Browning, 1932), cinta realizada con actores no profesionales pertenecientes a uno de los sideshows norteamericanos que llevaban en ruta al modo circense a personas con todo tipo de amputaciones y deformidades, y con uno de los finales más escalofriantes que ha dado el género.

Condenado al filón de la serie Z durante los años de la II Guerra Mundial, el género tiene un brillante renacer en la década de los 50. La Guerra Fría y el peligro de contienda atómica creó una auténtica psicosis en la población mundial y especialmente norteamericana durante aquellos años, y el cine de terror, tradicionalmente uno de los más atentos a tomar el pulso a la sociedad contemporánea, supo retratarlo en un puñado de cintas extraordinarias de entre las que la retrospectiva rescata dos de sus clásicos más incontestables: La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954) y El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957).

Con la llegada de la modernidad y la definitiva ruptura entre la dualidad alta cultura / cultura popular, el género conoce su década de esplendor. El terror huye de las limitaciones de la serie B y se convierte en material apropiado para cualquier realizador. Nada de todo ello queda fuera de En los bosques de la noche, que recoge diversos títulos claves para el asentamiento y la posterior evolución de un género ya capital para las cinematografías de todo el mundo, que le aportan una mayor amplitud de miras al incluir cada una de ellas elementos de su propio sustrato cultural. Si La máscara del demonio (Mario Bava, 1960) es la primera película de relevancia internacional realizada por la cinematografía italiana, que pronto tomaría el relevo como principal impulsora del terror, Suspense (Jack Clayton, 1961) acerca los parámetros del horror clásico a los esquemas de la literatura gótica inglesa. De gran importancia será la aportación al género del cine oriental, del que se retoma una de sus cintas fundamentales, Kuroneko (Kaneto Shindô, 1968), así como del fantástico hispano, recogido en una película minusvalorada en su día pero clave vista con la perspectiva del tiempo, No profanar el sueño de los muertos (Jordi Grau, 1974). ¿Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962), filme que reunía en pantalla a dos acérrimas enemigas, Bette Davis y Joan Crawford, abría en el cine estadounidense una vía muy frecuentada a partir de entonces, el terror psicológico. El propio Ingmar Bergman se acercará al terror más metafísico con La hora del lobo (1968). Y El baile de los vampiros (1967), realizada por un Roman Polanski recién llegado de Polonia a Hollywood, supone una abierta parodia de un género que había alcanzado ya sus momentos de máximo esplendor.

Una culminación que no implica, ni mucho menos, el final de uno de los géneros más populares y queridos por espectadores de todo el mundo. A partir de los años ochenta el terror sigue aportando películas fundamentales para la evolución del cine, dejando obras maestras como Barton Fink (1991), curioso thriller psicológico realizado por los hermanos Coen según los parámetros formales del terror; El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), primer acercamiento del género a la posmodernidad más abierta y película que por primera vez descubre el futuro del cine en internet; o el título más reciente del ciclo, Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008), una brillante película que parece destinada a marcar un antes y un después en el género. Todas ellas pasarán por el Cine Estudio entre el 5 de abril y el 5 de mayo.

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